viernes, 26 de noviembre de 2010

Sirenas varadas en archipiélagos de luz (11)

Sirenas varadas en archipiélagos de luz

-ONCE-

Poco o nada se ha hablado del mestizaje de la noche. Una curvada penumbra rota de estrellas. Donde todo es oscuridad parece algo destinado al fracaso el que el firmamento apueste y se obstine en la luz. Fuego y distancia son los dos pilares sobre los que se sustenta el equilibrio de la noche, los materiales con los que fue construido el puente de guijarros luminosos que se tiende de horizonte a horizonte. La Vía Láctea, como si de un espinazo de claridad que atravesase el cielo para vertebrarlo se tratase. Un arrecife de roca y coral, archipiélagos de luz en océanos inexplorados.

- Te he llamado porque al fin he aprendido a manejar el traductor. –Era una noticia fabulosa y, sin embargo, no percibí ni una migaja de alegría en sus palabras.

La noche sobre la mínima meseta de piedra que era la terraza parecía un pájaro negro que hubiese extendido por completo sus alas. Un negro tan profundo e intenso que no podía sino quebrarse en esa infinidad de grietas y constelaciones. Asomando por los barrotes de la alta baranda, el telescopio de Pablo se me antojaba un perro de presa olisqueando el aroma de las galaxias.

- Me ha costado toda la semana el dar con la dirección correcta. He tenido que asimilar más datos astronómicos en estos días que en todo el resto de mi vida. No te imaginas cuan árida es esa parte de su ciencia que los matemáticos les han prestado a los astrónomos. Un préstamo a fondo perdido, por cierto, porque ya sabes lo generosos que pueden llegar a ser los matemáticos cuando existe la posibilidad, por remota que sea, de hallar un significado útil a sus ecuaciones. –Suspiró profundamente, como queriendo resumir en ese gesto todo el cansancio acumulado en las últimas horas. Solo entonces reparé en las ojeras que orlaban sus ojos y en la cantidad de horas robadas al suelo que representaban-. Me ha costado, pero al fin he conseguido dar con ella.

- ¿A qué te refieres?

- A la posición de la Nebulosa del Cangrejo.

Estaba hablando de un logro estadísticamente imposible.

- Pero, este telescopio no tiene una lente lo suficientemente grande como para que puedas verla –objeté.

- Es verdad. No puedo afirmar que en la región del cielo que ahora barre el telescopio se halle la nebulosa y la estrella que la originó. No puedo asegurarlo porque, efectivamente, no la puedo ver, pero tengo la razonable esperanza de haber acertado.

- ¿Y en qué se basa esa esperanza?

- En que he oído una voz y esta no puede se otra que la suya.

- ¿Una voz?

- Sí. Creo que debes saber que la máquina que cogimos no sirve para contemplar lo que está lejos, sino para escuchar.

Antes de que tuviera tiempo de oír una explicación más detallada, desapareció en el interior de la casa por la escalera de granito que desemboca en su dormitorio. Dominaba por completo el arte de las desapariciones. Sabía instintivamente cuando una salida de escena podía tener un efecto mayor que aun la más afilada de las palabras.

Me dejó allí solo, sobrecogido por la visión de un millón de estrellas murmurantes, un silencio anegado de voces que no me era dado percibir.

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