jueves, 25 de noviembre de 2010

Carta a Peluquilla/Victoria (Agosto de 1993)

Carta a Peluquilla/Victoria (Agosto de 1993)

Sábado, 7, 24:15

Preludio ventoso. Allegro con fuoco.

Hay un vendaval ahí fuera. El viento arma alboroto batiendo puertas y ventanas, gimiendo como un alma en pena. Va a ser otra madrugada sin Luna y sin estrellas. Una mordaza para la luz. Calor y sombras la noche entera. Algún relámpago tal vez se atreva a rasgar sus pesadas vestiduras y a mojar de claridad las densas tinieblas.

Quizás sea pronto para que lleguen tus cartas. No se. O las escritas por una y otra parte se estén cruzando en estos momentos en direcciones opuestas. Cualquiera de éstas sería la respuesta que preferiría al enigma de tu autismo total para conmigo. Las que no, que quizás te hayas arrepentido de haberme hecho la promesa de escribirlas o que has encontrado pasatiempos más divertidos con que entretener tus horas de siesta (incluso dormir puede ser que te parezca más entretenido). Siempre me fue difícil interpretar tus silencios. Más habrá de serlo éste en que no puedo mirarte a los ojos para sonsacarles por lo menos alguna verdad a medias.

La pasión por el drama (o de cómo me es imposible no ponerme un poco melodramático). Allegro ma non tropo.

Contengo la respiración, por así decirlo. Es domingo, tu primera carta no ha llegado aun para cuando esto te escribo y dudo entre esperar al lunes para ver si la recibo o entre tratar de atajar el peligro estableciendo nuevos puentes de comunicación, aun a riesgo de que tú los eches por tierra dejándote llevar de tu lado travieso (los ingenieros levantan puentes, no los derriban, señorita) o por simple miedo y puro. Miedo a necesitarme demasiado para cuando me hayas de dejar definitivamente, a zambullirte y a sufrir un corte de digestión en pleno chapoteo.

Aquello que más temía va tomando cuerpo. Tras unos pocos días de estar sin verme los positivo para ti de nuestra relación (perdón si la palabra suena demasiado atrevida, te aseguro que no es mi intención sobrevalorar lo que de ti tengo) se te antoja prescindible.

Tal vez después de todo mañana reciba tu carta y cotejando fecha con matasellos pueda echarle la culpa de todo a la ineficacia de Correos y a su tortuoso e insatisfactorio servicio, desterrar los miedos y las certidumbres, dejar de morderme las uñas y todo eso.

Aun no he comenzado a estudiar. Se supone que lo haré a partir de la semana que viene. Al menos pretendo que así sea. Mientras tanto lo único que hago es leer y pasear. Algo así como una gimnasia de mantenimiento para cuerpo y mente. Un ejercicio ligerito, nada de esculpir músculos en mis piernas o en mi subconsciente profundo. Estoy inundado de libros por doquier, por que los sigo comprando por kilos y amontonando en pilas sobre mesas y bajo ellas. Incluso he comprado para ti. Lo vi. y se me antojó en el acto. Fue una forma elegante de unir en un mismo acto las dos realidades que más me fascinan-emocionan-alimentan: tu persona y los libros (una de dos, o estoy humanizando a los libros o te considero una mujer objeto; ya me dirás que te “mola” más, muñeca). No te alarmes, me he gastado poquísimo dinero en él, aunque no por ello deja de ser un magnífico libro (la edición y la novela en sí). Se comprar bien y barato. Para algo tenía que servirme ser un rastreador de libros (medio blanco, medio comanche, criado desde niño por los indios de las praderas), un predador de letra impresa, un devorador de carne literaria en un mundo que se declara sin complejos vegetariano y partidario de la no violencia. Estoy gozando por anticipado de tu sonrisa al ver el regalo, una sonrisa rojiza y floral como las amapolas mismas. Si es que hay aun un mañana para nosotros dos, si es que al final llega tu carta y puedo expirar el aire retenido en los pulmones (me estoy poniendo cianótico por momentos).

Adiós peluquilla, adiós para siempre.
Si volvemos a vernos sonreiremos.
Si no habremos hecho bien en despedirnos.

La verdad es que me había rondado la idea desde siempre de poner algo de Shakespeare entre nosotros (y, claro, “Romeo y Julieta” te iba a parecer demasiado farol para tan poca lumbre, demasiada leña para tan poca yesca). La guinda del pastel y todo eso. El toque rojo cereza coronando la montaña de bizcocho y crema (es una amistad tremendamente dulce que nos puede costar una diabetes; no trato de ser irónico, si no solo constatar un hecho que, por otro lado, me satisface plenamente). Además, me encanta ponerme melodramático. Eres un buen auditorio. Yo también lo soy para ti, no vayas a creer lo contrario. Además, tú tienes mucho más repertorio:

1.- Ballet. Tus encantadores resbalones cuando caminas por las aceras o coronas un tramo de escaleras.

2.- Bel canto. Tu voz atiplada siempre cuatro notas más alta de lo que indican las partituras.

3.- Ilusionismo. Aquello del truco de magia del vaso con leche que nunca parece que se vacíe del todo, y que aunque tú lo hagas con agua mineral es igual de “sorprendente”.

4.- Humor. No es que tengas lo que se dice una gracia arrolladora, contando chistes de curas incumpliendo el sexto mandamiento, pongamos por caso, pero aún así me arrancas alguna que otra carcajada, las más de las veces retroactiva (mi memoria es capaz de recitarte con precisión matemática, tanto en lenguaje alfanumérico como en lenguaje binario), no es cosa de que te envanezcas con victorias demasiado fáciles.

5.- Drama. Esas lágrimas tuyas a veces demasiado fluidas (vamos, que lloras mucho, mujer), cáusticas cuando me resbalan por el corazón y contagiosas cuando salpican mi retina. A veces me pregunto maravillado como el posible que quepa tanta emotividad en un cuerpo tan chico. Supongo que enfoco mal el problema, que no es un tema que deba tratarse desde el punto de vista de la Geometría Euclídea, es decir, en base a superficies y volúmenes (de si estás delgada o si estás gordita, si me preguntas te diré que te veo redondeadita única y exclusivamente donde te conviene estarlo; por favor, no me preguntes donde es eso), si no desde el de la Dinámica Clásica, visualizándolo como un movimiento inercial de un corazón saltarín y andariego dotado de unas increíbles facultades aeróbicas para desarrollar esfuerzos anímicos.

6.- Alta costura. Estoy seguro que lo primero que haces por las mañanas es maquillarte las legañas para que queden monas. Y esos rotos estratégicos en las rodillas no son de recibo.

Llevo media hora escribiéndote y quizás sea el momento de parar por un tiempo. He logrado relajar un poco los miedos y los músculos cardiacos. Si aun que está permitido escribirte una carta, aunque no vaya a ser contestada, me digo, si puedo recordarte todavía sin que la memoria emborrone tus rasgos (es una memoria muy exacta, como antes te dije, pero para ver lo que me dice a veces necesito ponerme la gafas), nada está perdido por el momento.

Domingo, 8, 17:30

La ternura recuperada (o de cómo han de manipularse los hallazgos de la arqueología de lo emotivo). Adagio molto spiritoso.

Retomo una idea apenas si esbozada en la anterior parrafada: la ternura que me inspiras. Al leer esto último no creo que estés precisamente dando saltos de contento, pero como yo escribo yo mando, es así de simple. Si quieres tener voz y voto no tienes más que coger bolígrafo y ponerte a emborronar papeles, Quizás intentes defenderte de esta andanada, prejuzgando quizás que una declaración de sentimientos hacia ti por mi parte te va a resultar incómoda y enormemente desagradable, y me digas: «El amor miente», o algo igualmente curso. «Ves cosas en mi que no existen». A lo que yo replico automáticamente en un alarde de reflejos (bueno, en realidad en el primer borrador me pillaste por sorpresa y no fui tan rápido) que «El amor sabe por que tiene la osadía de no dejar de mirar aunque la luz le ciegue» (también yo puedo ser cursi e incluso superarte).

Quizás intentes consolarte pensando que un sentimiento inocuo. Pero será un esfuerzo vano, por que vive en mí con tal intensidad, y desarrolla tal cantidad de kilovatios hora de potencia que podría llegar a abastecer de corriente eléctrica a la ciudad de los reclamos luminosos, la vieja y dorada Las Vegas.

Despiertas en mi un sentimiento de culpa, por que dudo que te sea suficientemente útil, de que pueda estar en disposición de defenderte en el caso de que algún peligro te amenace, de no darte la felicidad que precisas cuando en mi corazón te abasteces.

Es simplemente ternura, ya te lo he dicho. Algo que se manifiesta en un deseo incontenible de coronar tu cabeza con flores silvestres (de esto no me privo), de besarte lentamente en la frente (esto me corta “un huevo”), de ayudarte a hacer los deberes para que no te canses (aquí fifty-fifty); de limpiarte las gafas con el dobladillo de la camisa (ni por todo el oro del mundo expondrías innecesariamente tu rostro a la acción abrasiva de los rayos cósmicos), de narrarte cuentos de golondrinas y príncipes (esto lo hice y no sabes cuanto lo siento).

Hay algo en tu sonrisa que incita a recapacitar, que marca hitos en el camino de la vida. Verte sonreír puede muy bien ser el instante cero, un lugar del que se parte, el primer kilómetro de la autopista hacia el futuro, los materiales con los que podría reconstruir el mundo tras la hecatombe nuclear. Esa realidad tantas veces fallida, que una y otra vez se retuerce y desmorona (quizás tenga reuma), como el-topicazo-ese-del-castillo-de-naipes, pero que al mirarse en el reflejo del espejuelo de tus ojos se gusta a si mismo tanto que consigue recobrar los ánimos y el arrojo (léase crédito monetario) necesario como para pedir una nueva mano de cartas con las que poder reanudar la partida (en el póquer abierto siempre se apuesta alto).

Más que molestar te habrá resultado confuso. Mi corazón nunca fue un orador experimentado. ¿Un descanso? Concedido. Yo también lo necesito.

Domingo, 8, 18:45

A lo mejor piensas que estoy siendo excesivamente cursi. No me importa (me estoy encogiendo de hombros; bueno, también te estoy haciendo burla). Soy de la opinión de que la ternura y la cursilería hacen muy buena pareja de baile. Y te aseguro que dominan todos los ritmos y que jamás equivocan los pasos, ni siquiera los del tango arrabalero. Ojala hubiera en el mundo menos defensores de lo eficaz y lo rentable (salvo Correos, se entiende) y más entusiastas de lo simplemente cursi. Ojala supiese más gente de ti lo mismo que mi amor ya sabe: tu sonrisa conspira para embellecer La Tierra; que tus labios amenazan con colorear de bermellón el cielo.

Yo creo que eso era lo que más nos atraía al uno del otro en un principio, lo complejo (lo ordenado según la Termodinámica: lo que rebosa en cantidad de información) que podría llegar a ser todo entre nosotros sin que por ello dejara de ser al mismo tiempo simple (pocas reglas, pocos compromisos, nada prohibido: toda una bicoca; y encima con novio el fin de semana). Es una forma como otra cualquiera de definir la inocencia. Todo eran posibilidades, sin restricciones, sin que pareciera haber límites o fronteras claras para restringir la libre circulación de nuestras curiosidades.

Todo eso parecía perdido. Pero solo fue un paréntesis. ¿Sabes qué?, te estuve odiando durante días tras tu desplante, sardinas y gatos mediante, y hasta por unos días creí haber exorcizado mi espíritu de tu invasora presencia, gozando con la sensación de vacío perfecto que ello me procuraba. Sin embargo, cuando llegó el segundo fin de semana de dolorosa ausencia decidí llamarte. Al principio la idea era ponerte “a caldo”, dar tres o cuatro voces escalonadamente furiosas y altisonantes (berrear para hablar en cristiano). Eso fue el sábado. Para el domingo ya me contentaba con poder pactar una tregua de no agresión mutua, quizás lucir ante ti mi consabida sangre fría (la verdad es que no creo que la conozca nadie, más que nada por que no hay tal), mi autosuficiencia y mi capacidad de autocontrolarme, para arrancar de cuajo todas las emociones sin esbozar siquiera una mueca de dolor (vamos, que me vieras como todo un hombrecito). Ni uno ni otro día cogí el teléfono aunque lo anduve rondando durante largo rato. El lunes te llamé, pero para entonces ya ignoraba por completo cuales eran mis verdaderas motivaciones, tan solo quería oír tu voz (que aunque chillona no deja de ser entrañable). No estabas, no contestó a mi llamada nadie. Sonaba y sonaba el teléfono y lo único que podía pensar es que mi sangre fría, que mi autosuficiencia y mi control no pesaban siquiera lo suficiente como para poderme hacer un pisapapeles. De verdad pensé que no volvería a verte.

Luego, cuando tu me llamaste horas más tarde lo supe: agotadas todas las fuerzas en tratar de odiarte ahora me encontraba a tu merced y, ¡oh cielos!, te quería incluso más que antes. Suele suceder, me consoló alguien cuando se lo conté. Así que, si todos van a quedarse calvos más pronto o más tarde ya no me importa tanto no darle trabajo al peine.

Y tres encuentros bastaron para recuperar la inocencia perdida. Al menos por mi parte. Además, creo que se trata de eso después de todo, que es lo que se esconde detrás de la machacona insistencia de recalcar, subrayar, enfatizar y repetirte continuamente con ese: «Amigos. Seamos solo amigos». Tratas de preservar la inocencia de los orígenes. Muy bien. Por mi parte que no quede. La ternura que por ti siento no hará que ese empeño peligre. El que no pueda cogerte la mano o acariciarte el cabello cuando me venga en gana no deja de ser molesto (por decirlo suavemente) pero, al fin y al cabo, son solo detalles, circunstancias, ni suman ni restan. Mi cariño ni se devaluará ni se revalorizará en bolsa por eso.

Interludio de banalidades (o como no todo va a ser, gracias a Dios, palabras sensibleras sin venir a cuento). Andante contabile.

Tengo planes. Una enormidad de planes. A saber:

1.- Para tu cumpleaños se me ha ocurrido regalarte una velada en el teatro o en un concierto. Ya se que si te lo digo se chafa la sorpresa pero: A) si la idea no te gusta prefiero saberlo con tiempo antes de dejar que madure demasiado en mi cabeza y entusiasmarme con ella; b) en todo caso vas a saberlo de antemano puesto que tienes que estar de acuerdo con la obra elegida, con la fecha y la sesión, con la compañía (si es poca podremos evitar el tener que jugar al juego de las sillitas) y demás parafernalia. No se, es tan sólo un esbozo de idea y quizás no demasiado brillante, pero a mi me seduce por completo.

2.- He decidido echarme novia, para ponerla entre medias el día del teatro (es broma), y espero que tu me ayudes. No me vale eso de que no quieres inmiscuirte en mi vida privada por que yo una vez te lo prohibí terminantemente. Yo ya no tengo vida privada, me lo has sonsacado todo. Tienes que reconocer que es la solución perfecta: yo seré más feliz (mi mano reposará al fin en algo cálido y acogedor y, no obstante, respetable) y tú estarás más relajada y tranquila cuando estés conmigo. Además, nos lo vamos a pasar “a tope” criticando a las que no nos gusten o nos rechacen.

3.- Quiero ir a más exposiciones y museos contigo, pasear más por el barrio a tu lado, acompañarte a por el pan, a ver escaparates, tomarme más a menudo copas contigo en Toffanetis, tener un hijo tuyo (a lo mejor si lo lees de carrerilla no te das cuenta), ir  alas librerías y los parques. No se si Virgo se lleva bien con Cáncer, pero a éste último se le hace imprescindible para ser feliz la constante compañía del primero.

4.- También pretendo llevarte alguna noche a la discoteca. Si se requiere el permiso de tu madre, pues voy y se lo piso. Si hay que devolverte pronto a casa, pues taxi o sprint final en Calle Maudes. Lo que haga falta. Va a ser un poco difícil, lo sé, pues desconozco cuales son ahora las discotecas con más ambiente, las más recomendables, aquellas a las cuales se puede llevar a una “piba” sin que los buitres te la asedien. No obstante, las ganas de verte danzar con tus zapatitos de baile me han conducido ya a realizar las primeras indagaciones. Te tendré informada.

También tengo preguntas:

1.- ¿Cuándo vamos a reanudar la(s) entrevistas(s)? Se me han quedado preguntas en el tintero. Por ejemplo: ¿quién vivía en la Calle Pintor Rosales? ¿Quién de los dos tomó la iniciativa en tu relación con Eduardo? ¿Has logrado superar al fin el resentimiento que tienes hacia tu hermana? ¿Has desterrado de tu corazón el resquemor que me profesabas?

2.- Por sí no te has acordado de contármelo en la carta que para cuando tu recibas ésta deberá haber llegado ya a mi casa (también debe leerse usando un tono amenazador), quiero que me digas en que forma se han solucionado los problemas. ¿Te has arreglado con Eduardo? ¿No habrás cometido el error imperdonable de romper con él? No se te ocurra hacer esa tontería. Por una vez se inteligente (en otras cosas lo eres siempre). Por cierto, cuando te aconsejé que no cambiaras de pareja mientras no estuvieras mejores opciones (no se si te acuerdas, justo un momento antes de dejarte en el Corte Inglés) dijiste que a lo mejor ya las tenías. ¿Qué es lo que quisiste decir realmente? ¿Era una forma de hablar, una broma tan solo, o es que me han salido más competidores últimamente? O me lo aclaras o no se me cura el insomnio.

3.- A todo esto, ¿cómo es tu repertorio de ropa playera, incluyendo albornoces, niquis y bikinis? ¿Llevas también pasadores de pelo cuando te bañas? ¿Te gusta hacer castillos en la arena o prefieres flirtear con los socorristas? ¿Todo eso de la presión osmótica os impide a las sardinitas bañaros también en agua dulce, en una piscina, pongamos por caso, o en eso sois como los salmones? (Lo se, me repito mucho, te lo restriego una y otra vez por la cara como si fuera crema hidratante, pero es que si no me lo tomo a broma, sino descargo de vez en cuando algo de bilis acumulado se me puede crear un problema estomacal de órdago a pares).

Miércoles, 11, 15:50
Epílogo y también preludio a una noche de estrellas

Dentro de cinco minutos tendré que volver a coger el libro de Cálculo de Estructuras que me prestaste. Sí, es cierto, he comenzado a estudiar. Estoy de nuevo en la brecha. Es el tiempo justo para retocar mínimamente esta carta, así que solo me queda tiempo para decirte que esta madrugada habrá lluvia de estrellas. Así que, si no quieres mojarte la nariz con serrín del entramado del firmamento no deberás asomarla esta noche por tu ventana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario