jueves, 6 de diciembre de 2012

El Fútbol y sus aledaños (48) - La Yihad y El Piperío




La Yihad y El Piperío

Desde que comencé otra vez a escribir sobre el mundo del Fútbol, vamos a suponer que eso es lo que hago, casi desde que acabé el primer artículo dedicado al a trifulca en los medios de comunicación con la excusa de Toril y la cantera madridista, todos contra el mismo, como en el chiste de Woody Allen, tenía ya una entrada en el blog con formato de borrador con el título que encabeza estas líneas. Solo el encabezado, sin una sola frase hasta hace pocos días. No suelo tener claro que es lo que voy a decir cuando inicio un artículo, soy más de divagar y avanzar por donde me lleve el aire que de buscar tesis que proponer, desarrollarlas y establecer conclusiones ya pensadas de antemano. Más aun ahora en que, insisto una vez más, escribo como terapia. Pero curiosamente en esta caso tenía claro desde un principio el propósito: Reflexionar sobre ese concepto que tanto se maneja y que se suele denominar Piperío. Como casi todo concepto su nitidez es alta en su núcleo pero tiene fronteras difusas. Como su uso encierra siempre una clara intención peyorativa, de descalificar con mofa, nuestra primera reacción suele ser desmarcarnos de la palabra, denegar su uso con nosotros. Pero yo no tengo claro que sea un concepto tan negativo, que no se me pueda aplicar incluso. Es por eso que me interesa analizarlo. Lo hago más que nada en defensa propia, por lo que me pueda suceder cuando debata por esas redes sociales de Matrix.

Dicen que la política procura extraños compañeros de cama, y si es así yo creo que es por ser una de las muchas formas que adopta la guerra. Los enemigos de mis enemigos son aliados en potencia, esa sería la primera idea a retener. La prensa, que acaba de amerizar en lo que creían un charco y que ha resultado ser un inmenso océano, me refiero a La Yihad Madridista, una de las cosas que primero ha entendido es que quien se le enfrenta también tiene antagonistas, modelos y conductas que rehúsa. Muy curioso resulta escuchar estos últimos días a algunos periodistas defendiendo al público del Bernabéu que, como todos los demás estamentos del club, tan criticado y denostado ha sido en los últimos años. Desde mucho antes de la llegada de Mourinho, aclaremos eso en todo caso. De repente esa mansedumbre en las gradas que tanto ha abochornado a los medios, que les permitía incluir puyas al aficionado merengue en sus alegatos contra este o aquel presidente del club, se ha convertido no solo en un valor a preservar del Señorío, sino también una de sus señas de identidad. Si te rebelas no eres buen madridista. Si discrepas, si no coincides con ninguna de las corrientes de pensamiento prefabricado, algunos maestros de la narrativa de ficción, como Diego Torres o Santiago Segurola, te visualizan marcando el paso de la oca en apretados escuadrones de camisas pardas.

Hay que reconocer la originalidad y acierto del apodo. Mi enhorabuena a su creador. Por pipero se entiende aquel aficionado situado en las gradas de un estadio que está tan ocupado comiendo pipas que hasta se olvida de animar a los suyos. En una definición más amplia y que engloba a la que se acaba de dar, pipero sería aquel aficionado que acude al estadio como quien va al cine, a ser mero espectador, que se niega a realizar la tarea que le corresponde para lograr la victoria, que no es otra que animara los suyos y crear una atmósfera hostil, o al menos molesta, para los contrarios. De un tiempo a esta parte en esta última categoría habría que incluir a los estamentos arbitral y federativo, al menos en lo que al Real Madrid se refiere y a las pruebas me remito. Y sabe Dios que en eso de abroncar a los árbitros no es la afición merengue ni mucho menos pionera. Uno de esos valores del madridismo, tan cacareados últimamente, ha sido siempre el buscar la responsabilidad ante un desastre en primer lugar entre los propios. Si el juego del equipo se considera insatisfactorio ya fuera por falta de entrega o calidad, o por planteamientos erróneos, no se trasladaba la culpa al trencilla, como suele ocurrir en casi todas las restantes aficiones. Ahora los ex-futbolistas que trabajan en los medios se les llena la boca hablando de los valores, pero estoy por afirmar que todas y cada una de las generaciones de futbolistas que en el Real Madrid han sido han vivido permanentemente encabronados por este valor tan poco caritativo con ellos. El público del Madrid podrá ser tibio o antipático pero es perfectamente capaz de evaluar el juego que se le propone. Bien es cierto que es mucho más propenso al reproche que al elogio, sobre todo con su propio equipo. El Pipero sería probablemente tan ajeno a los valores como se le reprocha a La Yihad, porque si bien el tener las manos ocupadas pelando pipas le impide aplaudir para reconocer lo bueno, el tener también la boca llena le impide asimismo pitar o abuchear para protestar por lo malo. Un pipero sería pues un convidado de piedra.

Si lo pienso con detenimiento tendré que reconocer que he sido hasta hace pocos años más pipero que otra cosa. Nunca fui al Fútbol como quien va a la guerra. Pero es que en mis tiempos no había enemigos. Quedará cursi decirlo, pero lo que había eran rivales. No insistiré en el dato de que la rivalidad más enconada era con el Atlético de Madrid, gente entre la que se contaban familiares y amigos, lo que imposibilitaba que las cosas llegaran a mayores por mucha discrepancia que hubiera. Fui aficionado al equipo de balonmano del Barçá, deporte que me gustaba muchísimo de niño, hasta que literalmente se me hincharon las narices, cansado de escuchar las maledicencias culés proferidas desde el otro lado del puente aéreo, generalmente por personas con responsabilidades públicas o en el club blaugrana. Pero en términos generales yo veía Fútbol para disfrutar, y si en un encuentro no participaba el Real Madrid elegía un favorito al principio y mi capacidad de apasionamiento era casi la misma. Sí, porque ver un partido sin querer que gane uno de los dos equipos es más cosa de analistas químicos y estadísticos que de aficionados al Fútbol. Se puede hasta cambiar de bando en mitad del encuentro porque se reconocen los méritos del contrario. Todo esto era el pan nuestro de cada día en los mundiales, en los que no me perdía ni un encuentro, tres por día. Sólo el Real Madrid prevalecía sobre el resto, y la presencia de un jugador merengue en alguno de los contendientes ayudaba a elegir bando.

Tenía un pacto tácito con mi padre para acudir al estadio para ver al menos todas las semifinales de torneo que disputara el equipo, ya fueran de Copa o de torneos europeos. Las entradas para esos partidos no tenía ni que pedirlas, sobraban las súplicas, ya estaban concedidas. Recuerdo con especial nostalgias las dos semifinales del torneo de la UEFA de las dos ediciones que ganó el Real Madrid. En ambas el público estaba completamente volcado. El equipo no tuvo que animar a las gradas, antes de iniciarse el encuentro ya lo estaba, enfervorecido incluso. Y pienso que la razón era porque el aficionado entendía que sus jugadores se enfrentaban a contrincante que posiblemente les superasen en potencial. La ayuda de la grada en aquellos tiempos se tenía si ésta consideraba que era necesaria. El Madrid era el Madrid, de acuerdo, una leyenda del deporte, pero la gente no era tonta y sabía que había rivales que le superaban en potencial, que en esos casos había que apelar a la épica para estar a la altura del nombre del club, y esa vía a veces era más satisfactoria que la de simplemente tener más calidad. ¿Quién convence ahora a ese mismo público, porque sigue siendo en parte el mismo, las mismas personas con nombres y apellidos, que el Real Madrid que ha llegado a estar integrados por galácticos necesita esa ayuda? Difícil, aunque no imposible. Además, por lógica, al haberse envejecido, al haber menos jóvenes en las gradas, el esfuerzo que hay que realizar, sobre el césped o publicitario, para que el público se caldee y entre en ebullición es mucho mayor. Doy fe tras haber asistido a un partido de la liguilla clasificatoria de la Champions el invierno pasado que esos braseros gigantes que cuelgan del techo invitan a todo menos a moverse, dan ganas de quedarse quieto y tratar de absorber la máxima cantidad del calor que irradian, como hacen los lagartos tumbados sobre una piedra con el del sol. Aquella noche fue un pipero más. Iba solo, me sentía abrumado por la inmensidad del estadio, que hacía años que no visitaba. No comía pipas pero tenía la boca igualmente abierta por el asombro. Ese inmenso cuadrado de césped, iluminado por esa luz como de mediodía en plena noche.

¿Cuantas veces habremos oído esta frase? "Con lo que cobran y lo que me ha costado la entrada, estaría bueno que encima tuviera que animarlos". Me parece un razonamiento del que se puede discrepar por supuesto, que puede resultar hasta antipático, pero impecable no obstante, sin resquicios para el reproche a quien lo pronuncie en voz alta. Pero una cosa es ser mero espectador y otra bien distinta, en realidad la opuesta, increpar a los jugadores del propio equipo. El problema es que hay conceptos que se solapan, cuando no se equiparan, y que no tienen que ver entre sí. El pipero que no anima ni aunque al Real Madrid le estén machacando, que se marcha 10 minutos antes para no pillar el atasco, no es el mismo señor que lo protesta todo. Se trata de una figura diferente, que ya habrá alguien con ingenio que la bautiza. También existían ejemplares de esta subespecie de madridistas cuando yo era niño, gente que acababa discutiendo con el señor de al lado, harto éste de escucharle faltar al respeto a Pirri o Amancio. Cuando se juntan ambos tipos de aficionado en las gradas es cuando realmente la liamos, porque entonces es posible escuchar los silbidos a CR7 de los tres o cuatro indocumentados presentes ante el silencio del resto.

¿Y qué se puede hacer para resolver el problema? Ni idea. Las ideas que se apuntan tampoco me convencen. Cierto que el grupo del Fondo Sur son los únicos que animan, y su medalla se merecen. Pero. lo que es a mí, no me apetece secundar según que cánticos, insultantes, que aluden a gente que no está presente en el campo. No veo la necesidad, es hasta actitud pequeña, ruin, acomplejada y, además, lo que es peor, distraen de lo que está sucediendo ante nuestros ojos. Me da igual las afiliaciones políticas, no se trata de eso. Ni siquiera discrepo con que se canten canciones "patrioteras". Si a alguien le molestan el verá porque es. Pero aludir a terceros te evade del partido, ni siquiera creo que sea positivo para ayudar al equipo. Y no se trata de la imagen del club, eso no tiene arreglo. Baste decir que de los únicos ultras de los que se habla son los nuestros. Luego los aficionados que asesinan lo son en otros estadios. Por ejemplo, en uno muy cercano al Bernabéu en el que se le desea la muerte al prójimo con enojosa frecuencia, sin que nadie se escandalice, por cierto. Le duele más a la prensa escuchar en el Bernie a unos centenares de personas cantar el "Porrónpompero", "Que viva España" o alguna otra pieza del repertorio de Manolo Escobar que a varios millares proferir amenazas de muerte o insultos racistas en cualquier otro sitio.

El genial chiste que ilustra este escrito explica muy bien una de las cosas que más se le echa en cara al pipero: Su falta de conocimientos. En esto, compañeros yihadistas, permitirme que me desmarque. Sí, puede que tengáis razón. Ha costado mucho hacer comprender a la afición la importancia y la valía de Khedira -Y es extraño, porque yo la entendí enseguida a pesar de ser un indocumentado en esto del fútbol, pero esa es otra historia-. Aun así, estos debates entre legos y maestros me producen urticaria. Nunca me gustaron ni los toros ni la caza exactamente por este motivo. Mi padre es al único taurino al que recuerdo enseñar con paciencia el arte de los toros a los legos como yo. Y todo lo que decía era fascinante, un intento de transmitir una pasión, que como ciencia llegó a calarme. Desgraciadamente lo habitual es lo contrario, hacer alarde de unos supuestos conocimientos, mofarse de los demás por no poseerlos y, claro está, atesorarlos avaramente para mantener una teórica posición de privilegio que autoriza a despreciar al prójimo. Seguramente exagero el defecto, pero nadie me disuadirá de que no es cierto. Nada desprecia más los cafrades de una y otra afición que los advenedizos, que al final resultan ser todos menos ellos. Esta actitud no la quiero para el fútbol. Saber no es obligatorio, ni siquiera para opinar. Si lo fuera la Democracia no sería posible... Vale, mejor dejar el tema.

El yihadista es una figura que nace en Twitter, bautizada por los periodistas. Surge de la simplificación y el afán de desautorizar a quienes discrepan de la doctrina oficial, según la cual el Barça es el bien que se respiraba en el Edén y el Real Madrid la serpiente del Paraíso, que dio a probar la manzana prohibida a la afición. Por mi parte, habría aceptado con tranquilidad, o a regañadientes, que tampoco me tengo por santo, la supremacía del Barça en años anteriores si además no se me hubiera intentado convencer de la necesidad de comulgar también con ciertas ideas de índole casi teológica. Aquellos periodistas que se resistían a esta conversión espiritual pidieron voluntariamente el bautizo en la nueva fe cuando descubrieron que también era aplicable a Selección Nacional. En realidad toda esta lucha se reduce a eso, a un debate teológico en el que los unos pontifican y crean doctrina con cada frase que pronuncian y los otros quieren simplemente dejar de escuchar sermones para poderse sentar a ver fútbol en la TV, con pipas o sin pipas, que ese es otro debate. No creo que una cosa quite la otra. Se puede ser yihadista y emplearse a fondo en ese gozoso pasatiempo que es ridiculizar a periodistas faltones y al mismo tiempo ser devorador de pipas Facundo en el Bernabéu. No veo contradicción alguna en ser ambas cosas. Aluden a aspectos bien distintos del fútbol, a momentos diferentes, los 90 minutos de un encuentro y el antes y el después del mismo, respectivamente, y se ejercen en ámbitos desconectados. Demos al Piperío lo que es del Piperio, a la Yihad lo que es de la Yihad, y repartamos los bienes gananciales de forma equitativa si hubiera divorcio. Que esperemos que no.

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