miércoles, 27 de octubre de 2010

La despedida

La despedida

Hola. Si, soy yo, que pesadez. Da igual, sigue leyendo, o si no lo haces mañana. Llevo toda la tarde hecho polvo. Hundido no que hasta los cadáveres flotan. Es broma. He hablado con mucha gente. Bueno, mucha no, dos o tres. Espera, tres o cuatro. He comprobado que es más o menos lo que imaginaba. El mundo sin mi, quiero decir. Se ve al primer vistazo. A algunos, muy pocos, les parece triste, la inmensa mayoría ni saben si estoy, he estado o estaré, y alguno que otro anda aliviado, incluso en estado efervescente. Empiezo a asimilar como correcto todo lo que me han dicho: que la culpa es mía, que mi enfoque es ridículo, que no hay nada por que aquí nada es real, que o bien me equivoco o mi verdad no tiene poso por que trata de asuntos nimios. Una parte de mi desea creerlo, tener motivos para renunciar a todo. Si no lo merezco por mis culpas puedo volver por donde vine. Apenas tiene lógica para nadie. Para quien me importaría que la tuviese ya ha pasado página. Me dicen que tal vez la herí y por eso me llamó al orden. Me pienso perplejo y no puedo darle crédito. Es una conjetura y me cuesta creerla. Yo creo simplemente que está harta, de mí y de sentir el peso que supongo. Si lo hubiese pensado con calma se habría dado cuenta que un simple mensaje privado hubiera sido suficiente. Por que yo no haría nada para dañarla, eso lo sabe incluso cuando está enfadada conmigo. Que lo está a menudo. Es una verdad que no puedo demostrar y por tanto se hace polvo en cuanto la pronuncio. Tres días sin decirme nada, sin siquiera responder a mis saludos, y me devuelve el nombre para hablarme de esa manera. Me quise desvanecer. Para mi nada de esto tiene ya sentido. Deambulo por aquí dentro y por aquí fuera sin poder enfocar nada de lo que pienso. Me despido de mi primera amiga, que con cada intento de convencerme de que me quede solo me da argumentos para lo contrario. Me despido de quien aun me habla, de quien hace vigilia en mi delirio y las dos entro de nuevo, directamente a la charla. Hay alguien que ha multiplicado su alegría. Tan ufano está que hasta me dirige la palabra, Me aborda confiado y yo le reto, como el y yo sabemos hacerlo, con medias palabras. Me digo: ¿Por qué he de dejarme derrotar por él? Ya se, ella no lo sabe o prefiere no saberlo. Ya ha elegido y la opción descartada solo provoca su hastío. Y me contesto: ¿Qué obtendría si le ganase, si le hiciese frente? Solo rajar el espejo en el que el grupo se mira y se ve inmaculado. Nada, nada hay que me retenga aquí, solo una insoportable sensación de haber hecho el ridículo. Entonces siento un deseo irresistible de despedirme de alguien. ¿Pero de quien? ¿Sería tan canalla de hacerlo de ella? Lo cierto es que empiezo a escribirla. Duele su indiferencia, Duele su alegría. ¿Cómo es que puedo decir eso y sobrevivir a lo escrito? Dejo de teclear sin haber acabado el primer párrafo. Mudo es el proceder correcto. Así es mejor. Partir con la próxima ráfaga de viento sin pronunciar una palabra. No haber sido apenas. Algún recuerdo. Me despido mentalmente de ella mientras trato de convocar el olvido. Estas últimas palabras las sueño, y para mi tranquilidad mis sensaciones se vuelen cristal que ella hace añicos con su sonrisa.

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