jueves, 7 de octubre de 2010

Christmas a Susana

Christmas a Susana
(Juro que se lo envíe tal cual)

... Pero una palabra tuya bastará para sanarme. No digamos ya toda una postal de Navidad. A veces sobreestimamos la capacidad de silencio de la oscuridad o, como diría Hawking, los agujeros negros no lo sois tanto.

He aquí que introduzco la mano en el buzón y, en vez de mordermela algún duende travieso, mis dedos tropiezan con un montoncillo de frases suaves y medias intenciones en formato de carta, escrita en código binario, claro, como el que los expertos en comunicaciones de la NASA utilizamos para comunicarnos con la colonia marciana que orbita en la cara oculta de la Luna.

Me pregunto como una pluma puede bombear tinta azul en una gravedad de solo un quinto de g, como es posible que el correo desde Mare Imbrium (Mar de las Lluvias) tarde en llegar a la Tierra tan solo dos días, habiendo como hay una distancia de casi dos segundos luz (600.000 Km).

¡Está bien! ¡Está bien!, me estoy pasando, lo reconozco. Borra o tacha lo anterior. Además, hay un teorema cuyo enunciado es: "los agujeros negros no tienen cabellera", y eso, no hay más que mirarte, no reza contigo, aun hoy que no estás en tu mejor momento (es que no me resisto a ser desagradable). Trataré de volver empezar. ¡Música de Cole Porter, por favor!

No deja de ser curioso haber recibido tu carta ahora. Desde hace unos días no hago otra cosa que pensar en tí, todo me remite a tu recuerdo. Es una enfermadad, un virus invernal llamado nostalgia.

Enciendo el televisor y aparece Patty, la conejita de "El bosque del Árce". Quizás la comparación te aparezca odiosa, pero es verla a ella, su delantal blanco con una zanahoria en el bolsillo dibujada, su collar de cuentas rosas alrededor de la oreja y su hociquito pálido y es evocarte a tí. Me tomo un café y al removerlo todo son remolinos de azúcar entre corrientes de menta. Hasta los servilleteros a la hora de la comida son como gigantescas chapas de carreras con las que explicarle a tu eco como se hacen redondillas alrededor del plato de sopa.

Nada parece desconocerte, ni la textura del aire, ni el ritmo específico de las horas, clavadas como estacas en el páramo del tiempo, ni los árboles despojados de primavera que señalan siempre hacia tu norte con sus ramas huesudas, ni los ciudadanos de la noche que pronuncian tu nombre junto a mi nombre somo una fórmula de alquimia, por que la memoria de ti que aun perdura parece ser la única piedra filosofal (la que convierte todo en oro. Aclaración por si no leiste en su día las aventuras del Pato Donald).

Si hasta un cretino ha rayado tu nombre, con una llave probablemente, en una de las paredes del ascensor, con letras que parecen helénicas (menos mal que lo van cambiar en breve. Sino que espanto tenerte todos los días a mi lado durante siete largos e interminables pisos).

Y para rematar la situación: tu carta. Todo recuerdo experimenta un empuje hacia el olvido igual al peso de la angustia que desaloja. Eso dice el teorema, pero tu recuerdo debe ser no newtoniano, cuántico quizás, por que por más que mordisquea mi ánimo y presiona mis sienes no deja de espesarse y espesarse.

No, no es eso por lo que estoy enfadado. Ni por tu silencio ni por tu desprecio. Ni por la facilidad con que pareces haberte deshecho de mí.

No, no es por eso.

¿Y por que era? Coño, lo podía haber escrito en el christmas, por que ya no me acuedo. La verdad es que yo suelo estar enfadado. Tiene gracia, entonces utilizaba signos de admiración. Como si hiciera falta. Y menos mal que tengo la letra muy chiquitina. Creo recordar que hasta me sobró espacio.

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