viernes, 18 de enero de 2013
El Fútbol y sus aledaños (80) - Mourinho en Darién
Mourinho en Darién
Escrito con la colaboración de @DiosaMaracana
Artículo editado originalmente en el blog: Madridismo Subversivo
En la Meseta no hay más mar que en el de Antígola, en Aranjuez. Pero es mar minúsculo, que puede abarcarse de un sólo vistazo. Su superficie, de orilla a orilla, de continente a continente, no llega a las diez hectáreas cuando retiene más líquido y más ancha es su cintura. Y para más ridículo resulta ser artificial, impostado. Es solo obra de ingeniería, tan cartón piedra como un decorado de teatro. Lo creó Juan de Herrera para su señor Felipe II, usando piedra traída de Colmenar de Oreja para construir los diques, con los que convencer al agua para que no se desparramara por la reseca tierra castellana de los alrededores. Hoy, siglos después de ser fabricado, las formaciones de eneas, juncos y carrizo dan refugio a multitud de patos de todos los colores, y es sobrevolada por mariposas de especies ilustres, muy valoradas por los naturalistas, que jamás se atreverían cruzar un océano hecho y derecho. Lo decía Sabina en su canción: Madrid se asienta en terrenos donde el mar no se puede concebir. Aunque no sea del todo cierto. Porque esas llanuras al sur de la ciudad, que se extienden hasta Ciudad Real y Toledo, sólo se entienden si se comprende que si que hubo un mar en otro tiempo. Que dejó su impronta, su preferencia por el mundo plano, regular y monótono para la gente del norte, frente al plegado en forma de montaña. Que dejó también su firma en miles de lagunas diseminadas por esas rutas que recorriera el Quijote en sus andanzas. Pero, si fue mar, hoy La Mancha, el sur de Madrid dentro de ella, es sólo meseta. Y antigua, donde nada queda por descubrir. El tiempo de descubrir mares y océanos fue justamente el mismo en que Herrera construyera la laguna artificial para el Demonio del Mediodía. Cuando Magallanes dio la vuelta al mundo y navegó por primera vez los mares de China. Cuando Vasco Nuñez de Balboa atravesó a la carrera la selva del Darién, en el Itsmo de Panamá, donde el Continente Americano se estiliza hasta esquematizarse y convertirse en un simple trazo irregular de geógrafo. Carrera enloquecida con la justicia pisándole los talones, tan frenética su carrera como la de los alguaciles, porque le quería llevar al cadalso sin remisión posible. Persiguiendo la gloria y la inmortalidad que dan el ser personaje en los libros de Historia, siempre precediéndole por poco, unos pasos tan solo por delante. Hasta que logró alcanzarla, acorralarla en las orillas del Océano Pacífico. Aunque de nada le sirviera, porque su último capítulo fue tan amargo como si nada hubiera logrado.
Mourinho nació frente al mar, en Setúbal, donde yo veraneé una vez. Conoció el mar desde siempre. También el río que cose la Meseta al Atlántico, justo un poco más al norte, en el estuario del Tajo. No había mares que descubrir cuando llegó al Real Madrid, pero se le trajo para lograr la Décima, un lugar más caliente en la Historia del Fútbol. Porque aun ahora, tras lograr tantos trofeos, aun hay quien trata de enfriar su curriculum, soplando como lo hacen los tontos para que no queme la cucharada de sopa. Un lugar de referencia en su propia Historia, en la del Club que aparece en más capítulos de la de todos. Y en pos de ese tazón orejudo anda ya tres años, con la prensa pisándole los talones, la que denuncia, apresa y juzga. Con la Final de la Champions a tan solo una eliminatoria. No se si logrará acorralar el mar en Wembley, si se bañará como Gaspart en el Támesis tras la primera victoria del Barça en la Copa de Europa, como Vasco en el Pacífico tras caminar su playa y ser el primer blanco en hacerlo. Sólo se que su carrera por la selva, en que se ha convertido para él el fútbol español, es tan frenética, tan enloquecida y mortal como la de Núñez de Balboa por el Darién. La misma distancia a la cárcel o la gloria para el español, la misma distancia al descrédito o el triunfo absoluto en el portugués. Que gran vasallo si tuviera buena prensa, buen señor de los caprichos. Por la estepa castellano, con once de los suyos, polvo, sudor y décimas, de fiebre o de constancia hecha copa de plata de ley... Son cantares de gesta que solo se explican si los componen los españoles, el disparate que puede mutar en cualquier momento en desastre o en épica. Tan español perseguir a los héroes cuando más cerca están de sus mejores logros. Tan español y tan ruín, tan cicatero y tan nuestro.
A pesar de beber en la ponzoñosa fuente de la Leyenda Negra, tan en boga en su siglo, Stephen Zweig supo entender la gesta. "Pero que marea más turbia esa que ahora afluye [...] hacia Moguer y Cádiz". La codicia por el oro prometido por Colón tras regresar de su primer viaje, dice Zweig, oro que en algunos lugares del nuevo mundo podía arrancarse del suelo con las manos desnudas, vació cárceles y callejuelas de las ciudades de España de vagos, perdedores y delincuentes. Y como una riada humana, flujo de letrina, discurrió pendiente abajo hacia los puertos para embarcarse hacia El Dorado. Un ejército de desesperados que, huyendo de la pobreza y el olvido, no puede ser parado por selvas, desiertos y montañas. Una riada humana que en el nuevo mundo es capaz de fluir incluso cuesta arriba y extender su pobredumbre en contra de la fuerza de la gravedad, la distancia y la justicia. Perseguidos por ella corrieron hacia la fama esquiva muchos de los que luego se convirtieran en héroes. Cortés, que conquistó el imperio de Montezuma para la Corona mientras huía del gobernador de Cuba, Velázquez. Núñez de Balboa, que conquistó el imperio de Poseidón mientras huía del gobernador de Darién, Pedrerías. Lope de Aguirre, que es alcanzado por el gobernador de Tucuyo, García de Paredes, el Sansón Extremeño, antes de conquistar El Dorado, que trataba de repartirse con La Corona, después de rebelarse contra ella. Trae leyenda negra también Mourinho cuando arriba a España. De Italia más que nada, donde lo ganó todo, y aun así, no obtuvo el perdón de la prensa deportiva, que siempre es mal juez y peor justicia. En Portugal y Gran Bretaña tiene fama y aprecio, aun con menos logros. Así que hay que concluir que allí hay más juicio en las cabezas y menos en los papeles. En España enseguida escucha la petición de que se le lleve al cadalso. Incluso antes de llegar si somos precisos. Reo de nocturnidad, su estilo bronco y directo, quizás más sincero de lo que están acostumbrados a respirar los plumillas, se gana la enemiga de la población indígena que, desde el primer momento, reclama a Florentino su cabeza. No hay tregua para el portugués en nuestras tierras. @Forjanes, con sus continuos desmanes, de pandillero más que de reportero. Relaño, que vende su alma con PRISA a editorial por regaño. Segurola, que suena a misa de pope cantada en Gramola. Roncero, veleta a la que el viento dice si es quiero o no quiero. La tortura narrada con verso rimado para embellecer la gesta, poesía épica, Cantar del Mío Mou.
Los colonos de La Española, lo que hoy es la República Dominicana y Haiti, pronto repiten en su nuevo hogar los pecados cometidos en la ya lejana España. Sin ganas de trabajar, de cuidar ganado y fundar granjas y haciendas, sin oro que arrancarle al suelo como quien coge fruta en el huerto, pronto se ven de nuevo en la miseria, cargados de deudas, acechándoles los alguaciles para encerrarlos en la cárcel. A Enciso, un aventurero, le urge preparar una expedición con la que socorrer la partida de hombres enviada por él meses antes a las costas de Venezuela, cerca del itsmo, y en la que han fundado una colonia llamada Castilla de Oro. Los desarrapados ven una posibilidad de huida hacia adelante de sus aprietos. Pero los acreedores convencen al gobernador de la plaza, Diego Colón, el hermano del almirante, para que vete a los informales y los morosos cuando se cree la tropa de asalto en la partida. Ven partir la nave de rescate los harapientos con la angustia del que sabe que ya no podrá esquivar cárcel, incluso la muerte. Ya en alta mar, cuando la vuelta a tierra no tiene sentido salvo por una emergencia, una caja de suministros se abre por sí sola para descubrir que en su interior se escondía Vasco Núñez de Balboa. "[...] Sale bien pertrechado con espada, casco y escudo, como Santiago, el santo de Castilla [...]". Nuestro protagonista emerge al relato de Zweig, de improviso, emergiendo de su escondite, de un modo muy similar al que Cleopatra emerge a la narración de Plutarco, envuelta en una alfombra que es desenrollada a los pies de Julio César. Pero Vasco no es una joven doncella, aunque de voluntad de acero, sino soldado veterano de Castilla. Como un año antes ocurriera con Ronaldo, la llegada de Mourinho al Real Madrid es precedida por una serie de lluvia de rumores que lo sitúan en el futuro próximo en el Barcelona. Es clásico de este club alabar y desear lo que luego repudia por acabar en el club blanco, ofrecer refugio a los descontentos del mismo, que es con el enemigo de su enemigo con lo que crea su tropa. Mou emerge realmente al madridismo, al relato que nos ocupa, aquella tarde de Champions de los aspersores, cuando el Nou Camp era una caja llena de odios y malos modales. Emerge el entrenador, ya pertrechado como soldado de los Tercios de Castilla, de la caja blaugrana, celebrando el éxito de su victoria en el santuario inviolable, evitando la final del Barça en el otro templo más grande y más sagrado. Nunca se lo perdonará la prensa. Será deuda nunca condonada. Es el Barcelona de los mundialistas y los ganadores de dos Eurocopas.
En medio del mar de las Antillas, suceso harto improbable, el mismo Zweig lo reconoce, el barco de Enciso, que se ha resignado a la presencia en la nave del carismático Núñez de Balboa, se cruza con otro procedente de la colonia que intentan socorrer. Son parte de los supervivientes comandados por el luego legendario Francisco Pizarro. Este les da cuenta de la caída de Castilla de Oro. En medio de terrenos pantanosos, la aventura de volver a fundar el asentamiento les parece tarea enojosa. Vasco convence a todos, menos a Enciso, de que su futuro está en las costas de Panamá, en Darién, donde los indios son amistosos y corre el oro por los arroyos. Hacia allí van y crean una nueva ciudad junto al mar, de la que se hace dueño y señor nuestro aventurero. Cuando llegue el gobernador nombrado por el rey Fernando el Católico para tomar la responsabilidad de aquellas nuevas tierras de la Corona, Núñez de Balboa se rebelará y hará huir a Enciso. Ha quemado sus naves. Pero es pronto para la respuesta de la lejana España. Morinho llegará al Madrid devastado de Pellegrini, el nuevo genio de la Liga, el nuevo mesías del toque, en el declive inevitable de un Bielsismo, no ya sin títulos, siquiera con unos resultados que poder considerar razonables. La colonia fundada en tierra firme por Florentino, siguiendo los planes de Valdano y sus asesores en la prensa, ha sido devastada por lyoneses, alcorcoyanos, culés y otras tribus hostiles. Nada queda de lo propuesto cuando Mourinho desembarca. Se rebela contra el gobernador de la plaza, el argentino, y emprende por solitario aventura que en sólo dos años ya rinde frutos. Ese vuelo de Cristiano, como una pavesa, que incendiara Mestalla. La Liga de los récords que serán batidos este año con la ayuda de Arminio, Villar, Platini y resto de caciques de los despachos, para borrar la ignominia que supone un Madrid no postrado de rodillas.
Pero Vasco sabe que tarde o temprano la justicia de la Corona irá a buscarle, que se encuentra en un aprieto, en un callejón sin salida. Será el jefe indio Comagre, el más poderoso del entorno, quien le de la solución cuando vaya a visitarle. Se sorprende el español del esplendor con el que vive el cacique. Éste le regala cuatro mil onzas de oro que causan revuelo en la soldadesca castellana. "En cuanto los hijos del cielo, los poderosos extranjeros, iguales a dioses, a los que ha recibido con tanta reverencia, han visto el oro, adiós a su dignidad". A Comagre le repugna el espectáculo que le ofrecen los soldados españoles, que se peleen por las piezas de oro como perros por una escudilla de comida. Su codicia le inspira un plan para deshacerse de ellos. Le dice a Vasco que al otro lado de las montañas hay un mar al que vierten todos los ríos caudales de oro. Y el aventurero cree haber sido inspirado por el mismísimo Espíritu Santo. "No hay mayor felicidad en el destino de un hombre que la de, en mitad de la vida, en la edad adulta, en la edad creadora, haber descubierto su misión". Esto último lo dice Zweig refiriéndose a Núñez de Balboa, en el arranque del capítulo cuyo significativo título reza "Huida hacia la inmortalidad", pero bien lo podemos aplicar a Mourinho. Vino al Madrid para darle la Cécima, los ríos de gloria fluyendo hacia el mar del futuro, para darle otro siglo de hegemonía. Y si el primer año aquí lo hubo de gastar en equiparar fuerzas con este espléndido Barcelona de ahora, en el segundo vio de lejos el nuevo océano, a una distancia de tan solo un partido. Pienso, lo escribí en algún otro artículo, que cuando Mou se arrodilló sobre el césped del Bernabéu, que es lo mismo que decir la alfombra del recibidor del palacio del fútbol, en ese momento crucial de la tanda de penaltis contra el Bayern, lo hizo porque se sintió por primera vez plenamente madridista. Sabe que su destino es alcanzar la Décima, hacer que por primera vez un equipo, el más grande, tenga que contar con dos dígitos sus Copas de Europa. Eso dijo hace poco, y yo al menos entendí el guiño. Luego volverá a La Premier, su casa, no su destino, donde tiene justicia digna de tal nombre. Si hay perdón para él. Mou es como Vasco, un proscrito, un líder de gentes y de grupos de acción, escapando del desastre en pos de esa inmortalidad sólo al alcance de muy pocos.
Pero la historia de Vasco y Mou diverge en este punto, justo cuando están ambos a punto de partir de Darién. Y es porque la gesta del español ya está escrita, ocurrió hace muchos siglos, y la del portugués aun no tiene su escriba, aunque muchos crean serlo y ya la han redactado por anticipado, en base a deseos, no a evidencias. De que se bañe en el Pacífico o no dependerá muchas cosas, aunque para mí que no ni su pasado, que ya es notorio, ni su futuro, que será esplendoroso, allá donde se encuentre. Será su presente lo que estará en juego, la inmortalidad del momento, que tan sólo dura un instante, porque la otra ya la tiene presa entre sus manos. Sabe Núñez de Balboa que necesita reconciliarse con la Metrópoli y que el oro es el mejor argumento. Envía la quinta parte del oro regalado por Comagre, la que le corresponde a la Corona, al tesorero real en La Española. Añade un generoso donativo de la parte que es suya por capitán. Pero aquellos que han de prenderle ya están de camino, llegarán antes que el posible indulto. Así que reúne a todos los hombres de la colonia y les hace saber sus planes. Traza una raya en el suelo, como Cortes, pero imaginaria, y reta a los suyos a traspasarla, a optar por la riqueza a pesar de los muchos peligros de la empresa. Ellos no saben que ha quemado sus naves, que no tiene vuelta atrás, o bien es la fiebre del oro les hace olvidarlo. Ni uno solo de los que son capaces de empuñar las armas desoye el desafío y le da la espalda. Y emprenden su loco viaje. Atraviesan el espinazo montañoso del itsmo, la selva que hoy es parque nacional panameño. Avanzan contra la geografía, contra las enfermedades, los indios hostiles, las alimañas mortales, que los van diezmando. Avanzan contra la vegetación, porque el sendero ha de abrirse con el machete y los arbustos espinosos arañan pies y rostros, contra la sed, el calor, el hambre y las lluvias torrenciales, que crean ríos caudalosos desde la nada en cuestión de minutos. Avanzan contra el reloj que hace que se acerque la hora del patíbulo para quien los comanda. Avanzan en un marcha enloquecida, a un ritmo que habría hecho sentirse orgullosos a los los griegos que llegaron a la playa de Maratón antes de que desembarcaran los persas, a los ingleses comandados por Wellington que retrocedían huyendo de Napoléon camino de La Coruña, a las divisiones blindadas de Guderian que avanzaban entre el enemigo como cosechadora por el trigal, camino de París y Bruselas. "Con sueño, hambrientos, muertos de sed, rodeados de miriadas de lancinantes insectos que les chupan la sangre, se esfuerzan por avanzar con las ropas rasgadas..." Con 190 hombres parte de Darién un 6 de septiembre. 20 días después la partida la componen 67. Ya en la montaña, tras una sangrienta escaramuza con los indios, en la que éstos se llevan todo el castigo, gente del lugar le informa de que la divisoria de aguas está muy cerca, el lugar desde el que puede verse ambos océanos. Parte a la mañana siguiente, temprano, sólo por voluntad propia, para ser el primero en ver las aguas del nuevo mar. Después de solazarse en su contemplación, imbuido por la solemnidad del momento, que no se le escapa que es trascendente, llama a los suyos, que derriban un árbol para esculpir en la madera una cruz cuyos brazos señalan ambas vertientes y ambas aguas, toma acta notarial para atribuirse el mérito contraído y manda rezar un Te Deum Laudamus. "Después, los sesenta y siete bajan desde la montaña. Ese 25 de septiembre de 1513 la Humanidad conoce el último océano de La Tierra, hasta entonces ignoto".
¿Es también la final de Wembley una divisoria de aguas? ¿Desde su cima podremos ver un antes y un después en la historia del fútbol? No lo sabemos, siquiera si Mourinho podrá escalar esa cima y coronarla. Pero sí que del grupo con el que partiera hace más de dos años ya van quedando pocos. Hay soledad en Mourinho en este último trecho, y no por voluntad propia, como en el caso de Vasco. La voluntad de algunos compañeros ha quedado en algún recodo u hondanada de la trocha ya recorrida. Un camino abierto a fuerza de voluntad y decisiones discutidas, porque allí por donde han transitado no había rutas antes de su llegada. Ocho años sin llegar a las últimas eliminatorias, dos años sin poder competir de igaul a igual con el Barça. Ha sido la voluntad de hierro de Mou la que ha creado la senda. Y el ritmo acelerado para poder cubrir las etapas, contra todo y contra todos: rivales, estamento arbitral, organismos federativos e internacionales, prensa afin y enemiga, ha diezmado la moral de la tropa, cuyas fuerzas flaquean a estas alturas. Dicen que ya no se habla con nadie. Y puede que no sea cierto, en realidad lo dudo mucho, pero está claro que el último tramo hasta Wembley lo hará de recorrer solo, si es que lo logra. De lo demás intuimos casi todo. Como Vasco, tras su victoria, de lograrse, sólo obtendrá castigo. Ya hay quien arguye argumentos punitivos sin tener que esperar desenlace. Si no logra la Décima será un fracaso. Si la obtiene para el madridismo será la forma de irse del club merengue dando un portazo. Habrá cadalso y el tajo del verdugo en las crónicas pase lo que pase. Pero que emocionante carrera nos espera. Habremos de ver brillar las aguas del Pacífico desde lo alto del promontorio o perecer en el intento. Sólo se que soy uno de esos 190 noventa que parten ahora de Darién.
Enlace a la página del libro de Stephan Zweig en web de la Editorial Acantilado
Nota: Como muchos, conocí la obra de Stephen Zweig en la versión de la Editorial Juventud, filón de libros clásicos en su Colección Z. Este tipo de libros, los de siempre, tenían mucha más aceptación que ahora, en que priman las novedades, los lanzamientos desaforados de autores de ahora. El tiempo puede originar el olvido, pero también es un estupendo tamiz para separar lo que es de calidad de lo mediocre. En los últimos tíempos varias editoriales de dedican a la reedición cuidada de textos muy conocidos y a rescatar autores contrastados que triunfaron y que empezaban a escasear, cuando no a desaparecer, de los fondos de las librerías. Acantilado viene reeditando la obra de Stephan Zweig hace unos años, con nuevas traducciones, poniendo mucho esmero en el producto ofrecido. La nueva versión de "Momentos estelares de la humanidad" rescata dos de las miniaturas históricas que se eliminaran en la edición de editorial Juventud, una relativa a Cicerón y otra al presidente americano Wilson. Si alguno de los pasajes de la historia narrados por Zweig están entre los más admirados por mí, como la conquista del Polo Sur, hecho que me fascinaba en la infancia, el que cuenta la caída del imperio que duró mil años, Bizancio, está entre lo más bello que haya leído jamás. Se puede leer pensando casi que es un cuento, tan cargado está de sentimiento lírico, pero todo lo que dice el austriaco es rigurosamente cierto. Al menos según la doctrina oficial. Basta con leer el ensayo de Steven Runciman, la obra canónica sobre el asunto en cuestión, para comprobarlo. No obstante, si bien es verdad que el pasaje sobre Vasco Núñez de Balboa está cargado de exageraciones y quizás alguna inexactitud, también lo es que la Leyenda Negra es asunto de hace bien poco, que incluso no se ha logrado barrer del todo. No quería dejar pasar la oportunidad sin incitar a la gente a que lea este gran libro, realmente memorable, especialmente indicado para regalar a aquellas personas a las que se desea crear hábito de lectura. Autor que también era uno de los predilectos de mi padre, cuya novela "Fouché" me recomendó tantas veces y que es una de mis lecturas pendientes. Cuando sea capaz de conjurar la nostalgia y atreverme a pisar el territorio que él ya recorrió en su día...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
impresionante.
ResponderEliminar