Miré los muros de la patria mía
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
(Francisco de Quevedo, 1613)
Miré los muros
(Escrito contando con la colaboración con @DiosaMaracana)
Artículo editado originalmente en el blog: El Minuto 7
(Osasuna de Pamplona 0 - Real Madrid 0 - Jornada 19 de la Liga Española - 12/1/2013)
¿Qué se puede contar del partido del sábado? ¿Qué ganas puede haber de hacerlo? Se desmoronan los muros, los enemigos invaden nuestros predios, ya no quedan centinelas protegiendo el perímetro, la oscuridad cerca el día para infectarle de ocaso. ¿Qué lecturas son posibles después de lo visto? Escribir sobre ello es como revivir una pesadilla. Pura inanición por falta de fútbol, la nadería hecha encuentro de liga, el silencio de los corderos al que aludía Aníbal Lecter. Morir devorados por nuestros predadores, cuya mediocridad Dios ha compensado con una voracidad extrema, sin un reproche contra ellos mientras diezman nuestras esperanzas. Sólo mirarnos a nosotros mismos, mientras nos desangramos por donde asoman nuestras vísceras, no por herida mortal, que los argumentos no tienen peso ni filo. Lo cierto es, aunque me pese, que el partido en el Sadar, ahora Reino de Navarra por no sé que estúpida reivindicación, en esta España a punto de convertirse en estado federal, fuerte Comansi, juguete completo, ofrece muchas lecciones, demasiadas para dejar pasar por alto y no verter al papel. Y por eso venzo mi pereza, mi desgana de madridista con resaca por la borrachera de la derrota, dentro y fuera de los terrenos de juego. "Allí donde pongo los ojos, todas las cosas son aviso de la muerte", dice un aún joven Quevedo, de treinta y tantos años, desmoralizado por ver lo que es España y compararla con lo que le cuentan que han sido, camaradas veteranos y los libros de Historia. Todo esplendor en la memoria el transcurrir íntegro del siglo anterior, tan lúgubre para los ojos abiertos y avisados el presente. Y si lo pensamos con frialdad solo podemos concluir que Quevedo es injusto en su valoración. Todavía estaba por llegar lo mejor: El cuarto del Príncipe Baltasar Carlos, esa sala con grandes ventanales donde Velázquez pintara Las Meninas, La Familia de Felipe IV, que es al tiempo taller donde se ejecutó y también modelo, lugar retratado, en la obra cumbre de la pintura europea. Los jardines del Palacio del Buen Retiro, aun por construir por el Conde Duque de Olivares, donde Calderón de la Barca estrenaba algunas de sus obras ante los reyes y la corte, en un esplendor teatral nunca visto y quizá jamás después igualado. La jornada de Nördlingen, donde el de Idiaquez situara definitivamente, si es que había alguna duda aun, a Los Tercios como la mejor infantería de todos los tiempos. Aun estaba lejos en el futuro Rocroi, la primera gran derrota tras siglo y medio de victorias en los campos de batalla, pero que, en vez de servir para subrayar el poderío militar español, sirvió para desmentir el mito de su imbatibilidad. También la cita en la Isla de los Faisanes, frente a Fuenterrabía, en la frontera entre los países de los dos reyes más poderosos del siglo XVII, el Rey Planeta y el Rey Sol, tío y sobrino, hombre cansado y derrotado y adolescente urgido por la prisa de la ambición. Ese día los destinos del mundo cambiaron de dueño. Pero aun estaban lejos todos esos momentos, todavía ascendía hacia la cumbre la civilización española, cuando Quevedo compuso su soneto.
Del mismo modo, es fácil prever que aún quedan grandes momentos en el futuro para el Real Madrid.Habrá de llegar la Décima y alguna otra copa más que poder nombrar por su número ordinal. Pero quizás se adivina en el Real Madrid ese mismo cambio de tendencia que Quevedo intuía en el devenir de la patria. Llamó Florentino Pérez a la concordia entre todos los estamentos del madridismo en su comida con la prensa estas últimas Navidades, estamentos entre los que se incluye la prensa madrileña, por más que le guste presumir, aunque sólo de boquilla, de que cabalga sola, que hace jornada por separado, que no se arrima a quien le apacienta y le sacia la sed. Lo hizo como el Conde Duque en su llamado para formar una "Unión de Armas" entre todos los españoles, un ejército reunido con gentes de todas las regiones para devolver el esplendor al imperio. Y el resultado ha sido el mismo, el desdén general de quienes sólo piensan en lo que pueden tomar del grupo y que necesita éste de ellos. La prensa no pacta, siquiera para garantizar su supervivencia. Y la afición empieza a mostrar su rechazo al modelo del presidente, apenas seis meses después de demostrar su eficacia. Son muchos los enemigos. El imperio español murió de éxito en realidad. Alarmados todos los estados europeos por la apoteósica victoria en la colina de Albuch, en Nördlingen, decidieron unirse todos para enfrentarse al vencedor, que no dejaba de ser un país pequeño y agotado, de tierras que ya no daban pan y pueblos que ya no daban apenas gentes con las que nutrir los ejércitos. El Real Madrid de Mourinho, de Florentino, ha muerto de éxito, alarmados sus enemigos ante la posibilidad de que lo que ellos llevan tres años anatemizando, tratando de expulsar de la Iglesia del Fútbol, que en templo de fariseos es lo que han convertido los mercaderes que Mou expulsara del que construyera el rey Salomón, pueda resultar correcto después de todo. Tras el verano, la alegría, si es que fue real, que más bien creo que fue fingida, se convirtió en tristeza, como quien convierte el agua en vino para emborracharse y olvidar sus cuitas. Miraba Quevedo todo aquello que le rodeaba y no veía más que cosas que le daban aviso de la muerte. Así me siento yo esta mañana. Y hay motivo para tanta desolación y pesimismo.
Más bien creo que no. Se presentó el Real Madrid en el Sadar con un equipo en el que faltaban la mitad de los titulares, unos por lesión, otros por sanción, y otros por decisión técnica. Los podemos citar para que no haya dudas: Pepe, Ramos, Marcelo, Ronaldo, Özil, Benzemá y Di María. Siete en realidad, es decir, casi dos tercios del equipo titular. Bien es verdad que tres de ellos por decisión técnica, en razón de las rotaciones, porque La Copa y La Champions son ahora prioritarios, aunque en la Liga se decida algo casi más importante, la imagen del equipo de cara a las próximas elecciones, a un posible cambio de guardia en los banquillos. El desgaste es tremendo, se pueden oír incluso las mandíbulas de las larvas de los curculiónidos royendo la madera de las vigas del Madrid de Florentino. El edificio puede venirse abajo en cualquier momento, tras cualquiera de los artículos de Diego Torres, por muy humillante que sea esa perspectiva, cualquier tarde de domingo que el equipo en que el equipo naufrague en el Bernabéu y el público se vuelva hacia el palco presidencial para agitar sus pañuelos. Es mucho y es nada lo que nos jugábamos, era mucha la desgana en los jugadores. Y el Madrid de Mourinho es hambre, locura, trueno, no funciona desde la calma, desde la especulación, en lo razonable. Ese ha sido su gran defecto este año. El primero de la era Mou se suplió la falta de entendimiento aun entre los jugadores, tras la numerosas altas y bajas, con una fuera que era puro espectáculo, con una locura que empezaba por el ápice caudal del equipo, Di María, que parecía el Correcaminos buscando las fauces del Coyote cuando corría como alma que lleva el diablo para presionar al portero rival cuando trataba de patear la pelota en un saque. El del segundo año mantuvo esa locura, esa capacidad de trabajo, pero mezclada con una coordinación prusiana en la tropa. Daba gusto ver en el Nou Camp al equipo recular en defensa, bascular de una a otra banda según cual fuera en ese momento la que utilizara el Barça en su ofensiva, desplegarse en ataque cuando recuperada la pelota. Este, quizá dejándonos influir por el entorno, se quiso meter pausa al equipo, poder evitar ese topicazo de "Veo al Madrid demasiado acelerado, impaciente en la jugada...". Es humano, por mucha personalidad que se tenga, y Mou la tiene por quintales, dejarse influir por los detractores. El Real Madrid al principio de la temporada empezó a tocar, y tocar, y tocar, dando tiempo a que llegaran los problemas. Estos de ahora.
Poco hay que narrar del partido. Menos aun cosas buenas. Sólo el desempeño de Varane puede citarse entre las grandes noticias. Pero esa alegría es como galleta que se reblandece y se desmorona mojada en la leche. Quizá también el razonable partido de Higuain, de más a menos, lógicamente al ser el primer partido tras su lesión, aunque con poco premio de cara a puerta. Ni siquiera inquietó al portero rojillo Fernández, se perdió siempre en el trayecto hasta la portería, pero mostró buenos detalles. Lo hizo más, inquietar al portero del Osasuna me refiero, Coentrao que el Pipita, pero marró dos goles, uno de ellos cantado, llegando a desquiciarme. Hasta el punto de llevarme a ser injusto con él en Twitter porque, desacertado o no en el lance final, fue de los pocos que se salvaron de la quema. En este grupo incluyo también a Khedira, que pareció multiplicarse nuevamente por el campo. Pero como no lo hace en once Pelés u once Messis, pongo por caso, tiene legión de detractores entre la prensa. Callejón tampoco estuvo fino, pero bregó mucho, sobre todo después de la expulsión de Kaká, y hasta marcó un gol que le anularon, porque el Villarato es mucho Villarato, y no se detiene aunque sea superfluo su concurso. Es la inercia del odio, que es incapaz de trazar curvas cuando viene con trayectoria constante, menos aun de detenerse. Nuevamente fue decisivo el arbitraje, con el ya mencionado gol anulado, marcado por Callejón tras un pase magistral de Benzema, y una expulsión de chiste de Kaká, con dos amarillas perfectamente evitables por el árbitro, sobre todo la segunda, la decisiva. Y podemos hacer barbacoa con la carne del brasileño, que exhibió desgana y torpeza, y tuvo un desplante con Mou según se dirigía al túnel de vestuarios que no venía a cuento, porque acababa de dejar vendidos a sus compañeros. Sí, lo sé, tenéis razón, soy un ingenuo, de quien se hará carne de barbacoa será de Mou, que tendrá la culpa del estado de ánimo del delantero brasileño. Mourinho acabará teniendo la culpa también del desánimo de la Princesa Masako del Japón por no quedarse otra vez en cinta y darle un varón a su marido que pueda heredar el trono del imperio. Cuando el Madrid actúa a lo grande puede cargar con ese sobrepeso que supone los arbitrajes en contra, incluso avanzar a la carrera hacia los objetivos. Siempre con el viento de cara, es imposible cuando faltan las fuerzas avanzar hacia ninguna parte, en todo caso retroceder. Esa es la diferencia entre este Madrid, siempre en entredicho, a pesar de sus logros, y el incontrovertible Barcelona actual, que a éste último le llegan las ayudas arbitrales y federativas cuando flaquea, mientras que a nosotros nos llega el subalterno que maneja la puntilla para el descabello.
Habla Quevedo en el primer cuarteto del soneto de la ausencia de muros o, para ser precisos, del desmoronamiento de los existentes y que antaño protegieran a la ciudad. Es el cansancio de los años la causa, tal vez la relajación tras tantas victorias. Tal es el caso de la ciudad madridista, abierta y desguarnecida ante el acoso de la prensa, que se ha convertido en su principal enemiga . Objeto de sus insidias, sin posibilidad de defenderse de ella, al menos de forma pasiva, desprovista de la intimidad que es la única forma de mantener la casa sosegada, del debido respeto por parte de los periodistas, que impide que éstos traspasen la raya de lo razonable. Mou nos traía nueva energía para suplir ese cansancio que se adivinaba en el banquillo, pero el asedio ha sido brutal. Son muchos proyectiles los que han impactado en la piedra de las murallas hasta lograr abrir grietas en ellas. También han habido derrotas, pero muchas menos que en la década precedente, y con logros que parecían preludiar nuevos triunfos y aun más importantes. Lo importante no es tanto que el Madrid no gane la Décima, sino que el que se le tenga como uno de los favoritos esta temporada no es descabellado, de hecho era el principal candidato en las casas de apuestas, mientras que en los años anteriores a la llegada del portugués su consecución no dejaba de ser una quimera, aunque sepamos que las sorpresas son factibles, casi habituales en este torneo.
Dice Quevedo en su segunda estrofa que la luz del sol ha secado hasta el hielo de los arroyos y que la montaña cubre de sombra los prados, donde el ganado se muestra quejoso por la sed, el miedo y el frío. Es la nieve que cae en el invierno la principal reserva de agua en el monte, la que evita la sequía en el estío. Este frío actual debería ayudar como reservorio de memoria para lo que venga, pero el madridismo a veces parece, sé que no es cierto, no saber aprender de los errores. La montaña de la duda parece ensombrecer nuestro entorno, traer frío a los corazones y miedo a las cabezas. Es ahora cuando hay que mantener la calma, seguir el mismo rumbo que ya nos ha dado resultados. Volver a partir de cero, agotar las reservas existentes, con un nuevo proyecto o un nuevo presidente, no puedo más que ser desastroso, por más que a algunos les parezca intolerable tener que asistir a partidos como el del sábado. Cierto es que no nos jugábamos nada. Salvo la honra. Y la honra lo es todo. Temblar de cólera o de miedo cuando no os vean y opinad desde la calma. Tiene que haber un mañana, tan glorioso como el ayer. Vimos un atisbo de él la primavera pasada, con Mourinho postrado de rodillas sobre la hierba del Bernabéu. Una tanda de penaltis nos separó de la final de la Champions y unos cuantos arbitrajes de la de la Copa.
En el primer terceto y el primer verso del segundo, nos vuelve a hablar Quevedo de los estragos del tiempo, sobre las cosas y el temple de las personas. Hace incluso una posible alusión velada a la pérdida de virilidad, de pujanza en su propio sexo al mencionar a su báculo, más encorvado y menos fuerte. También alude a su espada, que también podría ser otra forma encubierta de hablar de la su sexualidad o la de toda la nación, de declive. Pero no es aplicable al ámbito madridista esta doble alusión a la pérdida de temperamento. Hace sólo cuatro días asistimos a una nueva exhibición de Ronaldo, de acierto y de capacidad física. La pérdida de agresividad está en nuestra actitud. Siempre defendiéndonos de nuestros enemigos, en constante estado de sitio. Ya no sabemos hacer otra cosa que justificarnos, sólo nos ocupamos en tratar de no cometer errores que nos conviertan en culpables de la situación. Podría ser la explicación a lo visto ayer, donde nadie arriesgó apenas hasta que el fin del encuentro se acercaba. Porque ya no sabemos más que maniobrar al borde del abismo, sólo agredimos al contrario cuando nos vemos acorralados, como ante el Celta, o antes, aun con margen de maniobra, cuando el Manchester City estuvo a punto de cercenar el sueño de la Décima en el primer encuentro. Es una cuestión psicológica, no obedece a la naturaleza. Contamos con un gran equipo. La alineación titular puede que sea la mejor posible en el planeta fútbol. Y aun quedan objetivos asequibles. Afirma Quevedo no ver más que el rastro de la muerte allí donde pone los ojos, y puede que sea tentador dejarse llevar por su pesimismo. Pero aun queda Nördlingen en el mañana, aun espera la Décima en Wembley. Hay vida y hay futuro si mantenemos la calma, si conservamos el proyecto y no renunciamos a lo que somos. Polvo seremos algún día, más tendrá sentido, y no tiene porqué ser ahora nuestra muerte.
Contestación al comentario de CHJ del día 14/01/2013
El fútbol, quizás por ser un amor, como tú dices, está hecho para ser compartido. Yo al menos lo creo así. Casi cualquier otra cosa se puede disfrutar a solas, pero la pasión del fútbol está hecha para transmitirla a los demás. Mi gran compañero de afición fue mi padre. En menor medida, aunque también importantes, la gente que frecuentaba y que eran amigos íntimos. A todos los perdí por el camino, a mi padre por ley de vida, a mis amigos porque nuestras caminos se separaron. Y pasé una larga época en que el fútbol era un eco lejano. era capaz de desconectar completamente y volver a emerger a la superficie cuando llegaban las buenas épocas. Tampoco tuve nunca afán crítico. Me volví a a enganchar hace 4 ó 5 años en internet. Pero de otra manera, tartando de analizar, no solo quedándome en la superficie. Y no se si el negocio me ha salido bien. A alguien le leí en un tuit su añoranza de los tiempos en que era pipero y todo le parecía genial. Creo que algo de eso me pasa a mí. Las revoluciones, y creo que La Yihad lo es, son desagradables, avanzan destruyendo primero el orden que había, injusto pero que procuraba un equilibrio, y en muchos momentos parecen que no conducen a nada, solo a errores cuando quien detentaba el poder se resiste a cederlo. Ah, aquellos tiempos en que desconocía las intenciones de la prensa. tenemos la ventaja, y no es poca, sino inmensa, de que el Real Madrid siempre vuelve, aunque a veces tarde. Cómo decía Valdano, y pido perdón por citarle, el fútbol siempre ofrece revanchas, al Madrid muchísimas. Yo siempre me decanté por los perdedores, en la historia, en el cine, en la literatura. Sólo hice excepción con el Real Madrid, seguramente por ser parte del alma de mi ciudad, a la que adoro. Con los años descubrí que la cima es un lugar frío y barrido por el viento de la envidia. Las derrotas del Madrid siempre son terribles. Nadie ha sufrido derrotas de las magnitudes del Madrid. Aquella tarde en Eindhoven no se me olvidará nunca, cuando enviamos al Madrid de la Quinta a conquistar un puente quizá demasiado lejano. Pero lo que vino después, lo que vendrá después de ahora. Zidane poniendo su sello a esa combinación con Dios y Roberto Carlos. Alguien que aun no conocemos haciéndonos vibrar de nuevo, o el propio Ronaldo. Mimbres hay. Tal vez es la nostalgia de sentirnos los mejores, de uqe nadie se pliegue a la evidencia. Polvo seremos. Con memoria tal vez de lo que amamos, pero el Madrid seguirá cosechando gloria, porque para nuestro equipo siempre es época de vendimia.
Lo único que espero es que cuando llegue el día seamos polvo enamorado.
ResponderEliminarMi duda y, mi desilusión, es la distancia cada vez mayor que me separa del amor. Mi equipo es cada vez menos mi equipo. Mi club es cada vez menos mi club. Y, desgraciadamente, es de lo único que uno no puede cambiar en la vida. Es un amor perpetuo y, por eso mismo, doloroso. Se sufre a las duras y se disfruta en las maduras.
Cada día que pasa lo observo desde más lejos con mayor tristeza, deseando tener fuerzas para dejar de hacerlo y con el anhelo de que me haga un gesto para acercarme. Y necesito un gesto, una declaración desde las entrañas del club que me deje convencido de que es el RM el que dirige su propio destino, no una panda de niñatos ni de gamberros que escriben en panfletos.