domingo, 28 de noviembre de 2010

Sirenas varadas en archipiélagos de luz (12)

Sirenas varadas en archipiélagos de luz

-DOCE-

Un alquimista de la luz, la auténtica materia preciosa. Esa era la imagen que de él tenía mientras le veía manipular los mecanismos de aquella máquina, cuya utilidad y finalidad ignoraba totalmente. En vez de la llama y los alambiques, las lentes pulidas del astrónomo, pero, aparentemente, los mismos propósitos, los mismos métodos, los mismos conjuros empapados en idénticas mágicas intenciones.

- No podría explicar su sistema de funcionamiento, menos aun anunciar las leyes que lo rigen. -Sostenía entre sus manos algo que parecía ser un cilindro cónico de metal, la carcasa de su porción basal, pues tal era su forma al ser hueco y al faltarle el extremo superior, al parte que incluiría al vértice-. Sin embargo, se cual es su finalidad.

Colocó la pieza metálica al final del telescopio, de tal manera que el extremo más ancho quedó en contacto y encajado en la mirilla de observación.

- Me he permitido bautizarlo por mi cuenta y riesgo. Lo llamo aljibe para la luz, pues eso es, más o menos, lo que es.

- ¡Un aljibe!

- Algo así, ya te digo. –Una sonrisa se dibujó en su rostro, apenas un esbozo de sonrisa. Parecía que mi mal disimulada sorpresa era la única medicina capaz de curar su seriedad-. Su misión es captar y almacenar la luz. Es posible que lo único que haga sea intensificar la señal que a él llega, pero estarás de acuerdo conmigo en que un poco de poesía no estará de más. Espero que no te importe que me meta en tu terreno.

La siguiente pieza del mecano era aun más desconcertante. Tenía todo el aspecto de una linterna.

- Se ensambla en el circuito luminoso inmediatamente después del aljibe. Trataba de dar a sus palabras un tono neutro para ocultar su, por otra parte, evidente ansiedad, pero le conocía demasiado bien como para que pudiera engañarme.

- ¿Algo marcha mal?

- ¿Por qué lo preguntas? –Había excesiva actitud defensiva en su contra-pregunta, un roce de amargura que no me gustaba.

- Deberías estar alegre. Hasta un poco de euforia hubiera sido comprensible. Has dado con la solución al problema que te atormenta desde siempre, con la verdad desnuda.

- Bonita frase esa de “la verdad desnuda”, me gusta. –Una cínica sonrisa se desdibujó su rostro borrando de golpe toda la posible humanidad de su mirada-. ¿Qué te hace suponer que la verdad ha de hacernos necesariamente felices?

- Tú deberías saberlo mejor que nadie. Eres tú el que no se cansa de repetir que la incertidumbre no es más que una muerte más lenta.

- Tal vez me equivoque. Ahora se cosas que antes ignoraba por completo y puedo opinar con mayor conocimiento de causa.

Datos entre los muchos escritos en el mensaje de la noche. El árido alfabeto de las estrellas ahora al fin descifrado.

- Antes que empecemos de nuevo a discutir déjame que termine de mostrarte el funcionamiento de la máquina.

Guardé el mismo respetuoso silencio del fiel que asiste a un oficio religioso.

- Esta pieza que ahora ensamblo junto al aljibe es, en el sentido literal de la frase, un proyector de imágenes. –Señaló con el dedo un paño doblado sobre una silla de lona-. Tiéndelo en el suelo de tal modo que sus cuatro esquinas coincidían con las marcas e tiza. Es ahí hacia donde está calibrado que apunte el rayo de luz. –Habían cuatro señales triangulares dibujadas con tiza sobre el suelo de losas-. Bastará con que gire esta pequeña palanca para que comience el espectáculo.

Sobre la tela surgieron los colores, tintes de luz de todos los tonos e intensidades. Marrones que se tornaban amarillos y naranjas, verdes que tanteaban con sus tonos el umbral de los negros más profundos, azules índigo, como una mancha de cielo sobre la tela blanca, rojo espeso, como la sangre de la noche estrellada. Apenas se definía un color cuando ya era otro el que usurpaba su lugar. Como un gusano que serpentease por el suelo y en el que cada septo fuese un color diferente.

- Es una visión muy hermosa –dije aturdido.

- No es una visión, es un sonido. No, no me mires así, ni yo estoy loco ni tú eres un alucinado.

Extrajo de la caja de cartón un artefacto no muy grande, pero de aspecto pesado. Tenía el brillo cobrizo del bronce pulido. Hermético, como si sus secretos no pudiesen ser desvelados.

- Es el verdadero corazón de la máquina, su auténtica razón de ser. Antes de que la ponga en funcionamiento, antes de que desate la bestia, quiero que te prepares y que te convenzas de que lo que vas a oír es algo que nada que hagas podrá alterar. -Tomó del suelo, de un lugar apartado, unas orejeras que se colocó cuidadosamente-. Yo ya lo he oído y es un sonido por el que pararía a cambio de no tener que volverlo a escuchar.

Quise protestar, detener su mano, pero era evidente que estaba escrito que habría de pasar aquella prueba, que habría de afrontar aquel peligro y luchar en aquella contienda fuese cual fuese el balance final de la batalla. Un conmutador fue accionado, un botón fue presionado suavemente. Los movimientos precisos del verdugo. No hubiera dado crédito entonces a quien me hubiese dicho la verdad, lo que ahora se, hasta que punto había deseo de infligir daño en aquellas dos inocentes acciones.

Es imposible describir lo que oí. Me llamaba, alguien o algo me llamaba. No entendía sus palabras, eran frases tan oscuras como luminosos los colores sobre el paño blanco. Me llamaba y no entendía sus palabras. Solo se que lejos eran las antorchas que ardían por nosotros y que todas las letras de mi nombre eran distancia. Una música que desgarraba, porque tenía dedos de tristeza, que hería, por que había en sus notas la queja de una pérdida por todos compartida –el dolor es el auténtico lenguaje universal-. Sus palabras eran luz, luces cavitando dentro de columnas de sombras, luces conducidas sobre carriles de tinieblas.

Me llevé las manos a los oídos, temía volverme loco si continuaba escuchando, pero aun en medio del silencio seguía oyendo aquella voz, como se ve aun durante un rato la huella del sol en nuestros ojos después de que apartamos de él la mirada.

Cuando recobré la compostura y a mis pupilas y a mis oídos volvió la cordura, fue para darme cuenta de que la música había cesado. Elevé la mirada al cielo estrellado. Mi corazón era un enorme interrogante.

- ¿Dónde está? – No era yo quien formulaba la pregunta sino el desorden de sentimientos que en aquellos momentos me suplantaba.

- Justo en el lugar hacia donde estabas mirando. La llamada es tan fuerte e irresistible que sería difícil el camino. A mi me pasó lo mismo. Creo que después de oír su canto se establece algún tipo de lazo que ya es imposible romper. En cierto modo es como oír el canto de una sirena; es imposible no sentirse cautivado por su belleza o no desear ir a su encuentro.

Traté de mantener la mirada en el mismo punto. Pablo tenía razón, sentía que se había creado un lazo entre la estrella y yo al que, a pesar de lo doloroso que me resultaba, no quería renunciar.

- Dime, ¿qué es lo que le provoca tanta tristeza? –Me refería a ella como si de algo vivo e tratase. Era inevitable llegar a esa conclusión después de oír su voz. En cierto modo había percibido más vida, más sentimiento, más emoción en ella de lo que jamás había percibido en persona alguna antes-. ¿Qué cosa puede provocar una tristeza tan grande y salvaje? -No estoy seguro, no lo recuerdo bien, pero creo que cuando formulé la pregunta había lágrimas en mis ojos, tal vez por que era sobre mí sobre quien indagaba; sentía que aquella tristeza era muy semejante a mis sentimientos, demasiado parecida.

- El haber perdido a su compañera. El sistema de la Nebulosa del Cangrejo es doble, es un sistema binario, está constituido por dos estrellas que giran cada una en pos de la otra, alrededor de un eje que pasa por el centro de gravedad del sistema que forman. Normalmente en este tipo de complejos estelares una componente es mucho mayor que la otra, es mucho más masiva, y esto hace que se produzcan extraños y curiosos fenómenos. –En realidad no me estaba explicando nada que ya no supiese, pero era reconfortante oír su voz, sentir como ésta borraba, aunque solo fuera en parte, el eco que todavía perduraba en mis oídos-. En contra de lo que parece dictar el sentido común, son las estrellas masivas las que primero se consumen, las que queman más rápido su combustible y, por tanto, las que más aprisa se encaminan hacia su propia muerte. Cuanta masa posee una estrella antes agotará el hidrógeno de que dispone y antes tendrá que hacer uso del helio generado en su época de juventud.

Yo, por mi parte, seguía sin poder apartar la mirada de donde intuía que debía de estar la nebulosa.

- El proceso es básicamente el siguiente: cuando en el núcleo de la estrella se alcanza la densidad suficiente, después de que ésta haya ido creciendo paulatinamente debido al constante tirón de la gravedad que tiende a precipitar toda la masa de la estrella hacia su centro, y, por consiguiente, la temperatura interna alcanza una cierta cota, los átomos de hidrógeno se vuelven lo suficientemente energéticos como para poder fundirse unos con otros y originar con ello átomos de helio. El resultado práctico del proceso es el desprendimiento de enormes cantidades de energía en todas las longitudes de onda, incluida la de la luz visible.

- De esa energía –le interrumpí- que alumbra los días y que al ser atrapada por las hojas hace posible la vida. Como atrapar fotones con una diminuta red de pescador.

Sonrió ante lo ingenuo de mis palabras, pero no había ni un atisbo de ternura en su gesto.

- Esta energía le permite a las estrellas, entre otras cosas, vencer a la fuerza de la gravedad, ya que la energía nuclear supone calor y presión lumínica interna, cosas ambas que hacen que tienda a aumentar el volumen estelar. Se establece así un equilibrio dinámico que durará mientras duren las reservas de hidrógeno. Cuando éste empiece a escasear la estrella se enfriará y la gravedad tomará el papel preponderante, obligándole a la estrella a contraerse hasta que en el núcleo, ahora constituido por helio, y para que alcance la temperatura mínima como para que pueda producirse también la fusión de helio y rendir en la reacción átomos de carbono.

- y a esta etapa se llega con mayor premura, supongo, si mayor es la masa inicial de la estrella. -Empezaba a sentir impaciencia ante la obsesiva importancia que Pablo le otorgaba a los detalles. Era chocante comprobar como podían coexistir dentro de la personalidad de alguien el afán didáctico y la pasión por cultivar ante los ojos de los demás el misterio que uno constituye.

- Sí, pero lo verdaderamente importante es que en ella la estrella se expande de nuevo, pero esta vez hasta alcanzar un volumen mucho mayor que el que tenía en su edad del hidrógeno. Se convierte en lo que los técnicos llaman una gigante roja: gigante por que su tamaño es desproporcionado en comparación con la masa que posee; roja, porque es una estrella fría, ya que el helio al experimentar la fusión proporciona menor cantidad de energía por unidad de masa que el hidrógeno. Para que te hagas una idea, cuando el sol llegue a su edad del helio su volumen será tal que sus capas exteriores alcanzarán las órbitas de Neptuno y Plutón y engullirá a todos los planetas; el sistema solar será, paradójicamente, un mundo abrasado y frío a un tiempo.

“El final de la vida de una estrella es bastante espectacular, como le corresponde al tipo tan excepcional de seres al que pertenece. Pasará por sucesivas etapas, cada una más corta que la anterior, en las que irá quemando en el horno de su núcleo átomos de elementos cada vez más pesados en busca de la energía con la que poder luchar contra el perpetuo peligro de ser aplastada por la gravedad. Así, cuando el núcleo esté constituido por hierro y le toque a este elemento ser consumido en las calderas de la estrella ocurrirá algo descomunal: el hierro al fusionarse en vez de rendir energía la consume, por lo tanto en esta edad del hierro nada podrá oponerse al tirón de la gravedad. La estrella implosionará. Se contraerá en sí misma sin que nada pueda oponerse, hasta que las tensiones interiores creadas por el brusco aumento de la densidad se hagan tan grandes e insoportables y éstas hagan que la estrella estalle y que, literalmente hablando, se rompa en millones de pedazos tras una explosión de gigantescas proporciones. Esto es lo que se denomina un fenómeno de supernova. Dicen los que entienden que una estrella al convertirse en una supernova puede llegar a brillar, aunque solo sea por unos días, con mayor intensidad de lo que lo harían todas las estrellas de su galaxia juntas. La Nebulosa del Cangrejo es un hermoso ejemplo de lo que estoy narrando, es un halo de materia que fue catapultado hacia el vacío por la fuerza de la explosión de una supernova, los rescoldos helados de lo que en otro tiempo fue una majestuosa estrella.

- Y, ¿qué es lo que queda de la estrella después de todo eso?

- Poco o nada. Generalmente un residuo casi carente de vida. Eso en el mejor de los casos, por que puede ser que la estrella muera y se convierta en un agujero negro.

- Supongo que es lo que le ocurrió a la estrella que habitaba en el lugar que ahora ocupa la Nebulosa del Cangrejo.

- Así es.

- Y, si la estrella murió, ¿de quien es la voz que antes escuchamos?

- De su compañera. Lo que escuchaste es el más triste lamento de amor que pueda imaginarse. El de un ser que perdió a su único compañero y que habrá de soportar esa pérdida por toda una eternidad.

Un dedo helado como un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Algo en sus ojos daba miedo. ¿O era que veía mi mirada reflejada en ellos?

Aquella noche fue la última que vi a Pablo, es por eso que se me antoja tan terrible no poder recordar de que fue de lo que hablamos durante el resto de la tarde ni que derroteros tomaron durante aquellos breves momentos nuestras vidas. Lo que ocurrió en el transcurso de aquellas horas es como una página que hubiera sido arrancada del cuaderno que constituye mi memoria.

Alguien en los cielos me llamaba, fue en lo único que pude pensar durante las tres horas que sucedieron a aquella pavorosa experiencia. Alguien me llamaba desde hacia un periodo de tiempo absurdamente largo, desde mucho antes de que yo naciera. Había mucho de irracional en esa creencia, pero estaba seguro: alguien lloraba mi pérdida y nada de lo que yo hiciera podría retornarse al lugar que ahora sabía que me correspondía.

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