Tengo una teoría sobre ti. Escucha, que lo mismo he dado en el clavo: Eres bellísima. Tanto, que la más importante agencia de modelos de Nueva York te ofreció un contrato millonario, pero lo rechazaste amablemente -tú eres así, calmada, elegante y sofisticada hasta diciendo no. Sobre todo en esa circunstancia-, porque no querías vivir solas en la gran manzana. Ahora sé que esta propuesta hace aguas en algunos detalles: Te encanta viajar. Morderías cualquier manzana si la vieras porque eres incapaz de resistirte a la tentación. Pero es que eso lo sé ahora y te estoy explicando la versión más temprana de la idea. Lo importante de la tesis, lo mollar, es que no me quieres hacer partícipe de que eres un regalo para los ojos. En parte porque eres modesta hasta la náusea. En parte porque lo que ansías es que enamore de tu belleza interior. Me refiero a tu alma, no a cómo te quedan tus braguitas más lindas, esas que te compraste en Victoria’s Secret (¡ay, Dios mío, ya empezamos!).
Una variante de esta teoría asegura que estás harta de relaciones basadas en el sexo. Te es fácil seducir a un hombre -conmigo te bastó con aletear un poco las pestañas al parpadear cuando me mirabas fijamente-, pero ansías algo más. Quieres literatura, arte, prodigio, cosas que te inspiren, que también te arrebaten la respiración pero no por el mero esfuerzo físico continuado. Has tenido ya mucha gimnasia en tu vida y quieres que alguien empiece a impartirte la asignatura de Filosofía. Te matriculaste hace mucho y estás harta de que en secretaría te den largas acerca de cuando comienzan las clases. Estás a punto de presentar queja en el mismísimo rectorado. ¡Te van a oír esos putos estafadores! Tranquila, nena, soy tu hombre. Soy pura espiritualidad y raciocinio. Si hace falta me leo “La rebelión de las masas” de Ortega & Gasset y te lo resumo mientras paseamos por la galería central del Prado. No, a ver, qué remedio, con lo feo que soy. A la fuerza ahorcan.
Ahora hablando en serio, hay cosas que me preocupan. Eres pura alegría, pero a veces percibo una pizquina de amargura en tus palabras. Son todo lo que tengo, las palabras me refiero, para juzgar, para colegir, para imaginarte. Ni siquiera sé como son tus gestos. Lo más hermoso de una mujer son sus rasgos gestuales. Qué sé yo: La forma en que trata de domar con un dedo un rizo que tiene junto a la oreja y que hace de forma inconsciente cuando está absorta y concentrada en sus pensamientos; La forma en que sitúa los brazos sobre el pecho en un arranque de pudor cuando se siente observaba, como si colocase un escudo que no pudiesen penetrar las miradas; O el mohín que dibuja con su boca cuando algo le gusta pero no quiere descubrir sus cartas, y que luego remata con una media sonrisa que trata de disimular por el mismo motivo. El gesto del jugador de póker que delata su mano. Tuve una novia negra que era como un muñeco de juguetería. Tenía una naricilla diminuta, como de osita de peluche. Cuando algo la intrigaba la arrugaba como si fuera el animalillo de cuento. Era su forma de preguntar sin usar palabras. Yo le decía que esa nariz carecía de cartílago porque podía moverla como la bruja Samantha, la protagonista de la serie “Embrujada”. Era un gesto adorable que yo fomentaba haciéndome el misterioso: “¡Ostras! Me acabo de acordar de algo súper importante” o “Si supieras lo que me ha pasado hoy fliparías”. Son esos pequeños detalles los que llenan el corazón de alborozo cuando contemplas a quien amas. Y es frustrante, porque estoy cada días más convencido de que tú estás llena de ellos. Con Emma Stone das en el centro de la diana a la hora de elegir embajadora. A lo mejor las hay más hermosas, pero pocas tienen tal repertorio que recursos para hechizar a quien la observa espolvoreando el aire con polvo de hadas -aquí sin segundas-. Por lo visto también a las mujeres hetero. Aunque tampoco me importaría que fueses bisex. A lo mejor hasta lo subvencionaba. No, es broma.
Sí, no me he olvidado, aunque reconozco que divago y a veces pierdo el hilo -es uno de mis rasgos personales. Un defecto y un vicio que me es difícil de corregir porque lo disfruto con gusto, como algunos el tabaco-, hay cosas que me preocupan, nubes lejanas en el cielo casi despejado, por así decir. Una de esas nubes es esa alegría tuya que contagia. Entiéndeme, la adoro, pero también me pone alerta. La admiro porque es algo fuera de mi alcance -Eva dice que lo que más le impresionó cuando me conoció en persona fue mi aureola de tristeza-, pero la vida me ha enseñado que felicidad y alegría son cosas diferentes, no necesariamente confluentes. Incluso que a veces divergen. Hay quienes son alegres porque es la forma que tienen de enfrentarse a su infelicidad, transformando el mundo, embelleciéndolo. Cuando lo descubres las quieres más aún pero se te hace un nudo en el alma. Mi negrita era así.
En este mismo orden de cosas, dijiste el otro día, quizá en broma, algo que me arañó la piel. Te dije, yo tan romántico a veces -bueno, casi nunca cuando te hablo estando tu presente-, que contigo siempre estaba excitado y que eso me hacía sentir culpable. Tu contestaste: “Tranquilo, es algo que me suele ocurrir”. ¿Había algo de reproche en ello, no a mí, sino por la vida que te ha tocado vivir? Yo tampoco quiero basar mi relación contigo en el sexo. Por muchas razones. La primera es porque sé que nunca dejara de ser algo que podrá ocurrir solo en el ámbito de la fantasía. No creo que nos lleguemos a conocer en persona. Pero si eso ocurre tu no querrás tenerlo conmigo. No pasa nada. Tampoco es que sea un monstruo. Simplemente no estaré a la altura de las expectativas. La segunda es porque para mí el sexo es algo problemático y soy de los que tienden a eludir los problemas, a no enfrentarse con ellos. Yo creo que tú eres valiente, temeraria. Si son ciertas las pocas cosas que me has contado de tu vida y no fábulas para entretenerme, para ponerle sal a nuestras conversaciones, si he entendido bien las pocas que ya hemos vivido juntos de forma virtual, he de deducir que te gusta asumir riegos, o que no te importa afrontarlos cuando deseas conseguir algo. Yo no soy así, soy de los que no luchan, de los que no se arriesgan, aunque haya hecho cosas absurdamente peligrosas. En todo caso no fueron por valentía moral, ni por el subidón de adrenalina.
¿Ves?, divago. ¿Me importa tu belleza? Mentiría si dijese que no. Intuyo que tienes una gran capacidad para procurarla en lo que te rodea, de inducirla en el mundo. Eres como una princesa Disney, capaz de hacer que canten y entonen correctamente los animales del bosque -si has oído bramar a un ciervo o roncar a un corzo sabrás que las bestias del campo no tienen excesivo oído musical, pero no pongamos objeciones, ya sé que es es ficción para niños-, que se ponga a bailar la vajilla como si representase el “Lago de los cisnes” de Chaikovsky, o que una patulea de mineros toscos y diminutos nos parezcan adorables y con gigantesca humanidad. Pero quizás te prefiera fea... Bueno, no, borra eso… ¿O tal vez sí? Jolín, no lo sé. En todo caso, lo que trato de decir es que quiero es tu ternura no tu sexo. No estoy seguro de si sabría qué hacer con él si lo tuviera.
Kokko-69
8 de septiembre de 2018
Posdata: He numerado esta carta con un 1 como un acto de fé. Ojalá no se corten las comunicaciones y lleguemos a número de tres dígitos.
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