viernes, 9 de diciembre de 2011

La niña y el oso / 5.- La corona

La niña y el oso / 5.- La corona

-¿Y no cree que antes de decir las cosas debería pensarlas, don Phil?- La ardilla sostenía su mirada con las cejas enarcadas mientras él, algo avergonzado, trataba de esquivar sus ojos diminutos.

- Bah.- Agitó la mano como si espantara un mosquito- Si no dije nada.

- A usted le parece eso, pero quien tiene los pareceres que importan no es usted.- La ardilla estaba remarcando cada una de sus palabras dándole golpecitos con el dedo en la rodilla. Los sentimientos del oso fluctuaban entre el asombro y la vergüenza. ¿Cuando había sido que habían empezado a dejarse amonestar por niñas y ardillas?- ... Quien imparte justicia es Ruth...- Sumido en sus propios pensamientos se estaba perdiendo parte del discurso de Lupo. Gracias a Dios- ... Y aquí andamos los dos sentenciados, quien sabe si por vida.

- De verdad que no estoy para sermones...  Y, vamos, pensar que no me vuelva a dirigir la palabra por esa nimiedad... Además, contigo no va todo esto.

Uff, vaya escalofrío le acababa de recorrer la espalda de norte a sur. Hace pocos días andaba quejándose de lo pesada que era la chica. Siempre pidiendo favores. Que si disfrázate de abeja, que si haz de colchoneta para mis amigos en la piscina, que si límate las uñas que parecen garras. Pues claro. Y ahora la sola idea de que no le volviera a hablarle jamás... Ay... ¿Estamos locos?

- ¿Como que no va conmigo? Si la princesa no quiere ver a su oso y siervo no sube al bosque. Y si no sube al bosque la ardilla, un servidor, se queda sin poder disfrutar de su presencia.- Hizo una pausa dramática. Le encantaba el melodrama.- Usted... Usted no tiene posibilidades, es muy mayor, muy grande y muy feo.- La indignación hizo que su voz se volviera hasta chillona.- Pero yo albergo mis esperanzas intactas. Tengo mucho que ofrecer. Ese dedo empezaba a golpear fuerte de veras en su rótula.

- ¿Mucho que ofrecer a quien?

- A la señorita.

- Tú lo único que tienes son nueces. Sobre todo en la cabeza. Quizás podáis vivir juntos, ella en su habitación y tú en una jaula sobre su mesita de noche, con una de esas con una ruedas que giran sin moverse para que te pases el día dándole vueltas a tus ideas locas mientras correteas tras ella sin acercarte ni un milímetro.

- Sí eso. Después de ser cruel con ella séalo ahora conmigo.

- Tsk...

- Usted no entiende el amor y sus misterios. Cuando hay afecto sincero...

- He accedido a hacer lo que me pedías, -le interrumpió Phil-, pero como sigas dándome la murga cojo, me levanto y me voy.

Estaban los dos sentados en el prado del abrevadero, un precioso campo al pie de la montaña lleno de flores. Trenzaban margaritas para hacer guirnaldas. Contra todo pronóstico por la diferencia de tamaños, Lupo era mucho más rápido que Phil. Pero tanto hablar le distraía de la tarea. El resultado era que llevaban varias horas y la empresa quedaba lejos aun de cumplir su objetivo.

- Repíteme el plan, Lupo, que empiezo a ver borrosa la visión de conjunto.

- A ver. Cuando tengamos varias guirnaldas de margaritas las ataremos entre sí con tallos de amapolas, con las corolas bien visibles para que parezcan rubís engarzados en una corona de oro.

- A quien se lo cuente... ¿De verdad que crees que esto va a servir para algo?

- Oh, don Phil, no desprecie tan rápido mis enseñanzas. Le será muy útil en su relación con las féminas.

- Si yo le regalo una corona de flores a una osa lo mismo es lo último que hago.

- Siempre minusvalorando a las damas. No me extraña que Ruth le retirará la palabra.

El oso gruñó y la ardilla bajó la cabeza y se aplicó a trenzar la guirnalda que tenía entre manos. Estuvieron un rato callados. Luego un rato más. Dos ranas llegaron saltando desde una charca cercana.

- Estas son las cosas que cuentas y nadie te cree. -Dijo la más grande de las dos con su voz grave- Cuidado que la imagen es curiosa. Un oso haciendo pulseras de flores. Vivir para creer.

- No son pulseras. Son los hilos de oro de una corona.

- Lupo, no les des conversación.

- ¿Van a coronar a alguien en palacio y no nos hemos enterado?- Dijo la más pequeña con una sonrisa maliciosa de anca a anca.

- Es para una princesa.- explicó de modo muy solemne Lupo.

- ¿La que suele ir con este palurdo?- La expresión de la cara de Frank cambió por completo mientras interpelaba a Lupo. Se había vuelto soñadora.

- Sí, esa.

- Lleva días sin venir, ¿verdad Ray? Antes pasaba por aquí todos los días de camino a la osera del palurdo. Ya decía yo que esa chica era de sangre real. Oh, lo que me gustaría ser un príncipe encantado a veces.

- La chica ya está comprometida.

- Anda ya... ¿Con el palurdo?

- No digas disparates. Conmigo.

La sonrisa de Ray se tensó aun más, como un arco a punto de disparar. Pero prefirió callarse la chanza. A Frank se le cayó el labio de abajo unos milímetros por el asombro, pero también se abstuvo de comentar nada.

- ¿Y la vais a coronar reina?

- En realidad es un regalo para hacernos perdonar, para hacerla ver que ella es quien manda. Nuestra soberana.

- ¿Haceros perdonar por qué?- Preguntó Ray, que aun conservaba tensa esa sonrisa irónica que a Phil empezaba a ponerle nervioso.

- Bueno, yo no. Él.- El dedo de la ardilla había dejado de martillear su rodilla y ahora le señalaba acusador. El oso no pudo reprimir un gesto de los brazos, como si se protegiese de un disparo de ballesta-. Ha sido muy grosero y cruel con ella.

- ¿Que yo qué...? Me encanta cuando hablan de mi estando como si no estuviera presente.

- ¿Y si tenéis éxito volverá a pasar por aquí? Va para cinco días que no la vemos.

- En eso confiamos.

Ray y Frank se miraron y hablaron entre ellos sin palabras.

- ¿Aceptáis ayuda?

- ¿Qué me dices? Con este como única tropa no acabaré nunca. ¿Te puedes creer que no sabe trenzar una guirnalda? Se lo he tenido que explicar.

- Todo el mundo sabe que los osos no sirven para nada, solo para aplastar a los demás.

- ¿Y por qué no añadís violetas y nenúfares amarillos a la corona? Yo se donde hay.

- Oh, por fin empiezo a ver un claro entre las nubes. Venga, ve a por ellas.

"Dios, esto empeora a cada rato", pensó Phil mientras oía parlotear a aquellos tres renacuajos. Ninguneado en su propio cuento. Otro escalofrío recorrió su espalda. Esta vez de sur a norte. ¿Y si no volvía a hablarle?¿Y si no había más capítulos? Una lágrima se le formó en el ojo derecho, grande, luminosa, trasnparente. Después Lupo la usaría como brillante para adornar el frontal de la corona.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Rescates de Tuenti (1) / La carga de la caballería polaca / Un apagón de luz, una carrera sobre el hielo

Dos entradas del blog de la cuenta de mi Tuenti (Luis Felipe Muñoz Rodríguez) abierta hace muy pocas semanas. Las incluyo aquí por si un día decido eliminarla.

 La carga de la caballería polaca (22 de Nov, a las 11:23)

Creo que fue en la saga de Herman Wouk "Vientos de Guerra", una fantástica narración sobre la Segunda Guerra Mundial, donde lo leí. Y es una imagen que me cautiva. Cuando los alemanes invadieron Polonia inauguraron un nuevo tipo de guerra, pusieron en práctica por primera vez una táctica demoledora. Consistía sencillamente en lanzar por delante sus divisiones de blindados para quebrantar las defensas enemigas, para que después la infantería ocupase el terreno superado por los tanques. Esta táctica sirvió después para derrotar a Francia en pocas semanas y enviar al ejército aliado hasta la orilla del Canal de la Mancha.

Cuando los alemanes invadieron su país los polacos contaban son un ejército que vivía en el siglo anterior. Nada tenían para oponerse a los blindados de Guderian. Solo la caballería y un sentido del honor y el sacrificio forjado durante siglos al tener frontera con el gigante ruso. Y lo que tenían lo pusieron sobre el campo de batalla. Se dio la paradójica situación de que la caballería polaca cargo sobre las divisiones Panzer con el resultado imaginable en el choque.

Esta historia de heroísmo épico no tengo noticia de que esté narrada en detalle en ningún sitio. Igual que rastreo librerías en busca de una obra que me relate de forma hermosa la carrera entre Admundsen y Scott por llegar al Polo Sur, otra de mis obsesiones de infancia, o la disputa teórica de Américo Castro y Sánchez Albornoz sobre lo que es España y en donde entierra sus raíces, lo hago en busca de una obra que atienda este extraño y marginal capítulo de la historia. Porque me fascina la estampa de los regimientos de húsares arremetiendo contra los escuadrones de blindados alemanes.

Para mi es una metáfora de la vida, optar a lo que es imposible sin más bagaje que tu arrojo. Porque si lo piensas casi todo lo que emprendes de importancia en la vida excede a tus capacidades, probablemente rehusaras a hacerlo si lo pensaras con cordura. El amor en muchas circunstancias, el amor pleno que busca fundar algo, un proyecto de vida común, es un buen ejemplo de una carga de la caballería polaca. Caer una y otra vez en el campo de batalla y sin embargo seguir empeñado en oponerte a fuerzas que te superan.

Me gustaría pertenecer a la ilustre cofradía de húsares polacos. Sobrevivir a mis sueños no es el objetivo. Tratar de volverlos reales es la meta. Y luego dormir, descansar sobre la verde hierba, en el regazo de aquella que cuya mirada avanza hacia tu corazón de forma incontenible quebrantando una a una tus defensas.


Un apagón de luz, una carrera sobre el hielo (30 de Nov, a las 12:29)

Ya se que esto no lo lee nadie, pero como lo escribo para mí, pues en realidad da lo mismo. Hoy se ha ido la luz en mi casa nada más ponerme en danza. Tenía ganas de trabajar, pero el PC se me ha apagado justo cuando había desplegado toda la parafernalia virtual necesaria. He decidido ojear el Scientific American, edición española, que compré ayer. La luz de la ventana iluminaba la cama de mi hermano, sobre la que me he tumbado para leer tranquilo, sin prisas, con paciencia y método. Antes leía los artículos de Cosmología de esta revista. Cuando digo antes me refiero al siglo pasado. Y mira por donde en el ejemplar que tenía en las manos había un artículo que me ha llamado poderosamente la atención: "Un héroe de mayor gloria". Trata sobre uno de mis grandes referentes de la infancia: Robert Falcon Scott, al que idolatré durante años tras ver una película en blanco y negro que narraba su derrota en la carrera hacia el Polo Sur.

Lo explico brevemente. Scott fue un oficial de la Marina Británica y uno de los grandes exploradores de principios del siglo XX. En 1911 consiguió los apoyos financieros para organizar una expedición científica al Polo Sur, con un objetivo secundario: llegar por primera vez al polo sur geográfico, un punto arbitrario situado en el mapa sin más aliciente para aquel que lograra pisarlo por primera vez que el de poder ser citado en los libros de historia. El propio Scott y Shakelton lo habían intentado antes sin éxito. Esta vez iban mejor equipados y podían debían lograrlo. Lo tenían a su alcance.

Una vez en el Polo, una de las expediciones científicas que recorrían aquellos parajes advirtió a Scott su regreso a la estación base que había más gente sobre la plataforma de hielo. Admundssen, quien había anunciado semanas antes que se encaminaba al Polo Norte, para engañar a todo el mundo en un sucio ardid, había cambiado el destino de su viaje a mitad de travesía del Mar del Norte. Quería esa gloria de ingresar en los párrafos esenciales de los anales de la historia de la exploración. Sin otro objetivo que hollar el polo geográfico apenas tenía carga que le impidiera avanzar rápido. La gente a las órdenes de Scott le apremió para que enviase una pequeña expedición antes de verse derrotados en la carrera. Pero el comandante británico tenía un plan ya elaborado, en el que la labor científica era lo esencial. Y lo llevó a cabo, posponiendo la partida hacia el objetivo "deportivo" hasta que no se hubieron logrado los más esenciales de índole investigadora.

Cuando Scott alcanzó el Polo Sur geográfico el 12 de enero de 1912, al ver la bandera noruega ondeando al viento en una preciosa mañana ártica en calma escribió en su diario: "Dios todopoderoso, este lugar es horrible". Admundssen había llegado allí un mes antes, lo había hecho en un pequeño trineo con unos pocos compañeros. Llegó en poco tiempo, plantó la bandera, regreso a su refugio junto a la costa de hielo y partió de regreso a casa. Por contra, para Scott la vuelta fue aun más penosa que el camino de ida. Llegó un momento en que avanzar se convirtió en imposible. Dos de sus compañeros murieron a los pocos días de partir. Uno de ellos, con una herida gangrenada, sabiendo que retrasaba la partida, una noche en que apenas había fuerzas ni para hablar, se levanto en la tienda de lona donde se refugiaban todos de la tormenta y dijo: "Voy un momento fuera, ahora vuelvo". Nadie protestó, y no fue tanto porque no discrepasen de lo que sabían que iba a ocurrir, sino por que no había fuerzas para entablar un debate moral. Solo tuvieron fuerzas para llorar. Cuando ya todo parecía perdido, en un momento de calma en la tempestad, Scott decidió hacer un alto para extraer muestras fósiles en Monte Beckley, un lugar que apenas se menciona en los libros, menos seguro que la meta de aquella carrera perdida por Scott, pero que tuvo una enorme relevancia en la historia de la ciencia. Extrajeron de aquellas colinas congeladas varios kilos de fósiles. Después de ese breve intervalo de calma las cosas volvieron a empeorar, si ello era posible. Dice la leyenda, el diario de Scott en realidad, que el último en morir fue el oficial británico, y que aprovechó esas últimas horas de soledad en la Tierra, una vez vio morir a sus amigos y camaradas, para escribir una carta a su viuda para poder despedirse en la más absoluta intimidad. Ese fue el encabezado de su escrito: Carta a mi viuda. Y durante años lloré imaginando esa imagen, la de alguien vencido que alcanzó la gloria porque la derrota le llevó hasta los límites de su resistencia y logró trascenderlos.

Si idolatré a Scott durante mucho tiempo, una serie de la BBC logró tiznar su recuerdo. Se le presentaba en ella como un torpe peligroso, sin más virtudes que un orgullo desmesurado, cuya melagomanía y estupidez llevó a su gente al fracaso y a los 5 británicos que trataron de alcanzar el Polo Sur por primera vez, él uno de ellos, a la derrota y a la muerte. Parecerá estúpido, pero aquella versión de los hechos me dolió como la peor de las traiciones.

Mira por donde hoy un apagón de luz inoportuno, cuando me disponía a hacer algo útil en la jornada, me ha servido para reivindicar la figura de Scott, porque en esa misma tienda en la que tres hombres tiritaban de frío abrazados entre sí en busca de una brizna de calor, unos kilos de fósiles que fueron hallados por la expedición de rescate zanjaban de una vez por todas las dudas, las voces discrepantes con la teoría de la evolución de Darwin. Un logro póstumo, una derrota con significado. Más allá de los límites de su resistencia, en ese oasis temporal de calma de Monte Beckley, se encontraba un tesoro científico, en realidad uno de tantos de los muchos que logró reunir la expedición de Scott. Admundssen volvió a Noruega exactamente con lo mismo con lo que partió. Solo con el peso adicional tal vez de algunos párrafos cargados de elogios en los libros de aventuras y las crónicas de los periódicos. Tres hurras por el comandante Scott y su gente, en especial al zoologo Wilson que compartió su gloria y también su muerte. Y mis respetos a su viuda. Y ahora a trabajar.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El silencio

El silencio

¿A qué silencio me refiero? Al de las palabras supongo. Al de la voz humana. Basta con estar un día sin escucharla para echarla de menos. Las palabras que nos dicen son las que nos conectan al mundo, las que nos dan indicios de que somos advertidos, tenidos en cuenta, quizás apreciados. Nada hiere tanto como el silencio de quien amas. Más que su ausencia incluso. Reducido el mundo a una sola persona, por esa locura que el amor procura, asistir a la mutilación de su palabra es lo más cercano a experimentar el frío absoluto, ese estado en que hasta los átomos dejan de vibrar y la materia se vuelve silencio. Y si el frío es ausencia de calor solo la palabra de quien quieres procura abrigo para combatir la soledad. Pero las palabras trazan círculos, este mismo escrito lo demuestra. Echas a andar con ellas y una y otra vez vuelves a los mismos parajes, a los mismos estados de ánimo. Te quiero. No te tengo. Ojalá seas feliz. Ojala no me escuches. Ojala nada pise la nieve y se rompa el silencio de mi palabra. No existir. No serte necesario. Dejar de vibrar y formar parte de la materia fría. Pero si el silencio es frío, también es un espacio inabarcable, un páramo nevado que se extiende hasta donde la vista alcanza. Todo cabe en el silencio. Cualquier pensamiento, cualquier respuesta al interrogante que plantea. ¿Por qué no me habla? ¿Me escucha? ¿Sabe que existo? Mirar sus labios, como dibuja las letras de tu nombre y no poder soportar a partir de entonces su silencio. El mundo se reduce a su existencia, la tuya al momento en que te habla. No hay más realidad que lo que ella dice y el mundo es solo el eco de su discurso, que lentamente se apaga, hasta que calla y se convierte en un páramo nevado.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Rescates de Formspring (1) / What do you like to do on rainy days?

What do you like to do on rainy days?

Que tiempos aquellos en que jugabamos al fútbol en el colegio a todas horas, todos los días, incluso cuando llovia. Volvía a casa con barro por toda la ropa. Ver llover es fascinante. No tanto en pleno monte si además caen rayos. Pero ver llover sobre una arboleda refrenda la intuición que uno tiene de que en algunos lugares el mundo aun sigue siendo limpio, inocente, carente de odio. La lluvia es bien hermosa cuando uno está a resguardo. Desactiva alguna función de la psique, una enorme interrogante y lo vuelve todo calmo, estirpa las ansiedades. Como si en la lluvia cupiesen todos los silencios, todas las respuestas a esas preguntas que ya no nos hacemos. El lenguaje de las gotas de lluvia que palabrean mientras se deslizan por los cristales de las ventanas, sobre tus cabellos oscuros. La lluvia fría de invierno. La que cae como tormentas de verano, cuyo esplendor uno puede contemplar con las ventanas abiertas. La lluvia sobre la propia cabeza, la que se adivina en el horizonte, sobre otro lugar, como una cortina que se pandea por la fuerza del viento o el peso de la distancia. Todo es susceptible de ser clasificado, como las nubes, los minerales, los modos en que me miras. También las lluvias. En días lluviosos me gusta no hacer nada y hacerlo contigo, mirar como pasan las horas de puntillas, líquidas, como diminutas gotas que se van juntando poco a poco hasta formar charcos en el reloj al final de la tarde.

jueves, 24 de noviembre de 2011

La niña y el oso / 4.- El admirador

La niña y el oso / 4.- El admirador

- Estás comiéndote más de las que estás echando en el cesto.- Tenía el ceño fruncido, pero parecía más el gesto de un bebé concentrándose para entender algo que el de alguien enfadado.

- Y aun así lo lleno más rápido que tú, listilla.- Puso esa expresión que el decía que era la de Goorge Clooney cuando va de sobrado y que a ella le parecía tan graciosa. Más que nada por lo distante que estaba de lo que se suponía que imitaba. Ni siquiera si George Clooney hubiera sido un oso lo habría arreglado.

- No te lo discuto. Cogiendo comestibles no hay quien te gane. Por eso te he pedido que vengas. Si no te comieses la mayoría ya habríamos acabado hace rato.

- ¿Y quien tiene prisa? Lo estamos pasando divinamente buscando moras para tu tarta.- Otra vez la expresión George Clooney.

- Jo, no pongas esa cara que me entre la risa floja...- A ella a veces le daban ataques de risa y acababa revolcándose en la hierba. Él ponía cara sería, como si le recriminase la falta de compostura, pero secretamente disfrutaba de la felicidad de la chica.- Quiero volver a casa lo antes posible para hablar con mis amigas por Tuenti.

- Para cotillear sobre chicos.

- Ayayay. Si sabes eso es que el que cotillea eres tú.

- Los osos son indiscretos, lo sabe todo el mundo.

- Para nada.

- ¿Para nada el qué?

- Que yo sea cotilla por el simple hecho de ser oso.

- Yo no he dicho eso.

- Textual.

- Señorita, no se que hace con ese tonto cotilla. Los osos son aburridos y les falta señorío.

Había una ardilla al pie del pino situado junto a las zarzas que en ese momento estaban esquilmando. Tenía una sonrisa pícara en el rostro y una mirada soñadora fijada en Ruth.

- Es usted tan bella, señorita, que ha devuelto la primavera a mi rodal. Si se marcha tendré un otoño prematuro y desdichado para siempre.

- Jojo.- Se rió Ruth.- Si que te lo sabes montar bien, galán.

- Primero vendrá el verano, digo yo.- Se burló Phil.

- No sea impertinente, anciano. La joven y yo tratamos de tener una agradable conversación.

- La joven solo tiene quince años. Debería darle vergüenza.

- Vale, todavía no he cumplidos los dos, pero soy muy maduro para mi edad. Me gustan las mujeres con experiencia.

- Vámonos a otro sitio que este payaso nos está fastidiando la tarde.

- A mi me parece una monada. Nunca me había querido meter fichas un tipo que me cupiese en la palma de la mano.

- No le trates como si fuese un juguete.

- Seré lo que la señorita quiera. Un juguete. Una mascota. No coarte su libertad, venerable anciano.

- Tu búscame que me vas a encontrar rapidito.

- Prefiero que siga perdido porque tres son multitud y este bosque es muy pequeño. Pero deje las bayas cuando se vaya que aquí quedarán a buen recaudo. La señorita y yo vamos a celebrar un picnic. Créame, conozco una pradera muy agradable cerca de aquí.

- Jajajaja.- Ya estaba aquí el ataque de risa. Y no lo había provocado él. Eso acabó de poner de muy mal humor al oso al oso. Pase que no te tomen en serio casi nunca, pero el puesto de mejor payaso no estaba dispuesto a dejárselo arrebatar sin lucharlo.

- Tienes hasta cinco para largarte de aquí, y te advierto que ya voy por tres. Sino te echo yo a zarpazos.

- Usted y cuantos sacos más de manteca como usted.

Se encararon. El oso era como una montaña al lado de la ardilla, que al aproximarse fue a su corpachón para retarle de cerca fue como asistir a un eclipse de sol. Sabía que era un bonachón y que jamás le haría daño y se aprovechaba de ello para lucirse ante la chica. Sin embargo, vio algo bajo las patas de Phil que le cambio el semblante. Dió media vuelta, echo a correr y en unos instantes tan solo estaba en lo alto del pino, en su mismísima copa a 15 metros del suelo.

Lo primero que hizo Phil fue agradecer para sus adentros que no tuviera que echarle una carrera a la ardilla. Lo segundo fue atar cabos y acercarse despacio, pero sin pausa, con sumo cuidado para no pisarla, hasta donde Ruth seguía revolcándose de risa. Una ve sobre ella, cubierta por su propio cuerpo, se giró para encarar lo que venía. Cuatro lobos se acercaban al lugar de forma sigilosa.

- Ruth, basta ya, se acabó el recreo.

- ¿Que haces encima de mi.

- Quieta y callada.- En la forma en que lo dijo la chica entendió que más valía no rechistar.

- A las buenas de Dios, ¿qué se os ofrece por aquí?- Ruth nunca había escuchado ese tono en la forma de hablar de Phil. Casi le dio miedo. Sintió lástima de los lobos al tiempo que se alegró por ella de tener a su amigo para cobijarla.

- Nada, que andábamos muy aburridos después del largo invierno en las cumbres y nos dijimos que sería buena idea bajar al valle a echar un vistazo.-

Los lobos se estaban abriendo en abanico, espaciando la distancia entre ellos para abarcar los más posible y tratar de rodearlos.

- Pues si os aburrís os echais un parchís, que para algo sois cuatro, y el de la derecha tiene cara de limón, lo hará genial con las fichas amarillas.

- ¿La chica es tu presa? Es que no sabíamos que los osos comieran humanos.

- La chica es mi amiga, para quien lo quiera saber. Si un día le pasa algo en el monte, aunque sea que se le rompa una uña pensaré que habéis sido vosotros y subiré a la cumbre a haceros una visita para devolveros en detalle de haber venido hoy.

Los lobos se miraron los unos a los otros. Había poco que pensar o decidir. No tenían nada que hacer contra Phil.

- Nada, hombre, las amigas de nuestros amigos son nuestras amigas.

- Déjalo en conocidas.

- Eso quería decir. Oye, se nos ha hecho tarde, ya nos veremos.

Ruth tenía los ojos abiertos como platos. No sabía esa faceta de Phil como chico malo. Notó su tensión. Tenía los pelos de la barriga erizados como púas. Los tocó con las yemas de los dedos y al notar que punzaban no pudo evitar la exclamación.

- Woalaaa.

- Calla Ruth. Por una vez hazme caso.

Los 5 minutos siguientes fueron los más silenciosos que recordaba haber vivido nunca. Cuando los lobos desaparecieron Phil se desplazó desde la vertical de la chica, con un cuidado que más bien parecía mimo.

- ¿Y por qué no también una tarta de nueces? Ya tenemos muchas moras. ¿Por qué no vamos a la noguera?

De repente Ruth no tenía ninguna prisa por llegar a casa. Echaron a andar hacia el arroyo en cuya ribera crecían los nogales.

- Adiós señorita.- Grito la ardilla desde lo alto.

- ¿Puede venir?- Pidió con carita de súplica.

- Bueno, pero que use solo monosílabos al hablar.

Ruth le hizo un gesto a la ardilla con el índice. "Ven". Y en un santiamén la tenía sentada en su hombro.

- ¿Cómo se te da recoger nueces?- Preguntó Ruth.

- Se me da mejor comerlas, señorita.

- Vaya par.


La niña y el oso / 3.- El espejo

La niña y el oso / 3.- El espejo

- Pues claro que puedes, alelado.

- Pero es que peso mucho.- Protestó el oso, casi gimoteando.

- Nahhh, tienes mucho pelo y eso hace flotar. Y el barrigón te va a quedar por encima del agua.- Esto último lo dijo muriéndose de risa. Su barriga estaba entre los tres temas que la hacían reír más pronto y con más perseverancia.

- ¿Qué barrigón? La naturaleza me dió la silueta de un animal depredador.

- Jujuju. Lo único que te he visto depredar a tí son las tartas de manzana que hace mamá.

- No me gusta exhibir mi ferocidad ante tí.

- Tú tranquilo. Ya se que eres de peluche, pero te guardaré el secreto. Además, no me cambies de tema. Hoy lo vamos a intentar y no se hable más.

- Tsk.

- De verdad que te va gustar.- "Ahí viene", pensó el oso, "Va a poner carita inocente y me volverá a ganar el pulso. A mi me aseguraron que los osos siempre hacían su santa voluntad, hubiera o no niñas de por medio".

Estaban tumbados uno al lado del otro, boca abajo, con los codos apoyados en el suelo y la cabeza sostenida por las manos a la altura de la barbilla. Ella a la sombra del corpachón del oso. Tenía la nariz pelada después de un día tirada en la hierba de la piscina. Tantas horas de no hacer nada y divagar le habían procurado la idea. Iba a enseñar a nadar a Phil. Siempre que no tenía algo concreto en mente sus pensamientos acababan derivando en él. "Qué pesadez", se decía siempre, "No me lo puedo quitar de la cabeza. Y, encima, cuando me lo imagino es aun más bobo que en la vida real".

- Te voy a enseñar a nadar como los perritos.- La niña anunció el notición con una sonrisa de satisfacción que recorría toda su cara de un moflete a otro.

- No me parece digno.

- Lo que no es digno es que no sepas nadar con lo crecidito que estás. ¿Qué pasa si me tienes que rescatar un día porque me he caído al río?

- Te tiro un tronco.

- En la cabeza, seguro. Se te notan las ganas en la cara.

Habían buscado un sitio en el risco que daba a la laguna para tumbarse. A escasos centímetros del pequeño barranco, era como si estuviesen asomados a una terraza que diera a una piscina. La laguna, que los habitantes del bosque llamaban El Espejo, porque en su lámina de agua se reflejaba todo de forma nítida, como si el viento fuera incapaz de rizar su superficie, estaba en mitad del bosque, en un gran claro dentro de la densa arboleda. El oso espero a que ella creciera para llevarla tan adentro en la montaña. Era su lugar preferido para pensar al principio de la noche, cuando no tenía muy claro lo que iba a hacer en una jornada. Claro, eso era antes de conocerla a ella, ahora se pasaba la vida muy atareado, ocupado en esquivar las trastadas de la niña. Tumbado exactamente así, viendo a la luna reflejarse en el espejo rodeada de estrellas había pasado cientos de horas de tranquilidad y soledad. Le gustaba verla avanzar en el cielo nocturno de mentirijillas, surcar las aguas de una a otra orilla. Pero jamás se la había ocurrido la idea de nadar junto a ella. Esas ideas locas solo se le ocurrían a Ruth.

- Pero estarás junto a mi, ¿no?

- Claro, bobo. ¿Cuando te he dejado solo? Te tendré cogido de la mano. Sabes que eres mi peque. Hoy aprenderás a mantenerte sobre el agua y a mover los pies.

- ¿No se nada con los brazos?

- Uy, don No se nadar de repente es un experto en la materia. ¿Quien es la entrenadora aquí?

- Ni idea, yo solo veo aquí a una niña que es demasiado insolente para lo pequeñita que es.- Ella le miro desafiante y luego se murió de la risa. Como no sabía si tenía que enfadarse o reírse con ella prefirió seguir con el tema.- Las nutrias nadan moviendo los brazos.

- ¿Y no te da coraje que ellas sepan y tú no? No, a ver, quiero que aprendas a relajarte dentro del agua y, una vez lo consigas, que aprendas a nadar de espaldas moviendo los pies, como si fueras una lancha motora. ¿Vamos ya?

- Espera un momento.- Cogió una de las moras que había traído para Ruth y la espachurró en su nariz para extender la pulpa sobre ella. Le encantaba lo diminuta que era. Los humanos cuanto menos nariz tenían menos fea parecía. Y la de ella era como el botón de una trenca, chata y redonda. Le hacía gracia cuando la  arrugaba al reírse. Incluso cuando se reía de él. Vale, que sí, que eso era casi siempre. Y esas ojeras que le daban un toque somnoliento a su cara, tan dulce. Sus orejas de gnomo, como de mazapán y...

- ¿Se puede saber en que estás pensando? Estás como sonámbulo. Además, me estás pringando toda la cara.

- Es que tienes la nariz pelada por el sol.

- Y has decidido untarla con mermelada para comértela como si fuera una tostada.

- Que no, que es muy bueno para la piel. Ya verás.

- Jolín con las ideas de los osos. Deja ya de hacerte el remolón y vamos al agua. Lo que se tarda en conseguir que te movilices...

Bajaron la cuesta hacia la orilla. Y el resto de la noche hubo muchas risas. Vale, que sí, sobre todo de ella.

martes, 8 de noviembre de 2011

La niña y el oso / 2.- El disfraz

La niña y el oso / 2.- El disfraz

Solo asomaba el hocico en el lindero del bosque. Su nariz negra y brillante que se movía al respirar. Oculto entre los árboles de la primera fila de la densa arbolada meditaba con suma parsimonia el siguiente paso, que sería el primero dentro el claro.

- ¿Piensas venir o vas a estar ahí todo la tarde haciendo el bobo?

- Necesito concentrarme.

- ¿Para recordar como se anda? Ya eres grandecito para saber como se hace.

Pensó que la niña le caía mucho simpática cuando tenía menos dientes y bastante más dulzura. Que tiempos aquellos en que la llevaba de paseo al bosque y ella le decía a todos horas cuanto le quería. Que no es que a él le importara demasiado, que él era un oso huraño y sin amigos. Pero, oiga, era un detalle a valorar. la educación esmerada recibida de su madre. Comenzó a andar, y cuando hubo salido de entre los árboles la niña sufrió un agudo ataque de risa. Se cayó sentada de tanto que la risa le aflojó sus fuerzas, como si le estuvieran haciendo cosquillas.

- Si vamos a empezar con esas me voy por donde vine. No me parece la actitud adecuada. Menos en una dama.

La niña redondeó los ojos para mostrar su mejor expresión más dulce. Ojos que parecían los de un dibujo de manga japonés. Las de un peluche sin dueño.

- No te enfades. Es que estás tan genial que me he puesto super-contenta.- Al decirlo reprimió como pudo una última carcajada y recompuso como pudo su expresión fingida de santa dulzura.

La genialidad a la que aludía la niña radicaba en su disfraz de abeja, con antenas incorporadas. Llevaba una especie de body naranja con rayas horizontales negras que le cubría el corpachón hasta los cuartos traseros. ¿Donde habría aprendido aquella niña a machacar dignidades? Lo increíble es que el disfraz era de su talla. Cuando se lo dió el día anterior estaba seguro que se podría librar del embolado porque nunca le había tomado medidas. Pero no, le quedaba como un guante, chúpate esa. De ello deducía dos cosas: 1) Que no era algo improvisado, sino un brillante plan, diseñado con tiempo y paciencia para poder humillarlo; 2) Que la niña calculaba a ojo con la maestría de un torturador de la CIA. Algún día lograría averiguar a que agencia gubernamental pertenecía. Una que reclutara a los agentes de campo muy jóvenes, cuando aun tenían dientes de leche.

Ella iba genial, disfrazada de hada del bosque, con un vestido que simulaba estar confeccionado con vegetación del bosque. La falda era una hoja de olmo plegada de forma pícara para presentar una escotadura por la parte delantera. La parte de arriba era una flor de brezo que le abrazaba el cuerpo como si fuera un traje de novia, con los estambres asomando tímidamente por el escote, que tenía forma de sámara de arce. Un esplendoroso traje verde oscuro y roda pálido. Un poco atrevido para una niña de trece años, ¿ no? A el le parecía que sí. Si alguien le hubiera consultado por supuesto que habría exigido cambios.

- ¿Ese largo de la falda lo ha aprobado tu madre?

- Y tanto. Todo cuenta con su aprobación. Hasta el largo de tus antenas.- Se puso la mano en la boca para ocultar su risa. Puñetera. Había logrado olvidarse al fin de lo ridículo que iba. - Hicimos un trato. Puedo ir como quiera siempre y cuando tu me acompañes para poder estar tranquila.

- Así que soy algo así como la cláusula de castigo.

- Es que solo se fía de tí. Ya lo sabes.

Cuando se iba a enterar aquella panda de locos de que el era un oso. Con sus instintos, su pelambrera, su hocico, sus colmillos asesinos. Un osos con todo lo que tiene un oso, vaya. El no era de fiar, el era peligroso. Incluso vestido de abeja.

- Osea, ¿que si yo no voy tu no puedes ir tú?.- Sus ojos se empequeñecieron en una expresión maliciosa. Ella frunció el ceño. "Uyuyuy, tormenta. Pues mira lo que me importa. Soy un oso peligroso que no le teme a nada...".

- ¿Quieres que te odie para siempre?¿Esta fiesta es muy importante para mi? Si no vas tu no me dejarán ir - Casi se le saltaban las lágrimas. Pero eran de rabia.

¿Pero por qué le duraban tan poco las ventajas tácticas con ella? ¿Por qué? ¿Por qué? Era todo lo que quería saber. Se moriría tranquilo cuando lo supiese. Aquella niña llevaba años haciendo su santa voluntad con él. Bueno, a ver, el hacía siempre lo que quería, porque era un oso...

- ¿No quieres venir? Pues te vas a acordar. Con lo que me costó hacerte el disfraz. Se que te gusta las abejas. Que lloraste cuando mi madre tiró el viejo pijama.

- Pero, niña, no digas cosas. Sabes yo no he llorado en mi vida... ¿Cuánto tiempo dices que llevas cosiendo mi disfraz?

- Dos semanas. Quería que fueras guapo, que tuvieras el mejor de la fiesta. Vas a ganar el concurso. Se van a caer de culo cuando te vean.- "Sí, como tú". Pensó el oso. "Vaya forma tan torpe de tratar de convencerme".

- Venga, va. Sea por esta vez. Pero me debes una.

Las lágrimas desaparecieron y en su lugar hizo acto de presencia una enorme sonrisa. Como un sol luminoso tras la lluvia. Ah, cuanto echaba de menos a aquella niña que le miraba siempre asombrada. Un día sin que te des cuenta tu niña falta de dientes se te presenta vestida con una minifalda de hojas y te das cuenta de lo rápido que pasa la vida.

- De verdad que tanto...

- Eres la persona que más quiero en el mundo...

- Será al oso que más quieres.

- No conozco otros osos.

Si, ella siempre ganaba las discusiones. Al final se avino, pero por hacerle un favor, porque son los fuertes los que ceden. Y también para no parecer demasiado fiero ante los demás asistentes a la fiesta. Si iba con su aspecto habitual quien sabe si se producirían ataques de pánico. Fue con ella a la fiesta de disfraces. Pero le hizo prometer que no le dejaría a solas con sus amigas. No se fiaba ni un pelo de aquella manada de adolescentes. Se santiguó con la mano derecha al recordarlas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La niña y el oso / 1.- El encuentro

La niña y el oso / 1.- El encuentro

Una noche que corría distraído y algo más rápido que de costumbre al oso se le acabó la arboleda antes de que pudiera darse cuenta. Trató de parar pero le costo lo suyo. Era muy pesado. Había mucha inercia en el avance de sus sentimientos.

- Ouch.- Dijo. Se le habían quemado las plantas de los pies al frenar.

- Waaala.- Dijo ella admirada. Había una niña diminuta justo delante de él. "Dios mio, la podía haber aplastado". La miró para examinarla. "Como se pueden abrir tanto los ojos", dijo para sí. "Es más, ¿cómo se puede tener unos ojos tan grandes en una cara tan chica?". Se miro instintivamente las manos para ver donde las tenía. Temía espachurrarla de un pisotón como a una avellana. Vestía un pijama amarillo con cuadros pintados y miles de abejas de color naranja brillante zumbando en el tejido. "Ja, parece un panalico rezumando miel".

-¿Tú quien eres?

Estaban en el claro, al borde del pinar, junto a la casa que él tan bien conocía. Estaba pensando la forma más sencilla de explicarle su identidad, porque se la veía tan chica que no tenía claro si tenía edad para entender cosas complicadas.

- Soy un oso.- Un oso es algo sumamente complejo, pero quiso darle un voto de confianza a la niña.

- ¿Y de donde vienes?.- Vaya, empezaba a entenderlo, era una interrogadora del FBI.

- Del bosque.- Dijo señalando con el hocico la ladera de la montaña.

- Waaala. ¿A ti si que te dan permiso para ir? Debes ser un niño mayor.

- No soy un niño. Es más, no deberías estar hablando conmigo. Soy muy fiero.

- ¿Que es fiero?

- Fiero es que me puedo enfadar a la mínima y darte unos cuantos cachetes.

Ella ladeo la cabeza. Tenía el ceño fruncido porque le estaba analizando con la mirada, concentrada en encontrar una respuesta. Estaba sopesando la amenaza. De repente sonrió y mostró una boca al que le faltaba algún diente y alguno asomaba a medias.

- Te pareces a mi peluche.- Concluyó mientras se reía de pura satisfacción.

Vale, a hacer puñetas la ventaja psicológica de ser más grande y tener más pelo. Lo estaba viendo claro, con esa niña no iba a servir de nada la lógica. Era de esas que ganan todas las discusiones porque no se atienen a las reglas, porque se hacen un adorno para el pelo con ellas. Estaba planeando su siguiente frase como si fuera un movimiento en una partida de ajedrez cuando alguien grito desde la casa: "Ruth. Entra en casa. Vamos a cenar".

- Hasta mañana.- Le dijo mientras corría hacia la casa con la cabeza vuelta hacia él. Se tropezó. El oso hizo además de ir a ayudarla, pero la niña rebotó como si fuera de goma y sin perder la sonrisa siguió corriendo. - Waaala, huele a colacao.

"¿Hasta mañana? Suena como una cita". "¿Qué será el colacao?". Tantos misterios en el mundo de los hombres. Incluso más que en el bosque.


viernes, 14 de octubre de 2011

Rescates de Twitter (8) - El espíritu de cuerpo


El espíritu de cuerpo

1.- Siempre suele quejarse alguien hacia el final de la serie. Hoy me pasaré la queja por donde yo me se. Dedicado a @temis6 y @me_enervo

2.- Para el 1º por que dice que les gustan mis historias. A el por tanto las quejas. Para la 2ª por que vea que yo también soy excesivo a veces

3.- El espíritu de cuerpo. La X Legión Gemina, el orgullo de los ejércitos de César, decidió amotinarse estando a las órdenes de Marco Antonio

4.- La Décima, a punto de ser embarcada en Ostia para ir a Grecia, dejó de atender a las órdenes recibidas del ilustre borracho

5.- Estaban hartos de arrastrarse por el mundo con algunas promesas rotas como única soldada. Tantos camaradas que no volvieron de la Galia

6.- Querían licenciarse, dejar la guerra para los jóvenes. Su juventud eran una sucesión de cementerios militares en la Galia, Roma y Britania

7.- El ilustre borracho fue a advertir a su líder y amigo. César escucho preocupado. Necesitaba a la Décima para vencer a Pompeyo El Magno

8.- "Iré allí". "Tú no los has visto. Tal vez no respeten tu vida. Yo tuve que escapar". "Iré", repitió César. Los conocía porque eran su obra

9.- Los reclutó personalmente en la Galia Cisalpina, camino de ese exilio que luego le dio su primera gloria. Con ellos llegó, vió y venció

10.- César se presentó en Ostia, en medio de ellos. Los veteranos aguantaron su rabia para escucharle. Luego decidirían que hacer con él

11.- "Ciudadanos", les dijo, "He decidido que tenéis razón. Desde ya mismo quedáis licenciados. Otorgaremos tierras a cada uno de vosotros".

12.- "¿Nos ha llamado ciudadanos?", exclamó alguien entre la turba, ahora extrañamente calmada de golpe. "Lo sois ahora", asintió César

13.- No, no, no. Ellos no eran ciudadanos, eran soldados. Eran La Legión Décima Gemina. La que aguantó el doble asedio de Alesia

14.- La Décima que prendió fuego a la legendaria Biblioteca de Alejandría, porque la ciudad no era suficientemente grande para albergar 2 mitos

15.- Dicen los que allí estaban que al rato muchos lloraban y suplicaban a César ser readmitidos en el servicio. Se sentían huérfanos de respeto

16.- "Sea. Porque me lo pedís". Y más de uno le besó la mano en agradecimiento cuando se marchaba para ir al Senado y afrontar otros asuntos

17.- "¿Qué hago con ellos?", le pregunto el borracho. "Vuelven a ser soldados. Ese ha sido su deseo. Y esto ha sido un motín. Ordena diezmarlos"

18.- Ay de quien no lo entienda. Preferían las promesas vanas a ser simples ciudadanos. Preferían la muerte al deshonor de dejar de ser soldados

19.- Y 1 de cada diez fue ajusticiado, como estaba estipulado. Y los restantes, la X Legión Gemina volvió a ser el orgullo de César en Farsalia

20.- 21.- Le preguntaron a Stielike en TVE: “Les vale con un punto, ¿saldrán a empatar?”. “Yo siempre que me ato las botas es para «gañar»”, contestó

21.- El Madrid de Uli. Solo dejaron de ganar una de las diez ligas de la década de los 70. Lo que queda de aquel recuerdo es Orgullo Madridista

22.- Nota: La anécdota sobre Stielike es cierta y es la definición más certera del estilo del Madrid. Sobre el resto preguntad a Plutarco

sábado, 3 de septiembre de 2011

Cine y TV (39) - Falling Skies - Temporada 1 - Episodios 1-5

Falling Skies - Temporada 1 - Episodios 1-5

La SF es el género con el que soy menos exigente. Hay que dar por sentado que la imaginación será uno de los componentes principales de lo que sea que nos cuenten y que abundarán los improbables. Y que algunos de esos improbables nos parecerán absurdos. Pero es que me curtí como lector con este genero. Pasé directamente de los comics, principalmente de super héroes (Marvel y DC), a las novelas y relatos de Ciencia Ficción. Brillaba con luz propia en aquellos tiempos la Revista Nueva Dimensión, auténtica precursora del género en España desde su cuartel general en Barcelona.

Falling Skies - Banda sonora - See What I' ve Become - Zack Hemsey

Decir que Spielberg, productor y guionista de la serie, con "Encuentros en la tercera fase", así como Kubrick con "2001, Una Odisea en el espacio" dignificaron el género, frase que he escuchado no pocas veces, es una irritante falsedad, porque el género siempre fue digno, cumplió su función de entretener y generó un pequeño caudal de obras maestras tanto en el Cine como en la Literatura a lo largo de los años. Y ese caudal fluía desde mucho antes de que ninguno de estos directores comenzaran sus respectivas carreras cinematográficas. Pero es interesante fijarse en el director californiano porque su labor dentro del género ejemplifica perfectamente las tres etapas que pueden observarse con el paso de los años en las películas centradas en la idea del contacto con vida extraterrestre, a veces solapadas entre sí y con vuelta atrás en determinadas épocas. Podríamos decir que más que etapas son enfoques, que han ido apareciendo con los años y siendo alternativa a los ya existentes. En la primera ese contacto con civilizaciones o individuos de otros mundos era abordada desde la incertidumbre y la extrañeza, desde el miedo podríamos decir, asumiendo de antemano que estaba abocado al fracaso, producto de la incomprensión entre razas que nada tienen en común y por esa evidencia que nos deja la Historia de la Humanidad de que todo contacto entre civilizaciones con desarrollo tecnológico dispar deriva inevitablemente en la conquista de la menos avanzada por la que lo está más.

Con "Encuentros en la tercera fase" precisamente, y poco después con "ET", empezó a imponerse la doctrina de que el miedo a los extraterrestres forma parte de nuestras imperfecciones, de nuestra tendencia al uso de la violencia. Una sociedad más desarrollada ha de ser necesariamente más justa. Alguien capaz de viajar entre estrellas ha de haber encontrado mejores vías para solucionar las divergencias con sus semejantes que el tratar de machacarle el cráneo. Es curioso observar como en la primera época de Star Trek podría inscribirse sin problemas en la primera etapa propuesta mientras que la segunda, la de la Nueva generación, con el Capitán Picard, encajaría en la segunda, con ese mensaje claramente mesiánico que poco a poco fueron adquiriendo los episodios televisivos y, sobre todo, las películas del capitán Kirk.

La tercera etapa se deja de disquisiciones y no intenta analizar el hecho en sí. El contacto con extraterrestres es una idea que ya no provoca excesiva extrañeza y es tratada sin excesivos problemas como cine de género. Abundan de un tiempo a esta parte las películas en que el encuentro con extraterrestres es abordado como cine bélico o de terror, como mero entretenimiento. "Independence Day" fue quizás la precursora hace unos años, pero recientemente hemos visto "Invasión a la Tierra", en la que los marines ya no se enfrentan a asiáticos o islámicos, sino a tropas venidas del espacio exterior que atentan contra la Tierra, que ya se sabe que es una responsabilidad americana. "Invasión a la Tierra" narraba los sucesos del día de la invasión, dando a entender que ésta era frenada por el ejército. Falling Skies, en buena medida heredera de esta película en cuanto a su forma de abordar  el problema y al estilo visual narraría las semanas posteriores, una vez las fuerzas armadas se han visto desbordadas y superadas por el invasor. Ya no existe un ejército regular. Quienes luchan son tropas cuyos efectivos son casi todos civiles. Integran grupos de acción cada vez más pequeños, apenas coordinados entre sí. Uno de estos gropúsculos de resistencia, el Segundo Batallón de Massachusetts, es el que centra la atención de la serie.

La serie cuenta con recursos de producción y en conjunto ofrece un aspecto visual más que digno, aunque algunos detalles dejan mucho que desear, como el acabado de los extraterrestres, que tienen un aspecto de muñecos de plástico que tiran para atrás, o los paisajes, supuestamente post-apocalípticos, pero que más bien parecen una barriada del extrarradio de cualquier ciudad grande. Hay profusión de personajes y un uso abundante de extras. También es un acierto el que exista una progresión en la trama y que en esta no haya trucos o giros a conveniencia, como pasa en "V", la serie rival en estos momentos, con la que tenemos la sensación de que se nos hace trampa constantemente. Algunas series no avanzan por mucho que corran, como los personajes de dibujos animados que dan zancadas frenéticas sin moverse del sitio. Se trata de mantener de esa forma la fórmula inicial en la que se supone que reside su éxito. Un clásico en este sentido es la tensión sexual entre protagonistas, que siempre concita nuestro interés, sabiendo los responsables de las series que una vez se establezca un vínculo amoroso claro entre ellos se perderá para los espectadores buena parte del incentivo para verlas. ¿Hay alguien que no se haya hartado a estas alturas de las perpetuas dudas en las parejas protagonistas de "Anatomía de Grey" y "Bones"? Yo desde luego que sí. El continuo "si, pero no" que Grey ofrece como respuesta al doctor macizo cada vez que éste le pregunta si quiere ser su pareja me parece más que nada sadismo.




Trailer de Falling Skies subtitulado en Castellano



El punto de vista elegido en la serie tiene sus pros y sus contras. Se ha optado por narrar la lucha desde la óptica de una determinada familia, la, Tom Mason (Noah Wyle), segundo al mando del batallón. Esto permite profundizar el su psicología de los personajes, que éstos tengan un mínimo calado para poder ser atractivos, aunque sin alardes. Pero nos hurta una visión global de la guerra entre humanos y extraterrestres, que siempre vemos de forma sesgada, sin una perspectiva global, tal como la ven los protegonistas. Por otro lado, no se pierde de vista nunca que se trata de narrar una guerra, con sucesos bélicos. No estamos ante ese supuesta partida de ajedrez entre inteligencias, las de los alienígenas y la resistencia, que viene a ser lo que se nos pretende hacer creer que es "V". Juego estratégico que de tan simplón a veces más bien parece parchís. Por si no se ha quedado claro ya, detesto esta serie, de la que solo salvaría a Brenda Baccarin, que compone una malvada a la que me resiste a odiar. Está más hermosa incluso que en Firefly. Me costó reconocerla con el pelo tan corto y la sonrisa perenne, aunque tan solo insinuada con un gesto suave de la comisura de los labios. Elegante y encantadora, a veces me entran tentaciones de pasarme al bando de los lagartos.

Falling Skies cuenta en su primera temporada con solo 10 episodios. Y no hay preámbulos. La guerra se instala en la pantalla del televisor desde el minuto 1. De hecho los títulos de crédito del primer episodio son utilizados para ponernos en antecedentes. Los extraterrestres han llegado y han arrasado las ciudades. Los pocos humanos que han sobrevivido a la primera oleada tratan ahora de sobrevivir. Sin llegar a la excelencia, la calidad de la serie la considero suficiente como para que merezca al menos una segunda temporada, en la que espero que si contiene más episodios no empiecen a proliferar los de relleno, como pasa en tantas series, algunas magníficas, como por ejemplo en Fringe.


miércoles, 31 de agosto de 2011

Cine y TV (38) / La Misión - The Mission - Roland Joffé - 1986


La Misión - The Mission - Roland Joffé - 1986

Ya lo he dicho alguna vez y siento reiterarme: El cine es un arte colectivo. Un film tiene muchos autores, con diferente jerarquía, por supuesto, y con aportaciones cuyo modo de engarce con el resto dependen de terceros. Del director y el productor principalmente. Aunque, a su vez, la labor de estos se ve mediatizada por la de otros. Una buena o mala dirección puede verse malograda o tamizada por el quehacer del montador. Es todo muy complejo y el éxito depende de muchos factores a menudo difíciles de controlar. Por otro lado, una autoría múltiple aumenta las posibilidades de encontrar aciertos en una película, aspectos a los que "agarrarse" para disfrutarla.

Con La Misión estaríamos en uno de esos casos, con grandes talentos desempeñando labores secundarias, como es el caso de Robert Bolt y Ennio Morricone, y otros no tan excelsos, pero también dignos de reseñar, en labores principales, como es el caso del tándem Roland Joffé-David Puttnam, director y productor de la película, respectivamente. La emocionante banda sonora, las maravillosas localizaciones, la labor de los actores, la historia que se nos narra, son muchos los componentes que por si solos hacen de La Misión una experiencia única para el espectador, que lo llevan en determinados momentos a grados de implicación emocional con la narración casi completos. Y, sin embargo, nos asalta la duda de por qué no se trata de una obra maestra, por qué el paso del tiempo no la ha terminado de revalorizar, no ha incrementado esta obra hasta convertirla en un referente. El cine es un misterio, es un arte y no una ciencia, por mucho que se nos diga y se nos repita que también es una industria. La Misión se queda a pocos milímetros del acierto pleno. Pero sin espacio para la desilusión. Más bien para la esperanza de que siempre habrá algo de interés en que centrar la atención cuando en el film intervienen primeros espadas, de que basta con leer los títulos de crédito para saber si una película merece la pena el tiempo que se ha de invertir en verla. En realidad escoger en la cartelera es un asunto mucho más fácil de lo que parece, que ofrece pocas sorpresas si se parte de un conocimiento adecuado sobre quienes trabajan en esa industria, de nuestros propios gustos.

La Misión no se entiende sin la aportación del guionista Robert Bolt, que confieso que es una de mis debilidades cinematrográficas. Tras rodar David Lean "El puente sobre el río Khwai", basada en una novela de Pierre Boule, el autor de "El planeta de los simios", se convirtió en su guionista de cabecera, rindiéndole sucesivas obras maestras. Tres en total. Obras del calibre de  "Lawrence de Arabia", "Doctor Zhivago" y "La hija de Ryan". La segunda puede que sea la mejor adaptación cinematográfica de una novela de verdadero fuste en la Historia de la Literatura Universal. La tercera una de las historias de amor más conmovedoras que jamás se hayan filmado, con secuencias producto del guión realmente sublimes. Alguien dijo que el éxito de un guión adaptado reside en acertar con lo que es superfluo y puede suprimirse sin que la historia se resienta. Si esto es cierto, Robert Bolt realizó una labor de maestro y supo resumir en el metraje de "Doctor Zhivago" todo lo sustancial que hay en la novela de Boris Pasternak, en especial la prolija ensalada de personajes, tantos que es bien fácil perderse en la lectura.

Bolt también trabajó para otro grande del cine, Fred Zinnemann, que rodó "Un hombre para la eternidad", su narración dobre el calvario de santo Thomas Moro a manos de Enrique VIII de Inglaterra por causa de una cuestión de honor, y de conciencia también, llevada hasta sus últimas consecuencias. Para Roger Donaldson redactó una nueva versión de "Rebelión a bordo", la última hasta ahora, y que seguramente es la mejor. El drama del motín en La Bounty es explicado mejor que en versiones anteriores, con algo menos de maniqueismo, con un capitán Bligh menos monolítico, lleno de matices, algunos decididamente positivos. Un personaje en algunos momentos incluso heroico, al saber mantener con vida a los pocos que no han secundado el motín y que han sido dejados en su compañía a la deriva en un exiguo bote de remos. está nueva visión de uno de los villanos del cine por excelencia nos hace dudar a veces de quien es el verdadero protagonista de la historia. Es importante resaltar y retener este detalle porque es pertinente a la hora de hablar de La Misión. Una de las críticas que suelen realizarse a este guionista es su tendencia a centrarse en los protagonista, dejando en un plano muy secundario al resto del dramatis personae. Podría aludirse a "Doctor Zhivago" para rebatir esta propuesta al tratarse de un film repleto de personajes poderosos, con cosas que decir y mostrar al espectador. Pero es que quizás sea cierta en sus obras originales. No olvidemos que este guión es una adaptación. En "El motín de La Bounty" se nos narra desde ambos puntos de vista posibles, desde el de Christian Fletcher, el segundo de a bordo, y también desde el de el capitán Bligh, siendo la dialéctica entre ambos personajes el motor de la película. "Lawrence de Arabia" trata de adentrarse en la extraña psicología de D. H. Lawrence, el libertador de Arabia. La principal preocupación es darnos a conocer los detalles psicológicos del personaje, hurtando el tiempo disponible para otros personajes, que son a veces esbozados con acierto y otras de forma algo esquemática quizás. También "La Misión" tiene su eje narrativo en la dialéctica entre sus dos protagonistas, el padre Gabriel (Jeremy Irons) y el mercenario Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), en sus visiones del mundo completamente antagónicas, que les llevarán a intentar resolver el mismo problema sin solución tomando derroteros que se bifurcan y se dan la espalda. Lo que importa es mostrarnos que es lo que motiva y como sienten y piensan ambos personajes. El resto están apenas esbozados, forman parte apenas del maravilloso decorado en que se desarrolla la trama, de su tramolla argumental. Incluso el personaje del cardenal Altamarino (Ray McAnally) adolece a veces de los detalles suficientes para que lo lleguemos a entender del todo, a pesar de ser el narrador de la historia con voz en off, con momentos incluso brillantes en sus parlamentos. Y es que no llegamos a captar del todo las motivaciones y sentimientos de su eminencia, decidido defensor de lo que ha venido a desmantelar, las misiones de Los Jesuitas situadas en el delta del Río Iguazú, pero que a veces deja escapar una vertiente opresora y tiránica que no acaba de encajar con sus propias palabras. ¿Si tan claro tiene la necesidad de que esa obra misionera continúe por qué es tan eficiente a la hora de suprimirla? Es una decisión tomada de antemano por quien realmente deciden, parece ser su excusa. En ese caso poco habría importado que hubiera expresado su verdadera opinión. Además, su supuesto punto de vista parece ser desmentido por ciertas actitudes despectivas que tiene en momentos puntuales con los indios Guaraníes. El cardenal Altamirano me parece un personaje, al tiempo que fascinante, muy ambivalente, a veces muy cercano a nuestra sensibilidad y a ratos demasiado distante. Cuando le es presentado el cacique de las gentes guaraníes que pueblan la misión del Padre Gabriel, comunidad que el mismo ha querido visitar porque ha oído hablar de las maravillas que allí tienen lugar, su actitud con el jefe indio es autoritaria y despectiva. Le exige que se marche con sus gentes por mandato de los reyes en cuyo nombre habla, a lo que el guaraní responde, cargado de dignidad y razones, que el también en un rey, el único presente en aquella reunión.

El primero de los protagonistas que conocemos es el padre Gabriel, un personaje que nos abre los poros del alma, cercano  la santidad, que sabe ver el mundo desde el punto de vista de la bondad, siempre desde la esperanza en la capacidad de los demás para obrar con rectitud. Bondadoso y confiado, sin embargo es capaz de tomar decisiones razonables y productivas, algunas de ellas muy arriesgadas, como la de llevar hasta su misión, arriba de las cataratas del Iguazú, al esclavista Rodrigo Mendoza. La forma en que el jesuita se gana el favor de los guaraníes es uno de esos momentos sublime de la historia del cine. Tras el fracaso de su antecesor en la empresa, que ha sido arrojado por los indios a la corriente del río, clavado a una cruz aun con vida, entendemos como una forma de burlarse los indios de las enseñanzas que tratan de predicar los cristianos, cruz que hemos visto despeñarse por el torrente vertical de agua en la secuencia inicial, decide acometer esa misión imposible sin que veamos en su rostro el menor atisbo de duda. A Gabriel le mueve la fe, la certeza de que lo que hace es lo correcto. La confianza en la rectitud de uno mismo y en la propia labor, más si es elegida por voluntad propia, es el más poderoso de los incentivos. Una vez llega a la jungla tras escalar las cataratas es rodeado por los que pretende que sean sus nuevos feligreses. se sienta en un roca y comienza a interpretar con un oboe que trae en su zurrón una melodía. una pieza breve compuesta por Ennio Morricone, no diré que de las mejores porque todo lo que este hombre creaba era Música para el corazón. los indios quedan fascinados. sabemos que tiene miedo por que vacila en algunas de las notas. Uno de los líderes de la tribu exterioriza su enfado. Entendemos que debe ser el curandero, la persona que va a verse desplazado con la llegada del religioso. En un acto de furia, aunque cargado de desdén, el chamán parte el instrumento haciéndolo chocar con su rodilla levantada y acto seguido se marcha vociferando indignado. El resto de indígenas quedan consternados. Uno de ellos recoge del suelo los dos trozos del oboe y se los tiende al padre Gabriel. Hay súplica en sus ojos. Quiere volver a escuchar esa melodía. El jesuita intenta recomponer el oboe, pero es inútil. Se encoje de hombros. El indio, un guerrero que ahora solo quiere recuperar ese momento de inspiración que le ha supuesto escuchar ese sonido que hasta entonces desconocía, tiende los dos palos inútiles al jefe de la tribu, que enseguida traza un plan para reparar aquella herramienta para el bien. Ni siquiera hemos necesitado entender los parlamentos. Gabriel no despega los labios en toda la secuencia y los indios hablan solo en su idioma sin que se nos traduzca lo que se dicen entre sí. Pero todo ha quedado diáfano. Los guaraníes han sido vencidos por la música, ese sentimiento hecho sonido para el que luego veremos que están especialmente dotados. Gabriel es como un flautista de Hamelin, haciendo que le sigan las almas que habitan la selva al dictado de su dulce melodía.


La Misión - Banda sonora - Gabriel's Oboe - Ennio Morricone

¿Que mueve a Gabriel? El amor y el respeto por sus semejantes, sin duda. ¿Y a Rodrigo? El honor. Algo tan español. En otros tiempos, por supuesto. Y ahora tan denostado. El honor, la honra, es la capacidad para mirarse a uno mismo sin sentirse avergonzado. Hablamos de hechos no de circunstancias. Hasta el hombre más pobre, de condición más miserable, puede tener su honra intacta si ha obrado conforme a sus convicciones, a lo que entiende que el momento demandaba conforme a la propia escala de valores. No hay empresa pequeña para la honra, puede perderse o ganarse tanto tratando de conquistar un reino como ahuecando el ala del sombrero. Porque lo que vemos al mirarnos a nosotros mismos es en buena parte el reflejo de nuestra imagen en los ojos de los demás. Hay en la honra un componente totalmente autónomo, que solo depende de nuestro propio juicio, al tiempo que es totalmente dependiente de la opinión ajena. La honra solo tiene un dueño, nosotros mismos. Calderón de la Barca y el resto autores del Siglo XVII se encargaron de subrayarlo repetidas veces. Pero su pérdida nos relega de la comunidad, nos hace indignos de vivir en ella, expuestos a las miradas de los otros.

Rodrigo hace tiempo que perdió su honra. Su trabajo como cazador de indios lo vuelve indigno ante sus propios ojos. Pero su cólera contra el mundo, quizás causada por su abominable forma de ganarse la vida, le impide verlo. Será la muerte en parte accidental de su hermano, víctima de uno de sus accesos de cólera, lo que le abrirá definitivamente los ojos. Y ante el sentimiento de vergüenza y de culpa querrá dejarse morir. Sumido en la desesperación será cuando conozca a Gabriel. Que le retará a ser capaz de perdonarse, a dejar de esconderse tras su sumisión a la muerte, a la que espera apartado de todo, como un fantasma.

Existen dos caminos únicamente para alcanzar la rectitud. Uno es a través de la bondad, innata o adquirida gracias a las enseñanzas de la vida, especialmente a través de las más amargas. Este es el sendero que recorre Gabriel, en apariencia el más fácil, porque le basta con fiarse de su naturaleza para obrar correctamente. El otro camino, el más penoso, es el de la voluntad y la disciplina. Voluntad para hacer propio un código de valores, y disciplina para llevarlo a la práctica. es el camino más arduo, en el que siempre surgen las tentaciones para darse a uno mismo dispensas, excusas para no obrar esta vez de la forma correcta porque es mucho el esfuerzo moral que se requiere. Este es el camino que trata de emprender Rodrigo una vez abandona su retiro autoimpuesto. Pero tratará de llevar consigo su pasado a cuestas, perpetuar su naturaleza guerrera. En la mejor secuencia de la película le veremos arrastrar penosamente por ríos y cuestas y enorme fardo que contiene su indumentaria y sus armas de soldado. Tratan de disuadirlo para que las deje en el camino pero el siempre se niega tercamente. La segunda noche de ascensión camino de La Misión, uno de los religiosos de grupo, Fielding, personaje encarnado por un entonces casi desconocido Liam Neeson, trata de convencer a Gabriel para que le levante el castigo. Pero de lo que se trata es de una penitencia autoimpuesta. Alza la mirada desde el libro que está leyendo y contesta con calma: "No es suficiente aun porque el lo considera así". rodrigo duerme agotado ajeno a esta discusión sobre su persona.

Al llegar a la plataforma superior del delta del Iguazú Rodrigo caerá de rodillas exhausto. Y cuando los indios lo reconocen uno de ellos se acerca a él por orden del cacique. Lleva un cuchillo en la mano. Fielding, que está junto a Gabriel, hace amago de ir a protegerle. Pero este lo retiene. "Aun no", le dice. Confía en la gente, quiere ver lo que ocurre. Y lo que ocurre es casi un milagro. El indio, encaramado sobre la espalda de Rodrigo, corta las ataduras que le permiten arrastrar el fardo, que arroja al cercano precipicio. El soldado español al verse liberado de su pesada carga, redimido de su culpa por el guaraní que grita enojado junto a su oido, comienza a llorar, transforma toda la pena que lleva guardando durante tanto tiempo en pena. Y al verlo llorar, el fiero esclavista, al que al temido durante años, los indios ríen a carcajadas. Rodrigo acaba de ser aceptado en la comunidad cristiana de La Misión. Habrá quien sea capaz de ver esta larga escena que se va cargando de emotividad poco a poco sin pasión, a mi se me hace siempre un nudo en la garganta.

Tiempo después Rodrigo es ordenado sacerdote. Un día, sentado a la mesa junto a sus nuevos hermanos jesuitas, comiendo lo que el mismo ha cocinado, sin mucho acierto por lo que se ve, pregunta a Gabriel como puede devolver el bien que ha recibido de él. "Agradecédselo a los guaraníes". "¿Cómo?". El religioso duda un momento y tras pensarlo con calma, como hace siempre, coge un libro que tiene cerca de sí y se lo tiende a Rodrigo. "Leed esto". Y lo que el ex-mercenario lee son las enseñanzas de san Pablo acerca de la caridad, que iluminan sobre el sentido de la película, al tiempo que al ser leídas por Robert de Niro en voz en off al tiempo que vemos a Rodrigo realizando las tareas más humildes en el poblado, jugando con los niños, atendiendo a quien lo necesita, logran crear una escena de belleza restallante.

La Misión - Escena - La caridad

Creo que la elección de san Pablo obedece también a la intención de trazar un paralelismo entre éste y el personaje de Rodrigo. Como el padre de la Iglesia, Rodrigo fue antes de religioso un perseguidor implacable de los cristianos. Será un hecho traumático el que le ponga en contacto con Dios y le marqué la senda que ha de seguir. Se trata de un personaje terco, como lo fuera san Pablo, dado más a la acción que a la contemplación o la reflexión, dotado más para conducir hombres que para inspirarlos, un general más que un pensador, por más que se trata de una de las mentes más claras de los que fundaron el Cristianismo. Otra confesión, y van dos en este escrtio: Era uno de mis héroes de infancia. Su biografía me tenía fascinado. En mi primer colegio, de enseñanza en Inglés, solo se podía usar el Castellano en las clases de gimnasia y en las de religión. Y esta asignatura se despachaba con los niños escuchando narraciones de la Biblia leídas por la directora del colegio. Entre las que no faltaba aquella en que Dios le preguntaba a su implacable perseguidor: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Es buen sabor de boca de aquellas lecturas aun me acompaña décadas después de escucharlas.

La Misión - Banda sonora - Miserere - Ennio Morricone

Hay una escena en la película en la que se esboza un suceso extraordinario acaecido en 1550. Después de ocurrido los historiadores se refirieron a él como "La controversia de Valladolid".  Tuvo lugar en el Colegio de san Pablo de aquella localidad. Bartolomé de las Casas logró convencer a Carlos V para se abriera un debate acerca de la naturaleza de los indios, para determinar si tenían alma y por tanto podían ser acogidos en el seno de la Iglesia y adquirir los mismos derechos que el resto de sus integrantes. El debate fue en realidad por escrito y es relevante porque es la simiente de una rama del Derecho. El Derecho de los Pueblos, precursor del derecho Internacional. Por primera vez una nación conquistadora se detuvo a reflexionar si aquello que hacía estaba bien, era correcto conforme a sus creencias comunes. Y si las conclusiones es cierto que en parte no se pusieron en práctica hasta sus últimas consecuencias, también es verdad que marcaron un hermoso precedente y pusieron a los pobladores del nuevo mundo bajo la tutela de la Iglesia y de la Corona Española, como contrapunto de los abusos de los conquistadores. En realidad nunca más se volvió a debatir este asunto. Jean Dumont relata el hecho en su libro "El amanecer de los derechos del hombre", y lo comienza con esta cita de Lewis Hanke:

"Fue en 1550, el mismo año en que el español había alcanzado su cénit de gloria. Probablemente nunca, ni antes de después, ordenó como entonces un poderoso emperador la suspensión de sus conquistas para que se decidieran si eran justas".

Los contendientes del debate, el propio Las casa y Ginés de Sepúlveda, uno de esos destellos luminosos a los que se refiere Menendez Pidal en su frase tan repetida de: "España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma". Por entonces el pensamiento, la ciencia y la tecnología progresaban en nuestro país más aprisa que en ningún sitio. Ya se cual es la doctrina actual al respecto, pero esa es la auténtica realidad. ya hubieran querido los indios Sioux haber contado con una protección legal equivalente en los territorios conquistados por los anglosajones. La mitad española de la isla La Hispaniola, la actual república Dominica, se convirtió con el correr de los siglos en un país mestizo, mientra que la parte francesa hubo de ser repoblada con esclavos negros tras ser exterminados sus pobladores originarios. Muchas son las razones que se nos han dado para que nos sintiéramos avergonzados por lo que hizo España cuando fue la principal potencia mundial. Casi todas ellas falsas. Para mí ver lo que se narra en La Misión es motivo de orgullo, saber que tras tanto sufrimiento infligido también hubo motivos para la esperanza, hechos elogiables sin equivalente en ningún otro lugar o momento de la Historia. En la película, 200 años después de los sucedido en Valladolid se nos ofrece un pequeño remedo de aquel debate. Es una anacronismo, por supuesto. Cabeza, el líder de la comunidad española discute con la comunidad de jesuitas ante la atenta mirada del cardenal Altamirano acerca de si los indios guaraníes tienen alma. Eso quedó establecido mucho tiempo antes como hemos dicho. es un fallo a colocar en el debe de Robert Bolt, pero conviene a la progresión dramática del relato.

Al final del mismo, ante la decisión del Papado de no proteger bajo su seno a los indios que viven en las misiones jesuitas, ante la imposición de que las abandonen porque van a cederse aquellos territorios a la Corona de Portugal, beligerante con la Iglesia Católica, Gabriel y Rodrigo vuelven a tomar los caminos divergentes. El primero se quedará con los guaraníes, que han decidido no abandonar la comunidad cristiana que ellos mismos han creado. El segundo volverá a empuñar las armas, aunque esta vez para defender el bando donde está la razón, la decencia. Recuerdo que cuando vi la película tras su estreno en la sala de un cine, cuando las explosiones de la batalla final se van convirtiendo poco a poco en la música de Ennio Morricone en sonido de timbales, había en el patio de butacas un silencio y una tensión máximas. No son tiempos éstos para la emoción. Ojalá pudiera recuperar aquellas sensaciones de antaño cuando el debate moral tenía sentido, cuando las convicciones importaban. Quizás por eso la Misión se ha visto poco a poco relegada, porque lo que nos cuentan en ella parece que ya no nos concierne, que ya no nos alude. Ojalá algún día lo que ocurra en la Tierra vuelva a ser a semejanza de lo que ocurre en el cielo, tal como nos explica la maravillosa partitura del músico italiano en uno de los temas centrales del film.



La Misión - Banda sonora - On Earth as in Heaven- Ennio Morricone

Lectura de San Pablo recitada por RodrigoSi tuviere tanta fe como para mover montañas mas no tuviere caridad, nada soy. Y si repartiere todos mis bienes, y si entregare mi cuerpo para ser abrasado, mas no tuviere caridad, ningún provecho saco. La caridad es sufrida, es benigna, la caridad no tiene celos, la caridad no se pavonea, no se infla.Cuando yo era niño hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando me he hecho hombre me he despojado de las niñerías. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Las tres. Mas la mayor de ellas es la caridad.






miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi padre

Mi padre

Dentro de pocos días se cumplirán 16 años de la muerte de mi padre. Una pena y una ausencia que dentro de no mucho alcanzará la mayoría de edad. Sin embargo reconozco que no suelo pensar mucho en él. Su pérdida no es un peso que note a diario. Tal vez haya quedado en mi la huella de su impacto, pero son raros los momentos en que me recreo en el recuerdo, a pesar de que, es bien cierto, hay gente que me dice que siempre tengo su nombre entre mis palabras, los momentos compartidos con él en lo que digo. Una mañana de agosto, ni siquiera eran las siete, recibí una llamada. Era mi hermana, que me dijo poco más o menos: "Tú verás que haces, si puedes y quieres venir, pero tienes que saber que papá se está muriendo". Llevaban toda una madrugada de tensión aquí en Madrid y recibí la noticia en mi aislamiento en las montañas de Murcia como un mazazo. Unos minutos después de colgar había logrado involucrar a mi compañero de trabajo, el encargado de la radio de la base de helicópteros, para que me llevará a la estación de tren en Calasparra lo antes posible. Convencí a mi jefe en Murcia de que me dejara marchar, al otro técnico para que hiciera solo las guardias, y logré embarcar en el Talgo agarrándolo al vuelo, en marcha, como quien dice.

Llegué tarde. Verbalizar la pena es lo más duro. Mi madre cuando me vio 4 horas después, junto al portal de mi casa, donde yo acababa de llegar en un taxi, fue incapaz de traducirlo a palabras. Se lo exigí, casi con enojo. Quería oírlo, porque mientras nadie lo dijera habría un atisbo de esperanza de que aun no hubiera sucedido. Pero las lágrimas fueron lo suficientemente elocuentes y me resigné a escuchar la verdad de labios del silencio.

Alguien hoy me ha recordado a mi padre, alguien a quien sigo en Twitter apenas unos días. Cuando leí su bio me dije que el follow era ineludible. Hago cada vez menos, aunque raro es que no los devuelva. Amo lo exótico en las personas, y una persona que es de padre hindú, madre española, nacida en Londres y con residencia en Barcelona, me parece una piedra preciosa que debo engarzar en mi TL. Explicándole mi fascinación por la gente que desde mi punto de vista es exótica, y mi especial simpatía por el país de sus antepasados, le expliqué que hace mucho estuve en la India, aunque fuera por unos días tan solo. Le he hablado del impacto que me causaron aquellas mujeres de piel muy oscura, aunque de rasgos más bien caucásicos, salvo sus labios oscuros y generosos. De sus cuerpos delgados y estilizados, hombros estrechos y talles de junco. De su porte al andar, elegante y sobrio. Del colorido de sus ropas. El sari es una prenda al tiempo que atractiva, que muestra los encantos de la mujer, también enormemente digna. Vi por primera vez ombligos femeninos en la India. también piercings en la aleta de la nariz. De plata que contrastaba con el moreno de su piel. Y mientras resumía todo esto en un par o tres de tuits, he recordado a mi padre, que nos llevo a mis hermanos y a mi hasta allí.

Mi padre era lo que antaño se denominaba un caballero, un tipo de hombre que ahora solo existe como estrambote o caricatura, denostado por el progreso. Y tal vez con justicia. Es este el mes de mi padre, en el que nació y murió, y hasta se caso y tiene su onomástica. Mi padre era abogado, una profesión que vuelve a las personas útiles para los demás. Sí, se lo que se dice de ellos, pero cuando tienes un problema das gracias a Dios de tener uno a mano. Saben tramitar cualquier gestión, afrontar cualquier embrollo, tratar a todo tipo de personas, exigiendo cuando corresponde o transigiendo cuando es la mejor vía para lograr el objetivo. Y como antes he dicho, también era un caballero. El día que salió por primera vez a la calle sin traje y corbata nos reímos mucho de él. A la gomina y el afeitado antes de poner los pies en la calle no renunció nunca. En mi casa se sentía incómodo, y en la cocina perdido como un náufrago en una isla alejada y diminuta. Si necesitaba un vaso para beber agua del grifo, ya que hacerlo a morro era algo que no iba con sus modos, que estaba fuera de su ideario, o unos cubiertos para picar algo de la nevera, tenía que pedírselo a alguien porque, aunque nadie se lo crea, ignoraba donde encontrarlos. No digamos ya una sartén o un cazo para calentar la leche.

Un día madrugó más que nadie y le sorprendimos en la cocina, su tierra incógnita, tratando de convertir en rodajas pequeñas una barra de pan. Quería hacer migas extremeñas. La muerte cuando se acerca descalza las raíces de las personas, las pone a la vista, las muestra y las orea. Cuando el fin está próximo algo en nuestro interior se siente reclamado por la tierra de la que procedemos. No lo supimos entender. Le gastamos bromas, aunque nos beneficiamos de la mejora en los desayunos. Y es raro, porque el tiempo que mi padre vivió en Extremadura fue bien breve. Abrió los ojos por primera vez en Badajoz, aunque la vez que más abiertos los tuvo fue durante un largo paseo con sus dos hermanos mayores el primer día que estuvo en Madrid, siendo aun un niño. Recorrieron la ciudad de un extremo a otro, mezclándose con el rumor y el polvo de sus calles. Y según me dijo una vez ya nunca tuvo dudas. Tampoco Madrid te reclaba amor u obediencia si eres de fuera. Siquiera intenta seducirte. Sus tesoros están casi todos enterrados en el subsuelo, en la ignorancia generalizada que pesa sobre el carácter y las cualidades de esta ciudad. Así que no siempre el convencimiento llega el primer día. A veces tarda años y casi nunca lleva conflicto alguno, no te obliga a renunciar a tus raíces. Y por eso puede que al descalzarlas la proximidad de la muerte te de por intentar aprender a hacer migas, sin más, sin siquiera sospechar que añoras lo que eras.

Mi padre me enseñó casi todos los prodigios que conozco. El Pórtico de La Gloria, el Patio de los Leones en La Alhambra, los rodales de columnas de la Mezquita de Córdoba, la Sala XII del Museo del Prado, el rectángulo de hierba del Bernabeu a la luz nocturna de los focos, y sus gradas repletas y humeantes por el tabaco, como si ardieran de impaciencia en espera del inicio del encuentro. También me procuro la maravilla de conocer la India, de estar allí aunque solo fuera unos cuantos días. Mi madre no quiso venir, es una adicta a la autoexclusión. Una manía, un proceder disparatado que nadie entiende, y que me temo que he heredado de ella. Así que allí nos fuimos solos los cuatro, mi hermana, mi hermano, mi padre y yo. Los tres hermanos en edad adolescente. Yo con unos 17 que parecían 12 a los ojos de aquella gente que nos veía como algo fascinantemente exótico. Caminar por las calles de Colombo, la capital de Sri lanka, era casi literalmente parar el tráfico, más peatonal que rodado. No había hostilidad en aquellas caras, solo sorpresa y curiosidad. Los tres sabíamos Inglés por haber estudiado en un colegio en que era el único idioma permitido, pero quien se movía como pez en el agua entre aquella gente, quien sabía hacerse entender era él.

Mi padre era un excelente conversador y contador de historias. Sabía adornar los sucedidos y hacerlos pasar por aventuras intrépidas en parajes fascinantes. Aquel viaje dio mucho de sí en los años siguientes en las reuniones familiares con tíos y primos. A pesar de ser un caballero era un pícaro de manual cuando estas artes estaban permitidas por las circunstancias. Hablo de los regateos. Ir con mi padre a las tiendas de anticuarios, las de entonces, era una pura delicia. Aprendí casi todo el abecedario del disimulo en aquellas salidas en descubierta. Por ejemplo, nunca se ha de mostrar interés por lo que realmente capta tu atención entre el género que te muestran. Debe hacerse creer al anticuario que te llevas lo que quieres casi a tu pesar, como alternativa al capricho que tu bolsillo no te puede permitir. Si eres hábil deberás inducir al vendedor a que sea el mismo quien te ofrezca la pieza y trate de convencerte de su compra. Darle a entender por tus vagas instrucciones que no es lo que buscas, y tras tu desilusión, casi rechazo, dejarte convencer.

Aquel viaje dio amplia cancha a esta faceta de mi padre. En una tienda de artículos de lujo de Bangkok asistí a uno de esos momentos jocosos y de extrema lucidez regateadora que tenía mi padre. Nos posicionamos en un corrillo donde un dependiente trataba de vender a una española un anillo de Sirikit, con pequeñas piedras preciosas engarzadas en una cono del mismo metal del anillo, con la forma de la corona de la reina. La mujer estuvo un buen rato forcejeando y consiguió, no sin esfuerzo, una interesante rebajas. Se levantó de la silla satisfecha y al dejarla vacante fue ocupada por mi padre. Aquel señor entendía a medias el Castellano, de forma suficiente al menos para no poder evitar sonreir cuando mi padre le dijo con la sonrisa pícara en los labios: "Vamos a empezar a hablar a partir del precio que acabáis de pactar. Tienes que portarte bien conmigo que ya soy una persona con años". Y así fue, el regateo se inicio donde lo había dejado su predecesora. Se había aprovechado descaradamente de su esfuerzo sin perder el encanto al poner en práctica el ardid. Y era un gran regateador, así que el resultado fue brillante. Cierto que los precios iniciales eran abusivos, a veces disparatados. De camino al autobús que nos llevaba de excursión en alguna zona de Nepal, un vendedor ofrecía granates enormes a 5.000 dolares la piedra. Mi padre compró una de ellas en la escalerilla del vehículo por 5 dolares.

Pero el momento que me ha recordado mi nueva seguidora ocurrió en Ceylan, un país primo hermano de la India. Tan indistinguibles son entre sí para nosotros como lo son para ellos España e Italia. Fue un día aun más caluroso de lo que allí era habitual. Nos paramos ante el escaparate de una joyería y comprobamos que en aquel establecimiento se servía un refresco de color naranja a los clientes. Estábamos secos y solo por beber algo potable, difícil a veces por aquellos lares en aquellos tiempos, entramos en la tienda. Nos sentamos los cuatro delante de un mostrador y nos trajeron nuestros zumos. Pura delicia. Alguno lo bebió con los ojos cerrados y olvidándose de sí y del mundo. Bueno, yo al menos. "¿Y ahora como nos vamos? Sería una grosería". "Como compres algo más sabes que mamá se va a cabrear". "Estamos un rato negociando y nos vamos. Lo mismo nos invitan a otra ronda". Mi padre pidió que le enseñaran zafiros. Esa parecía ser la especialidad de la casa. Era sorprendente lo bien que se hacía entender con señas, miradas, aspavientos y las cuatro palabras en Inglés que le facilitábamos. Empezó el regateo, del que mi padre no quería salir vencedor. Aquello tomaba mal cariz, el vendedor no hacía más que ceder. "Dadme ideas. ¿Qué hago? Este tío va acabar vendiéndome alguna piedra". Pidió algo ofendido que le sacaran mejor género, porque aquel era mediocre. Y así lo hizo el joyero. Fue cuando más acorralado se vió cuando su mente de pícaro encontró la puerta de salida. Pidió una de esas lupas para un solo ojo que usan los joyeros y tallistas para mirar los detalles de las piedras preciosas. Estuvo un rato observando detenidamente los zafiros, no sin antes preguntarnos "¿Como se usa esto, tú?". Y en un momento dado nos dio la siguiente instrucción: "Cuando yo me levante quiero que lo hagáis todos y con cara de cabreo. Al que se ría lo mato". Y en eso que espetó: "¿Pero que tomadura de pelo es esta? Estas piedras tienes fallas, y maclas. Me estás intentando vender piedras defectuosas". Dicho lo cual los cuatro nos levantamos, nos dirigimos a la puerta de la joyería con el ceño fruncido, con el dependiente detrás pidiendo disculpas por su torpeza. Parecíamos el pato Donald y sus tres sobrinitos tras discutir con el Tío Gilito. Una vez fuera suspiramos por no haber podido hacer una compra tan fabulosa y ventajosa.

Hoy me he acordado de mi padre después de mucho tiempo, de esa anécdota en concreto que guardo en mi memoria como oro en paño, de lo que me reí con él y de él a lo largo de su vida, tan proclive a bromear a pesar de su seriedad como capaz de aguantar las burlas. De lo que le hice reir yo también. De las veces que le disguste. También de lo mucho que le decepcioné. Tal vez algún día pueda volver a verle y rememorar con él  las veces que le acompañaba a las tiendas de los anticuarios. Me cuesta recordar momentos en que me haya divertido más en mi vida que en aquellas rapiñas por el Madrid viejo en busca de jarras de reflejos y alguna ganga inadvertida por su dueño.

Contestación al comentario de Diosa Maracaná (3 de Noviembre de 2012)

Tal vez se conozcan. Imagínalo por un momento. En donde sea que recalen las almas que ya no están cerca de nosotros tal vez todos se conozcan a todos. O tal vez, en ausencia del factor tiempo, sin diferencias entre el ahora, el antes y el después, ambos sepan que íbamos a coincidir en otro lugar donde las personas no tienen sustancia y siempre es madrugada. Gracias por ser partidaria de las emociones. Eso sin duda lo has heredado de tu beta americana. Aquí en España o se es frío o se trata de aparentarlo. Para mi lo que no retumba dentro de nosotros no tiene importancia. Gracias por emocionarte y por tener el coraje de decírmelo. Escribo desde el silencio y para el silencio, pero amo el eco por encima de todas las cosas.

Contestación al comentario de Diosa Maracaná (4 de Noviembre de 2012)

Ay. Haces ese tipo de preguntas sobre cuyas respuestas hace tiempo que no indago. Y no por otra cosa sino porque intuyo, más aun, estoy seguro de que si he de saberlas algún día será precisamente tras la muerte, nunca antes. No se puede entender un todo cuando se forma parte de ese todo y carecemos de un punto de vista privilegiado. Además, nada suena más infantil que una persona hablando de lo que sospecha acerca de las grandes preguntas. Te hace parecer un niño, te retrotrae a ese periodo en que todo es aprendizaje y aun no sabes siquiera lo más elemental, a distinguir formas y colores. Porque ¿qué hay más básico que saber donde estás y cual es el motivo de que estés ahí? Sin embargo, te diré algunas cosas que no considero del todo descabelladas, o que te servirán para que me sonrías con dulzura como si estuvieras en presencia de un ingenuo párvulo.

Yo creo que el Universo en un algo que evoluciona, que lo lleva haciendo desde que fue creado o surgió de forma espontánea desde la nada, según dice la teoría del Big Bang. En esa evolución se vuelve cada vez más complejo. Es un proceso que me resisto a creer que ocurra de forma ciega y sin un propósito. Creo que en el fin de los tiempos el Universo tendrá conciencia de sí mismo y capacidad para decidir su destino. Según las teorías actuales el Universo fenecerá de dos posibles maneras: O congelado en una incontrolada expansión sin fin. O abrasado en un Big Crunch que sería simétrico, pero su reverso, del primer instante del tiempo. Solo una improbable carambola procuraría un Universo estable e inmortal, expandiéndose a velocidad constante, o tal vez detenido y en equilibrio, como una bailarina sobre las puntas de sus zapatillas de ballet sobre el escenario de un teatro. Creo que somos porciones infinitesimales de ese todo que tienen el don de la consciencia, pero una nula posibilidad de influir sobre el resto del todo y una visión tan pobre del mundo que les hace sentirse ciegos a la mayor parte de lo que sucede. Somos como ensayos previos de una consciencia común. Sus primeras gotas. Quien muere vuelve al todo y tal vez de alguna forma conserve ecos de lo que fue cuando estuvo separado del resto. Quizás la agonía ocurra en vida por la añoranza del abrazo total del Cosmos cuando éramos indistinguibles y solo éramos una posibilidad de la materia. Tal vez amamos porque buscamos fundirnos de nuevo con lo que nos rodea, porque nuestro pensamiento nos abruma por demasiado pequeño, demasiado único, demasiado torpe. Y la amargura llegue porque esa fusión cuando se logra nunca es perfecta, como cuando formábamos parte del río indivisible de la vida. Dos consciencias separadas jamas dejarán de serlo del todo.

Posiblemente tu madre y mi padre nos hablen. Porque el Universo es claro que nos dice cosas. Formamos parte de su sueño previo a ese despertar que será el principio de algo diferente. Hubo un tiempo en que mi padre me dejaba monedas tiradas en la calle para hacerme saber que estaba conmigo en los momentos en que me cuestionaba cosas importantes de mi vida. Un puñado de monedas sobre una acera me hizo saber que estaba de acuerdo con haber elegido a cierta persona. Pero eso es una locura, lo sabemos todos. Y si no lo fuera, tal vez equivoqué el contenido de su mensaje. Tú lo sabes: Por encima o por debajo de la lógica a veces sabemos cosas de forma intuitiva. Cosas que no podríamos averiguar salvo que nos fueran susurradas al oído. Premoniciones, certezas irracionales, comunicación no verbal con quienes amamos, empatías. No todo puede ser explicado desde nuestra unicidad o desde la suma de todas nuestras unicidades. Hay destellos constantes del todo que nos dan luz en zonas que antes estaban en sombra. Tú madre y mi padre podrían ser lo mismo. O no ser nada. Y aun así su recuerdo sería un eco suficiente para romper el silencio de su inexistencia. El Universo recuerda. No solo eso, tiene obsesión por construir su memoria. Todo lo que ocurre deja huella. Un rastro que parece difuminarse pero que, por esa misma razón, impele al Cosmos a seguir construyendo materia. Fósiles, ADN, las trazas de elementos distintos al Hidrógeno en el gas incandescente de una estrella. Las estrellas ya no son puras y tienen betas de impureza porque hubo generaciones anteriores que nacieron y murieron para que el Universo evolucionase. El hierro de nuestra sangre solo puede fabricarse durante el proceso de supernova. El Universo quiere recordar, igual que nosotros, que buscamos fósiles y secuenciamos genomas para reconstruir el pasado, como si él también intuye su muerte y tratase de saltar ese foso conservando su identidad al otro lado del abismo.

Si mi padre estuviese en alguna parte me lo imagino escribiendo, con su caligrafía lenta y perfecta, con letras llenas de volutas y ligeramente inclinadas hacia el sentido de avance de la mano. Me lo imagino escribiendo poemas a escondidas. Tal vez sonetos. Como los que yo escribiera en su día sin saber de los suyos, cuando aun creía que las plegarias eran atendidas. Versos con rima, que obligan a buscar alternativas a la primera idea, a reconstruir el sentido del poema cuando se llega a un callejón sin salida, a volver constantemente atrás al descubrir nuevas posibilidades, a abarcar el máximo ancho en la intención del mensaje en definitiva. Mi padre escribía versos. Fue un shock descubrir el primero olvidado en un cajón de su escritorio, escrito en una cuartilla cuadriculada y con la tinta azul cielo de su pluma estilográfica. Apuesto a que era lo que más le gustaba, lo que ponía orden en su cabeza, lo que la vaciaba de angustias y perplejidades. Lo que le devolvía al abrazo con todo. Porque cuando se escribe no se crea, se redescubre aquello que siempre estuvo allí en la consciencia del universo.

Sobre las emociones. Mostrarlas es como enseñar tus cartas en una mano de póker. Supongo que se trata de eso. Mostrar lo que sientes te vuelve vulnerable, muestra tus puntos débiles. Ocultarlos te permite acechar a tus oponentes desde la espesura al borde del camino. Hay otra forma de jugar el juego: ser sincero, pero esta estrategia, aunque pueda desconcertar a quien se te enfrente, a la larga te hará perder todo tu patrimonio disponible para realizar apuestas. Hay un viejo adagio que dice que en un amor pierde aquel que dice primero te quiero. Pero posiblemente solo sea cuestión de carácter. A nada teme más el español que a hacer el ridículo, por muy seguro o extrovertido que parezca. Y no hay ridículo más grande que un sentimiento no compartido por aquellos que te rodean o por aquella persona que es su fuente y su sumidero.