viernes, 8 de octubre de 2010

Victoria

Barra libre
Miér Sep 01, 2010 12:08 pm

Victoria (Esta vez a palo seco, sin música, aunque si ilustrado)



Nuestra primera cita fue en Venecia, ¿te acuerdas? Ibas vestida de azul, con el largo casi hasta los tobillos, y yo te miraba caminar por el empedrado de la Plaza de san Marcos, con un cielo azul y menta por encima de nosotros. No, no podías evitarlo, y nos estuvieron riñiendo toda la tarde. Tus dedos sobre los cuadros. Cuadro que te llamaba la atención, cuadro que palpabas, porque te gustaba tocar, sentir la vida en la yema de los dedos. Con la emoción contenida toda la tarde hasta que llegamos a la sala de los Canalettos. Entonces, en ese momento algo se quebró y se recompuso y ya nada volvió a ser lo mismo. ¿Te cogí entonces la mano, o qué? ¿Acaso te acuerdas tú? Necesito tu ayuda para poder explicarlo.

Es que a mi me gustaba Virginia, yo creo que tu ya lo sabes. Ella era perfecta, y tu tan solo parte de mi mismo. Otra que se sentaba siempre a mi lado, Virginia, digo. Aunque tú, la verdad, también vaya tela. Ser tu amigo al principio era como estar en busca y captura. ¿Te lo puedes creer? Tanto esforzarse en ser desagradable para acabar siempre sentado al lado de la chica más guapa. Tenía el pelo rojo, toda ella era un rubor apagado. Un día noté que me gustaba demasiado, me enfade por eso, me fui hacia un lugar alejado de todos vosotros, miré hacia un lado y, chas, allí estabas tú con tu sonrisa más amistosa. ¿O era irónica? Necesito tu punto de vista para poder narralo. En todo caso fue tu mejor truco de magia. ¿Qué cara te puse cuando te miré? Si, esa, la de los jueves. ¿Por qué me sonreíste entonces? Desde ahí todo fue muy absurdo. La pelirroja siempre amable conmigo, yo abrumado por eso y tu persiguiéndome en todos mis apartes. Si hay algo que no soporto es el triunfo. No, no era estrategia para llevarte conmigo a solas, realmente te estaba rehuyendo. Pero tú tenías radar para poder encontrarme.

Hasta Venecia fue todo desorden en el camino. Pero como nos reiamos. Bueno tú, que yo necesitaba estar enfadado para gastarte las bromas. Tardes enteras te podía estar haciendo reir. Buscábamos una clase vacía, me subía a la tarima y entonces improvisaba. Yo era casi una ametralladora MG, a dos impactos certeros por minuto. También es verdad que las entendías todas, estabas sincronizada con mi pensamiento. Y mi mejor show era sin duda el del hombre enfadado. Por eso quizás venías coriendo detrás de mí cuando quería hacer un aparte. Te hacia gracia que fuera borde mientras bromeaba. Pero cualquiera te dejaba atrás. Velocista debiste de ser en la vida, Victoria. Casi diría que jamaicana. Y es que os pareceis tanto todas, Victoria. A veces no te distinguia de Susana. Mira, os pongo a escasas palabras la una de la otra y me parece como si empezarais a solaparos. Sin embargo, ella era solo desmayo y tu potencia eléctrica de alto voltaje. Como te gustaba aquella broma, ¿te acuerdas? Te veía llegar por la acera, adelantando como un bólido a los demás transeúntes, y entonces te prometo que me entraba la duda de si ibas a ser capaz de frenar cuando llegaras. Cuando estabas cerca yo me apartaba hasta el borde de la calzada, me ponía en perpendicular a tu avance, y te animaba: Indurain, Indurain, como si fuera un aficionado al ciclismo viendote pasar camino de la cima del Alpe D’Huez. Tan pequeña y tan celérica, casi como un ratón de campo. Abajo y arriba, arriba y abajo, era exactmente lo mismo que con ella. Siempre juntos a todos sitios. Por eso a veces os confundía. Vaya que sí, tú también tenías novio. Y encima compañero de clase. Si no fuera pecado de vanidad te diría que te escapabas de él para estar conmigo. Y yo de ti. Tú tenías éxito y yo fracasaba. En eso radicó mi triunfo.



Elegí el Thyssen para que nos viéramos en un terreno neutral. Yo no estaba negociando, Victoria. El Prado estaba de mi lado de la frontera. También es verdad que ya habíamos estado. Os expliqué a José Ignacio y a ti la Anunciación de Fra Angelico y me anoté claramente el primer tanto. Y hubiera sido un día perfecto si no fuera porque la que me gustaba era la otra, la del pelo rojo mate. Y aun me gusta, no creas. ¿Será que aun estoy a tiempo? Lo digo porque tú te fuiste enseguida en cuanto se acabo el desorden. Con ella, con Susana, todo acabó narrándole Doctor Zhivago. Contigo todo empezó tras contarte el Principe Feliz. Es que eras tal que una golondrina, Victoria, pequeña, morena y siempre en movimiento. Nunca te vi posarte. Estar contigo era como volar sin rumbo camino de ninguna parte. Gozar del viaje. Comencé a narrarte el cuento a primera hora de la mañana, y a eso del inicio de la tarde, mientras examinábamos las poas y los tréboles en el laboratorio de pastos, te colgaste de mi cuello, metafóricamente hablando, claro. Aunque tampoco hubiera estado mal un poco menos metafórico. Tu solo tocar los cuadros, cuando nadie te riñe si tocas las personas. Colgabas de mi cuello y ahí te dejé un rato, porque me agradó la novedad de sentir tu peso. Entonces te baje lentamente hasta el piso y te llevé junto al sonso de tu novio. La vida es poner cada cosa en su sitio, luchar contra el desorden. Pero es el desorden lo que nos hace felices. Mira, corolario a la Segunda Ley de la Termodinámica, apúntatela en la libretita aquella en donde escribías las frases mías que juzgabas erróneamente acertadas.

Tal vez ahí debió acabar todo, Victoria, en la sala de los Canalettos. Porque entonces el desorden comenzó a disiparse. De la ciudad del Príncipe Feliz hasta Venecia quizás sea el trecho más feliz de mi vida, y a ti te lo debo. Ojalá hubiéramos seguido esquivando el camino recto, trazando rodeos, jugando a esquivar el mundo, a la realidad, sentándome al lado de la del pelo rojo. Pero siempre nos quedará Venecia, El Thyssen, tu vestido de color aguamarina, mi cara de bobo al contemplarte, los panes de oro de la estatua del Príncipe Feliz. Tú al menos tocaste esa realidad, aunque la celadora te regañase. Ahora, trato de traducir tu memoria al papel y me cuesta fijarte. Para un momento para que pueda dibujarte. Ni en mi recuerdo te puedes estar quieta. Sigues siendo puro nervio. Chist, ahí sentada. Si te paras te hago el show del hombre enfadado. Me gustaba más cuando el juego era a intentar esquivarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario