lunes, 10 de diciembre de 2012

El Fútbol y sus aledaños (52) - La alteridad




La alteridad

En "El mundo en sus manos", de Raoul Walsh, uno de los grandes del Cine, de los auténticos gigantes, de aquellos que fueron capaces de sobrevivir sin ahogarse en el olvido a la ola del futuro, a la llegada del cine sonoro, y surfear sobre su cresta, como Hitchcock y Ford, el antagonista del héroe de la función es también El Portugués, un indomable Anthony Quin, que hace simpática su maldad a fuerza de sonrisas, impresibilidad y continuo movimiento, como los niños hiperactivos. Fue curiosa la incapacidad del cine americano durante décadas, hasta hace bien poco como quien dice, para distinguir entre razas ajenas a las suyas propias. Había blancos, negros y luego estaba todo lo demás. Y, sí, en algunas películas también había indios, pero sustituyendo a los negros en el rol de "los otros". Quinn ha sido, a lo largo de su carrera, desde mejicano, lo suyo, hasta esquimal, en "Los dientes del Diablo", para lo cual solo hubo que estirarle la comisura de los ojos y enseñarle a dar besos con la nariz, pasando por griego, en la adaptación de la novela de Nikos Kazantzakis, "Zorba el griego", o portugués, en la película cumbre de Walsh. La alteridad en el cine americano la han representado muy dignamente chicanos y otras nacionalidades y razas latinas. Cualquier persona con un color de piel o rasgos faciales que se salieran de la norma, de lo que uno ve por las calles de un barrio americano cualquiera, podía pertenecer a cualquiera de las razas de la alteridad, que se volvían casi indistinguibles para los espectadores.

En el título original se nos aclara que El Hombre de Boston, personaje que interpreta Gregory Peck, el "prota" de la historia, tiene el mundo no en sus manos, que sería una expresión que mejor encajaría en el Castellano, sino entre sus brazos. Matiz que bien pudiera llevar al equívoco o resultar extraña, pero que añade un componente romántico y hasta erótico a la frase, ya que por mundo, el orde entero, podría considerarse al amor, la chica que nos desvela por las noches. Y todos sabemos que un caballero no manosea a una dama con sus manos sino que la mece románticamente entre sus brazos cuando tiene su anuencia. Así, El Hombre de Boston lo tiene realmente todo, el mundo entero con sus tesoros, cuando abraza a Ann Blyth en el puente de mando de su velero, afirmando que la mujer es posesión suya, con las manos manos libres sin embargo para agarrar el timón y poner rumbo cabal a sus vidas. La de ambos, porque en la nave de El Hombre de Boston él es capitán y ella solo pasaje. Rumbo que no puede ser otro que aquel que les lleve lo antes posible a la siguiente aventura. El mundo considerado como el territorio que puede recorrerse en una vida plena. La vida considerada como la búsqueda, consciente o no, de la aventura, tal como consideraba Conrad que era la existencia del hombre.

La vida es un divertimento, al igual que el Fútbol, y quien lo pueda abarcar entre sus brazos, sin entrar en rumbo errático, lo tendrá todo. Portugués es también el antagonista principal del gentlemen por excelencia de los banquillos en la película balompédica, en el universo fútbol,. Aunque ahora parezca haberse dado un descanso, pronto tendremos otra vez noticias suyas. Corren rumores de que los Països Catalans han enviado al Hombre de Santpedor a la Gran Manzana para que compre Manhattan en su nombre, tal como los Estados Unidos enviaron al Hombre de Boston a comprar Alaska. O tal vez se contenten con Central Park, para no incrementar hasta el delirio la tensión en la cuerda del déficit comercial y provocar que ésta se rompa. La economía catalana, que antes sonaba como un violín Stradivarius, y cuando digo antes me refiero en tiempos del Generalísimo, anda cada vez más desafinada desde que nos obligaron, a ellos sobre todo, a ser buenos demócratas. No, no están seguros de que el precio del terreno desde que los indios se lo vendieron a los holandeses no haya subido un tanto. El Hombre de Santpedor es embajador de su tierra allá donde vaya, como ya lo fuera Dalí con sus huevos cósmicos y sus toritos bravos, dibujados con el pincel sobre la superficie de un cristal trasparente para que la cámara pudiera filmarle en pleno proceso creativo. Reinaba entonces Warhol como ahora lo hace Obama, tan merecedor como Pep del Premio de la Paz que concede el Instituto Nobel. Si el uno abatió a Bin Laden, haciendo del globo un lugar más seguro, el otro desenmascaró al portugués airado en pleno territorio de la Central Lechera, en pleno cónclave de las tribus talibanes. Con estos mimbres para construir el mundo y sus habitantes, a la prensa deportiva no le ha quedado más remedio que afinar en la definición de la alteridad, hacerla más ambiciosa, lograr que abarque más espacio e incluya más recovocos. Así, en la doctrina de AS y Marca, y resto de diócesis deportivas, "los otros" son aquellos que no han ganado mundiales y eurocopas de selecciones. Aquellos, también, que no se cuadran y saludan a la bandera cuando el cabo de guardia Segurola ordena que se hice el pabellón de La Roja. Aquellos que no anteponen las medias rojas y gualdas a las blancas de la enemiga madridista. El Portugués, bien lo sabemos todo, trató de destruir a La Roja, boicoteó líneas telefónicas incluso entre sus capitanes. Así que radica en el centro de la alteridad, es el enemigo por excelencia. Pero los otros son también: Callejón, que no ha oido el llamado de Del Bosque porque Pedrito es más del gusto del patriota Xavi; Arbeloa, que ironiza con más gracia, pero equivocando la diana, que cualquiera de los primados de la prensa, el Látigo Serrano incluso; Todos los apellidados Rodríguez, porque no hay manera de distinguirlos y dicen las malas lenguas que El Portugués ha enrolado como grumete en su barco a uno de ellos. José o Jesé, tanto monta, monta tanto, y de repente me he acordado de que aun no me he "bajado" el último episodio de temporada de Isabel. Hoy sin falta.

El Hombre de Boston y El Portugués son enemigos entrañables. Se conocen hace mucho tiempo. Seguramente hubo un tiempo, cuando aun eran jóvenes, en que estuvieron enrolados en la misma nave. Cuesta recordar una aventura en la que no se hayan disputado negocios o mujeres, territorios de caza o las existencias de güisqui de todo un puerto. Cuando ellos atracan en el muelle llega la fiesta, el dinero, la acción, lo saben los cantineros y celestinas de toda la costa. Pero hace tiempo que se dedican a la misma tarea, que son rivales por pescar en el mismo caladero. Y es curioso como cambia el sentido de lo que es ético y moral según van y vienen las épocas. Cazar focas, para que sus pieles puedan lucirlas mujeres hermosas de alcurnia, era en aquel tiempo un oficio de caballeros. No de otra forma hubiera podido ser la principal fuente de ingresos del Hombre de Boston. El Portugués, que prefiere vivir del talento ajeno, espía al hombre de Boston para averiguar cuales son las playas donde caza, en que islas o archipiélagos se abastece de presas. El de Santpedor innova, hace historia. El de Setúbal solo se limita a lucrarse ganando títulos sin proponer una estrategia propia. El paralelismo es tan obvio que ya no se cuando escribo de fútbol o cuando de la película. Y he de confesar también, esto segundo ya sin más demora, que cuando vi la película las primeras veces era El Portugués mi personaje preferido. No podía entender como Ann Blyth estaba tan ciega. Aquel tipo tan circunspecto, un Gregory Peck con menos aspecto de lobo de mar incluso que en "The Big Country", me tenía aburrido. Mi simpatía era para Anthony Quinn, que era más de los míos. Por raza sobre todo, por mejicano. Ya le había visto en ese rol al interpretar al hermano de Zapata en en biopic de Elia Kazan. Su palabra era franca, aunque la traición fuera su marca de fábrica. Era expansivo, simpático, imperativo en su tono y de voz sonora. Trueno lo llamaría Relaño si fuera tan cinéfilo como futbolero. Ya vendrían luego las revisiones con calma de "Matar a un ruiseñor", el reflexionar sobre la verdadera naturaleza del héroe, ante el ejemplo de Atticus Finch sobre todo y su rural epopeya. La razón es discutible, puede debatirse e incluso convencerse a quien la discute. Las simpatías van por libre, obedecen a leyes imprecisas y que dejan de ser válidas de una vez para otra. Hay quien te gusta precísamente por lo que se detesta a otros.

Pero las cosas no son tal como parecen la mayoría de las veces. Años sin oír hablar a Tito, todo lo más un "voy, voy", que acabó siendo hasta su apodo, y aquello otro de "sois una puta banda". Y cuando llegó el momento de hablar en primera persona, de decidir si había que seguir o no al capitán en su singladura hacia el oeste camino de la Bahía del Hudson, fue cuando su palabra realmente dejó de oírse, cuando las promesas se rompieron, cuando se apoderó de la nave para dictar a la prensa su propio libro de historia. El Portugués tiene su huestes. Más leales, porque los villanos casi nunca tienen a otro sitio a donde ir que aquel en que son tolerados. Lo dijo D'Alessandro anoche: El Portugués no partirá hacia otras ligas porque no hay lugar donde se le quiera y se le reconozca. Y son palabras de quien rechaza todos los días cometido de los mejores club en los mejores campeonatos. Hace falta un alma niña, como la que yo tenía cuando vi por primera la película de Walsh, o muy anciana por contra, para quererle. Escucharle mirándole a los ojos, como hacen los que aun no entienden de dobleces, o mirando al pasado, a lo que ya se ha vivido, como hacemos los veteranos del madridismo. Muchas temporadas de sinsabores, aunque la caza fuera mucha, siendo los otros para la prensa. Esta eterna pertenencia a la alteridad de los nuestros, que es como una mancha que no se lava, por muchas ligas que se pierdan en Tenerife antes de saltar al campo.

Contestación al comentario de CHJ del día 11/12/2012

Para nada me molesta la corrección. Al revés, me encanta. Bueno, me da vergüenza haber tenido una errata de ese calibre, pero mejor que me lo adviertan y lo corrija a que siga ahí mostrando mis vergüenzas ortográficas. Se me suelen colar unas cuantas en cada escrito. Últimamente disfruto de la colaboración desinteresada de una auténtica correctora de pruebas, una profesión en vías de extinción, por lo que es un doble lujo. Algunos artículos quedan tan pulcros, los que ella trabaja, que hasta parecen recién lavados y planchados. Este no había sido repasado por ella, así que ahí tenemos la explicación. Por otra parte, que se hagan comentarios indica que algunos lectores tengo. No creas que queda tan claro, ni siquiera mirando la gente que clica para acceder a la entrada del blog. Tampoco los comentarios son muchos, así que cada uno que llega me causa la misma sensación que encontrar una pepita de oro con el cedazo a la orilla del río. Bueno, me supongo que la causa. Un saludo, y muchas gracias. Corrijo, que ya me reñirá luego la redactora jefe.

2 comentarios:

  1. "El Hombre de Sampedor es embajador de su tierra HAYA donde vaya..."

    Una pequeña corrección, sin ánimo de molestar.

    Por lo demás, da gusto leer cada nueva publicación.
    Un saludo.

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  2. Lectores tienes, aqui tienes uno asiduo aunque no suela comentar. Y alguna difusión se le está dando, porque es realmente gustosa la forma de tus escritos y, por supuesto, el fondo.
    Un saludo y hasta pronto.

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