Luis García Berlanga, un genio en el palo que tocaba, con al menos una obra maestra indiscutible: Calabuch. Mejor incluso que Bienvenido Mister Marschall. Un tipo entrañable, y padre de otro genio, muy poco reconocido: Carlos Berlanga, autor de las canciones que llevaron a Alaska al estrellato. Fetichista confeso, probablemente se trate del pervertido más querido en España, el único tolerado y al que incluso se le apremiaba en las entrevistas para que sacara a relucir esta faceta, que en sus últimos años más que otra cosa parecían las rarezas entrañables del más querido de los dos abuelos.
Su cine en los últimos años degeneró un tanto en el esperpento de humor grueso, pero entre sus obras de los tiempos del blanco y negro se intercalan unas cuantas obras maestras. Entre ellas la ya citada Calabuch, que posiblemente esté entre las 10 mejores del Cine Español, a pesar de ser una película más bien ternurista, sin el cinismo habitual en sus obras. O tal vez sea por eso. Por una vez se atrevió a ser positivo sin reservas, a plantear incluso dudosas moralejas, y el logro fue maravilloso. Creo que para que una obra se pueda considerar como maestra es condición necesaria que el autor sienta ternura por sus personajes, y que se aprecie claramente, tanto en los personajes positivos como negativos, el principales como en los secundarios. Por eso lo es la novela "El Bosque Animado", de Wenceslao Fernández Flórez, la película "El Golpe", de Garci o la obra de teatro "El Baile", de Edgard Neville. Calabuch tiene esa rara cualidad en un mundo lleno de miradas ácidas, que queda patente en el personaje que interpreta José Luis Ozores, quizás el mejor de su maravillosa carrera. Un torero que ni siquiera es apto para plazas de tercera y que va de pueblo en pueblo con un toro, casi amestrado, que quiere como a un hermano, y que lidia allí donde le paguen. Sin darle muerte, claro, que a los hermanos se les perdona todo, incluso las embestidas.
Calabuch representa esa España que había que amar a pesar de todo, pobre, atrasada y bastante cazurra, pero llena de nobleza. Tal vez nunca llegara a existir, pero viendo Calabuch se hacia creíble, casi deseable, y daban incluso ganas de parar el reloj y obligar a las manecillas a discurrir hacia atrás para recuperarla. Berlanga hizo la única crítica posible en su tiempo. Para casi todos fue siempre un misterio que El Verdugo sortease la censura. La simpatía con que se desenvolvían tanto el director como los personajes de sus películas tal vez lo explique. Sonrisas que a veces se tornaban en muecas en sus películas, por que tenían todas un trasfondo duro. Como la historia de celos de El cochecito, donde su protagonista es incapaz de domar los celos que siente al ver a su chica es cortejada por el gigoló del grupo, un discapacitado sin escrúpulos que alardea ante las féminas paseándose en su vehículo de lujo para impedidos. En Calabuch no existe ese trasfondo lúgubre y Berlanga viaja directamente a la fuente de su ternura como autor.
Como dijo no recuerdo quien, creo que alguien de La Codorniz, últimamente se muere gente que no se había muerto nunca: Miguel Delibes, Toni Curtis, Arthur Pen, y algunos más este año que ahora no me vienen a la mente. Ahora le llega el momento de partir a Luis Berlanga, en busca de exteriores para sus rodajes. Un cineasta que, como poco, logró algo al alcance de muy pocos, formar parte del paisaje de su propia profesión, en este caso del cine, a medias industria y a medias arte de autoría colectiva.
Si Berlanga hubiese sido americano muy probablemente hubiese aparecido en aquella mítica escena del Crepúsculo de los dioses, la película de Billy Wilder, de espíritu muy afín al suyo. me refiero a esa en que vemos una partida de poker entre unos señores que parecen de otra época, personajes tristes y apolillados, siendo uno de ellos Erich von Stroheim y el otro Buster Keaton, algo así como la mitad de la Historia del Cine si los juntamos. Me hubiera gustado saber si berlanga hubiese sido capaz de marcarse un farol en una mano de poker ante estos dos. Descanse en paz
Su cine en los últimos años degeneró un tanto en el esperpento de humor grueso, pero entre sus obras de los tiempos del blanco y negro se intercalan unas cuantas obras maestras. Entre ellas la ya citada Calabuch, que posiblemente esté entre las 10 mejores del Cine Español, a pesar de ser una película más bien ternurista, sin el cinismo habitual en sus obras. O tal vez sea por eso. Por una vez se atrevió a ser positivo sin reservas, a plantear incluso dudosas moralejas, y el logro fue maravilloso. Creo que para que una obra se pueda considerar como maestra es condición necesaria que el autor sienta ternura por sus personajes, y que se aprecie claramente, tanto en los personajes positivos como negativos, el principales como en los secundarios. Por eso lo es la novela "El Bosque Animado", de Wenceslao Fernández Flórez, la película "El Golpe", de Garci o la obra de teatro "El Baile", de Edgard Neville. Calabuch tiene esa rara cualidad en un mundo lleno de miradas ácidas, que queda patente en el personaje que interpreta José Luis Ozores, quizás el mejor de su maravillosa carrera. Un torero que ni siquiera es apto para plazas de tercera y que va de pueblo en pueblo con un toro, casi amestrado, que quiere como a un hermano, y que lidia allí donde le paguen. Sin darle muerte, claro, que a los hermanos se les perdona todo, incluso las embestidas.
Calabuch representa esa España que había que amar a pesar de todo, pobre, atrasada y bastante cazurra, pero llena de nobleza. Tal vez nunca llegara a existir, pero viendo Calabuch se hacia creíble, casi deseable, y daban incluso ganas de parar el reloj y obligar a las manecillas a discurrir hacia atrás para recuperarla. Berlanga hizo la única crítica posible en su tiempo. Para casi todos fue siempre un misterio que El Verdugo sortease la censura. La simpatía con que se desenvolvían tanto el director como los personajes de sus películas tal vez lo explique. Sonrisas que a veces se tornaban en muecas en sus películas, por que tenían todas un trasfondo duro. Como la historia de celos de El cochecito, donde su protagonista es incapaz de domar los celos que siente al ver a su chica es cortejada por el gigoló del grupo, un discapacitado sin escrúpulos que alardea ante las féminas paseándose en su vehículo de lujo para impedidos. En Calabuch no existe ese trasfondo lúgubre y Berlanga viaja directamente a la fuente de su ternura como autor.
Como dijo no recuerdo quien, creo que alguien de La Codorniz, últimamente se muere gente que no se había muerto nunca: Miguel Delibes, Toni Curtis, Arthur Pen, y algunos más este año que ahora no me vienen a la mente. Ahora le llega el momento de partir a Luis Berlanga, en busca de exteriores para sus rodajes. Un cineasta que, como poco, logró algo al alcance de muy pocos, formar parte del paisaje de su propia profesión, en este caso del cine, a medias industria y a medias arte de autoría colectiva.
Si Berlanga hubiese sido americano muy probablemente hubiese aparecido en aquella mítica escena del Crepúsculo de los dioses, la película de Billy Wilder, de espíritu muy afín al suyo. me refiero a esa en que vemos una partida de poker entre unos señores que parecen de otra época, personajes tristes y apolillados, siendo uno de ellos Erich von Stroheim y el otro Buster Keaton, algo así como la mitad de la Historia del Cine si los juntamos. Me hubiera gustado saber si berlanga hubiese sido capaz de marcarse un farol en una mano de poker ante estos dos. Descanse en paz
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