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Tony CurtisTal vez los veteranos más cinéfilos recuerden la escena, por que es una película que ya nunca se programa en las cadenas de televisión y en el cine ya no existen salas para reposiciones. Craso se muestra orgulloso ante los hombres cautivos, ante los supervivientes del ejército de esclavos de Espartaco. Es el hombre más poderosa de Roma en ese momento, dueño de una fortuna incalculable quiere ahora labrarse un futuro en la política, ya no le basta con dirigir a los cónsules desde la sombra gracias a su dinero, ahora quiere ejercer directamente el poder y tocar la gloria. Espartaco le ha llovido del cielo. La amenaza de las huestes del gladiador tracio en torno a Roma le ha dado excusa para movilizar varias legiones por el costeadas. Tras la victoria aun quiere más. Querer siempre más ha sido uno de los secretos de su éxito, además de su falta de escrúpulos. Dicen que compraba a sus dueños a coste irrisorio mientras ardían las casas que previamente había mandado quemar a su ejército de matones en la ciudad de Roma, y que a medida que el fuego consumía los bienes iba rebajando su oferta.
Ahora se planta orgulloso ante sus cautivos, gentes de todos los lugares conocidos del imperio, esclavizados por los romanos y que han querido lograr su libertad por la fuerza. Estan sentados de forma desordenada, por que ya no son un jército, a lo largo de una ladera. La mayoría con las cabezas gachas, todos con la mirada turbia, casi vacía, tanto por la derrota recién sufrida como por el cansancio de la lucha.
Craso les propone un trato, les devolverá sus vidas, que ahora le pertenen todas a él y amenaza con extinguirlas, si a cambio le dicen quien es Espartaco. Lo quiere para encadenarlo a su carro cuando haga su entrada triunfal en Roma. Espartaco mira a los suyos y en su mirada hay una mezcla de odio a si mismo y vergüenza por no haber sabido llevar a los suyos hacia la libertad. Se levanta y grita: “Yo soy Espartaco”. Craso le mira con una expresión casi golosa en los ojos, ya tiene el adorno para su carro. Hay un cruce tenso de miradas entre los dos, hastio en uno y jactancia en el otro, que casi se diría que se rasga por una segunda voz que grita, fuera de plano “Yo soy Espartaco”. Craso tiene ahora una expresión fusiosa en la cara, por que se sabe víctima de un engaño, se da la vuelta, y mientras se aleja de los cautivos éstos, de uno en uno, se levantan para declarar que ellos también son Espartaco, que lo son todos, por que todos fueron siempre uno. Momento sublime de la historia del cine, que debemos sobre todo a la labor de dirección de Stanley Kubrick, al maravilloso guion de Dalton Trumbo y a la cabezonería de Kira Douglas que, además de encarnar a Espartaco fue el productor ejecutivo del film y tuvo que bregar incansable con el ego superlativo del director inglés. La persona que da esa lección de ética, que se levanta para dar cobertura a su general y dar energía a sus compañeros para rebelarse por última vez, es Antonino. Después del ofrecimiento rechazado Craso marchara con sus legiones de vuelta a Roma e irá crucificando uno por uno a sus cautivos, dejando para el final a los dos camaradas, Espartaco y Antonino, que adornarán la entrada de la urbe.
Ayer murió Tony Curtis, Antonino, que para mi es uno de esos personajes que pueblan mi vida, en especial mi infancia. Era un actor que transmitía alegría, que prefería y era preferido por la comedia. La obra por la que seguramente será más recordado es “Con faldas y a lo loco”, en la que dos músicos, él y Jack Lemmon, otro titán de la comedia, son testidos por mala suerte de la matanza de San Valentín, asesinato múltiple con el que Al Capone se adueñó de Chicago. Su huida de la ciudad es precipitada y no encuentran otra solución que enrolarse en una banda de música femenina. Ataviados con ropa de mujer recorren todo el metraje de la película dando lugar a todos los equivocos que puedan imaginarse. En realidad está película no deja de ser una idea estirada hasta lo imposible, pero es una de las favoritas de los críticos, que añoran el modo cínico y al mismo tiempo romántico con que Billy Wilder nos contaba sus historias. Tony Curtis enamoraba en esta película a Marilyn Monroe tanto vestido de hombre como travestido de mujer, proeza titánica digna de un oscar.
Pero Tony Curtis tiene muchas facetas en su carrera. Quizás la más atípica sea su interpretación del estrangulador de Boston, en un tiempo en que éramos ajenos a la existencia de monstruos a nuestro alrededor. Que lo encarnara Curtis, paradigma del buen chico, tal vez un tanto pícaro y burlón, supuso un gran impacto para la gente de aquella época. Con Tony Curtis se cierra otro capítulo de mi vida, el tiempo en que respiraba y soñaba cine, en que las carreras de los artistas de cine eran todas de larga distancia, repletas de títulos. El cine antes era un oficio, no como ahora, en que apenas hay continuidad en la industria y ya no hay espacio casi para las obras menores. Otro grande que se va, prácticamente en el olvido, por que ahora ya solo se valora lo que tiene 5 minutos de existencia y el cine clásico, como tantas otras cosas que no son actuales, yace en la cuneta del desinterés general. Pero si lo pienso, en realidad no hay diferencia alguna entre ayer y hoy por que Tony Curtis sigue viviendo en el único lugar en que lo traté, en las películas. Descanse en paz. Y ojala encuentre en el más allá ese jaleo divertido y esa jarana nocturna que tanto le gustaba.
PD: Por cierto, también acaba de morir Arthut Penn, gran director al que debemos películas como “Bonnie and Clyde”, “Pequeño gran hombre”, una visión alternativa de la batalla de Little Big Horn, en la que fue masacrado el Séptimo de Caballería, y la visión fílmica de “El milagro de Aba Sullivan”. Si soy escéptico en cuanto a que los más jóvenes sepan quien es Tony Curtis estoy casi seguro que habrá un total desconocimiento de la persona de este director. Por si sirve de algo diré que es el padre del actor Sean Penn. Y como dicen que no hay dos sin tres cuando llega el momento de escribir grandes necrológicas, me imagino que medio Hollywood está temblando de miedo.
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