viernes, 28 de diciembre de 2012
El Fútbol y sus aledaños (63) - El gran "rebotao"
El gran "rebotao"
No, la mili no me hizo un hombre, quiero pensar que ya lo era, o andaba cerca, cuando me subí en aquel tren-correo en la Estación de Atocha cuyo destino era Cartagena. No en vano ya rondaba los 24, después de agotar todas las prórrogas posibles por estudios, y en casi cualquier muestra aleatoria de reclutas tomada al azar entre los que viajaban en los vagones del convoy, yo habría sido el veterano indiscutible. No, no me hizo hombre, pero me proporcionó mucho léxico, un sinfín de palabras, la mayoría de carácter castrense, aunque no todas. Coca, sollado, sardineta, pañol, detall, cetme. Buena parte de ellas surgían de la ficción de que vivíamos embarcados, designando a las estancias y partes de cada cuartel con los mismos nombres que utilizaban los soldados de los tercios de Alejandro Farnesio cuando subían a un galeón, pinaza, carabela, galera o cualquier otra nave de guerra. Y luego estaban las palabras de argot. Podías anunciar, por ejemplo, que te ibas a dormir, lo más importante en una guardia, os puedo asegurar que la necesidad de sueño está muy por delante de cualquier otra, salvo la de estar provisto siempre de papel higiénico, de hasta tres formas diferentes, según lo hicieras como paisano, tronco o infante de marina: "me voy al catre", "me meto en el sobre", "me voy al sollado". ¡Cuanta riqueza verbal! La mili... Perdón, el servicio militar, -si llegase a leer esto mi padre me desollaba la nuca a collejas. Era hijo de militar y no le gustaba nada este "palabro"-, fue todo un curso de psociología avanzada. Adolescentes que llegaban al cuartel sin saber atarse las botas ni afeitarse, víctimas propiciatorias de hasta un simple monaguillo con mala uva, al cabo de 9 meses, un parto bien pesado, acababan ebrios de poder por su capacidad de tiranizar al prójimo. La mili era una cadena humana donde los veteranos se divertían martirizando a los nuevos, que, al cabo del tiempo, se vengaban en quienes llegaban después de ellos. La cadena siempre se rompe por el extremo. En aquel manicomio valías por el tiempo que llevaras enloqueciendo. Y la cúspide de la pirámide de la cadena trófica la ocupaban los "bisas", los bisabuelos, los siguientes en la cola de espera para recibir "la blanca", el papel que certificaba que habías sido licenciado. Los bisas no hacían absolutamente nada de provecho, así que tenían mucho tiempo libre para poder malgastar en su principal afición, hacer sentir su poder a los "pelusos", aquellos en los que aun era visible el trasquilado que te hacían el primer día de instrucción en Cartagena. Y, ay de quien se rebelara, de quien siquiera torciera el gesto al ser el blanco de alguna de sus bromas pesadas. Ay de quien se convirtiera en un "rebotao". Ese se convertía en enemigo declarado y se podía ir despidiendo de dormir tranquilo. ¿Que de qué bromas hablamos? No lo queráis saber. Desde las más livianas hasta las más insospechadas, muy fuera del alcance de vuestra imaginación. Me contaron de uno al que le obligaron a fornicar con una perra, pero tal vez fuera leyenda o exageración. Se de algún rebotado que tuvo que ser protegido. Viví noches de terror ajeno formando parte de la guardia militar en algún cuartel de marinería al que acababa de llegar un nuevo contingente de pelusos. A mi, siendo ya cabo, me llegó al destacamento de guardia, para que lo protegiéramos, un disminuido psíquico, que vaya usted a saber que hacía en el ejército. Era todo bondad e inocencia. Lo cual le valía para que sus botas fueran usadas como orinal cada mañana por sus compañeros. Le obligaban a saltar en marcha de los vehículos para verle deslizarse por el lodo o el polvo de los caminos según el tiempo. Aquel chaval ni siquiera se había quejado, símplemente llevaba aun el pelo rapado al cero y era blanco fácil, carne de cañón ante la pobredumbre del mundo. La miseria humana no tiene límites. La capacidad para autojustificarse tampoco. Aquel tipo era un "rebotao" de los peores, porque no obedecía con la debida prontitud dada su lentitud mental y, además, no sabía protegerse. Los "cursos", soldados del mismo reemplazo, con la misma veteranía, debían ayudarse entre sí en todo momento y, llegados a bisas, poner de su parte para mantener la tiranía basada en el tiempo de estancia. Puede que lo único decente que haya hecho en mi vida sea intentar subvertir aquel orden establecido. No solo yo, que vive los 365 días del servicio militar en perpetuo cabreo, junto a un grupo de compañeros, muchos de ellos con más mano izquierda. Imagino que tras nuestra marcha las aguas fecales volverían a su cauce, a hacer rebosar la red de tuberías de aguas negras.
Los periodistas de deportes son los bisas que nos toca aguantar a los madridistas. Más bien a los futbolistas. Los canteranos se libran, porque son "cursos", lleven el tiempo que lleven, salvo que se rebelen contra el orden del Cosmos, como Arbeloa con sus cargas de profundidad en Twitter o Callejón cuando interpreta el papel de un hombre llamado caballo. A los bisas en la mili les gustaba tener alguna mascota entre los pelusos, pero debían portarse bien y ser buenos compañeros de borrachera. Cada nuevo fichaje del Real Madrid ha tenido que ganarse el respeto a pulso y aguantar las novatadas de la prensa. Marcelo fue el hazmerreír de los madridistas disfrazados durante casi dos años. Cuanto cachondeo a su costa y a favor de Jesús Navas, jugador que si era curso y cuyo fichaje se exigió a Florentino durante mucho tiempo. También Khedira hubo de esperar a que el pelo le creciera para escuchar buenos comentarios. Se le ve más melenudo en su selección nacional, porque cuando viste la camiseta blanca sigue habiendo reticencias. Mou no lo sabe ubicar, ya lo sabemos. El caso es inventarse problemas para poder buscarles culpables. Coentrao me recuerda a mi amigo de la mili, el del calzado que le olía a orines. Nunca concede entrevistas. Apenas sabemos como es el timbre de su voz. Es curso de Mou, procede incluso del mismo cuartel de origen, así que es bocado predilecto de los vagos con mucho tiempo libre para escribir sus columnas. Recuerdo aquel clásico Real Madrid-Barcelona que hube de oír por la radio porque no había un link decente en internet. Todo se limitaba a escoger entre escuchar la COPE, donde se hacía escarnio del lateral portugués, y Radio Marca, en la que Altintop era el saco de la risa. "Nos estamos cachondeando del turco, y lo cierto es que está cuajando un gran partido", dijo uno de ellos, no recuerdo cual. Y todos rieron con ganas, pero siguieron divirtiéndose a costa del novato que parecía el primo de Lobezno. Las novatadas son sagradas, obligatorias para que jamás se rompa la cadena de mando, la antigüedad como forma de medir el mérito. Y, en este contexto, seguro que ya lo habéis adivinado, Pepe, Képler Laveran Lima Ferreira, es el gran "rebotao" del momento, el paradigma del revolucionario que lo es por haber hecho un gesto de disgusto con la boca. Todo lo señala: ser curso del entrenador, formar parte de la gente de su confianza, no haber asimilado las novatadas con buen humor. Y, hace unos días, haber cometido el gran pecado, haberse quejado a los mandos, a los soldados profesionales, a los que llevan galones, a la prensa portuguesa en definitiva.
El de Pepe y la prensa española es un odio ya viejo. En realidad un odio cojo, porque no parece ser correspondido. Es el luso-portugués tipo muy afable, jovial, propenso a la risa, muy accesible en el trato. Es fácil advertirlo si se quiere. Pero quedó marcado por su lance con Casquero. El jugador portugués maneja muy mal la presión, es propenso a las reacciones drásticas cuando superan su limite. En los dos últimos años parece haber superado este problema hasta convertirse en uno de los defensas más limpios de la liga. Entre sus propios compañeros hay jugadores mucho más duros. Ramos sin ir más lejos. O Alonso, que en situación apurada no duda en meter la pierna, aunque sea con nobleza. Pepe, sin embargo, basa su juego en la anticipación y en el corte. El año de esplendor de Carvahlo daba gusto ver jugar a los dos centrales portugueses, siempre en movimiento, anticipándose a los delanteros, cubriéndose el uno al otro cuando alguno era desbordado, y sin apenas faltas. Esa cualidad la mantiene. El duro de la pareja actual es Sergio Ramos, pero él es curso, mundialista, que es como decir bisa, salvo que Segurola establezca lo contrario, como pasa con Llorente. Y no está marcado. La de Pepe es una mancha que no se lavará nunca, que se recordará siempre. Se le buscarán nuevos síntomas de su locura para poder descartar que haya sanado, no interesa, para no tener que hablar bien de él. Su defecto es de maldad, ya que incluso periodistas de rango no tienen ningún empacho en llamarlo asesino o carnicero. Como David Sánchez, en Radio Marca. Hablo del rango que dan los galones, la nómina, no la profesionalidad y el buen hacer. Jamás escuche a este periodista que cito un solo argumento futbolístico. Empezó haciendo suplencias al tipo que pinchaba discos en la hora de la comida, y ha acabado como gran pope en las tertulias. Su especialidad es ridiculizar cebándose en los puntos débiles de los jugadores, entiéndase del Real Madrid, porque es de los que ejercen de fiscales en el programa Futboleros. Si son defectos físicos mejor que mejor, que este es tipo al que le encanta lucir su bis cómica con las angustias y miserias del prójimo. Lo cual provoca extrañeza. Todos le hemos visto en la pantalla de la televisión, conocemos su careto y sabemos que su rostro es incapaz de mantenerse quieto ni un solo instante, entiéndame quien quiera. Ojalá este hubiera hecho la mili. Creo que le falta un buen rato de cocción para ser persona. Es buen ejemplo de lo abyecto de la prensa deportiva actual, que se vale de mercenarios del insulto y la chanza, sin más conocimiento o ciencia, para tratar de debilitar a los rebotaos del madridismo. Y puede que esa mancha de Pepe quizá merezca que jamás se lo apruebe. Hay quien es contrario a su presencia en la plantilla. Yo mismo tuve mis dudas, llegué a desear su marcha. Es difícil no dejarse influir por el aparato de propaganda del Cuarto Reich, tan poderoso y omnipresente, tan insistente y vociferante. El lance fue inexplicable aunque incruento, duele hasta contemplarlo. Pero, para disgusto de antis, disfrazados y bodegueros del señorío, Pepe se ha convertido en símbolo de madridismo. También en el pulmón del equipo en el terreno de juego. El Madrid ha doblado definitivamente la rodilla esta temporada en la Liga cuando hasta Pepe ha sido víctima del descorazonamiento. Su falta por lesión a principios de temporada fue un auténtico socavón en la alineación titular. Y, aunque se quiera decir otra cosa, no es jugador violento. Ni siquiera sucio. Ni siquiera mal compañero con los rivales.
Pepe ha efectuado unas declaraciones estas Navidades a un medio de su país, en las que denuncia la existencia de una persecución hacia los jugadores portugueses del Real Madrid. No llega a acusar de xenofobia a la prensa, eso lo hacemos la afición porque lo creemos evidente, sino de intentar atacar a Mou a través de quienes se considera que los más afines, los portugueses de la plantilla y el cuerpo técnico. También reconoce sentirse señalado desde siempre. En las declaraciones es visible su abatimiento. Hay cierta vacilación al hablar que delata la emoción al hablar del tema. Pensó en retirarse tras la campaña de linchamiento por la agresión a Casquero, que ni sangró ni hubo de ser sustituido en el partido, no lo olvidemos, que ni siquiera tuvo herida o contusión que mostrar. En una sociedad sana, en un colectivo con el grado de humanidad mínimo exigible, las palabras de Pepe habría motivado una reflexión, al menos un amago de debate, aunque fuera fingido, para mantener las formas al menos. Esperar que se conmuevan tipos que viven de denunciar las flaquezas de los demás, de ejercer la crítica con dardo, quizá sea cosa de ingenuos, pero los argumentos en contra deberían haber tenido al menos una mesura en el tono. La tristeza de Pepe, evidente para cualquiera que tenga ojos en la cara, solo ha provocado las ganas de diversión de los bisas de la prensa, de sus cursos entre los pelusos, que se ganan su respeto agrediendo a rebotaos y yihadistas en el patio de armas de Twitter. Tras torcer el gesto, ante la persecución evidente de que es objeto hace ya unos cuantos años, que todavía estaba Valdano cuando se le ficho, Pepe se ha convertido en el gran rebotao por unas horas, para descanso de Mourinho, que no solo es peluso, sino que se afeita la cocorota cada mañana, como Brando en Appocalypse Now, para que a nadie se le escape que jamás obedecerá a un alto mando de los indigentes mentales. Que tenga Pepe siempre a ojo los mocasines, que cualquier día, si se despista, se los encuentra meados. A mi me pusieron huevos en las botas, que acabaron revueltos con su cáscara en las del bisa que ejercía de oficial de diversiones y festejos.
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