martes, 23 de octubre de 2018

Carta a Emma (9) - Coda

Carta a Emma (9) - Coda

En mi anterior carta digo que a falta de unos pocos capítulos para terminar “El Paraíso en la otra esquina”, tres en el momento de redactarla, estaba casi todo el pescado vendido. Y no podía estar más equivocado. El último de la semi-novela protagonizada por Flora Tristán quizá sea el mejor. Al menos de su saga. Esto deberías leerlo, si aún te apetece aguantar mis digresiones, cuando acabes la novela, para no destripártela. Y es que pienso que lo que le ocurre es muy significativo de lo que es el personaje, de su talante. Dijiste que te habías casi rebelado cuando en un momento dado de la narración ella descarta la idea de asistir a un recital de Franz Liszt por juzgarlo un entretenimiento burgués inapropiado para alguien de sus ideas y aspiraciones, que te daba rabia que se negase a si mismo algo de placer y diversión, y pienso que es un reproche que cuadra con la idea que tengo de ti. Hay cosas que enriquecen el espíritu y es absurdo, y hasta contraproducente, negárselas a uno mismo, porque te impiden gozar en la medida que nos es posible en esta vida y crecer como personas. Pues bien, eso hace cuando llega a Burdeos en su gira, acudir a una audición ofrecida por Liszt, quiero decir, darse un poco de cuartelillo, ponerse de puntillas, y es ahí donde comienza el último acto de su historia, cargado de las contradicciones que acompañan al personaje a lo largo de toda su biografía. Tiene un desmayo en mitad del concierto y cuando despierta, varias horas después, está en un dormitorio que no es el suyo, sino uno mucho más lujoso que el que le espera en su hotelito de tercera. Un matrimonio al que conoce. de sansimonianos, como si se tratara de una burla del destino, a los que, para más inri, ha desairado meses antes, la rescatan en el teatro donde tiene lugar el recital y se hacen cargo de su cuidado de forma desinteresada. Ella había rechazado su ayuda en el pasado en razón de la pobre opinión que tiene de su movimiento y por constituir la pareja un típico ejemplo de hogar burgués. Y, sin embargo, van a ser los que la permitan tener una muerte hasta cierto punto dulce. Nadie rechaza unas sábanas de hilo limpias cuando hay fiebre. Le contratan enfermeras para que la cuiden, le traen tantos eminentísimos doctores como puede procurar el dinero, la atienden hasta en las más mínimas necesidades con devoción, y todo en razón del respeto que le profesan, aunque ya sepamos que no es correspondido. Cuando le preguntan si quiere que avisen a alguien para que este con ella durante su convalecencia, descarta enseguida la idea de ver a Aline y se decanta por su discípula Eléonore. Olympia ni siquiera llega a ser en ningún momento una alternativa. Ni el amor filial ni el amor carnal y/o espiritual, es su discípula y principal colaboradora a quien quiere ver en su lecho de muerte. Ni el amor ni la pasión, solo la causa le importa.

El pasaje de la agonía lo aprovecha Vargas Llosa para narrar una anécdota muy jugosa que Flora recuerda entre las nieblas de la fiebre, su encuentro con Karl Marx. Encontronazo más bien, digno de ambos temperamentos. Está en una imprenta de París supervisando la impresión de la primera edición de su libro “La Unión Obrera” cuando el filósofo irrumpe en el taller hecho una furia. ¿Cómo es que han postergado la impresión de la revista que edita para dar prioridad al panfleto de una advenediza con ínfulas literarias? Ella le llama gallo capón, por sus voces destempladas. El alega en un mal francés con excesivo acento alemán no entender el insulto. Ella le recomienda que acuda a un diccionario para adquirir cultura, y más o menos de esta forma tan bufa es como sucede el encuentro entre estos dos personajes con tanta relevancia histórica (vale, sí, uno de ellos prácticamente desconocido por ser mujer), que hubieran debido entenderse y convertirse en aliados, que estaban casi obligados a hacerlo. Ay, la soberbia. La humildad no es una condición sine quanon para convertirse en un verdadero revolucionario. Se trata en realidad de una cualidad que se convierte en estorbo.

El remate final de la pieza es un verdadero broche de oro. Acabar en todo lo alto solo está al alcance de los grandes narradores. Una buena primera frase, como las que se le elogian a García Márquez, te incita a seguir leyendo, pero una gran frase final a lo que te incita es a recordar ya desde que cierras el libro, a regurgitarlo para volverlo a paladear en la boca, valga el símil vacuno. Alguien suplanta la personalidad de un conocido de Flora durante su agonía para poder acudir a su lecho de muerte junto con un cura. El matrimonio de sansimonianos le protesta al desconocido: Saben con absoluta certeza que ella está en contra de la religión, que de estar consciente no habría querido que la suministraran la extrema unción. El visitante alega que se trata de una disposición tomada en los últimos tiempos de la que él es conocedor. A regañadientes acceden. ¿Qué mal pueden hacer unos sortilegios de mago de feria, unos cuantos abracadabras? Todo el suceso es extraño. Sospechan que hay un engaño detrás de todo aquello pero lo dejan correr. Intuición que parece confirmarse cuando tras el deceso por la ciudad se extiende el bulo, al que ayudan a darle eco algunos periódicos, de que Madame, La Colère, en trance de pasar al otro mundo, ha preferido hacerlo a bien con Dios a pesar de haberse pasado la vida jactándose de su hostilidad a la religión. Todo parece obedecer a un intento de desacreditarla de forma póstuma, cuando ya no hay posibilidad de réplica. Cuando durante el entierro ven al supuesto estafador apartado del gentío llorando a lágrima viva se le acercan en busca de una explicación. Éste les confiesa que lo ha hecho por amor. No quería que ella, la persona que más había amado en su vida, muriese en pecado. ¿Qué quién es? Ella le conocía por un apodo. Cuando se dé la vuelta podrán reírse de él todo lo que quieran a sus espaldas, cuando ya no los vea, pero no antes. Ella le conocía como el Eunuco Divino. A eso lo llamo yo acabar a lo grande, en plan Beethoven, con la orquesta sonando a todo trapo, las sección de cuerda, las de viento, y los timbales subrayando el crescendo.

Es dudoso que Flora hubiera querido alguna vez a alguien aparte de a sí misma, dado el escaso respeto que le merecía su prójimo. Quizá ahí radique su elección de Eléonore como compañera en el último trecho del camino, en ser la única persona por la que siente un mínimo de admiración, mezclada con cierto atractivo sexual, me malicio yo. Sin embargo, queda claro el enorme cariño que supo despertar en tanta gente. Cariño desperdiciado en lo humano, aunque se convierta en munición literaria. Los numerosos pretendientes a los que rechazó, y la amante a la que apartó de sí, permiten mantener cierta tensión emocional, y hasta algo de lírica en algunos momentos, a lo largo del denso relato de sus peripecias como luchadora social. La mayor tragedia de Flora estriba en no haber sabido que hacer con todo ese caudal de afecto, esterilizada como estaba en lo afectivo por un desgraciado matrimonio, al que la ley y la religión le obligaban atarse de por vida. Haber elegido cualquier otro personaje de los muchos posibles para la declaración de amor en el lecho de muerte habría tenido menos sentido y bastante menos efecto dramático. Hacía falta un personaje que asumiese el rechazo de antemano. Se le puede perdonar la traición. Su amor es tanto que asume el presumible enfado de la amada desde el más allá, en el que él, no lo olvidemos, él si cree, ante un acto que sabe que está en las antípodas de las creencias y los deseos de su amada. Por ser patético y erróneo, hasta torpe, es precisamente por lo que su gesto inspira tanta ternura y resulta tan comprensible y perdonable. Además, hay coherencia en su acto, es consecuente con sus convicciones. Algo que no ocurre siempre con lo que hace Flora.

Si este hubiera sido el final del libro creo que habría sido un colofón perfecto, pero Vargas Llosa eligió para la vida de Gauguin los capítulos pares, y la longitud de la novela alcanza los dos patitos. Tras señalarnos la putrefacción física y moral completa a la que llega Guaguin explicándonos sus abusos con las niñas del colegio de religiosas. Ciego como está, vienen a verlo a su casa para poder contemplar su colección de postales pornográficas, que cuelgan de las paredes de su estudio. Ya no le tienen miedo porque por más que corra tras ellas su vista deficiente no le permite agarrarlas, todo lo más manosearlas sin recato y al tuntún, por así decir, poniendo la manos donde puede y rezando para que sea en una zona gozosa. Imagino que esta escena te indignará cuando la leas. No obstante, Vargas Llosa deja morir a su personaje de una forma dulce, casi con dignidad, a sorbitos, sin agonía. Poco a poco va perdiendo la consciencia, el sentido de sí mismo y su unidad. Yo me imagino que la muerte es algo así. No sé si mi simulacro cuando el ictus me sirve de confirmación, pero recuerdo la experiencia sin ninguna angustia. No había dolor ni miedo, solo un plácido diluirse en al nada estando plenamente enterado de lo que ocurría. Siempre he pensado que esa ausencia de sufrimiento, esa placentera despreocupación solo podía obedecer a que la avería afectó a lo que sea que procese las emociones en el cerebro. Al cacharrito que administra la ansiedad se le había fundido un fusible o aflojado un cable. Mi psiquiatra no me dijo que no fuera posible, aunque tampoco pareció muy interesada en mi teoría. ¿Ha de ser la muerte el final de toda historia? Cronológicamente sí, pero no desde el punto de vista dramático. Si fuera así todo relato de ficción debería acabar necesariamente con su protagonista “palmando”. Después de una muerte quedan aún capítulos por escribir. Sino ahí está la coda de la que yo estoy disfrutando para confirmarlo. Un poco larga quizá a mi parecer.

domingo, 21 de octubre de 2018

Carta a Emma (8) - "El Paraíso en la otra esquina" de Mario Vargas Llosa


Carta a Emma (8) - "El Paraíso en la otra esquina" de Mario Vargas Llosa

Reconozco que la primera tarea que me autoimpuse al empezar a leer esta novela de Vargas Llosa tras empezar a hacer pie dentro de ella, fue decidir cuál de los dos protagonistas me gustaba más y, sobre todo, cual me parecía superior al otro, ya fuera en humanidad, interés, atractivo, enseñanza, fuerza. A punto de acabar el libro y, como se suele decir, con casi todo el pescado vendido, creo que puedo ir anticipando sin temor a equivocarme que el duelo acabará en empaté. El resultado es en cierto modo es bastante lógico, a pesar de la amplia desventaja aparente con la que parte Gauguin, el pintor, frente a Flora, la activista social. Ni los fuertes prejuicios que tenía hacia el primero lograron mantener el desequilibrio por mucho tiempo. Siempre ha sido Gauguin el paradigma del artista egoísta que lo supedita todo a su obra, empezando por sus seres queridos. Visto desde la posteridad, cuando el tiempo parece haber cauterizado todas las heridas, podrá parecer justificado que un hombre abandone a su propia familia para perseguir un sueño que ahora sabemos que se hizo realidad, aunque no en vida, ni siquiera para esos a los que sacrificó, pero ¿qué puede haber más reprochable que la renuncia al amor, que su inmolación en aras de la fama? No obstante si algo distingue a un buen escritor de ficción, incluso de ensayo histórico cuando se trata de describir y explicar personajes y no tanto sucesos del pasado, es su capacidad para sentir afinidad o, al menos, respeto por sus propios personajes, aún cuando sea honesto con el lector y no le mienta respecto a la verdadera naturaleza de sus criaturas y los errores que comete. Es inevitable no acabar sintiendo simpatía, algo cercano a la ternura, por el Gauguin de Vargas Llosa, a pesar de su supremo egoísmo, de su búsqueda incansable de su propio placer personal, de su absoluta falta de empatía hacia quienes tiene más cerca, incluso con su propia madre y su tutor, su padre adoptivo. Muchos cadáveres son los que va dejando en el camino en su huída hacia un paraíso inventado, que en realidad nos enteramos hacia el final que fue más una fantasía y un anhelo de van Gogh que suyo propio. Ni siquiera se trata de una meta personal sino de una meta tomada prestada, de alguien a quien también dejó en la cuneta del sendero. Con todo y con eso, uno se descubre hacia el final tratando de alentar a un cada vez más apagado y cabizbajo Gauguin mientras se suceden las páginas, en primer lugar porque, como dice el adagio, en su propio pecado tuvo la penitencia. En segundo lugar porque no hay mayor tragedia que un artista cuya creatividad se agota. Es puro egoísmo, en este caso no del artista sino de los destinatarios de su arte: ¿Y si a Velázquez no le hubiera engullido la burocracia de palacio y hubiera podido pintar el doble de obras? ¿Y si Rafael y Caravaggio no hubieran muerto más jóvenes? ¿Y si Guaguin hubiera tenido una vejez más misericordiosa? Yo creo que el mundo estaría más colmado de belleza, aunque contendría exactamente la misma dosis de sufrimiento. Si es que alguna vez pudo engañarse a sí mismo al respecto, ya al disponerse a emprender su última etapa, la que le lleva a las islas Marquesas, Paul tenía claro que las decisiones que ido tomando a lo largo de su vida para poder encaminarse hacia unos objetivos, por otra parte bastante inciertos, le encaminaban hacia una irremisible soledad, siendo además alguien cada vez más necesitado de apoyo y cuidados, de esa compañía que siempre había considerado superflua. Una mala vejez solo es soportable y superable entre quienes te quieren.

Frente a esto, un hombre que sacrifica a todos en beneficio de su gloria personal, tenemos una mujer que aspira a convertir el mundo en un lugar más justo, más habitable y solidario. Nada más y nada menos. Y lo hace porque comprende la verdadera enseñanza que se esconde detrás de toda tragedia personal: No hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a tí. Siempre me ha extrañado, incluso irritado, esa manía de algunos de explicar y, a veces, también justificar, las atrocidades que cometen algunos monstruos humanos, señalando que también las padecieron ellos. La génesis de un pederasta, por poner el ejemplo más crudo, tendría su explicación, incluso el derecho a la redención, en el hecho de haber sido previamente víctima de ese mismo delito. Para mi ese razonamiento tendría sentido sólo si lo hubiera disfrutado. Si alguien conoce íntimamente el mal y el dolor que acarrean para los demás llevar a cabo un determinado acto por haberlo sufrido en sus propias carnes, me parece de una crueldad inconcebible que se consienta a sí mismo llevarlo a cabo también, perpetuar la cadena de atrocidades. Flora es víctima de un marido cruel y violento, se siente hambrienta de libertad en una sociedad que cree que cercena sus alas por ser mujer, y, en vez de volcar su resentimiento en terceros, trata de que nadie más tenga que sufrir lo que ella ha padecido, de sembrar de libertad la sociedad en la que vive para que germine una realidad más justa y humana. Y, sin embargo, la senda que elige para recorrer la vida también sacrifica a quienes la rodean. ¿Cómo se explica que se capaz de dejar tras de sí sola a su hija, a la que sabe rota por dentro, para viajar al otro lado del mundo en busca de nos e sabe exactamente qué? Quizá esa sea una de las cosas que menos entienda del personaje. ¿Viaja al Perú para solucionar definitivamente su situación económica? Se ve deslumbrada por la riqueza de sus parientes y la anhela para sí y, no obstante, trata de convencernos de que ese viaje le sirvió a la postre para entender las injusticias del mundo en que le había tocado vivir, que fue su despertar social.

El nexo común a ambos personaje, la raíz que nutre ambos perfiles psicológicos, es la desmesura en sus reacciones, su arrolladora capacidad para obrar, a pesar de los obstáculos o los inconvenientes que puedan interponerse entre ellos y sus metas o matizar los logros, su envidiable capacidad para arrostrar las fatigas, las enfermedades, el descrédito, la marginación y la pobreza, el aislamiento o la hostilidad de los otros, para hacer lo que desean o que creen que es lo correcto a pesar de todo, para seguir sus instintos y sus códigos hasta las últimas consecuencias. Más que de credos o ideas habría que hablar de pasiones. Gauguin es pura energía vital, y lo mismo que ésta le crea un voraz apetito sexual le vale también para pintar sin descanso durante días. Es más, mientras van Gogh reconoce que practicar el sexo le resta fuerzas a la hora de crear delante del caballete, Gauguin asegura que en su caso es todo lo contrario, que solo pensar en practicar sexo le permite adquirir la templanza necesaria para ponerse a pintar. Su problema es el exceso, del que puede purgarse follando con su prójimo, y uso un vocablo masculino porque llega un momento en que ya ni siquiera le hace ascos a su propio género en aras de achicar unas ansias que amenazan con hacer naufragar su barco. Además, ha sido la propia pintura la que le ha puesto en contacto con esa energía que guardaba dentro, que luego la canaliza hacia el arte o hacia la fornicación desinhibida, nunca hacia la ternura, hacia la génesis de sentimientos. Sólo de forma retrospectiva es capaz de conectar emocionalmente con su madre, con su hija Aline o con su esposa legítima, la vikinga Mette, y apelando más a la razón, al análisis de datos, que a lo emotivo, analizando esas relaciones desde una distancia que le permite limar las aristas. Una vez descubre el arte a través de su amigo Schuff se desentiende de todo lo demás, se desconecta de quienes le rodean y de las cuestiones materiales que antes le angustiaban, pierde toda capacidad empática con su prójimo, si es que alguna vez al tuvo, todo afán de lucro, y solo piensa en huir, cada vez más lejos, planeando y ejecutando viajes a lugares situados cada vez a mayor distancia geográfica y más enterrados en el pasado, en lo primitivo.

Tampoco Flora es capaz de establecer conexiones empáticas con sus semejantes. Desprecia y apenas soporta a aquellos que dice querer salvar de la pobreza y la falta de libertades: Mujeres sumisas y obreros incultos. En su afán redentor del mundo hay a veces más rabia que compasión, una cólera soterrada que a menudo dirige hacia quienes pretende proteger y hacia quienes podrían ser sus aliados estratégicos (fourieristas, sansimonianos, icarianos). Su propia tragedia es lo que la salva del egoísmo. Incapaz de dirigir el exceso de energía hacia el sexo, como hace Gauguin, ya que un infortunado matrimonio le ha hecho aborrecerlo y hasta sentir por él asco, solo le es posible canalizarlo hacia su meta personal, mucho más noble en su caso, pero bastante menos creíble. Querer cambiar el mundo para hacerlo más justo es una quimera. Precisamente el arte es una de las pocas cosas capaces de lograr transformar las cosas. Si bien los motivos de Gauguin son mucho menos generosos, a la postre serán más afectivos, aunque los logros solo serán visibles de forma póstuma. Aunque tampoco debemos entristecernos mucho. No es el reconocimiento lo que busca el pintor, aunque su soberbia a veces haga que lo parezca, sino poder convertir su pasión pro el arte en un modo de vida pleno de libertad, sin ataduras, sin más obligaciones que la de estar atento a escuchar a su yo creativo y darle rienda suelta.

Flora Tristán es una víctima de la misma forma que Gauguin es un verdugo, y ambos recorren la misma trocha aunque en sentidos contrarios. Paul trata de encontrar el salvaje que lleva dentro, crear un mundo sin reglas en el que el hombre pueda abandonarse a su propia naturaleza, que juzga pura si no ha sido contaminada por el progreso. Flora, por el contrario, quiere eliminar lo que de salvaje hay en el ser humano, crear una sociedad reglada, armónica, con múltiples ejes de simetría, donde lo de arriba sea igual a lo que hay abajo, y los instintos más primarios puedan embridarse para protección de los débiles. No sé hasta qué punto este afán por eliminar los instintos está en la explicación de su renuncia a Olimpia, la única persona a la que le es dado amar. No me creo del todo su renuncia en beneficio de la causa. Flora solo piensa en erradicar el disfrute por juzgarlo pecaminoso. Su búsqueda por quienes tienen más poder en detrimento de quienes tienen menos, es a su juicio la verdadera raíz del mal. Del mismo modo que Paul no piensa en otra cosa, en ese disfrute sin remordimientos, por entender que nada más te acerca a la verdad, a lo que importa, aunque para arribar a ella haya que alejarse de todo. Sorprende como dos rumbos personales tan diametralmente opuestos, la generosidad extrema y el egoísmo absoluto en este caso, pueden llevar a un mismo sitio, a la soledad absoluta y al autoengaño. Quizá porque el orbe de las ideas y la moral, es tan esférico como el geográfico.

Me ha decepcionado un tanto el escaso protagonismo de Olympia en la novela, a la que Vargas Llosa despacha en unas pocas páginas, después de haber estado cebando nuestro interés por el personaje durante tres cuartas partes de la novela. Hubiera querido ver más el lado emotivo y vulnerable de Flora, y Olympia es la única llave que abre la puerta que conduce hacia esa estancia. Ni siquiera su hija, la madre de Paul, tiene acceso a ese lugar. He aquí otro nexo de unión entre ambos personajes: Aline Gauguin, cuyo sufrimiento apenas despierta la ternura en ninguno de los dos. La incapacidad de ambos para aliviar su sufrimiento o compensarlo, para lo que únicamente hubiera hecho falta un poco de amor, es su mayor derrota, pero a uno le puede la vergüenza y el resentimiento, y a la otra la necesidad de huir de sus propios sentimientos. Es significativo el odio que Paul siente por su tutor, la única persona positiva en la vida de Aline. ¿Qué sentido tiene querer embellecer el mundo o tratar de hacerlo más justo si renunciamos de antemano a que esas ventajas las disfruten en primer lugar quienes se supone que están más cerca de nuestros afectos?

Me ha gustado mucho, aunque es una vertiente que abandona Vargas Llosa a mitad de novela, la explicación de la génesis de los cuadros de Gauguin. Ignoro si sus análisis de “Manao Tupapao”, “Pape Moe” y otros cuadros, se basan en intuiciones personales o en la lectura de libros de expertos en la trayectoria del pintor, en todo caso le anima a uno a dejarse llevar y proponer también sus propias ideas. Es algo que cuesta. Da pudor exponer lo que te dice la intuición cuando te enfrentas a un cuadro. Toda la información veraz disponible siempre es poca, yo llevo media vida recabando datos sobre “Las Meninas”, pero llega un momento en que hay que volar a solas con tus propias alas, que hay que desengancharse del avión que nos ha remolcado por el cielo para poder ganar altura y hacer vuelo sin motor en absoluta soledad. Una vez ahí arriba, ninguna idea vale más que otra, ninguna está más cerca del cénit que cualquier otra. Es algo que me digo a menudo, pero que luego no suelo llevar a la práctica. Solo el ver que aquellos más informados y preparados que yo, a la hora de la verdad se encuentran igual de desarmados ante lo inefable (el arte, el amor, Dios), me anima a creer en mis propias conclusiones. Es curioso como ante las cosas verdaderamente importantes nuestro lenguaje se vuelve infantil. Nada más pueril que alguien hablando de religión, amor o arte. Algo que solo se capta si te han educado en otras creencias distintas a las de quienes escuchas pontificar sobre estos temas.

He de confesar que a mitad de algunos párrafos de la novela a veces me he dado cuenta de que me encontraba en un tiempo narrativo diferente al que creía en el momento de iniciarlo. Vargas Llosa pasa de unos momentos narrativos a otros encadenando continuamente fladhbacks y fulminantes retornos al presente narrativo con una brusquedad y prodigalidad que a veces desconciertan. En este aparente caos de piezas temporales aparentemente inconexas todo va encajando poco a poco como un todo coherente, como si se tratase de un puzle. El resultado final son dos retratos que conmueven, como ocurre siempre que lo humano asoma y es perceptible en los rasgos del retratado, por más que nos puedan desagradar algunos aspectos concretos o podamos discrepar de algunos hechos o sentires de los efigiados. Si es verdad que una imagen vale más que mil palabras, pintura versus literatura, habrá que elogiar el logro del novelista y comprender además quizá el exceso de páginas que presenta el libro, que en realidad son dos novelas en una, con una delgada membrana que las separa, a través de la cual los personajes, los sucesos y temas de debate irrumpen desde una narración a la otra por simple ósmosis, siguiendo ese flujo que la química nos indica que siempre intenta disminuir la densidad de la solución a priori menos diluida. Por otro lado, si es verdad, como creo, que todo buen libro para serlo ah de sugerir y alentar nuevas lecturas, he de reconocer que esta novela lo cumple. Me ha despertado el interés tanto por la obra de Gauguin como por los comienzos del socialismo. Y, por supuesto, también por el escritor peruano, cuyo descubrimiento como novelista a ti te debo, ya que solo lo conocía en su vertiente de analista de prensa, de cuando se dedicaba a viajar por el mundo como corresponsal político para el ABC. Maravillosas aquellas crónicas sobre la Nicaragua sandinista.

Del viaje de Flora a las cloacas de la sociedad que le tocó vivir se me ha quedado grabada una palabra que no conocía: Enmelar, untar con miel una superficie, en sentido figurado, con cualquier sustancia pringosa y/o viscosa. Mejor paso de puntillas sobre el asunto que la trae a colación en las páginas de Vargas Llosa. La mayor depravación posible reside en la práctica del sexo que no solo olvida los anhelos del otro si no que los pisotea por ser un ingrediente imprescindible para el disfrute. No me extraña que Flora se vuelva lesbiana. Te diré algo, que quizá no te sorprenda porque es muy lógico: El lesbianismo es algo muy habitual entre las prostitutas. Acostumbradas a ver lo peor de los hombres desde su flanco menos favorable los acaban cogiendo asco. Normal que busquen la ternura en aquellas que piensan que son las únicas capaces de proporcionársela, al tiempo que podrán comprenderlas. Los amores de burdel entre compañeras de fatigas, he aquí un tema que siempre me provoca tristeza y vergüenza. Vergüenza porque llega un momento en que, por más que proteste contra el feminismo radical, y lo hago a menudo porque pocas cosas me provocan tanto disgusto, me he llegado a creer parte de su ideario. Y tristeza porque el lesbianismo siempre me hace sentir como un desterrado del paraíso, ese que Vargas Llosa dice que está en otra esquina. No concibo un amor más tierno, un sexo más limpio, que el que surge entre dos mujeres. La imagen de dos féminas en la cama dándose placer la una a la otra más que excitarme me conmueve. Por más que el tópico señale lo contrario, con los años se va haciendo más difícil excitar el corazón que los genitales. Si alguna vez te enamoras de otra mujer hazme un huequito en tu romance. Pero, ¿qué digo?, si ya lo estás. Anda, hazme sitio bajo las sábanas, prometo estorbar lo menos posible.

Rokokó parrafero
21 de octubre de 2018

Posdata: Soy incapaz de encontrar un solo libro en mi biblioteca a poco escondido que esté. Voy a tener que solicitar “La insoportable levedad del ser” a alguna biblioteca de la red. Eso sí, la búsqueda me ha recordado una ingente cantidad de libros interesantes que están esperando todavía que les haga caso desde cuando los compré, a veces lustros o décadas. Lo mismo cuando me vuelva a tocar proponer lectura. Así mato dos o tres pájaros de un tiro: cumplir turno, proponer un libro que realmente me interese y rebajar mi sentimiento de culpa por las inversiones de dinero y espacio en el pasado sin fruto alguno.

sábado, 6 de octubre de 2018

Rescates de Twitter (53) - La gansa Martina

La gansa Martina

1.- Nunca he estado en Viena ni creo que vaya a estarlo, pero siento una enorme curiosidad por esta ciudad. Quizá porque allí está el Museo de Historia del Arte (Kunsthistorisches Museum), el que más se parece al Prado por temperamento.

2.- Quizá porque es una de las obsesiones de John Irving, uno de mis novelistas preferidos. En todas sus historias algún personaje practica la lucha libre, aparece un oso o alguien que se disfraza de tal y algún capítulo se desarrolla en Viena.


3.- Parece una apuesta con su editor, porque a menudo algunos de estos tres elementos, sino todos, han de ser introducidos en la trama con calzador. Rarezas que comporta la creatividad. Excrecencias de la imaginación.

4.- El caso es que todo lo que tiene que ver con Viena lo más seguro es que tarde o temprano me acabe gustando: La música de Mozart; el cine de Billy Wilder y Max Ophüls; la pintura de Klimt; la literatura de Stefan Zweig.

5.- “Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros”. Estaba claro que me iba a gustar el libro de Konrad Lorenz que me regaló mi padre para sobrellevar una larga convalecencia. ¿Fueron unas paperas? No recuerdo.


6.- ¿Qué le condujo a aquel cierto pleno? Él no sabía nada de biología, era abogado. Es uno de esos enigmas gozosos que jalonan la vida y que uno casi prefiere que no se develen por si la respuesta no está a la altura.

7.- ¿Se dejó aconsejar por la dependencia de la librería? (Si me la imagino mujer la riqueza del misterio de multiplica varias veces) ¿Dejó trabajar a su intuición? ¿Nada es bello sin el azar, como asegura Artur Ramón?

8.- Lo leí con fiebre, que es como mi alma entra en disposición de amar a las cosas y a las personas, en una de esas tardes largas en que la soledad y la ausencia de horizontes de un dormitorio de enfermo te abocan a la lectura.

9.- Por cierto que “El tercer hombre”, que se desarrolla en la Viena de la posguerra, fue durante mucho tiempo mi película preferida porque la vi por primera vez ardiendo por unas anginas y pude empatizar con el relato.

10.- La filosofía de Lorenz se advierte claramente ya en el primer epígrafe dl ensayo, el dedicado a los acuarios. Mejor llenarlos con agua extraída de una charca cercana y poblada con la fauna y vegetación que allí medre.

11.- Las larvas subacuáticas de los coleópteros del género Dysticus son más fascinantes, voraces y temibles que los tiburones. Se lo hubiese sabido Spielberg se podría haber ahorrado construir una maqueta tan grande.


12.- Si los imagos de los caballitos del diablo son expertos en el vuelo acrobático, sus larvas lo son en el buceo a lo Navy Seals. Ante una pecera naturalizada diversión y acción está asegurados sin necesidad de tener que comprar peces tropicales.


13.- Lorenz fue al ámbito de la zoología lo que Mancuso es hoy día al de la botánica. Si este último ha dado a conocer la neurobiología vegetal, aquel fue quien inventó la etología, la ciencia que estudia el comportamiento animal.

14.- Lo maravilloso de Lorenz, lo que hay de enseñanza en su actitud, es que supo buscar la maravilla en lo que tenía cerca. Sus estudios se refieren a animales de su entorno inmediato: su casa, los alrededores de su finca en Altenberg.

15.- Los animales pululaban libres por su casa para escarnio de su esposa. En su residencia nunca hubo jaulas. En todo caso las cunas de sus hijos hubieron de ser protegidas con alambradas de animales potencialmente peligrosos.

16.- El truco con el que padre de Indiana Jones (Sean Connery) provoca el vuelo de las gaviotas de una playa para lograr que un Stuka se estrelle, bien pudo aprenderlo de la mujer de Lorenz, que así apartaba los gansos de sus macizos de flores.


17.- Era la única forma que tenía la buena mujer para lograr mantener a raya a unos animales acostumbrados a la convivencia con personas, abrir y cerrar frenéticamente un paraguas con un atrevido estampado de colores.

18.- Una de estos gansos impertinentes, Martina, es la protagonista indiscutible del libro, la que me hizo adorarlo y propició posteriores relecturas, la que ha permitido que la memoria de aquella primera lectura perdurara hasta hoy día.


19.- Un buen día Lorenz decidió emprender un estudio del comportamiento grupal de los gansos grises. Cogió 10 huevos viables de la especie y se los confió a una oca oronda para que los incubara. Le pudo la impaciencia.

20.- Para quemar etapas más rápidamente, el mismo supervisó la incubación del huevo que parecía más próximo a eclosionar (ya se oía el tímido picoteo de la cría contra la cáscara interior) con una incubadora artificial.

21.- Del huevo emergió Martina (aclarar que sobre sexación de pollos no aporta dato alguno). Al principio distraída, absorta en lo que la rodeaba, no fue hasta que él dijo algo para sí mismo, que la minúscula gansa le miró y supo que era su madre.
22.- El primer truco, de los varios que describe con Martina como ayudante del mago, está el convertir la feísima pero entrañable criatura en un adorable peluche mientras la sostiene en la palma de su mano con solo frotarla con un poco de algodón.

23.- Los pollos de ganso, imagino que los de las anátidas en general, presentan mientras están dentro del huevo una tenue vaina protectora que recubre las plumas y las preserva de la humedad. Esta se deshace sola cuando emergen.

24.- La primera noche de Martina fue ardua. Cada poco rato la criatura graznaba desconsolada “¿Vivivivivi?”. “Yo estoy aquí, ¿dónde estás tú?” en la traducción de la Nóbel Selma Lagerlöf, que Lorenz acepta como buena.


25.- Fueron unos días de dormir poco hasta que Lorenz se resignó a compartir cama y aprendió a pronunciar “Gan-gan-gang” (“Aquí mismo”) hasta en sueños. “Vir”, remataba aliviada ella. “Ahora mismito me duermo”.

26.- Los 9 hermanos no dependían tanto de Lorenz, pero necesitaban sentir el barullo del grupo a su alrededor, sino gemían apesadumbrados. Martina era la única capaz de una vida independiente. Salvo de su madre.

27.- Cuando fue posible iniciar la investigación en el entorno de Altenberg, en especial en las proximidades del Danubio, hubo de llevarse a los 10. Si uno o dos, incluso la mitad, se quedaba en casa, el día se convertía en un drama.


28.- Dice Lorenz que le ayudó mucho en el experimento su paciencia y su temperamento holgazán. Los gansos usan la mitad del tiempo en comer y tres cuartas partes del restante en digerir. Solo durante un octavo del día hacen cosas reseñables.

29.- En el lenguaje de los gansos es de vital importancia la palabra “Gang-guín-gang”, el toque de corneta a reunión cuando la madre advierte un peligro y todos los polluelos se arremolinan alrededor de sus patas en un santiamén.

30.- Lorenz aprendió a pronunciar “Mar-ti-na” con la misma cadencia y acentuando también la “i”. Al oírle acudía rauda. Las visitas se quedaban extasiadas. Sobre todo los cazadores. Sus lebreles no estaban tan bien enseñados.

31.- Ya adolescente, una mañana Martina apareció en la ventana del dormitorio de Lorenz, que estaba aún en la cama. Traía como compañía un congénere macho. El buen doctor tardó un rato en caer en la cuenta de que le estaban presentando a su yerno.

32.- Al hijo político lo llamó Martín, haciendo gala de la típica falta de imaginación teutona. Todo un héroe el chaval, capaz de adentrarse en territorio para el hostil y aterrador, una casa humana, con tal de seguir a su compañera.

33.- Una puerta que se cerró dando un portazo a sus espaldas por una corriente de aire, y que seguramente hizo reír a sus nueve cuñados, le provocó un susto morrocotudo. Echó a volar, se chocó con una lámpara y se dañó un ala.

34.- A partir de entonces Lorenz advertía sin problemas si en una bandada que volaba lejana en el cielo estaba integrada Martina cuando divisaba en la formación un ganso sin una pluma remera principal en una de su ala izquierda.


35.- Tras toda una vida de retozar, a menudo sin salir de casa, con toda clase de primates, aves, canes, roedores y demás bestias, Konrad Lorenz acabó obteniendo el Premio Nóbel de medicina en 1973.

36.- Compartió el galardón con el danés Nilo Timbergen, un observador de las avispas y las gaviotas de acantilado, y con el alemán Karl von Frisch, experto en abejas. Son los tres padres fundadores de la etología.


37.- Dos enseñanzas importantes, al menos, dejan estos señores: 1) Que no es preciso viajar a las sabanas africanas o al alto Amazonas para conocer la maravilla de los animales, que está en todas partes.

38.- ¿Por qué será que los urbanitas nos llevamos tan mal con la fauna con al que convivimos y queremos exterminarla? ¿Por qué en realidad no nos gusta compartir? ¿Por qué nos hemos vuelto ciegos a esa maravilla?

39.- 2) Para hacer ciencia no es preciso realizar siempre grandes inversiones. Tampoco sabemos que Leonardo da Vinci tuviera laboratorio. El de Lorenz solía ser cualquier habitación de su casa, cuando no un pardo cercano.

40.- Acaba aquí el segundo hilo, de la serie que pretende ser de cinco en un futuro impreciso, dedicado al amor por los animales, siguiendo la petición formulada por @EmmaFogg7. Ahora quedo a la espera de su visto bueno.

martes, 2 de octubre de 2018

Rescates de Twitter (52) - Los besos que nunca nos dimos

Los besos que nunca nos dimos

1.- “¿A dónde van los besos que nunca nos dimos?". Leo a menudo este pensamiento en Twitter. Es una pregunta que casi siempre formulan mujeres. Los hombres rara vez hablamos de algo que no sea fútbol o política. Todo lo más de series de acción. Vade retro “Anatomía de Grey”.

2.- Ya sé que es una pregunta retórica, más formulación de un reproche que una auténtica duda. Una pregunta para que conteste él: ¿Para quién guardas el amor que tu rácano corazón no quiso darme? O para que la contesten todos: ¿Dónde y en qué forma continúa el amor interrumpido?

3.- Y, sin embargo, me parece una pregunta legítima en su literalidad. Incluso pertinente. De necesaria contestación para aprender a pasar página y poder construir sobre el pasado con cimientos firmes que no comprometan la estabilidad del edificio.

4.- Pero a mí más que los besos me interesa saber a dónde se van las palabras que no se dijeron. Hay palabras que saben a besos y besos que es imposible apresar con palabras, por más que uno tenga la habilidad versificadora de Bécquer. Son como gorriones que languidecen en la jaula.

5.- Supongo que este interés nace de que mi primer gran amor fue en esencia una pasión muda. Ella nunca sospechó nada a pesar de que yo era la persona que tenía más cerca la práctica totalidad de las horas del día. La noche era propiedad de otro.

6.- Después de aquello quise convertir todos mis amores en solemnes catedrales. Yo era poesía que ardía con lentitud premeditada, más humo que fuego, una llama apagada pero continua, un botafumeiro con el que poder aromatizar el espacio sagrado.

7.- Quería impregnarlo todo con sentimiento sonoro y legible y al mismo tiempo dejar acta formal del acuerdo suscrito. Verba volant, scripta manent. Solo en aquello que se promete en forma de escritura hay vocación de cumplimiento.

8.- Yo creo que los besos que nunca se dieron se reciclan en recelos, y resabios para amores venideros. Los besos que nunca se dan no se ahorran para inversiones futuras. Es capital que no circula y acaba por estrangular la economía de las emociones. Eso según la doctrina de Keynes.

9.- Porque Marx lo resolvería todo con la disputa entre amantes. El que ama más contra os que ama menos. El que enajena contra el enajenado. Si es que alguien es capaz de ponerle las etiquetas a dos gatos enfurruñados y que se ponen de uñas con el mundo.

10.- Yo añado una pregunta al cuestionario: ¿Son acaso los poemarios cementerios de sentimientos? A menudo he tenido esa sensación releyendo lo que escribí hace muchos años. No siempre saber a dónde van las cosas en el vuelo al final del verano es suficiente consuelo.

11.- A veces encuentro lápidas sin inscripciones y soy incapaz de recordar quién me inspiró esto o aquello. Otras es duro saber que soy la única persona que una vez veló a los muertos. La disparidad en las formas del duelo es una fuente inagotable de ofensas imaginarias.

12.- En mi caso los besos que no dí reposan en camposanto arriba de alguna colina. A veces al lado de una iglesia en la que ya no hay feligreses. Otras al pie de un tejo milenario cuyas raíces se alimentan de sus fértiles cenizas. Unas pocas en espera paciente del fin de los tiempos.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Carta a Emma 7

Carta a Emma 7


Vaya por delante que no pretendo darte una solución, porque no creo que esté a mi alcance, sino ayudarte a pensar, darte tal vez elementos de reflexión en los que no hayas reparado por tu cuenta, así como modos de ver los que sí has sopesado desde ángulos y puntos de vista alternativos a los que tú has utilizado para abordarlos.

No saber decir que no: No quiero que te enfades contigo misma por esto. Es un defecto que yo también tengo. Pero no es porque coincidamos en padecerlo por lo que no creo que sea censurable en tu caso. A mí no me gustan mis defectos y, si ya estamos, tampoco buena parte de mis virtudes. ¡Y lo digo como si fueran muchas! No, a ver, creo que la raíz del problema es distinta en cada uno de los dos. En el mío nace de la cobardía, de no saber enfrentarme a los demás, de temer su juicio, de no querer cargar con su disgusto. Supongo que sería capaz de decir que no a quien me desagrada si no fuera tan tímido. Cuando tengo confianza es querer ganarme su gratitud, comprar su aprecio, corregir la opinión que creo que tienen de mí, lo que hace que abrace al sí. Sin embargo, yo creo en ti si hay afán de servicio, que te comprometes con lo que crees, que eres genuinamente generosa. A veces se diría que no lo crees porque lo eres también contigo misma y piensas que eso es egoísmo, y está claro que te equivocas. Si es cierto que para querer a los demás hay que saber quererse a uno mismo, como dice el topicazo del anuncio, la generosidad bien entendida empieza por uno mismo. Haces disfrutar a los demás con tu compañía porque tú misma estás a gusto en tu piel. Tu generosidad nace en que tienes cosas que aportar. La generosidad basada en la pobreza interior ni tiene sentido ni es posible aunque lo tuviera. Compartimos la misma flaqueza. Yo no la supe decir que no a mi pareja y arruiné mi futuro y el suyo. Tampoco es que crea que sea tan grave aquello a lo que tú te enfrentas. Tampoco quiero que entre esos elementos para la reflexión que te aporten estas líneas esté el que debas preocuparte más de lo que ya estás, sólo digo que podría agriarte la existencia en lo que viene y no quiero que te roben ni un ápice de tu alegría. Es lo más bonito de ti. Ellos mismos tienen que ser conscientes que si te proponen lo que te proponen por tus cualidades éstas van a estar en riesgo si aceptas.

¿Puedes decir que no?: Responder a esta pregunta es esencial. Queremos que te atrevas a decir que no pero ¿realmente te conviene? ¿Estás en disposición de poder hacerlo? Sé que adoras tu trabajo. No creo que soportases perderlo. Cada día me cuentas hechos mágicos que suceden durante tu jornada laboral. Vives cantando y a veces pareces Julie Andrews en “Sonrisas y lágrimas”. Tu vida parece un musical a partir de que fichas en el trabajo. Eres alegre porque sabes extraer alegría de lo que te rodea y te sucede. Tú sí que estás en comunicación con el mundo y, sobre todo, con su lado luminoso. Eso te permite, además, estarlo con la gente, porque les atrae tanto la luz que reflejas como la que surge de tu interior. Pero, tratando de no ser tan pesimistas, tal vez un no no te lleve al paro, pero puede que si haga que se resientan las condiciones en las que llevas a cabo tu trabajo. Que sé yo, en el modo en que te traten tus jefes, en las libertades que te permiten, en las prebendas intangibles que recibas, esas que no se cuantifican e incluso es difícil de explicar n qué consisten o porque las quieres. ¿Te merece la pena un no? ¿Estás en disposición de elegirlo? Yo creo que sí, pero eres tú quien puede juzgar y quien debe decidir que contestas a la propuesta.

¿Cómo decimos que no?: Sólo hay dos vías y, bueno, claro está, la mezcla a diferentes porcentajes de ambas, es decir, las soluciones intermedias: 1) Ser sincera, para lo que tendrás que adivinar si quieren escuchar tu verdad y si la van a valorar. Yo suelo optar por esta vía y casi nunca me funciona. Creo que la verdad está sobrevalorada. La gente la aprecia en los demás pero no la práctica, porque le gusta jugar con ventaja, en el lado de la cancha que se inclina hacia la portería contraria. Sirve a veces para que te aprecien más pero no necesariamente para resolver problemas cuando al otro le importan muy poco tus sentimientos o tus intereses; 2) Mentir como una bellaca, para lo que cualquier excusa te será válida, incluso una que dé el cante. A menudo la gente prefiere enfrentarse a una mentira evidente pero incontrovertible que a una verdad que propicie el debate. Si dices “no quiero”, te van a intentar convencer de que en realidad sí, o que lo querrás en cuanto lo pruebes. Si dices “no soy capaz”, les darás pie para que te doren la píldora y el debate se te pondrá muy cuesta arriba. ¿Cómo se lleva la contraria a un jefe te elogia? ¿Es algo prudente?. Si dices “no puedo”, abortas toda discusión. A mi se me ocurrió ayer una posibilidad de excusa en cinco minutos: No tienes hijos pero si sobrinos, ergo tu hermano te va a necesitar mucho en el futuro para que le cuides de su niña. En el no es vital que hagas ver que es una cuestión de tiempo. Por supuesto que eres capaz y estás motivada pero, ¡ay!, te faltan horas en el reloj, lo sientes mucho.

Negociar el sí: Llegamos a la parte farragosa del asunto. Si llegas a la conclusión de que no puedes negarte habrás de negociar condiciones para tratar de minimizar el impacto del sí. Supongo que tus jefes y tus compañeros querrán que sigas siendo esa tú que aprecian y valoran. Si el proponerte para el cargo es algo sincero, nacido de la admiración y el cariño que sienten por ti y no un burdo intento de escurrir el burdo -“que lo haga ella que siempre está dispuesta y nunca pierde la sonrisa”-, vamos a fijarnos en el lado luminoso de las cosas, como haces tú, y a pensar que sí, les has de hacer ver que consentir en lo que te piden puede hacer que cambies, es decir, que dejes de ser tan competente para la tarea, que es la razón que se supone que propicia tu elección. Así que negociar el sí les conviene también a ellos.

Los niños: Hay cosas que no tienen sentido en lo que te piden y esta es una de ellas. Si, por ejemplo, Romeo 12 tuviese un problema, o los ocasionase en el colegio, y alguien tuviese que tomar cartas en el asunto, ¿tendría sentido que fuera un profesor que no le da clases? Es más, ¿querrías tú? Lo lógico, quizá no lo agradable para ti, aunque pienso que también, es que lo hicieses tú, que has logrado crear un vínculo con él, tanto afectivo como profesional, y probablemente te hará más caso que a cualquier otro. Es un contradiós que los alumnos salgan de la jurisdicción de sus propios profesores, salvo que sea para que más altas instancias se comprometan en las a soluciones, aunque mucho me temo que uno de los hechos que propician la propuesta infernal son las ganas de delegar de tus jefes, es decir, de quitarse tareas potencialmente desagradables. Que sonrías no significa que no te duelan las cosas, sólo que sabes compartimentalizar, aislar lo bueno de lo malo y marginar lo segundo a la hora de hacer balance. Lo suyo es que cada profesor se ocupe de sus propios alumnos. Otra cosa no tiene sentido ni creo que funcione. En el mejor de los casos podrías ser una figura consultiva no ejecutiva. A lo mejor hasta te gustara, ayudar a resolver problemas desde la opinión, sin que te robe excesivo tiempo y sin tener que arremangarte para bajar al lodazal. Aunque pienso que eso sería simplemente hacer el trabajo que les corresponde a tus jefes y que parece que no están dispuestos a realizar. En esto no deberías transigir. Además esta tarea es un paquete bomba cuya potencia explosiva no vas a poder evaluar en detalle hasta que no te explote en la cara. El niño autista te preocupa, y mientras esté en tu clase es justo que así sea, aunque deben darte las herramientas que necesitas para enfrentarte a ese reto. Pero no sabemos que más quebraderos de cabeza puede traerte el volverte responsable de la disciplina de todo el alumnado del colegio. Parece que pretenden que te conviertas en Atlas para que soportes todo el peso del orbe. Vale, yo sé que mi niña puede, pero quiero que sigas siendo mi cascabel y mi linterna. Atlas no lo pasaba excesivamente bien haciendo de viga de carga del todo el edificio de la creación. De hecho la tarea se la encomendaron como castigo, no como premio, y su humor no era precisamente bueno que digamos mientras la desempeñaba. ¿Ayudar a elaborar un manual de conducta? Pues vale. Pero, ojo, con la participación de todos. Que todos colaboren con sus sugerencias y tu ya le darás la forma definitiva. Hasta te ayudo si quieres. Pero ¿ser la policía del centro encargada de que se cumpla? Oiga, mire, no. Para eso que contraten a los Swat o que a tus jefes les den un curso de supervivencia en Quantico.

Tus compañeros: Aquí solo se me ocurre una cosa. Que debes dejar claro que no quieres que de todo esto se puedan derivar conflictos personales en los que puedas verte involucrada. Esto lo debes dejar muy claro y añadir que mientras no haya garantías de que no se vayan a producir que te plantas. Además, que quieres todo el apoyo en caso de que se generen. Es decir, y perdóname la gorrinada, que si se produce mierda que esta flote hacia arriba, hacia tus jefes.

Phileas Fogg
29 de septiembre de 2018

Posdata: Dos besazos, en la frente, y perdona por el rollo. Ah, y por no haber estado en línea mientras escribía.








miércoles, 26 de septiembre de 2018

Rescate de Twitter (51) - Tres horas en el Museo del Pradro

Tres horas en el Museo del Prado

1.- Mañana en el Prado. Tres horas exactas, como marcan los cánones, es decir, Eugenio d’Ors. Y me ha salido natural. Debe ser cosa de mis biorritmos, que se habrán acompasado a los del edificio Villanueva. Fresquito en la cola para las taquillas. El otoño se cuela por las rendijas.

2.- A la ida, en el 27, voy leyendo acerca de las veces que Eneas fue salvado de una muerte segura por Afrodita durante la Guerra de Troya. Hasta cuatro, dice Alexander. Hay mucho cuadro en el museo de asunto mitológico y hay que ir ambientándose.


3.- Una vez dentro la primera parada es ante “Niña con paloma” de Vouet. Me cautiva el buen humor del personaje. Sonríe por tener un ser vivo entre las manos y sus ojos achinados por la risa y su propensión a la alegría hacen que me acuerde de alguien.


4.- Con esta el Prado inaugura una nueva estrategia para la adquisición de obras: El micromecenazgo, que consiste básicamente en que si eres pobre o rácano también puedas permitirte donar sin que se te ría en la cara al gente bien.

5.- 70 mil dólares llevan recaudados en menos de una semana, leo en un periódico. Parecía una tontería y lo mismo es una idea que ni las mejores de Thomas Alba Edison o Pdr Snchz. Sí, se la hemos plagiado a otros grandes museos.

6.- Un ratito ante el “Autorretrato con guantes” de Durero. Es una de las razones que me convocan al Prado. En el lago que se divisa en el paisaje que enmarca la ventana, hay un frente de ola partido en dos que bate las aguas. Anoto el dato.


7.- La primera línea de árboles del bosque más allá de la orilla es como un eco, una reverberación de la propia onda, pero sin discontinuidades. Pero yo sé que la perturbación que agita las aguas antes ha perturbado toda la tierra.


8.- El tercer momento es en la exposición recién inaugurada “Doce fotógrafos en el Museo del Prado”, la segunda razón de mi visita. La primera sorpresa grata es el espacio expositivo: un pasillo angosto que antes era la consigna en el acceso por la puerta de Velázquez.

9.- Poco a poco se va colmando el museo de arte. Cualquier sitio es bueno por angosto o a trasmano que quede. En el caso que nos ocupa es complicado dar con él. El metro cuadrado de pared expositiva vale su superficie en oro.

10.- No sé una palabra sobre fotografía, me encuentro completamente indefenso ante lo que veo, sin otras armas que las propias cartelas explicativas. Pero mi impresión general de la muestra no puede ser mejor.

11.- Quitando a algunos autores, pocos, que parecen no haber invertido mucho tiempo en pensar sus obras, todo lo demás es solomillo. El reclamo elegido, y creo que es un acierto, es una pieza sin título de Alberto García-Alix, un superviviente de la Movida.


12.- La obra que la inspira, “El descendimiento” de van der Weyden, es una de mis favoritas. No sólo del Prado sino de todo el orbe. Bueno, a lo mejor estoy siendo redundante, ya que vienen a ser una misma cosa.


13.- No sé si García-Alix es conocedor de que los elementos que ha elegido para su montaje son notas de un Stabat Mater Dolorosa si se superpusiesen las líneas de un pentagrama sobre la imagen del cuadro. Imagino que sí.

14.- Mi foto preferida es de Bleda & Rosa, “Colina de Albuch”. Ya el título me apasiona. Es un topónimo que todo español debería conocer, como todo americano Normandía, todo francés Poitiers o todo inglés Trafalgar y Waterloo.


15.- La imagen capta muy bien lo que es el museo, donde a veces una obra maestra se nos cuela y encuadra perfectamente en nuestro campo de visión en un auténtico juego de malabares con los espacios expositivos y los obstáculos visuales que los separan.

16.- Pilar Pequeño ha compuesto un pequeño bodegón, “Copa de agua y un clavel” en el que hay reminiscencias del “Aguador de Sevilla” de Velázquez. El vaso lo ha tomado prestado del ajuar de mesa del sevillano de su casa en el Alcázar.


17.- La obra no está en el museo pero debería. Es carne de cañón para mi serie “El Prado en el exilio”. En realidad todo lo que de Velázquez no está en el Prado. No concibo otro sitio más acorde con la obra del maestro de maestros.


18.- El título de la obra de Isabel Muñoz, “San Hermenegildo”, es un spoiler, por si alguien quería jugar al juego de los parecidos. Está tomada dentro del agua, en pleno buceo y capta la levitación de los personajes de los cuadros del barroco madrileño.


19.- La importancia de la obra de Francisco Herrero el Mozo, “El triunfo de san Hermenegildo” nos lo indica el que una vez estuvo frente a frente con “Las Meninas”, en la galería central de la planta primera, un lugar de privilegio en el santuario madrileño.


20.- Para que nos entendamos, ese lugar lo ocupa actualmente “Carlos V a caballo en Mühlberg”, uno de los retratos ecuestres más famosos del mundo, precisamente la otra obra que evocan Bleda & Rosa. ¿Casualidad o premonición?


21.- El apelativo el Mozo se debe a que hay un Francisco Herrera el Viejo, su padre, que también fue su primer maestro, y el de Velázquez. Un tipo iracundo propenso al maltrato físico de sus semejantes. Aquel calvario común unió a ambos pintores de por vida.

22.- Aprovecho para recabar datos de mi nueva sala preferida. Es la 56 B y, a pesar de que le han birlado el Mantegna y un Fra Angélico, para sendas exposiciones temporales, sigue impactando y brillando a todo poder.

23.- En el eje de simetría de la estancia está la última gran obra maestra en incorporarse al Prado, “La Virgen de la Granada”, también del fraile angelical, comprada a la Casa de Alba, la joya del Palacio de Liria hasta hace muy pocos meses.


24.- Buen momento para jugar al síndrome de Anibal Lecter. Elementos iconográficos que preconizan el calvario en el cuadro: El rojo en los vestidos de madre e hijo; el fruto que la primera ofrece al segundo; ¿el lazo en forma de cruz?

25.- Aquí una digresión (lo siento @EmmaFogg7): La Granada simboliza la muerte y resurrección de Cristo. Evoca lo funerario desde tiempos de griegos y romanos. Símbolo que se incorporó a la iconografía cristiana en la Florencia renacentista.

26.- La raíz del símbolo se encuentra en la historia de Hades y Perséfone. El dios del inframundo, un tipo solitario, porque a la fuerza ahorcan, se encaprichó de su sobrina, la hija de sus hermanos Zeus y Deméter. ¿No queríamos incesto? Pues dos tazas.

27.- Un día que la muchacha recogía flores en un prado se le acercó de improviso, la agarró y arrambló con ella hasta los infiernos. Allá la convirtió en la reina del inframundo para que calentara su cama, le diera descendencia y hasta palique en las horas muertas

28.- Deméter, la atribulada madre, además de diosa de la tierra, dejó de dar cosecha por el disgusto y la hambruna sobrevino sobre los hombres. Intentando paliar el desastre, Zeus envió a Hermes, su chico de los recados, a negociar un rescate.

29.- La condición que puso Hades para liberar a la moza es que no probase bocado en todo el trayecto de vuelta a la superficie. Pero le oculto entre los pliegues de la túnica una granada. No pudo resistirse a un tentempié y se comió cuatro granos.

30.- Por el desliz Perséfone se vio obligada a vivir cuatro meses al año con su marido. El mismo número de meses en los que la tierra se apaga y no da fruto. Los meses de invierno en que Démeter llora y se vuelve infértil.

31.- El ciclo de las estaciones, de la muerte de los campos en otoño y de su resurrección en primavera se explicaba para los clásicos con esta historia de idilios, tretas de enamorados y suegros ariscos de los que quieren ver a su yerno ni en pintura.

32.- Como me veo con tiempo me dirijo a ver una exposición que lleva meses en marcha, pero a la que nunca hago caso: “Pinturas religiosas” de Antonio María Esquivel. Esta junto a la tienda de libros, un lugar de paso obligado para mí.

33.- Viendo “La caída de Luzbel” caigo, yo también, en la cuenta de algo que siempre había pasado por alto: ¿Por qué la figura del diablo es masculina? ¿No habíamos quedado en que es esta sociedad ha sido machista desde sus albores?


34.- ¿Por qué no una diabla, una Belcebuza, una demonia? Si era el ángel más hermoso de todos con más razón todavía. Yo he conocido unas cuantas que aportarían el prototipo sin excesivos problemas y podrían posar para Esquivel.

35.- En la obra que nos ocupa, el arcángel san Miguel, el general de los ejércitos celestiales, adquiere rasgos andróginos pero con una clara tendencia hacia lo femenino. Sin la panoplia militar (arma, escudo, armadura) es más fácil verlo.

36.- Su rostro ofrece dudas razonables, pero sus caderas anchas yo creo que las resuelven. Sin embargo Luzbel, que también es un ángel, y debería ser por tanto andrógino, es inequívocamente masculino.

37.- La lucha entre el bien y el mal tiene perfectamente delimitada la cuestión de los sexos para Antonio María Esquivel. Puedo razonar con tranquilidad, y hasta desbarrar, porque nadie más hay en la sala. Y eso que es un día con mucho tráfico humano en el museo.

38.- ”La Virgen, el niño Jesús, el Espíritu Santo con ángeles en el fondo” ofrece una nueva oportunidad para jugar al síndrome de Aníbal Lécter. Es fácil: el vestido rojo de la madre y la crucecita de madera que blande con orgullo el niño.


39.- La cartela del tercer cuadro de la mini exposición propone un juego a los visitantes. “El Salvador” es el cuadro que pinta Esquivel, en la ficción claro, en su obra más famosa: “Lectura de poema en el estudio del artista”, que está en una sala próxima.


40.- No sé yo. He debido entenderlo mal. Esta obra es un auténtico Who is Who del mundo del arte y la literatura en tiempos de Esquivel. No falta nadie, pero al Salvador no lo veo por ninguna parte. Juego a dónde está Wally hasta que me canso.


41.- Cuando enfilo la puerta de salida me acuerdo a tiempo de la principal razón que me trajo al Prado: un itinerario organizado por el museo por algunas de sus principales obras. Cuando acaba la exposición he cubierto el cupo fijado por d’Ors.

42.- En el viaje de vuelta en el 27 leo acerca del momento de la súplica de Andrómaca a Héctor con el hijo de ambos en brazos: deja la guerra a otros. Momento supremo de la “Iliada” y de la película “Troya”, la de Wolfgang Petersen, Brad Pitt y Eric Bana.

43.- Para los que han tenido la santa paciencia de leer el hilo hasta el final, un dato con el que poder lucirse con los amigos o la novia si un día caéis por el museo. Nunca es tarde si no ha ocurrido nunca. Volvamos al “Retrato con guantes” de Durero.

44.- Lo que se ve en el paisaje de la ventana es un lago de los Alpes. Dentro de él hay una ola. ¿Se produce oleaje en los lagos? No. Ese es el tema. Se cree que Durero refleja en ese detalle los efectos de un temblor de tierra del que fue testigo.

45.- Debió de ver el fenómeno cuando visitó Italia y quiso reflejarlo en su obra. Era una especie de Plinio El Viejo, un cronista de viajes con vocación científica y sociocultural, pero en versión gráfica en vez de literaria.

46.- Un aporte final, que siempre me callo porque aquí sois casi todos ricos y famosos, gente de nivel. Al Prado se puede acceder gratis acreditando que estás en el paro. Los muy canallas se lo callan pero sí. A cualquier exposición de titularidad estatal.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Rescates de Twitter (50) - El increíble caso de las hormigas yonquis

El increíble caso de las hormigas yonquis

1.- He blasfemado contra los toros. Y como penitencia me han impuesto editar cinco tuits sobre la protección de los animales. Es por ello que llega hasta sus TLs el increíble caso de las hormigas yonquis, otra producción de Stefano Mancuso.

2.- Es cosa sabida desde hace mucho que las plantas establecen alianzas con los animales en busca del beneficio mutuo. Es el mutualismo o simbiosis. Acuerdos en que ambas partes se consideran la parte contratante de la primara parte.

3.- Uno de los aportes más habituales, y celebrados, de las plantas al contrato que se establece son los nectarios, glándulas que segregan azúcares muy apreciados por insectos, reptiles y pájaros, sobre todo, aunque también por otros grupos de animales.

4.- Uno de los servicios más buscados por las plantas de los que les pueden ofrecer los animales (no solo insectos. Reptiles y pájaros también) es la polinización, por lo que suelen instalar dispensadores de néctar en las flores, para que durante el trasiego se embadurnen de polen.


5.- El otro es el de la paquetería de la semilla. Las plantas utilizan a los animales (incluido el hombre) como furgonetas de reparto de su simiente. En este caso, si hay recompensa (no siempre son agradecidas) es con los frutos.

6.- Ocurrió que hace un par de siglos los botánicos descubrieron que había plantas que tenían nectarios extraflorales, por ejemplo, en las axilas de las hojas, o en el tallo u otras partes de su anatomía. ¿Con qué propósito?


7.- Charles Darwin y Federico Delpino, un botánico italiano casi olvidado, debatieron durante años sobre el asunto. Su discusión epistolar revela su pasión por conocer, por encontrar respuestas y por convencer al que discrepa.

8.- Tenían posturas diametralmente opuestas. Opinaba Darwin, y hoy sabemos que no tenía razón, que los nectarios eran simplemente órganos excretores de sustancias de desecho o de eliminación de excesos de producción en las plantas.

9.- Según esta tesis, los nectarios florales habrían sido el resultado de la evolución de unos órganos secretores primitivos, aprovechando las plantas para camelar a sus potenciales socios con algo que ya no les servía.

10.- Opinaba Delpino que pensar que las plantas malgastaran tanta energía en fabricar sustancias tan ricas en azúcares, nutrientes y componentes químicos complejos para deshacerse de ellas era un absoluto disparate.

11.- La naturaleza obra siempre desde la regla del ahorro. El néctar, rico el sacáridos y en otras sustancias más complejas y sofisticadas, no podía ser el material sobrante o de desecho de las plantas, sino un producto manufacturado de forma deliberada y con un propósito siempre.

12.- Dedicó Delpino su vida profesional a descubrir los beneficiaros de los nectarios extraflorales, y encontró uno: Las hormigas. Las plantas con necatrios específicos para las hormigas se acabaron llamando mirmecófilas (murmex = hormiga; philos = amigo).

13.- ¿Para que disponen algunas plantas dispensadores de néctar para consumo de las hormigas? Para reclutarlas como servicio de seguridad privada, para propiciar su fidelidad con una soldada ajustada a sus ambiciones.

14.- Las hormigas enroladas en estos ejércitos privados “apatrullan” troncos, ramas y frondas y atacan con saña a los intrusos. Su pasión por el néctar puede hacer que luchen con tanta furia que hagan retroceder hasta a elefantes y jirafas.

15.- Algunas acacias proporcionan a las hormigas que enrolan bebida, sino también comida y hasta un lugar de residencia, unos pisitos preciosos. Así no hay hervíboro que se acerque a la planta. Es su hogar y su mercado de abastos y lo defienden a machete.

16.- Un ejemplo es la Pseudomyrmex ferruginea, una hormiga que vive en las espinas de la Acacia cornigera en América central. El pisito es de diseño, espacioso y con vistas al sotobosque. El árbol a sustituido la defensa pasiva por colectivos armados.


17.- Pero, aún hay más. El néctar, además de azúcares, contiene muchos otros compuestos químicos, algunos muy insólitos. El ácido Ɣ-aminobutírico (GABA). Es un neurotransmisor capaz de alterar el comportamiento de vertebraos e invertebrados.

18.- Se ha descubierto recientemente que las plantas reclutadoras de hormigas son capaces de alterar la composición del néctar que sintetizan para modificar a conveniencia el comportamiento de sus ejércitos. Por ejemplo, para hacerlos más aguerridos y agresivos.

19.- Son como el protagonista de “Breaking Bad”: Donde todos ven un inofensivo profesor de química de instituto acaba habiendo un experto cocinero de droga. El mejor alucinógeno de la frontera sur. Todo por asegurar la prosperidad de la descendencia.


20.- Es escribir esto y acordarme también de “La escalera de Jacob”, mi película preferida de Adrian Lyne, el director de “Atracción fatal”, “Flashdance” y “Una proposición indecente”. Un pelotón en la guerra de Vietnam es sometido a un experimento para hacerlos más feroces.


21.- El film roza el género de terror y es puro desasosiego. La sustancia que altera el comportamiento es suministrada a través de los porros que fuman los soldados. Mira tú por donde este argumento ya se les había ocurrido a las acacias.

22.- La pregunta que hay que hacerse es la siguiente: ¿Nos sigue pareciendo simbiosis o la relación la etiquetaríamos tal vez como de amo-esclavo? Por si alguien duda todavía de cual es la respuesta correcta ahí va otro tuit:

23.- Las plantas son capaces de incorporar a la receta del néctar sustancias que provocan dependencia en los consumidores. Las hormigas se convierten en peligrosas yonquis que van asaltando a los paseantes que caminan por las plantas para poder costearse otra dosis.

24.- ¿Deberían los defensores de los animales ponerse a segar los campos y talar los bosques? Yo mejor no doy ideas que esta gente a veces es muy radical. Me limito a cumplir mi penitencia. Tú dirás si me das el visto bueno. ¿Uno de cinco?

Carta para Emma 6

Carta para Emma 6

Anoche te escribí una parrafada en la que me intentaba defender de tu “acusación” (lo pongo entre comillas porque sé que tiene una componente de juego, aunque también que no acabas de creerme del todo). Cuando la releí después de enviártela vi que me había comido una frase al escribir según me dictaba la cabeza. Copié el texto para poder reescribirlo y corregirlo en otro mensaje. Borré el antiguo. Y mientras ultimaba el nuevo cliqué por error en la carita de los emogis y mi PC se quedó como alelado. Le pasa a veces. Me dio tanta rabia que di por perdido el texto y te escribí un mensaje mucho más corto de buenas noches. El caso es que creo que aunque borre mensajes en tu pantalla de MDs persisten. Los que tú borras para ocultar tu rastro de miradas terceros aquí siguen. Si es así, si has podido leer la parrafada, tengo que desdecirme. Creía lo que decía según lo escribía, pero me engañaba a mí mismo. Lo he estado pensando esta noche y tienes parte de razón. La parte esencial. Escribí el hilo para que supieras que me gustabas. Lo hice sin esperar reacción alguna por tu parte, más bien temiendo que la hubiera. El amor se me da fatal y siempre acabo sufriendo, lo anhelo pero le tengo mucho miedo. No era tirar la caña porque daba por sentado que no ibas a picar, sí quizás querrías tener una relación de amistad. Creo que ya te expliqué una vez, que para mí decirle a una mujer que me gusta es algo embriagador, resultado de tantos años de amar a más de una mujer y tener que callarlo. No se lo digo a todas, y procuro ser lo menos invasivo y ofensivo posible cuando lo hago, sólo a las que me parecen extraordinarias. Me dijiste una vez, muy al principio, que me inflamaba rápidamente, y tienes razón. En mi estrategia contigo no era explícito, era un mensaje en una botella. Tu pensarías, “Mira, un hilo de ahuehuetes, qué coincidencia, justamente el otro día hablamos de eso. Y si me estaba tratando de decir…”•. Pues sí. Alguna vez he dicho que gracias a Dios mi éxito con las mujeres es ínfimo porque muy seguramente sería sin poder evitarlo, con muchos remordimientos también, un hombre infiel con mis parejas. En realidad lo he sido, a grandes rasgos, con las que he tenido. Nunca he amado a dos mujeres a la vez, aunque han habido otras que me atraían mientras he tenido pareja. ¿Mi fidelidad se ha debido a mi escaso éxito? Tal vez. Quiero pensar que no y casi me convenzo. Soy muy dado a los gestos románticos de renuncia. En realidad no hay una componente sexual en este juego, lo cual a lo mejor lo hace más grave. Adoro como me hacen sentir las mujeres que me gustan y hacérselo saber es una tentación, parte dl gozo. Me encantan las mujeres. En algunas de mis fantasías soy el dueño de un pequeño harén y estoy enamorado de todas. Tiene que ser pequeño porque tengo que poder individualizarlas en mi fantasía, se trata de estar en compañía nutrida de almas no de cuerpos, aunque también esto último, ya que la belleza física lo hace todo más fácil. Sé que es un disparate, pero quiero ser sincero, esa fantasía existe. Y hay una variante muy perversa: Me encantan las negras y alguna vez he fantaseado con que soy el dueño de una plantación de algodón con acceso ilimitado a las esclavas, a las que libero a todas y cada una y acabo honrando como merecen. Se trata de que me amen no de que hagan el amor gratis y da forma sumisa. La mía es una sed de sentimientos no de sexo, aunque use a los primeros para satisfacer mis necesidades de lo segundo en mis secesiones a solas. Gracias a Dios nunca ha podido dejar de ser una fantasía, ni siquiera con solo dos mujeres. Creo, y desgraciadamente los hechos me dan la razón, que los hombres son (qué curioso, he escrito son y no somos, me doy cuenta al releer para corregir, como si me sintiera excluido y al margen del colectivo. Algo hay de eso) más o menos infieles, al menos de pensamiento, en la medida en que tienen éxito con las mujeres. Piensa en un hombre conocido que sea especialmente seductor y lo más probable es que haya tenido un historial de infidelidades que haya destrozado su vida o la haya puesto patas arriba en algún momento. En realidad es una maldición, aunque sea muy divertido a corto plazo, se acabo convirtiéndose en tragedia a medio plazo, si es que hay conciencia. No, no eres la primera a la que le digo que es linda ni serás la última. No sé si decir que lo pienso de veras, que eres magnífica, que no bromeo cuando digo que me derrito cuando te oigo hablar en francés o italiano, y que ni siquiera tiene que ser a mí, porque no eres algo que quiera poseer sino disfrutar, sirve de disculpa. Pero lo importante, yo al menos lo veo así, es que llega un momento en que esa persona con la que juegas, en el sentido más inocente del término, como si fuérais dos niños fingiendo ser mayores, te llega a importar y tratas de ser honesto con ella y tratas de protegerla de todo, incluso de ti mismo. Principalmente de ti mismo. No, lo más peligroso de mí no es que sea un hombre potencialmente infiel o un mujeriego (esto último es un contradiós pero, como tu sueles decir, vamos a aceptar pulpo…), sino que tengo muy poco que ofrecer. Hasta hace unos años al menos algo de juventud, ahora ni eso. Te puedo querer hasta lo indecible, pero no te podré dar otra cosa. Si eso no es suficiente, y sé que no lo es, te acabaré decepcionando o aburriendo con el tiempo. No serías la primera que me apartaría de su lado tras un principio prometedor. A lo concreto: ¿Tiré la caña? La respuesta es sí. Me cuesta admitirlo pero sí. No pude evitarlo. Esa prestancia, esa distinción, ese savoir faire (¿lo he escrito bien?). Eras demasiada tentación. Tiré la caña, lo admito, aunque no como algo planeado y, desde luego, jamás pensé que fuera a pescar un pez espada tan magnífico en un simple riachuelo de montaña. Tu eres una criatura marina, las aguas continentales se te hacen demasiado estrechas para tanto como te gusta nadar.

Phileas Fogg
23 de septiembre de 2018

Posdata: Lo sé, no te gustan los párrafos demasiado largos y densos. El problema es que a mí sí y soy yo quien escribe. Chincha rabiña.