Dicen que en un retrato hay tanto de la persona retratada como del autor de la semblanza. Y sería una forma de encarar este encargo, tratar de hablar de mí con la excusa de hablar de otra persona. Hasta cierto punto lo será. Siempre se escribe de lo que se conoce, y nada se conoce más que uno mismo, a pesar de lo que digan los libros de autoayuda. Y es que alguien me ha encargado que pinte su retrato con palabras y he decidido aceptar. Alguien que no conozco, que ni siquiera he visto nunca y que se que existe desde hace bien poco. Algo tan surrealista solo puede suceder en Matrix, donde siempre es madrugada y somos meros extraños en la noche los unos para los otros. Me explico brevemente. De forma escueta porque ardo en deseos de entrar en materia. Muy rara vez añado por propia iniciativa personas a mi lista de seguimientos en Twitter. Imagino que es porque odio las despedidas y se que un encuentro no seré capaz de darlo por concluido hasta que sobrevenga el rechazo del otro. Me limito a devolver follows y a seguir a quien me recomiendan personas en cuyo criterio confío mucho. Y alguien que considero fascinante me dijo que ella lo era. Bueno, no me lo dijo a mí sino a todos sus seguidores.
En su avatar hay una pantera. Es importante para el retratista tratar de saber como se ve a sí misma la persona retratada. Un avatar no es una descripción fiable, ni siquiera si es la fotografía de una persona. El engaño es el primer arma que empuñan los que deambulan por la madrugada. Casi es más fiable algo que no lo sea. Por activa y por pasiva. No mostrar el rostro es un rasgo evidente de inseguridad, tenga o no base. La imagen elegida para suplantarnos suele ser una declaración de intenciones, de afinidades o de gustos personales.
Ella ha elegido una pantera. Un ser hermoso, perfectamente diseñado para su cometido y, por tanto, doblemente peligroso. Cabe la duda de saber si ella se ve así o es solo una imagen de sus deseos. Hay mucha información en cualquiera de ambas posibilidades. Porque en todo caso somos más lo que deseamos que los rasgos que componen nuestra estampa. Amamos y eso nos transforma desde dentro. Deseamos y eso nos moviliza hacia uno de los puntos cardinales. Sufrimos por lo que no somos y quisiéramos y eso moldea nuestro temple. Una pantera es sigilosa primero, acecha a su presa desde una distancia que no la delate, pero siempre acaba intentando su caza confiada en la velocidad de su carrera. Es curioso. La persona que me la recomendó apenas ha intercambiado algunas frases conmigo en Twitter. Quizá por desinterés. Por timidez diría . Mientras que la pantera se ha dirigido a mi en apenas tres o cuatro días. Un diálogo es billar español. Se ponen las bolas en movimiento, quizá con un plan perfectamente trazado, pero es el azar quien determina. Ella es ágil. Le gusta el juego de las réplicas, para lo cual hace una falta inteligencia afilada y una dosis generosa sentido del humor. Es un punto temeraria aunque discreta y sin estridencias.
Su primer acercamiento ha sido escueto y un elogio, una mano tendida con una flor agarrada: "Me gusta tu avatar". Es una pintura. Le confesé que la obra no era mía. Es La Anunciación del Prado de Fra Angelico. Hubiera sido excesivo hacerla creer lo contrario. No, vale, fue una broma para dar impulso a las bolas sobre el tapete. La gente inteligente entiende que el humor es una forma de agradecer la visita. Mostró su desencanto porque había pensado en pedirme un dibujo parecido. Tras los primeros choques las bolas en vez de frenarse parecían estar acelerándose. Mostrar mis carencias es una mis manías que con los años estoy por fin corrigiendo. Le hice saber que sabía redactar retratos, semblanzas escritas. Y en esas estamos, porque ya fuera en broma o en serio mostró interés por leer el suyo. Hacia el final la sometí a cierto estrés emocional. Nuestra conversación coincidía en el tiempo con un suceso con implicaciones que en este momento soy incapaz de calibrar. Se lo hizo saber. Y su respuesta tardó. Pero llegó. Cualquiera menos atrevida o con menos empatía habría dejado correr el tiempo ladera abajo. No fue del todo premeditado. Pero sospecho que de forma inconsciente la sometí a un test de personalidad con esa revelación.
Le pedí permiso para espiarla. Necesito saber. Algo al menos. Para tener de que escribir. No quería hablarme de sí misma. Me dijo que no sería objetiva. Ser ponderado, justo, no debería ser el principal objetivo de un retrato. Eso la quise hacer entender. La imparcialidad es fría y las personas son cálidas al estar vivas. La exactitud solo queda al alcance de los virtuosos, y se perdona si además son genios. Como Velázquez, en quien la fidelidad al modelo era una herramienta para un fin superior: formular una tesis de gran alcance sobre la persona o su circunstancia. Pobre de mí si tratara de basarme en mi pericia a la hora trazar las líneas sobre el papel de dibujo. He de valerme de la emotividad para darle contenido a mis palabras. Palabras que resuenen, como el bronce cuando golpea el bronce en el tañido de una campana. Y ser emotivo no es fácil. La emotividad se añade a lo que hacemos, no se extrae de lo que logramos o encontramos.
De repente me invade el desanimo. No me siento capaz. Siquiera deseo este cometido. Quiero involucrarme. Estoy cansado de observar desde la distancia. En el páramo puede verse al predador desde lejos. También a la presa. Ella está en el otro extremo de la explanada y no se si acercarse es buena idea. Debería hacerlo para contemplarla desde bien corto, para evaluar su figura, su sombra, sus huellas sobre el terreno. Como somos. Cual es nuestra influencia en el entorno. El impacto de nuestra obra. Los tres pilares de un retrato. Pero en la madrugada tratar de seguir un rastro es inútil. Solo a plena luz del día es posible acechar a quienes reclaman nuestra atención. El confín de la materia es nuestra existencia en el mundo de lo virtual, donde solo pesan las palabras y la mayoría de ellas son necesariamente livianas para evitar los encuentros. Divago y al hacerlo me alejo de mi modelo. Y cuando la distancia es excesiva de repente temo perderla, aunque no sepa quien es todavía, siento la necesidad de explicarle quien soy, hasta el más nimio de los detalles. La confesión completa para la lograr la total absolución de mis fracasos. Mostrarla quien creo que soy en vez de mostrarla quien creo que es ella. Sabiendo que solo tendré un juez imparcial en quien no me conozca.
Preguntado Miguel Ángel como era capaz de extraer de los bloques de mármol aquellas titánicas figuras que moldeaba con el cincel y la maza se limitaba a contestar que solo quitaba de la roca aquello que sobraba, que sus personajes vivían desde siempre dentro del bloque aguardando el momento que las liberara. La pantera quizá quiera que la libere, que convierta la materia mineral en alma, lo inerme en belleza en movimiento. "En ese caso, pínteme joven, guapa y dicharachera", me contestó cuando le hice saber que no contaba con ser imparcial. Y no quiero fallarla. La imagino felina, con unos ojos incandescentes que traspasan el aire, que lo queman como el papel para abrirse camino. Un caminar elástico que esquiva cada obstáculo que se le interpone con una mirada que no agrede y que subraya la bondad de su sonrisa. Más joven que yo seguro, que nací viejo y ahora alcanzo una niñez que me incapacita para cualquier logro. No quiero para ella el don de la belleza. Al menos esa belleza que se enfrenta a nuestra mirada y la desafía, que enturbia el juicio y lo dirige hacia lo accesorio. En la oscuridad de la madrugada no es necesaria ese tipo de belleza, ni siquiera su promesa mentirosa. Basta el susurro de los pasos. Saber que algo vivo nos ronda. Un cazador o una presa. Cualquier ser que anhele nuestra compañía para nutrirse de ella. La soledad es el primer presente que nos hace la madrugada. Hasta que oímos unos pasos, en el total desconocimiento de las intenciones de quien los pronuncia.
Bienvenida a mi TL, amiga pantera.
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