lunes, 17 de septiembre de 2018

Carta a Emma 5

Carta a Emma 5

Son las tres y media de la madrugada. ¿Qué hago escribiéndote, conversando contigo? Quedamos en que no lo haría si me despertaba. He tomado una decisión en medio de la oscuridad. Tenía que contártelo. Ha sucedido algo extraordinario y tenías que saberlo. Quizás para cuando me levantase lo habría olvidado por completo o algún detalle importante. ¡He soñado contigo! He empezado a planear como decírtelo, como ordenar el relato, el discurso expositivo, las notas a pie de página, porque es complicado, exige que te aporte información previa, que te dé también pruebas convincentes de que eras tú, que te narre lo sucedido en el sueño con orden y concierto, y eso no es fácil. Luego he comprendido que era demasiado importante como para posponerlo hasta el alba, me refiero a darte la noticia y, además, estaba impaciente por que la supieras. Así que me he levantado y me he puesto a escribirte en mi libreta de espiral en el escritorio de mi padre. Boli negro esta vez que es un color que combina con todos los del arcoíris. El que he logrado encontrar en realidad tanteando en la oscuridad en la mesa de mi dormitorio. Una persona duerme cerca de mí y no quería despertarla.

Por la hora que es ha debido ser un primer sueño, cuando aún no has descendido a lo más profundo del subconsciente o dirimes con lo que más te preocupa, te importa o anhelas. Pero yo no sé nada sobre este asunto. Es más, durante años, tras el ictus, creí haber perdido la capacidad de soñar y, aunque ahora sé que no, porque los sueños volvieron como hace dos años, aunque sin capacidad apenas para dejar alguna huella a plena luz del día, es decir, para ser recordados o para perdurar más allá de un suspiro tras zambullirme en la realidad. Pero, ¿quién me dice a mí que las reglas no son ahora diferentes? Dicen que cuando una parte del cerebro se daña, lo leí en un libro de Oliver Sacks, “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” (por cierto, un síndrome el que da un título tan sorprendente y corruscante al libro, de fonética muy complicada que soy incapaz de memorizar, y que Brad Pitt ha confesado padecer en una fase muy leve, pero que no obstante estaría en la raíz de su afición a la bebida), y perdemos la capacidad para hacer algo, tarde o temprano otras partes del cerebro aun sanas tomarán el relevo y aprenderán a llevarla a cabo, pero a menudo de otra manera, con otro estilo y pericia. Nuevos operarios, nuevas reglas y objetivos.

Ay, esto es tan grande que me cuesta no incumplir la promesa que te hice justo anoche mientras te daba el beso de buenas noches. Lo hago en realidad, saltarme la promesa, a la torera de esta forma tan alambicada, haciéndolo pero no haciéndolo, con palabras que parece que no dicen nada pero que lo dicen todo. Aunque no volverá a suceder. I promise again.

¿Cómo sé que eras tú? ¿Cómo pude reconocerte en los rasgos de uno de los personajes de mi sueño? Sabes que casi es una pregunta trampa, que costará que te convenza. Estas son los hechos y las pruebas, su señoría:

1) En mi sueño había una mujer con la que charlaba de forma incesante;

2) ¿Era mi chica? Diría que esa era una pregunta a la que estábamos intentando responder fomentando nuestra mutua compañía;

3) ¿Qué rasgo te delataba? Difícil contestar. Aquella mujer era un arquetipo, una imagen a la que se hurtaban los detalles distintivos. Pero había un detalle que la delataba: Llevaba el cabello tapado, oculto bajo un sombrero. Sin duda eras tú. Mi subconsciente quería que supiera quien eras, y operaba con lo poco que tenía a mano. Y he de decir que me lo dijo de una forma muy astuta. Estoy impresionado. No creí ser capaz de ser capaz de improvisar algo tan ingenioso, tan efectivo y, al tiempo, tan divertido.

4) En mi sueño estaba justo hablándote cuando me he despertado. Y sé exactamente de qué. Algo que entronca directamente contigo. Ayer mismo me dijiste algo que me preocupó en el acto. Te dije que pensaba que eras una persona solitaria a veces a pesar de ser sumamente sociable. Tú me contestaste que era justo lo contrario, que necesitas gente a tu alrededor, que llevas muy mal el estar sola. Y me imaginé contigo y con más gente y sentí un mordisquito de angustia al anticipar cuando te des cuenta de mi incapacidad para socializar con grupos amplios en los que me diluyo y casi siempre desaparezco en un silencio contumaz (palabra multiusos y socorrida, dirás que no). Mi ex, una de ellas, la última, aprendió a no someterme al estrés de enfrentarme con su millón de conocidos. Y fue una renuncia, porque ella era tan sociable y tenía tanto don d gentes como tú.

Estaba precisamente de explicar y justificar ante la chica del sueño mi carencia, mi misantropía, cuando me he despertado. Por eso estoy seguro que eras tú. Sólo perdura unos instantes lo último que se sueña, y esto era decisivo para identificarte. Quizás hasta un guiño para que supiera que te había soñado después de despertarte. Quién sabe cuáles son las capacidades del cerebro, su potencial, incluso de los que están dañados. Quién sabe cuáles son sus verdaderas intenciones.

Pero lo extraordinario es que haya soñado contigo. Eso es doblemente difícil. Desde el ictus no recuerdo haber soñado con nadie en lo poco que ha sobrevivido a la llegada del tiempo de vigilia. Son las cinco, me vuelvo a la cama. Aún hay tiempo de que te vea de nuevo. ¿Crees que debo quitarte el sombrero y dejar que se derrame la llama de tu cabello sobre tus hombros para que tengamos pruebas definitivas? Qué pena no tenerte ahora conmigo. Tú sabes mejor que yo que es lo adecuado y lo que conviene en cada momento. Otra vez siento unos deseos terribles de incumplir mi promesa.

Phileas Phogg
17 de septiembre de 2017

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