Campo de amapolas
Antes de transcribir los párrafos quisiera aclarar algunas cosas. Esta entrada del blog tiene más una intención científica, archivística, que literaria. Creé este blog para preservar algunos escritos que había vertido en un foro de debate de fútbol y que pensaba que corrían serio peligro de extinguirse en la nada, de ser borrados, tras mi inminente baneo, que se presagiaba para fechas cercanas. Había entrado en conflicto con la dirección de aquel lugar virtual, padre e hija, y pensaba que nada iba a salvarme de ser expulsado del paraíso, a pesar de mi situación privilegiada de hombre de confianza del sumo hacedor de aquel universo en miniatura. Había dejado mucho de mí en aquel lugar y quería rescatarlo antes de que nadie lo hiciera arder en el olvido. Durante días estuve espigando entre mis intervenciones, escritos que pensaba que merecía la pena salvar. Aquel éxodo dio lugar a mis dos blog, uno fotográfico (Periplo) y otro literario (Varykino). En realidad son lo mismo, solo que el primero tiene una intención, un objetivo y un relato más definidos, mientras que el segundo es meramente un cajón de sastre, un batiburrillo de cosas desordenadas, mal archivadas, sin forma ni esqueleto. A lo rescatado entonces se fueron sumando después otras cosas: escritos paridos ex profeso para el blog, entradas de Facebook y Tuenti, hilos de Twitter, intervenciones en webs madridistas, incluso escritos anteriores a su génesis, hasta los sonetos que redacté en la universidad cuando era un crío.
¿Por qué ese afán de preservar lo que he escrito a lo largo de mi vida? Ni yo mismo lo sé. A mí no me parece que tengan valor, a menudo me avergüenza porque constituye la prueba fehaciente de un fracaso, quizá el más doloroso de todos. Pero soy yo más en esas líneas que en ninguna otra parte o circunstancia. Ni en mis recuerdos ni en mi vida cotidiana me siento más veraz. Quizás quiera repetir la estrategia de Stendhal, que escribía para la posteridad, no para sus contemporáneos, porque estaba convencido de que estos últimos no lee entendían, que solo tendría un público al que le pareciesen legibles sus palabras al cabo de muchos años, después de muerto. Tal vez me engañe a mí mismo y aun tenga esperanzas de algo bueno pueda derivarse de todo ello, que alguien entenderá y vendrá a rescatarme, que hay una posibilidad de que pueda ser preciado y valorado. En mis delirios más exagerados pienso que incluso amado.
Siempre quise ser escritor, pero tardé mucho en entender que se trata de un oficio no de un estado de la consciencia o de ánimo. Lo hice demasiado tarde, cuando ya lo había sido, aunque de informes técnicos. Tanta trascendencia le daba a mi objetivo que el fracaso era fácilmente predecible. Escribo porque me calma, porque con ello expurgo lo que me atormenta, lo que me pesa o lo que hace que levite y que pierda el asidero en la realidad. Escribo para inducir en otros mis propios estados de ánimo: asombro, pavor, lujuria, culpa, expiación. Claro, también lo hago para comunicarme. ¡Es tan complicado hacerlo con la gente de tu entorno en tiempo real, de forma interactiva!
Nunca escribí una novela. Una empresa de esa envergadura me quedaba grande. Solo ha habido dos o tres relatos en toda mi trayectoria literaria. También están recogidos aquí. Con uno de ellos, “Sirenas varadas en archipiélagos de luz”, gané un segundo premio en un concurso literario de la Universidad Politécnica de Madrid. 25 mil pesetas de entonces, o una cantidad similar, no lo recuerdo bien. Aunque no hubo una entrega oficial con público, como cuando gané el primer premio en un concurso de mi propia facultad, la Escuela de Ingenieros de Montes. La ganadora había sido una chica y yo me moría de gansas por conocerla, por venerarla y amarla. Muchos años después descubrí esa misma sensación de reconocerse en los libros que leen los otros en el arranque de “La insoportable levedad del ser”. Milan Kundera explica que la literatura compartida puede ser un universo privado para los amantes que los mantenga a salvo de todo, del exterior que agrede y trata de separarlos. Libros como contraseñas en un mundo que nos espía y nos vigila, como claves que nos descifran en la mirada de nuestra amante. Si esa literatura es la que uno mismo ha parido el efecto tiene que ser infinitamente más poderoso e intenso.
Pero la mayoría de lo que planeé o vislumbré en mi cabeza jamás lo vertí al papel. Algunas veces quedó a medio camino. Este último es el caso del escrito que incluiré en esta entrada. Una vez tuve una idea para un relato. Alguien me visitaba de madrugada en mi propio dormitorio… No, no era un relato erótico. Esa persona no tenía cuerpo, solo era espíritu. Charlábamos y cotorreábamos en el vientre de la oscuridad y, en cada una de sus apariciones, siempre que me anunciaba su marcha yo le rogaba que me dijese su nombre. Su contestación era siempre la misma: “Pienso en algo hermoso y así es como querré llamarme”. En el primer fragmento de este cuento, que incluso llegué a escribir pero extravié, le nombraba un campo de amapolas, y en mitad de la nada su figura adquiría cierta corporeidad, aunque solo atisba a ver su cabello, que era rojo. Supongo que lo escribí en la etapa en que me fascinaba Virginia Mayo. En fin, al idea era esa, un diálogo interminable en que de tanto en tanto yo mencionaba algo bello que servía para dibujar uno de sus rasgos. Al final, cuando lograba verla por completo, ni que decir tiene que resultaba ser una mujer absurdamente hermosa, irreal, mi ideal de belleza, mi canon particular de aquello destinado a enamorarme, con los atributos elegidos a la carta. Y cuando le confesaba que la había amado desde antes de poder observarla, una mentira a medias, como las cosas que uno cree que son verdades completas, ella se desvanecía tras decirme: “Algún día nos conoceremos”. El caso es que escribí el capítulo final, aunque nunca llegara a completarlo. Tenía tantas ansias de que fuera perfecto que me bloqueaba. Durante años conservé el papel original en el que comencé redactarlo. A lo escrito con boli negro, se añadió años después otro fragmento escrito con boli rojo y, más tarde, otro con boli azul. Está lleno de enmiendas, tachaduras y añadidos. Es un caos de escritura, casi un collage, un monstruo de Frankestein hecho con retazos. Sucio y ajado, ronda por la mesa de mi cuarto, como si fuera la camilla de una morgue, desde hace tanto tiempo que me resulta imposible explicar cómo ha podido sobrevivir a la tentación de la papelera. Seguro que muchas veces lo he rescatado de ella. ¿Es el síndrome de Stendhal? Posiblemente. Aunque no me refiero al más conocido sino al que he explicado antes. Sin embargo, he de reconocer que alguna vez de las mil que lo habré releído y corregido hasta me ha llegado a gustar. Dice así:
Tropecé con sus ojos. En la oscuridad los encuentros siempre son accidentados. En aquella mirada no cabía un respiro para la luz. Era hermosa y por eso la odiaba. Supongo que eso fue lo que la indujo a resucitarme de entre los muertos. Podía malgastar mi amor, macerarlo en desdén, ignorarlo, pero no así mi odio. Era un malentendido que pensaba que debía ser aclarado.
Pedí al camarero otra copa de lo mismo y apoyé el peso de mi cuerpo sobre la barra.
- ¿Por qué me mira de ese modo? –Había mucho candor en aquella pregunta. Dos toneladas y media. Lo suficiente como para colapsar el universo gravitatorio de [su iris oscuro] sus pupilas.
- Se parecen ustedes tanto. –Alcé mi copa y apuré el primer sorbo. Despacio, con cuidado. 24 fotogramas por segundo.
- No entiendo. ¿Quiénes nos parecemos?
Derramó sus ojos oscuros sobre los mío, metálicos y líquidos como el mercurio. Dí gracias a Dios por poder flotar en ellos, pues no estaba seguro de poder hacer pie lejos de la orilla de la noche.
- Ya veo, no quiere contestarme. Agitó su corta melena roja y salpicó mi rostro con el aroma del brezo húmedo. Hizo un astuto mohín con la boca. Perfecto, como la línea dibujada de sus labios.- Hace tres horas que no deja de observarme…
- Es porque es usted endiabladamente hermosa.
- No, no es por eso. -Sí, podía malgastar mi admiración. Eso si podía hacerlo.- No es la primera vez que viene usted por aquí, y siempre que lo hace se ubica en una mesa cercana a la que ocupo, o en la barra, como esta noche, y se dedica a mirarme y odiarme, como si estuviera ahorrando para que cuando llegue el día del juicio final haber podido reunir méritos suficientes para pudrirse en el infierno. Estoy cansado d4 verle brotar a mi alrededor como la mala hierba…
- Como las amapolas en un campo de trigo.
- Ha captado la idea. Me extraña que mi marido no se haya dado cuenta todavía.
- ¿Cuál de los tres es él? ¿El grandote?
- Sí.
- Pues entonces yo también me alegro de que solo tenga ojos para usted.
- Me habla como si tuviera que disculparme por ser atractiva.
- No, no, atractiva no. Pruebe con alguna otra palabra más acorde a sus muchos méritos. Tienen motivos para ser más ambiciosa.
- Supongo que le encantaría ser correspondido, en su odio, me refiero, y poder seguir acudiendo a estas citas conmigo, pero no le voy a dar esa satisfacción. Voy a limitarme a volver a mi mesa con mis amigos.
- Si ha venido a la barra a apurarse su menta es porque no los soporta.
- Ya veo, es usted psicólogo.
- Sólo observo y conjeturo y, a veces, incluso acierto. Pero, no se preocupe, no paso factura.
- No pensaba darle algo por nada.
- Es lo malo de las mujeres, siempre lo digo.
- Vaya, qué sorpresa, no es a mí a quien odia sino a todas las mujeres.
- Totalmente erróneo. A no ser que considere la primavera como del género masculino y que una excepción no rompe con la validez de una regla.
Era el alcohol el que me dictaba las palabras, por arriba y por debajo de mi propia voluntad. Rectifico, no era voluntad sino confusión sin propósito de enmienda.
Tenía las manos delicadas, pequeñas, y un tacto que se adivinaba suave, como la arena blanca derramada por el suelo. Sus uñas hacían tintinear el vidrio del vaso. Uñas lacadas en rojo intenso y turbio, con la tonalidad del fuego que se extingue por falta de oxígeno.
Sobraba aquel repentino silencio. Sobraban los minutos que me adivinaba sin ella a partir de ahora. Sobraba el futuro, la materia oscura del universo, el próximo latido del tiempo.
- No, no es por eso, tiene usted razón.
- Entonces, ¿por qué es que me mira siempre de ese modo?
- Si se lo cuento pensará que estoy aún más loco de lo que ya me juzga.
- Imposible -Intentó ser dura en la réplica, pero no pudo evitar que el diamante de su sonrisa fuese aun más duro que el cristal de roca de su enojo.
- La conocí en una fiesta. Era difícil no fijarse en usted, porque era la más hermosa de todas. Pero no se trataba de eso.
- ¿De qué entonces?
- Verá. Yo sueño, como todo el mundo.
- Me da miedo pensar en que puede ser lo que su mente sueña.
- La sueño a usted.
- Veo que le he impresionado vivamente. Un punto para el equipo de las chicas.
- No, no entiendo lo que trato de decirle. Comencé a soñar con usted antes de conocerla incluso. Tres años antes para ser exactos.
Su boca se dilató en una sonrisa. Dulce, desposeída de malicia esta vez. Había betas de alegría en aquellos labios. Tenía que probar su sabor, me dije, el sabor de la felicidad absoluta.
- Lleva días pensando en cómo abordarme y en vez de intentar lo que todo el mundo le da por la vía esotérico-romántica. Comienza a caerme simpático.
- Cualquiera se compadece de un gato bajo la lluvia. ¿No es eso?
- Precisamente.
- Me temo que no quiere ver el problema en su verdadera dimensión. No se trata de mí sino de un problema de ambos. Disculpe que continúe con el símil, pero es que no le veo con la ropa apropiada como para caminar debajo de un aguacero.
- En realidad el símil fue idea suya.
- Ya era hora de que empezara a dármela.
- Sé desde siempre que es usted que la tiene.
Algunos mínimos comentarios tras la lectura, que también he efectuado al tiempo que vosotros. ¿Alguno ha llegado al final? Bien. No he podido resistir la tentación de corregir algunas cosas. El escrito es recargado y rebuscado, a trozos repipi, como yo. Una amiga mía me llamaba rokoko, intercalando una o entre las kas de mi Nick. ¿Por qué la chica bebe menta? ¿Porque mi ideal de mirada femenina entonces estaba en los ojos verdes? Apostaría el resto a que sí. Lourdes me dejo huella en primero de carrera. ¿Por qué nunca cerré este fragmento? Con otros sí lo hice. Yo creo que porque la historia empezaba a adquirir un cariz positivo y entonces no me daba tregua y no me sentía a gusto caminando por la acera soleada de la calle. Tres años entonces me parecían una eternidad. Ahora sé que apenas son un suspiro. Lo planeado era que el protagonista, después de ver por completo a su amada en la última de sus citas nocturnas, la perdía para siempre y se volvía un ser amargado. Hasta que un día conocía a una mujer idéntica a su prototipo. Pero aquella mujer no daba signos de recocerlo. ¿Los sueños lúcidos habían sido una premonición, una señal acerca de dónde se situaba su destino? Cuando al fin se resignaba a entablar trato como si de una persona distinta se tratase, a partir de cero por mucho que añorara a su gemela, le preguntaba su nombre, y ella le contestaba sonriendo picaruela: “Piensa en algo hermoso y así es como querré llamarme”. Todo había sido un juego, un ardid de bruja para reservar su amor mucho antes de conocerse. En cuanto a por qué es pelirroja y por qué se menciona a un gato, sinceramente, esta mañana, precisamente esta y no otra, son cosas a las que no me apetece darle vueltas. El caso es que ahora, tras ser archivado el escrito, ya puedo tirar el molesto papelajo de marras a la basura. ¡Hurrah!
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