House – Temporada 3 – Episodio 3 – No escrito
Mientras el corazón de House se deshiela y el mío se petrifica, mientras su vida se ordena y se carga de propósitos y la mía lentamente abandona la vía como un convoy a ubicar en el apartadero ferroviario, no puedo menos que acordarme de cierto libro que leí hace mucho tiempo, de un sociólogo italiano, Francesco Alberoni, en el que formulaba una curiosa y muy hermosa teoría sobre las etapas del amor. La idea a grandes rasgos sería que en el proceso del enamoramiento, y el amor en que desemboca, existen tres fases claramente diferenciadas:
1.- El tiempo de los dioses, en la que el mundo se transforma antes nuestros ojos gracias a la energía transformadora del amor. Todo se reconfigura, muta de estado. El amor se vuelve una fuerza creadora capaz de inspirarnos y hacernos crecer. Accedemos a estados mentales que nos permiten trascender de nuestras capacidades habituales. Un hombre enamorado es más, es mejor, se alza sobre los hombros de su yo habitual para adquirir mayor talla. Un hombre enamorado conoce y comprende el mundo por primera vez, da igual las veces que haya experimentado este sentimiento antes, por que cada vez parece la primera.
2.- El tiempo de los héroes, en la que llega el momento de la toma de decisiones, algunas titánicas. Una vez conocido el mundo tal como es, como debe ser, como queremos que sea, procede obrar en consecuencia, deshacerse de los viejos significados y optar por los nuevos. Decisiones que afectan a ese entorno que está más allá del perímetro de los enamorados. Relaciones que se rompen de la noche a la mañana, antes atadas con los lazos casi indestructibles de la cotidianeidad y la rutina. Los enamorados quieren estar a la altura de su amor, y ello normalmente comporta sacrificios, tomar decisiones amargas, luchar contra lo que se les opone.
3.- El tiempo de los hombres, en el que la cotidianeidad se apodera del amor. Vivir lo que se desea despierto no es lo mismo que diseñarlo mientras se anhela. El roce con la realidad, al igual que un cuerpo que se desliza por un plano inclinado puede detenerse por la fricción, puede llegar a parar al amor, estancarlo, vaciarlo de contenido. También es posible que sobreviva y llegue a formar parte de nosotros, de lo que aceptamos y rechazamos. Hasta que un nuevo amor vuelva a alterar los significados, una vez más, por primera vez.
Repasando los tres primeros capítulos de esta temporada y el último de la anterior trato de hacer encajar el modelo propuesto por Alberoni en el avance de la trama. Pero no encuentro ese tiempo de los dioses. Cuddy es posible que lo experimentara. “Eres el hombre más extraordinario que he conocido”. Pero jamás quiso aspirar a ese cielo. El amor no llegó de repente, como una corriente que al fin se abre paso, sino que ya estaba allí hace mucho tiempo. Un sentimiento soterrado, como un depósito subterráneo, un acuífero en medio de un aparente desierto. No hubo revelaciones, actos de creación. Solo aceptación de un deseo, la renuncia a luchar contra él, a nadar a contracorriente de su corazón.
Por su parte el derrumbe de aquel edificio, la muerte de la mujer que tenía su pierna atrapada por una viga, originó cambios profundos en el estado de ánimo de House, en su equilibrio. Pero lejos de averiguar un significado más profundo para las cosas lo que provocó fue renegar de un nuevo saber recién aprendido: la posibilidad de ser feliz si se obra bien, si se merece por la forma en que procedemos. Pero la muerte de la mujer a la que en, contra de su forma habitual de conducirse, se unió emocionalmente, le hizo llegar a la conclusión de que no sirve de nada merecer, por que es el azar en última instancia, su capricho, quien propone lo que es posible y quien decide lo que ha de ser. El amor no llegó como una promesa de cambio sino como un consuelo para el dolor, casi como un sustituto para la bicodina.
A pesar de esto, si que vislumbro un tiempo para los héroes, un momento para asumir el reto de ese amor que parece condenado al fracaso. Cuddy abandonó su proyecto de vida con Lucas para echarse en brazos de House, para meterse en su cama, para regalarle su ternura. Y es en los primeros dos capítulos de la temporada cuando vemos a ambos asumir el reto. Primero abstrayéndose de todo salvo de ellos mismos, refugiados en el apartamento de House, levantando barricadas y confrontando voluntades. Después a la vista de todos, adquiriendo compromisos, elaborando reglas. Ser dolorosamente sinceros el uno con el otro es el único modo, en opinión de Cuddy.
En este orden cosas, ¿acaso comienza en el tercer episodio el tiempo de los hombres? Aquí los retos parecen mucho más pedestres que los ya superados: buscar alternativas de ocio que interesen a ambos, decidir donde van a ir a cenar, que hacer juntos.
Comienza el capítulo con el robo de House de unas flores a una paciente en coma. Parece el de siempre. Pero no es la mera diversión de transgredir las reglas del más elemental decoro lo que le hace proceder así. Las quiere para su novia. Se siente feliz e inquieto por ello, se encuentra extraño en esa situación. Vive una luna de miel que no quiere que se acabe. Teme al tiempo de los hombres, cuando su verdadero yo aflore para desencanto de Cuddy. Ahora solo hay sexo y el quiere que haya además confluencia de intereses. Wilson le recrimina por querer saltarse esa luna de miel que le procura tantos momentos plenos, pero el ya cava trincheras para aguantar el envite de la rutina cuando llegue el tiempo de los hombres.
Cosas que hacer juntos: por ejemplo, cometer un allanamiento de morada. House lleva a su chica a la casa de su nueva paciente, una mujer que desea morir y no quiere cooperar en su tratamiento. Al no obtener respuestas a las preguntas que le formula decide buscarlas por su cuenta y riesgo en la casa de la mujer, una afamada escritora de novelitas románticas para adolescentes. El género predilecto de House. Ya curó de una grave enfermedad a su actor favorito de culebrones y ahora le toca salvar a su escritora preferida. Cuddy protesta tímidamente al averiguar que están en esa casa sin permiso de su dueña, pero al poco rato se aviene al juego. Trata de encajar en el mundo enfermizo de House, será la teoría de Wilson cuando comenten “la jugada”.
Más cosas que hacer juntos: Cena de parejas, con Wilson y su actual novia, su primera exmujer, la sádica. Pero primero a un circuito de Karts. Aquel de los cuatro que gane una carrera será quien elija restaurante. House recaba información a la madre de Cuddy y averigua que le gustaban este tipo de circuitos. “A los doce años”, protestará ella al enterarse de por qué están allí. La carrera resulta ser una locura por culpa de la sádica, qué saca de la pista con artimañas arteras, primero a su propio novio y luego a la novia de House. Este último logra vengar el honor de su chica y, tras inutilizar el motor del coche de la sádica ayudándose del bastón, entra triunfal en la meta. Pero Cuddy se enfada. Todo aquello no le ha parecido divertido en absoluto, por que en su salida de pista se ha dañado un hombro. Ya no quiere ir a cenar. Wilson trata de consolar a House: “No es ella, es el dolor lo que habla”. “Aivá”, contesta House, por que acaba de tener una revelación sobre el posible origen de la dolencia de su paciente.
Se debe a un accidente de coche que le provocó una lesión que ha permanecido latente durante años y ahora se manifiesta y amenaza con consumirla. Ella quiere morir por que no iba sola. Conducía su hijo, un chico adolescente al que le cedió el volante por que lo tenía mimado y le daba todos los caprichos. Piensa que erró en el cálculo y que las condiciones de la conducción, bajo una intensa lluvia, junto con la impericia del chico provocaron el siniestro. Se siente culpable por ello y ahora solo desea la muerte para que cese el dolor que provoca la culpa. Pero House tiene un arma poderosa para sanarla y devolverle las ganas de vivir: la mentira. Es algo nuevo en House, un rasgo casi contradictorio con la imagen que tenemos de él. Le hemos visto esgrimir la verdad para convencer simplemente. También para aterrorizar y hacer claudicar a sus pacientes más renuentes, para infringir daño a quien lo merece, para devolver la perspectiva a quien no quiere plegarse a ella. Pero la mentira es un argumento nuevo que usa con cierta torpeza. Le dice a su paciente que su hijo sufrió un derrame cerebral, que ya estaba muerto antes del accidente, que eso fue lo que lo provocó realmente, no su falta de sentido común como madre.
Cuddy se siente orgullosa de House. El duda de que ese sentimiento perdure cuando llegue el tiempo de los hombres. Pero ella valora lo que tiene. Es poco común y es por eso que lo valora. “Lo común aburre. Es… puagg… común. Me gusta estar contigo. Me haces mejor. Espero hacerte mejor. Lo que tenemos es poco común. Y nunca he sido más feliz”. Y remata la retahíla con un gesto de complicidad y una expresión divertida en la cara que trata de suavizar por contraste la cara seria y preocupada con que la mira House.
En la última escena House va a visitar a su paciente, que le está muy agradecida por darle una razón para querer vivir, para evolucionar. Le anuncia que dejará de escribir libros para adolescentes para dedicarse a un público adulto. House se enfada y trata de hacerla razonar. Quiere seguir disfrutando de la serie de libros que tienen como protagonista a un trasunto del chico muerto. Pero ella le dice que nada que diga podrá hacerle cambiar de opinión. A House se le ocurre una razón. “Su hijo…”, mira hacia atrás al escuchar el deslizarse de la puerta corredera de la habitación y ve a Cuddy en el umbral que le mira expectante. “… tuvo mucha suerte por tenerla a usted como madre”. Hay orgullo sincero en los ojos de Cuddy. Una mentira piadosa. Todos mienten. Siempre hay una razón detrás de cada mentira. Y la de House esta vez es aliviar el dolor de un semejante aunque vaya en contra de sus caprichos. Cuando sale de la habitación de su paciente ella trata de verbalizar su orgullo. “Ha sido…”. “Cállate, anda”. El último momento del capítulo es un plano medio de Cuddy que sonríe dulcemente y suspira.
Y mientras el corazón de House se vuelve líquido y fluye, mientras el mío se vuelve piedra y se inmoviliza, me pregunto cuando fue que yo experimenté un tiempo de los dioses. Apenas encuentro momentos candidatos. Tal vez fuera aquel verano que escribiera treinta y tantos sonetos, inspirado por el mal de ausencia. Aquel verano en que solo se escuchaba “Donde estabais” de La Unión , que yo adoptara como un himno para justificar mi soledad. Aquel tiempo como ahora en que mi corazón se cerró como un libro sin leer. Nunca hubo un tiempo de los héroes en que pudiera encararme a la vida. Todas las decisiones se tomaron siempre por mí. Solo hubo una interminable sucesión de tiempos de cobardes.
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