miércoles, 13 de octubre de 2010

El subsuelo de Madrid (4) - Rocroi (1ª parte)

El subsuelo de Madrid
Mar Ago 24, 2010 12:27 pm



2.- Rocroi (1ª parte)

Cuenta una leyenda, tan falsa como merecedora de ser cierta, que cuando el Duque de Enghien se acercó a los españoles situados en aquella planicie para ofrecerles una rendición honrosa, incluso se diría ventajosa, el que mandaba lo que quedaba de los tercios Villalba y Garcíes le replicó: "Se lo agadecemos mucho, señor Duque, pero este es un tercio español". Desde Ceriñola, recién inciado el siglo XVI, hasta aquella mañana de mayo del año 1643 en Rocroi, lo cierto es que jamás se habían visto los ejércitos de la patria en parecida tesitura. Siglo y medio de victorias les habían permitido derrotar, e incluso jubilar, a algunos de los mejores cuerpos militares de la historia. A los jenízaros en Lepanto, a la caballería pesada en Ceriñola, a los alabarderos suizos en Bicoca, a la infantería sueca en Nordlinguen, y a los franceses, alemanes y suizos tantas y tantas veces. Un festín para los libros de historia aun por escribir, cuando se les agoten las ganas a los que los escriben de las gestas de Nelson, Drake, Napoleón y algunos otros segundones. Otra leyenda, igual de falsa, cuenta que mientras el duque se paseaba a caballo por el campo de batalla tras la victoria, al ver un infante español moribundo, se acercó a él para preguntarle: "¿Como fue posible esa defensa tan fiera? ¿Con cuantos efectivos contaban vuestras tropas?" A lo que aquel replicó: "Contad los muertos". Frase que resume la forma en que vió Europa aquella batalla. El primer caído: la leyenda de la imbatibilidad española.

Contad los muertos. Esa frase debió sobrevolar la reunión de la Isla de los Faisanes, en la que años después Felipe IV escenificó la aceptación de la hegemonia francesa en Europa otorgando la mano de su hija pequeña al pomposo príncipe Luis, a la sazón hijo de su hermana. Todo esto es relevante, por que el botín de guerra está retratado en el centro del cuadro. La Infanta Margarita, que con sus pocos años, todo lo más 5, apenas es capaz de fijar su atención en una sola de las cosas, algunas misteriosas, que le rodean. Dos enanos, un perro gigantesco, algunos servidores íntimos, un personaje que precede a la sombra, otro que pronto accederá al cuadro desde donde lo contemplamos, un reflejo en un espejo y un caballero de la Orden de Santiago. Como en el cuadro, en aquella jornada en la frontera todo quedaba en familia. Y es que un nieto de aquel insufrible adolescente con delirios de grandeza, por tanto también descendiente de españoles, hederaria medio siglo después la Corona Española dando inicio a la dinastia de los Borbones. Velázquez asistió a aquel encuentro entre reyes hermanos, contrayendo unas fiebres en el viaje de vuelta que le llevaron a la tumba. Todo se perdió en Rocroi. Menos la dignidad. No hay más que contar los muertos.

Cierta vez paseando por una plaza de una localidad de Soria, la lógica más que la memoria me dice que tal vez fuera Almazán, me acerqué a la estatúa que se alzaba en su centro. Me llamó la atención por que era la figura de cuerpo entero de una monja. No es habitual encontrarlas. Sor María Jesús de Agreda. Personaje singular que habla mucho de lo que fue España en un tiempo. Siendo monja de estricta clausura se carteaba de forma habitual con el hombre más poderoso del orbe, tal vez de la historia. El Rey Planeta. Felipe IV, ser atormentado por la culpa de haber heredado el más poderoso imperio jamás visto para dejarlo en las postrimerías de su reinado en la más absoluta ruína moral, militar y económica. Tormento al que contribuían los fieros y continuos reproches que le hacía la monja. En una de aquellas cartas que se cruzaban, se quejaba el monarca de la insistencia de Velázquez en volver a retratarlo. Hacía años que no lo hacía, demasiados para el orgullo del pintor, en cuya calidad de retratista regio fijaba todo el sentido de su desempeño como artista. "Es demasiado premioso", le decía a sor Ágreda, "las sesiones se hacen interminables. Y, además nunca hace concesiones, no tiene reparos en dejarme desfavorecido". Un rey que siempre quiso escabullirse de sus obligaciones. Y que cuando las atendió sufrío la insufrible vergüenza de sentirse indigno de ellas.



Sobre el amor de Velázquez a la verdad en lo que pintaba se ha hablado mucho. Sirva como ejemplo la anécdota en la que está involucrado Juan Pareja. Hay en el Metropolitan un maravilloso retrato de un caballero español del siglo XVII, en el que lo que más sorprende al que lo contempla es que se trata de un hombre mestizo, mitad negro mitad moro. Don Diego tenía un esclavo desde siempre. Natural de la que entonces era la ciudad más cosmopolita, la más abierta a lo moderno, a lo que "se llevaba" en Europa, no es de extrañar que tuviera uno. No quiero ni decir lo que ahora se consideran conquistas del progreso que a mi me espantan. En la casa del pintor todos eran pintores. Su mujer lo era, la Virgen de la Adoración de los Reyes Magos del Prado. También su suegro, uno de los reyes, creo que Melchor. Su yerno, que heredó su puesto en la corte. ¿Por que no lo habría de ser su esclavo? Una noche que el rey bajó a los aposentos del pintor a verle trabajar, tras abrir la puerta secreta que tenía para acceder sin ser visto ni molestado por nadie, Juan Pareja se arrojó a sus pies para suplicarle la libertad y pedirle a Felipe IV que también contemplará sus pinturas. "Quiero ser un caballero libre para poder dedicarme también a la pintura", le exclamó, a lo que éste abrumado accedio en todo. Desde entonces fue un hombre libre, un caballero español, orgulloso de serlo, pero ligado al servicio de su amo. La realidad se impone, pero la honra está por encima de todo. No sabría decir si Juan Pareja era buen pintor, pero hay un cuadro suyo en los sótanos del Prado, la segunda mejor pinacoteca del mundo (me estoy tirando el pisto, que para algo soy madrileño), en el que está incluido su retrato, el de un hombre inequivocamente blanco. Si hoy en día la mayoría de nosotros vemos el hecho de pertenecer a la raza negra como un handicap, que en el mejor de los casos nos mueve a la simpatía, no se le puede reprochar a este caballero español de hace 4 siglos que viese su raza como algo vergonzante. Sin embargo, el retrato de Nueva York lo muestra tal cual era, por que Velázquez pensaba que la realidad nunca podía ser ofensiva. Sobre la verdad y sus consecuencias versan tanto "La Fragua de Vulcano", en la misma Sala 12 del Prado, como "La Túnica de José", en el Escorial. Ojalá se pudieran verse siempre juntas, aunque tengan desigual formato. La verdad era un asunto que preocupaba mucho a don Diego.

Velázquez quería volver a pintar un retrato del rey, y "Las Meninas", la "Familia", cuadro pintado para adornar los aposentos privados del monarca, fue su forma de decírselo. Eso es lo que opina Fernando Marías, uno de los mayores expertos en la obra de Velázquez. Pero es solo una teoría de tantas. Y eso es lo más fascinante de todo, la gran cantidad de teorías, muchas de ellas congruentes y seductoras, tal vez varias ciertas al mismo tiempo. Por que a veces estoy por pensar que este cuadro incluye mucho más de lo que había en la cabeza de don Diego al ejecutarlo. Es como cuando juegas al ajedrez con cierto tino y te das cuenta que en tus movimientos, en la forma en que están posicionadas tus piezas, hay un orden y una lógica que va mucho más allá de tu pericia en el juego y de tus capacidades. El pintor nos contempla desde la izquierda del cuadro, mientras medita la siguiente pincelada, con la cruz de Santiago dibujada en el pecho. Una cruz que no es obra de su mano, según dice una leyenda, esta si probablemente cierta, y que también atañe a la muerte. Dicen que el rey traspaso la puerta secreta por última vez para acceder al taller de Velázquez la noche de su entierro, y que usando los mismos trazos que éste le enseñara mancho de rojo su pecho después de muerto, para otorgarle aquello que más deseaba, incluso más que ser retratista de la cámara del rey, ser caballero de la Orden de Santiago. Una generación de genios, Cervantes, Velázquez, Quevedo, Calderón, Lope, que solo deseaban ser soldados. Mejor no contar los muertos.

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