Habrás pensado quizás que no me importa tu sufrimiento. Me duele siquiera que te plantees esa posibilidad. Pensar que tal vez lo creas hace que enloquezca. Pero no puedo hacer nada. Es más, creo que lo justo y lo acertado es que no haga nada, que calle, que finja ser ajeno a lo que ocurre ante mí. Porque si hablara, si forzara mi entrada, si tratara de acceder a tu entorno, seguramente sería con tu disgusto y oposición, sería más dañino que beneficioso. Hay precedentes. Lo tengo que aceptar, te causo desasosiego, altero tu equilibrio, procuro tu enojo. Era curioso ver como alguien tan afable como tú era propensa a enfadarse siempre conmigo. Y no todas las veces con motivo, siquiera con excusa. No creas que resulta fácil de aceptar, que a alguien a quien aprecias tanto le causas rechazo. Y si, ya se que su también me apreciabas, pero también irrita aquello por lo que se siente simpatía, y ese era el caso.
El silencio mejor, por más que una parte de mí piense que te haría bien hablar conmigo, para cerrar temas, oy simplemente para verter tu tristeza fuera de ti. Gente de tu actual entorno se rió de mí cuando les dije que eras una bomba de relojería. Gente que cree que lo sabe todo, que no escucha, que ridiculiza todo aquello que no provenga de ellos. Pregunta tu opinión y si lo que dices les convence se lo apropian. Un día les escuchas decir que o bien son ideas suyas que tu repetiste o hace tiempo que ya lo habían concluido. Hasta ese ridículo extremo llegan las cosas. Les causas ternura por lo bobo que eres. Las cosas de Rokko, que gracia tiene. Pues mira por donde siempre que di mi opinión acabé teniendo razón.
No, tú no podías estar mal ya que eras feliz como una perdiz. Les decía que eras una persona demasiado contenida, atemorizada de tener que expresar lo que llevabas en tu interior. Y que eso que albergabas tenía más sombras que luces, que el día que saliera al exterior sería en forma de explosión. “Ya, que ridículo eres, por eso es tan feliz y no para de hacer cosas ni un momento”. Esa es otra. Les pedí que dejaran de exigirte tanto esfuerzo, que estabas al borde del agotamiento. No, claro, tú lo hacías por voluntad propia, sin que nadie te lo exigiese. Hasta un ciego veía que buscabas a cambio el cariño que te procuraba tanta palabra escrita, que no querías renunciar a tu protagonismo. Ahora sabemos por qué. Acostumbrada al rechazo, a las burlas, te sentías bien y querías más. No pienses que no lo entiendo. O te abres como una flor para recibir la luz, por poca que sea, cuando el cielo vuelve a estar despejado, fingiendo que nada ha pasado y que no ha dejado mella en tí, o te cierras como una lapa para evitar cualquier influencia externa que puede traer dolor, te vuelves en extremo precavido y receloso de cuanto te rodea. El hombre es sabio pero no ha ideado más estrategias para luchar contra, para sanar tras el rechazo generalizado cuando es injusto.
La gente que no lo ha padecido no lo sabe. Es la víctima la que genera la antipatía, no los verdugos. Algo hay en ella que despierta los instintos asesinos en su entorno. Tal vez su debilidad que propicia el ataque. Tal vez una belleza que ofende porque se envidia. Puede que el simple hecho de ser diferente, una timidez que dificulta el acceso a la manada y que se juzga de forma equivocada, como un ataque al grupo, una censura, jactancia de un sentimiento de superioridad. O simplemente nada. El objetivo último del acoso es la diversión y poder vomitar en alguien lo que te revuelve las tripas. No tiene que haber un motivo más allá de ellos necesariamente. El abuso de los chivos expiatorios tienen efectos catárticos. Hacer sufrir es divertido. Ver como los demás torturan a alguien, que además te inspira rechazo, también lo es. Y puesto que reconoces la vileza de tu actitud como cómplice pasivo deseas fervientemente que la víctima sea culpable. Y si te empeñas lo será sin duda.
Lo peor de todo es que la víctima también acaba creyéndolo, que todos no pueden estar equivocados, que la tara está en ella, que algo porta su cuerpo o su alma que ofende a los comunes. Nada tan destructor como el acoso, porque además comporta vergüenza, la de saber que careces del coraje suficiente para enfrentarte a ello. Sabes que si tu primera reacción hubiera sido más valiente o más inteligente todo lo que vino después seguramente no hubiera ocurrido, y llevas esa idea incrustada en la cabeza durante años como un estilete que altera tu comportamiento, como una lesión en el cerebro que te priva de alguna de tus facultades. Mayormente la capacidad para relacionarte con los demás de una forma sana. Tal vez reaccionaste de forma cómica ante la primera afrenta, o evidenciaste en exceso el daño que te causo. Los tiburones huelen la sangre que mana de la herida y multiplica de inmediato su agresidad, sino fuera ya poca. Y los que miran quieren sus despojos.
Esta vergüenza te impide buscar consuelo entre los que tienes pruebas de que están de tu lado. Callas ante ellos por que no quieres renunciar a su cariño, para evitar que sepan las razones que quienes te acosan tienen para causarte sufrimiento. Razones que tu compartes. Razones que te aterroriza que sepan tus aliados. Vergüenza y oprobio. Se acaban venciendo con el tiempo, porque lo que no mata engorda, créeme que si.
¿Por qué me empeño en defender al prójimo aunque no lo necesite? Yo creo que está claro. No soporto los acosos, cualquier cosa que se le parezca remotamente. Si veo a más de dos personas atacando por diversión a alguien me salgo de mis casillas. Me cuesta entrar en las bromas cuando no las tengo claras, si las realizan gente que no es de mi simpatía. Nada odio más que la agresión por mero divertimento. Me decían que era en extremo protector con las chicas. Lo cierto es que en un foro me trataba más con chicos y en el otro más con chicas. El azar o la necesidad, no se, pero no hay otro explicación. Defendía, sin necesidad si quieres, a quien de mi entorno anímico veía atacados. Vale que eso está bien cuando al que defiendes es a quien debes, porque también lo hice con algunos de tus tutores. Pero puede llegar a ser molesto cuando te arrogas la tarea de defender a quien ellos juzgan que no debes. A buen entendedor pocas palabras bastan, pero hube de elegir y ahora no me arrepiento. Por mucho que perdiera con la decisión. También gané mucho.
Me resulta extraño que quienes niegan sistemáticamente los lazos de afecto en Matrix no se les caigan de la boca las carantoñas verbales. “Haz caso a quienes te quieren”. Ojalá no lo hubieras hecho. Alguien se jactó de haber sido la persona que te convenció de que me desterrases de tu vida. Lo hizo para verme revolverme con el pullazo. ¿Cómo es posible que cuando charlas sobre un asunto con dos personas al cabo del tiempo obtengas 3 o más versiones? Pienso que es porque mentir exige un esfuerzo de memoria titánico. También puede deberse a que quienes prefieren administrarte la verdad como una medicina, en las dosis justas y con la cantidad de excipiente no activo necesaria para sus propósitos, a veces se olvidan de cotejar las versiones antes de hablar contigo.
Te veo sufrir desde hace tiempo, sin acertar con el motivo. Pensé que eran cosas de juventud, amores frustrados. No sabía la profundidad del mal. Pero ya digo que nada puedo hacer. Aquello que hicera seguramente sería contraproducente. Ahí han salido ganando, he de reconocerlo. Preocupaba mucho mi influencia sobre ciertas personas, que se me hiciera demasiado caso. Y no hablo solo de ti. El paternalismo y la teledirección ve con muy malos ojos opiniones de terceros. Ellos saben lo que le conviene a todo el mundo porque son muy listos. Pues en sus manos quedaste para su regocijo. Apoyate en los demás para encontrar las respuestas, pero procura ser tu quien las formule. Trabajar como una esclava está visto que no era la solución, por más que a ellos le pareciera tan acertada.
Te dejo, se que no debería haber escrito esto. Y, créeme, sigo valiendo más por lo que callo que por lo que digo. Pero este es mi blog y aquí impongo yo las reglas. Soy el puto amo, como diria Guardiola, el portador de las llaves, el maestro golpeador y el rey de la Cópula de Trueno al mismo tiempo. Aquí no se necesitan más héroes, como dice Tina Turner en la canción. Soy dueño absoluto de lo que escribo, no como en otros lugares en que ha pasado a ser patrimonio de otros. No hay necesidad de manipular lo que escribo para que el que modera quede como un santo varón y un campeón olímpico. Por otro lado, tampoco se quien lo va a leer, a lo mejor nadie, ni si lo van a entender, si va a importarle a alguien. Aquí queda escrito y ya se verá sepultado por posteriores entradas. Por de pronto algo de fútbol antes del partido de esta noche. Cuidate mucho. No dudes un momento de que te quiero más de lo que debo y que me importa en extremo lo que te pasa. Pero por mucho que estire la mano no podré alcanzarte. Tampoco sería buena idea, Dafne.
Adiós. Hasta pronto. Nos vemos o nos leemos, en este mundo o en cualquier otro.
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