Orgullo y Prejuicio
Ayer, a esta misma hora, estaba viendo esta película por segunda vez casi consecutiva. La emitieron hace poco en La 1, y necesitaba volver a verla. Prejuicios los míos, que la había obviado, a pesar del reconocimiento generalizado, por pensar que se trataba de una historia de amor almidonado, al estilo de La edad de la inocencia, que ni siquiera en manos en Scorsese llega a cobrar vida del todo, o de esas narraciones huecas y estilazadas de Henry James que con tanto oficio trasladaba al cine James Ivory.
¿Quien de los dos es el orgulloso, y quien el que tiene prejuicios? Ambos sería la respuesta más diplomática. Pero mientras veía la película por segunda vez, con conocimiento de los secretos que guarda closamente la narración para no anticipar el desenlace, no he podido menos que pensar que el señor Darcy es un pobre tímido que sufre con perfecta disciplina, sin un reproche ni un quejido, todos y cada uno de los desplantes y rapapolvos, cada uno de los coscorrones dialécticos que le propina la mujer de sus anhelos, que ella disfruta y celebra por creerlos merecidos. Ahí no hay orgullo. Quizás rigidez en las formas. Él la ama desde el mismo momento en que la ve. Ella probablemente también. Pero mientras él trata torpemente de avanzar en su dirección, ella revolotea a su alrededor para hacerle saber con mensajes cifrados que jamás podrá tenerla.
Elizabeth Bennet, personaje memorable, auna belleza, expresividad, inteligencia, valentía, emotividad, dignidad y decoro. Es la mujer total. Una de estas cualidades, la capacidad de transmitir, es aportada por la actriz que la interpreta, Keira Knightley. Llora y rie a lo largo de la película. Su estado de animo es un caudal incesante que pocas veces se aquieta. Y que hermoso es verla reir, por que lo hace con todas las facciones del rostro. Por verla reaccionar a las visicitudes que le aporta la historia que nos narran, ya solo por eso merece la pena ver la película. Saber cual es tu lugar en el mundo y recorrerlo con rumbo firme es seguramente un conocimiento al alcance de unos pocos privilegiados. La segunda hija de los Bennet lo sabe, y no es una lección aprendida, es un conocimiento innato. Madurar es volverte útil para quienes amas. Ella lo es. Y al mismo tiempo que intenta poner cordura en la familia alocada a la que pertenece, aporta toda la belleza de la que es capaz el ser humano.
¿A quien le damos la mano de este portento? Al sombrio, taciturno y esquivo señor Darcy. Y el milagro es que se hace merecedor de ella. Personaje envarado, aparentemente torpe en su expresión, ya que solo sus ojos arden por la fiebre que le consume, pero meticuloso y certero en sus decisiones. Siempre obrando a escondidas de todos, sobre sus virtudes cayo la noche perpetua antes de que lo conociéramos. No lo sabemos, pero Darcy obra al dictado de su moral y sus sentimientos. Y tiene cantidad y calidad de ambos. Vislumbrar sus cualidades, escarbar en la estolidez del personaje, será el motor de la película. Por que a Elizabeth hay algo que le perturba cuando está en su presencia y hace que la marea suba y baje cada vez que se le enfrenta. Y no sabe que es, solo que algo importante que no puede soslayar, dejar de atender, por que lo que es como persona, lo que puede llegar a ser, depende de averiguarlo. Cada vez que lo tiene cerca lo reta, lo mortifica, lo evalúa como persona y lo suspende, se burla de él y se rie de sus torpes silencios. Y sin embargo quiere indagar. Ni la cabeza con sus razones ni el corazón con sus caprichos le guian por buen camino. Serán sus ojos, aprender a mirarle. Lo más difícil entre personas, lo único importante entre amantes.
En la primera fiesta en la que coinciden ella le pregunta: "Bailais". El responde: "No si puedo evitarlo". ¿Que interpretamos todos, incluida Elizabeth?, que se trata de una ser mezquino que reniega de la alegría y que evita el roce con sus semejantes. Pero tan solo es una confesión de tímidez. En la segunda fiesta, el le pide un baile. Quiere enmendar el error. Más bien corregir el error que ella cree haber visto en él. Y mientras bailan, ella habla sin parar, con el objetivo de usarlo como acerico de sus agudezas y para poder ponerlo en evidencia. Está enfadada y cree temer motivos para ello. En un momento de la pieza el casi abrumado le pregunta si tiene por costumbre hablar mientras baila. Ella contesta sin ocultar que lo que trata es de esbozar su caricatura: "Mejor sería sin duda mostrarme taciturna y silenciosa". Hay tanta ternura en la forma en que el acepta resignado todos sus reproches.
Mientras veo reirse a Keira Knightley, prodigiosa actriz, una superdotada de la expresividad, me recuerda a alguien importante en mi vida. Alguien capacitada para transmitir sus estados de ánimo. Si la ves reir querrás hacerlo con ella. Si la ves triste el mundo te parecerá un suplicio y un tormento. Como le pasa a la actriz su rostro cambia cuando se rie. Cuando la veo hacerlo pienso que en su rostro hay más músculos de los que poseemos el resto de seres humanos. La primera vez que la vi reirse tuve un acceso de pánico. No es que su rostro hubiera cambiado, es que eran literalmente las facciones de otra persona. Afortunadamente no para de reirse de mi nunca. Me juzga un asunto poco serio. Como entiendo al señor Darcy.
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