La niña y el oso / 4.- El admirador
- Estás comiéndote más de las que estás echando en el cesto.- Tenía el ceño fruncido, pero parecía más el gesto de un bebé concentrándose para entender algo que el de alguien enfadado.
- Y aun así lo lleno más rápido que tú, listilla.- Puso esa expresión que el decía que era la de Goorge Clooney cuando va de sobrado y que a ella le parecía tan graciosa. Más que nada por lo distante que estaba de lo que se suponía que imitaba. Ni siquiera si George Clooney hubiera sido un oso lo habría arreglado.
- No te lo discuto. Cogiendo comestibles no hay quien te gane. Por eso te he pedido que vengas. Si no te comieses la mayoría ya habríamos acabado hace rato.
- ¿Y quien tiene prisa? Lo estamos pasando divinamente buscando moras para tu tarta.- Otra vez la expresión George Clooney.
- Jo, no pongas esa cara que me entre la risa floja...- A ella a veces le daban ataques de risa y acababa revolcándose en la hierba. Él ponía cara sería, como si le recriminase la falta de compostura, pero secretamente disfrutaba de la felicidad de la chica.- Quiero volver a casa lo antes posible para hablar con mis amigas por Tuenti.
- Para cotillear sobre chicos.
- Ayayay. Si sabes eso es que el que cotillea eres tú.
- Los osos son indiscretos, lo sabe todo el mundo.
- Para nada.
- ¿Para nada el qué?
- Que yo sea cotilla por el simple hecho de ser oso.
- Yo no he dicho eso.
- Textual.
- Señorita, no se que hace con ese tonto cotilla. Los osos son aburridos y les falta señorío.
Había una ardilla al pie del pino situado junto a las zarzas que en ese momento estaban esquilmando. Tenía una sonrisa pícara en el rostro y una mirada soñadora fijada en Ruth.
- Es usted tan bella, señorita, que ha devuelto la primavera a mi rodal. Si se marcha tendré un otoño prematuro y desdichado para siempre.
- Jojo.- Se rió Ruth.- Si que te lo sabes montar bien, galán.
- Primero vendrá el verano, digo yo.- Se burló Phil.
- No sea impertinente, anciano. La joven y yo tratamos de tener una agradable conversación.
- La joven solo tiene quince años. Debería darle vergüenza.
- Vale, todavía no he cumplidos los dos, pero soy muy maduro para mi edad. Me gustan las mujeres con experiencia.
- Vámonos a otro sitio que este payaso nos está fastidiando la tarde.
- A mi me parece una monada. Nunca me había querido meter fichas un tipo que me cupiese en la palma de la mano.
- No le trates como si fuese un juguete.
- Seré lo que la señorita quiera. Un juguete. Una mascota. No coarte su libertad, venerable anciano.
- Tu búscame que me vas a encontrar rapidito.
- Prefiero que siga perdido porque tres son multitud y este bosque es muy pequeño. Pero deje las bayas cuando se vaya que aquí quedarán a buen recaudo. La señorita y yo vamos a celebrar un picnic. Créame, conozco una pradera muy agradable cerca de aquí.
- Jajajaja.- Ya estaba aquí el ataque de risa. Y no lo había provocado él. Eso acabó de poner de muy mal humor al oso al oso. Pase que no te tomen en serio casi nunca, pero el puesto de mejor payaso no estaba dispuesto a dejárselo arrebatar sin lucharlo.
- Tienes hasta cinco para largarte de aquí, y te advierto que ya voy por tres. Sino te echo yo a zarpazos.
- Usted y cuantos sacos más de manteca como usted.
Se encararon. El oso era como una montaña al lado de la ardilla, que al aproximarse fue a su corpachón para retarle de cerca fue como asistir a un eclipse de sol. Sabía que era un bonachón y que jamás le haría daño y se aprovechaba de ello para lucirse ante la chica. Sin embargo, vio algo bajo las patas de Phil que le cambio el semblante. Dió media vuelta, echo a correr y en unos instantes tan solo estaba en lo alto del pino, en su mismísima copa a 15 metros del suelo.
Lo primero que hizo Phil fue agradecer para sus adentros que no tuviera que echarle una carrera a la ardilla. Lo segundo fue atar cabos y acercarse despacio, pero sin pausa, con sumo cuidado para no pisarla, hasta donde Ruth seguía revolcándose de risa. Una ve sobre ella, cubierta por su propio cuerpo, se giró para encarar lo que venía. Cuatro lobos se acercaban al lugar de forma sigilosa.
- Ruth, basta ya, se acabó el recreo.
- ¿Que haces encima de mi.
- Quieta y callada.- En la forma en que lo dijo la chica entendió que más valía no rechistar.
- A las buenas de Dios, ¿qué se os ofrece por aquí?- Ruth nunca había escuchado ese tono en la forma de hablar de Phil. Casi le dio miedo. Sintió lástima de los lobos al tiempo que se alegró por ella de tener a su amigo para cobijarla.
- Nada, que andábamos muy aburridos después del largo invierno en las cumbres y nos dijimos que sería buena idea bajar al valle a echar un vistazo.-
Los lobos se estaban abriendo en abanico, espaciando la distancia entre ellos para abarcar los más posible y tratar de rodearlos.
- Pues si os aburrís os echais un parchís, que para algo sois cuatro, y el de la derecha tiene cara de limón, lo hará genial con las fichas amarillas.
- ¿La chica es tu presa? Es que no sabíamos que los osos comieran humanos.
- La chica es mi amiga, para quien lo quiera saber. Si un día le pasa algo en el monte, aunque sea que se le rompa una uña pensaré que habéis sido vosotros y subiré a la cumbre a haceros una visita para devolveros en detalle de haber venido hoy.
Los lobos se miraron los unos a los otros. Había poco que pensar o decidir. No tenían nada que hacer contra Phil.
- Nada, hombre, las amigas de nuestros amigos son nuestras amigas.
- Déjalo en conocidas.
- Eso quería decir. Oye, se nos ha hecho tarde, ya nos veremos.
Ruth tenía los ojos abiertos como platos. No sabía esa faceta de Phil como chico malo. Notó su tensión. Tenía los pelos de la barriga erizados como púas. Los tocó con las yemas de los dedos y al notar que punzaban no pudo evitar la exclamación.
- Woalaaa.
- Calla Ruth. Por una vez hazme caso.
Los 5 minutos siguientes fueron los más silenciosos que recordaba haber vivido nunca. Cuando los lobos desaparecieron Phil se desplazó desde la vertical de la chica, con un cuidado que más bien parecía mimo.
- ¿Y por qué no también una tarta de nueces? Ya tenemos muchas moras. ¿Por qué no vamos a la noguera?
De repente Ruth no tenía ninguna prisa por llegar a casa. Echaron a andar hacia el arroyo en cuya ribera crecían los nogales.
- Adiós señorita.- Grito la ardilla desde lo alto.
- ¿Puede venir?- Pidió con carita de súplica.
- Bueno, pero que use solo monosílabos al hablar.
Ruth le hizo un gesto a la ardilla con el índice. "Ven". Y en un santiamén la tenía sentada en su hombro.
- ¿Cómo se te da recoger nueces?- Preguntó Ruth.
- Se me da mejor comerlas, señorita.
- Vaya par.
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