miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi padre

Mi padre

Dentro de pocos días se cumplirán 16 años de la muerte de mi padre. Una pena y una ausencia que dentro de no mucho alcanzará la mayoría de edad. Sin embargo reconozco que no suelo pensar mucho en él. Su pérdida no es un peso que note a diario. Tal vez haya quedado en mi la huella de su impacto, pero son raros los momentos en que me recreo en el recuerdo, a pesar de que, es bien cierto, hay gente que me dice que siempre tengo su nombre entre mis palabras, los momentos compartidos con él en lo que digo. Una mañana de agosto, ni siquiera eran las siete, recibí una llamada. Era mi hermana, que me dijo poco más o menos: "Tú verás que haces, si puedes y quieres venir, pero tienes que saber que papá se está muriendo". Llevaban toda una madrugada de tensión aquí en Madrid y recibí la noticia en mi aislamiento en las montañas de Murcia como un mazazo. Unos minutos después de colgar había logrado involucrar a mi compañero de trabajo, el encargado de la radio de la base de helicópteros, para que me llevará a la estación de tren en Calasparra lo antes posible. Convencí a mi jefe en Murcia de que me dejara marchar, al otro técnico para que hiciera solo las guardias, y logré embarcar en el Talgo agarrándolo al vuelo, en marcha, como quien dice.

Llegué tarde. Verbalizar la pena es lo más duro. Mi madre cuando me vio 4 horas después, junto al portal de mi casa, donde yo acababa de llegar en un taxi, fue incapaz de traducirlo a palabras. Se lo exigí, casi con enojo. Quería oírlo, porque mientras nadie lo dijera habría un atisbo de esperanza de que aun no hubiera sucedido. Pero las lágrimas fueron lo suficientemente elocuentes y me resigné a escuchar la verdad de labios del silencio.

Alguien hoy me ha recordado a mi padre, alguien a quien sigo en Twitter apenas unos días. Cuando leí su bio me dije que el follow era ineludible. Hago cada vez menos, aunque raro es que no los devuelva. Amo lo exótico en las personas, y una persona que es de padre hindú, madre española, nacida en Londres y con residencia en Barcelona, me parece una piedra preciosa que debo engarzar en mi TL. Explicándole mi fascinación por la gente que desde mi punto de vista es exótica, y mi especial simpatía por el país de sus antepasados, le expliqué que hace mucho estuve en la India, aunque fuera por unos días tan solo. Le he hablado del impacto que me causaron aquellas mujeres de piel muy oscura, aunque de rasgos más bien caucásicos, salvo sus labios oscuros y generosos. De sus cuerpos delgados y estilizados, hombros estrechos y talles de junco. De su porte al andar, elegante y sobrio. Del colorido de sus ropas. El sari es una prenda al tiempo que atractiva, que muestra los encantos de la mujer, también enormemente digna. Vi por primera vez ombligos femeninos en la India. también piercings en la aleta de la nariz. De plata que contrastaba con el moreno de su piel. Y mientras resumía todo esto en un par o tres de tuits, he recordado a mi padre, que nos llevo a mis hermanos y a mi hasta allí.

Mi padre era lo que antaño se denominaba un caballero, un tipo de hombre que ahora solo existe como estrambote o caricatura, denostado por el progreso. Y tal vez con justicia. Es este el mes de mi padre, en el que nació y murió, y hasta se caso y tiene su onomástica. Mi padre era abogado, una profesión que vuelve a las personas útiles para los demás. Sí, se lo que se dice de ellos, pero cuando tienes un problema das gracias a Dios de tener uno a mano. Saben tramitar cualquier gestión, afrontar cualquier embrollo, tratar a todo tipo de personas, exigiendo cuando corresponde o transigiendo cuando es la mejor vía para lograr el objetivo. Y como antes he dicho, también era un caballero. El día que salió por primera vez a la calle sin traje y corbata nos reímos mucho de él. A la gomina y el afeitado antes de poner los pies en la calle no renunció nunca. En mi casa se sentía incómodo, y en la cocina perdido como un náufrago en una isla alejada y diminuta. Si necesitaba un vaso para beber agua del grifo, ya que hacerlo a morro era algo que no iba con sus modos, que estaba fuera de su ideario, o unos cubiertos para picar algo de la nevera, tenía que pedírselo a alguien porque, aunque nadie se lo crea, ignoraba donde encontrarlos. No digamos ya una sartén o un cazo para calentar la leche.

Un día madrugó más que nadie y le sorprendimos en la cocina, su tierra incógnita, tratando de convertir en rodajas pequeñas una barra de pan. Quería hacer migas extremeñas. La muerte cuando se acerca descalza las raíces de las personas, las pone a la vista, las muestra y las orea. Cuando el fin está próximo algo en nuestro interior se siente reclamado por la tierra de la que procedemos. No lo supimos entender. Le gastamos bromas, aunque nos beneficiamos de la mejora en los desayunos. Y es raro, porque el tiempo que mi padre vivió en Extremadura fue bien breve. Abrió los ojos por primera vez en Badajoz, aunque la vez que más abiertos los tuvo fue durante un largo paseo con sus dos hermanos mayores el primer día que estuvo en Madrid, siendo aun un niño. Recorrieron la ciudad de un extremo a otro, mezclándose con el rumor y el polvo de sus calles. Y según me dijo una vez ya nunca tuvo dudas. Tampoco Madrid te reclaba amor u obediencia si eres de fuera. Siquiera intenta seducirte. Sus tesoros están casi todos enterrados en el subsuelo, en la ignorancia generalizada que pesa sobre el carácter y las cualidades de esta ciudad. Así que no siempre el convencimiento llega el primer día. A veces tarda años y casi nunca lleva conflicto alguno, no te obliga a renunciar a tus raíces. Y por eso puede que al descalzarlas la proximidad de la muerte te de por intentar aprender a hacer migas, sin más, sin siquiera sospechar que añoras lo que eras.

Mi padre me enseñó casi todos los prodigios que conozco. El Pórtico de La Gloria, el Patio de los Leones en La Alhambra, los rodales de columnas de la Mezquita de Córdoba, la Sala XII del Museo del Prado, el rectángulo de hierba del Bernabeu a la luz nocturna de los focos, y sus gradas repletas y humeantes por el tabaco, como si ardieran de impaciencia en espera del inicio del encuentro. También me procuro la maravilla de conocer la India, de estar allí aunque solo fuera unos cuantos días. Mi madre no quiso venir, es una adicta a la autoexclusión. Una manía, un proceder disparatado que nadie entiende, y que me temo que he heredado de ella. Así que allí nos fuimos solos los cuatro, mi hermana, mi hermano, mi padre y yo. Los tres hermanos en edad adolescente. Yo con unos 17 que parecían 12 a los ojos de aquella gente que nos veía como algo fascinantemente exótico. Caminar por las calles de Colombo, la capital de Sri lanka, era casi literalmente parar el tráfico, más peatonal que rodado. No había hostilidad en aquellas caras, solo sorpresa y curiosidad. Los tres sabíamos Inglés por haber estudiado en un colegio en que era el único idioma permitido, pero quien se movía como pez en el agua entre aquella gente, quien sabía hacerse entender era él.

Mi padre era un excelente conversador y contador de historias. Sabía adornar los sucedidos y hacerlos pasar por aventuras intrépidas en parajes fascinantes. Aquel viaje dio mucho de sí en los años siguientes en las reuniones familiares con tíos y primos. A pesar de ser un caballero era un pícaro de manual cuando estas artes estaban permitidas por las circunstancias. Hablo de los regateos. Ir con mi padre a las tiendas de anticuarios, las de entonces, era una pura delicia. Aprendí casi todo el abecedario del disimulo en aquellas salidas en descubierta. Por ejemplo, nunca se ha de mostrar interés por lo que realmente capta tu atención entre el género que te muestran. Debe hacerse creer al anticuario que te llevas lo que quieres casi a tu pesar, como alternativa al capricho que tu bolsillo no te puede permitir. Si eres hábil deberás inducir al vendedor a que sea el mismo quien te ofrezca la pieza y trate de convencerte de su compra. Darle a entender por tus vagas instrucciones que no es lo que buscas, y tras tu desilusión, casi rechazo, dejarte convencer.

Aquel viaje dio amplia cancha a esta faceta de mi padre. En una tienda de artículos de lujo de Bangkok asistí a uno de esos momentos jocosos y de extrema lucidez regateadora que tenía mi padre. Nos posicionamos en un corrillo donde un dependiente trataba de vender a una española un anillo de Sirikit, con pequeñas piedras preciosas engarzadas en una cono del mismo metal del anillo, con la forma de la corona de la reina. La mujer estuvo un buen rato forcejeando y consiguió, no sin esfuerzo, una interesante rebajas. Se levantó de la silla satisfecha y al dejarla vacante fue ocupada por mi padre. Aquel señor entendía a medias el Castellano, de forma suficiente al menos para no poder evitar sonreir cuando mi padre le dijo con la sonrisa pícara en los labios: "Vamos a empezar a hablar a partir del precio que acabáis de pactar. Tienes que portarte bien conmigo que ya soy una persona con años". Y así fue, el regateo se inicio donde lo había dejado su predecesora. Se había aprovechado descaradamente de su esfuerzo sin perder el encanto al poner en práctica el ardid. Y era un gran regateador, así que el resultado fue brillante. Cierto que los precios iniciales eran abusivos, a veces disparatados. De camino al autobús que nos llevaba de excursión en alguna zona de Nepal, un vendedor ofrecía granates enormes a 5.000 dolares la piedra. Mi padre compró una de ellas en la escalerilla del vehículo por 5 dolares.

Pero el momento que me ha recordado mi nueva seguidora ocurrió en Ceylan, un país primo hermano de la India. Tan indistinguibles son entre sí para nosotros como lo son para ellos España e Italia. Fue un día aun más caluroso de lo que allí era habitual. Nos paramos ante el escaparate de una joyería y comprobamos que en aquel establecimiento se servía un refresco de color naranja a los clientes. Estábamos secos y solo por beber algo potable, difícil a veces por aquellos lares en aquellos tiempos, entramos en la tienda. Nos sentamos los cuatro delante de un mostrador y nos trajeron nuestros zumos. Pura delicia. Alguno lo bebió con los ojos cerrados y olvidándose de sí y del mundo. Bueno, yo al menos. "¿Y ahora como nos vamos? Sería una grosería". "Como compres algo más sabes que mamá se va a cabrear". "Estamos un rato negociando y nos vamos. Lo mismo nos invitan a otra ronda". Mi padre pidió que le enseñaran zafiros. Esa parecía ser la especialidad de la casa. Era sorprendente lo bien que se hacía entender con señas, miradas, aspavientos y las cuatro palabras en Inglés que le facilitábamos. Empezó el regateo, del que mi padre no quería salir vencedor. Aquello tomaba mal cariz, el vendedor no hacía más que ceder. "Dadme ideas. ¿Qué hago? Este tío va acabar vendiéndome alguna piedra". Pidió algo ofendido que le sacaran mejor género, porque aquel era mediocre. Y así lo hizo el joyero. Fue cuando más acorralado se vió cuando su mente de pícaro encontró la puerta de salida. Pidió una de esas lupas para un solo ojo que usan los joyeros y tallistas para mirar los detalles de las piedras preciosas. Estuvo un rato observando detenidamente los zafiros, no sin antes preguntarnos "¿Como se usa esto, tú?". Y en un momento dado nos dio la siguiente instrucción: "Cuando yo me levante quiero que lo hagáis todos y con cara de cabreo. Al que se ría lo mato". Y en eso que espetó: "¿Pero que tomadura de pelo es esta? Estas piedras tienes fallas, y maclas. Me estás intentando vender piedras defectuosas". Dicho lo cual los cuatro nos levantamos, nos dirigimos a la puerta de la joyería con el ceño fruncido, con el dependiente detrás pidiendo disculpas por su torpeza. Parecíamos el pato Donald y sus tres sobrinitos tras discutir con el Tío Gilito. Una vez fuera suspiramos por no haber podido hacer una compra tan fabulosa y ventajosa.

Hoy me he acordado de mi padre después de mucho tiempo, de esa anécdota en concreto que guardo en mi memoria como oro en paño, de lo que me reí con él y de él a lo largo de su vida, tan proclive a bromear a pesar de su seriedad como capaz de aguantar las burlas. De lo que le hice reir yo también. De las veces que le disguste. También de lo mucho que le decepcioné. Tal vez algún día pueda volver a verle y rememorar con él  las veces que le acompañaba a las tiendas de los anticuarios. Me cuesta recordar momentos en que me haya divertido más en mi vida que en aquellas rapiñas por el Madrid viejo en busca de jarras de reflejos y alguna ganga inadvertida por su dueño.

Contestación al comentario de Diosa Maracaná (3 de Noviembre de 2012)

Tal vez se conozcan. Imagínalo por un momento. En donde sea que recalen las almas que ya no están cerca de nosotros tal vez todos se conozcan a todos. O tal vez, en ausencia del factor tiempo, sin diferencias entre el ahora, el antes y el después, ambos sepan que íbamos a coincidir en otro lugar donde las personas no tienen sustancia y siempre es madrugada. Gracias por ser partidaria de las emociones. Eso sin duda lo has heredado de tu beta americana. Aquí en España o se es frío o se trata de aparentarlo. Para mi lo que no retumba dentro de nosotros no tiene importancia. Gracias por emocionarte y por tener el coraje de decírmelo. Escribo desde el silencio y para el silencio, pero amo el eco por encima de todas las cosas.

Contestación al comentario de Diosa Maracaná (4 de Noviembre de 2012)

Ay. Haces ese tipo de preguntas sobre cuyas respuestas hace tiempo que no indago. Y no por otra cosa sino porque intuyo, más aun, estoy seguro de que si he de saberlas algún día será precisamente tras la muerte, nunca antes. No se puede entender un todo cuando se forma parte de ese todo y carecemos de un punto de vista privilegiado. Además, nada suena más infantil que una persona hablando de lo que sospecha acerca de las grandes preguntas. Te hace parecer un niño, te retrotrae a ese periodo en que todo es aprendizaje y aun no sabes siquiera lo más elemental, a distinguir formas y colores. Porque ¿qué hay más básico que saber donde estás y cual es el motivo de que estés ahí? Sin embargo, te diré algunas cosas que no considero del todo descabelladas, o que te servirán para que me sonrías con dulzura como si estuvieras en presencia de un ingenuo párvulo.

Yo creo que el Universo en un algo que evoluciona, que lo lleva haciendo desde que fue creado o surgió de forma espontánea desde la nada, según dice la teoría del Big Bang. En esa evolución se vuelve cada vez más complejo. Es un proceso que me resisto a creer que ocurra de forma ciega y sin un propósito. Creo que en el fin de los tiempos el Universo tendrá conciencia de sí mismo y capacidad para decidir su destino. Según las teorías actuales el Universo fenecerá de dos posibles maneras: O congelado en una incontrolada expansión sin fin. O abrasado en un Big Crunch que sería simétrico, pero su reverso, del primer instante del tiempo. Solo una improbable carambola procuraría un Universo estable e inmortal, expandiéndose a velocidad constante, o tal vez detenido y en equilibrio, como una bailarina sobre las puntas de sus zapatillas de ballet sobre el escenario de un teatro. Creo que somos porciones infinitesimales de ese todo que tienen el don de la consciencia, pero una nula posibilidad de influir sobre el resto del todo y una visión tan pobre del mundo que les hace sentirse ciegos a la mayor parte de lo que sucede. Somos como ensayos previos de una consciencia común. Sus primeras gotas. Quien muere vuelve al todo y tal vez de alguna forma conserve ecos de lo que fue cuando estuvo separado del resto. Quizás la agonía ocurra en vida por la añoranza del abrazo total del Cosmos cuando éramos indistinguibles y solo éramos una posibilidad de la materia. Tal vez amamos porque buscamos fundirnos de nuevo con lo que nos rodea, porque nuestro pensamiento nos abruma por demasiado pequeño, demasiado único, demasiado torpe. Y la amargura llegue porque esa fusión cuando se logra nunca es perfecta, como cuando formábamos parte del río indivisible de la vida. Dos consciencias separadas jamas dejarán de serlo del todo.

Posiblemente tu madre y mi padre nos hablen. Porque el Universo es claro que nos dice cosas. Formamos parte de su sueño previo a ese despertar que será el principio de algo diferente. Hubo un tiempo en que mi padre me dejaba monedas tiradas en la calle para hacerme saber que estaba conmigo en los momentos en que me cuestionaba cosas importantes de mi vida. Un puñado de monedas sobre una acera me hizo saber que estaba de acuerdo con haber elegido a cierta persona. Pero eso es una locura, lo sabemos todos. Y si no lo fuera, tal vez equivoqué el contenido de su mensaje. Tú lo sabes: Por encima o por debajo de la lógica a veces sabemos cosas de forma intuitiva. Cosas que no podríamos averiguar salvo que nos fueran susurradas al oído. Premoniciones, certezas irracionales, comunicación no verbal con quienes amamos, empatías. No todo puede ser explicado desde nuestra unicidad o desde la suma de todas nuestras unicidades. Hay destellos constantes del todo que nos dan luz en zonas que antes estaban en sombra. Tú madre y mi padre podrían ser lo mismo. O no ser nada. Y aun así su recuerdo sería un eco suficiente para romper el silencio de su inexistencia. El Universo recuerda. No solo eso, tiene obsesión por construir su memoria. Todo lo que ocurre deja huella. Un rastro que parece difuminarse pero que, por esa misma razón, impele al Cosmos a seguir construyendo materia. Fósiles, ADN, las trazas de elementos distintos al Hidrógeno en el gas incandescente de una estrella. Las estrellas ya no son puras y tienen betas de impureza porque hubo generaciones anteriores que nacieron y murieron para que el Universo evolucionase. El hierro de nuestra sangre solo puede fabricarse durante el proceso de supernova. El Universo quiere recordar, igual que nosotros, que buscamos fósiles y secuenciamos genomas para reconstruir el pasado, como si él también intuye su muerte y tratase de saltar ese foso conservando su identidad al otro lado del abismo.

Si mi padre estuviese en alguna parte me lo imagino escribiendo, con su caligrafía lenta y perfecta, con letras llenas de volutas y ligeramente inclinadas hacia el sentido de avance de la mano. Me lo imagino escribiendo poemas a escondidas. Tal vez sonetos. Como los que yo escribiera en su día sin saber de los suyos, cuando aun creía que las plegarias eran atendidas. Versos con rima, que obligan a buscar alternativas a la primera idea, a reconstruir el sentido del poema cuando se llega a un callejón sin salida, a volver constantemente atrás al descubrir nuevas posibilidades, a abarcar el máximo ancho en la intención del mensaje en definitiva. Mi padre escribía versos. Fue un shock descubrir el primero olvidado en un cajón de su escritorio, escrito en una cuartilla cuadriculada y con la tinta azul cielo de su pluma estilográfica. Apuesto a que era lo que más le gustaba, lo que ponía orden en su cabeza, lo que la vaciaba de angustias y perplejidades. Lo que le devolvía al abrazo con todo. Porque cuando se escribe no se crea, se redescubre aquello que siempre estuvo allí en la consciencia del universo.

Sobre las emociones. Mostrarlas es como enseñar tus cartas en una mano de póker. Supongo que se trata de eso. Mostrar lo que sientes te vuelve vulnerable, muestra tus puntos débiles. Ocultarlos te permite acechar a tus oponentes desde la espesura al borde del camino. Hay otra forma de jugar el juego: ser sincero, pero esta estrategia, aunque pueda desconcertar a quien se te enfrente, a la larga te hará perder todo tu patrimonio disponible para realizar apuestas. Hay un viejo adagio que dice que en un amor pierde aquel que dice primero te quiero. Pero posiblemente solo sea cuestión de carácter. A nada teme más el español que a hacer el ridículo, por muy seguro o extrovertido que parezca. Y no hay ridículo más grande que un sentimiento no compartido por aquellos que te rodean o por aquella persona que es su fuente y su sumidero.

2 comentarios:

  1. Me he emocionado leyendo lo que escribiste sobre tu padre hace un año. Prácticamente, he imaginado cada escena, casa momento, aun sin conocerlos. Vestido "de abogado", en la cocina cortando el pan, regateando por esos lares desconocidos para mí, pero universales para todos. Me he llenado de ternura leyéndote. Y no he podido evitar compararme... Este diciembre se cumplirán dos años de la muerte de mi madre, y yo me siento aun incapaz de escribirle algo tan bello como lo haces. Me duele mucho incluso intentar recordarla, porque cada recuerdo, cada flash, es como un golpe de realidad, un sacudón de que ya no la veré más, ni oiré sus risas, ni la veré bailar, ni podremos cotillear de lo divino y lo humano. Ojalá, que leyéndote a ti, se me abra algo en mi mente y en mi corazón para que me permita revivir los más momentos más hermosos y más plenos vividos con ella. Ojalá tu padre, me devuelva a mi madre. Ojalá...

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  2. Respuesta a la contestación de Rokko (4 de Noviembre de 2012):

    He perdido la cuenta de las noches de insomnio en que me encuentro pensando cómo será ese "otro mundo"; cómo estarán los que están; cómo se comunican entre ellos, si lo hacen. ¿Nos verán? ¿sabrán lo que hacemos? ¿Incluso lo que pensamos? ¿Lo que sentimos? ¿Sentirán cuando los recordamos y cuando los echamos de menos? ¿Sentirán cuánto nos duele o cuánto nos emocionamos al recordar un momento, una frase, una vivencia?
    ¿Tú crees que puedan conocerse? ¿Habrá algún modo de que se pongan en contacto al saber que sus hijos ahora se comunican y comparten un mismo sentimiento hacia ellos? No sé cómo sería, pero seguro mami le estaría dándole la "cháchara", le gustaba hablar y hablar, contar historias. ¿Qué estaría haciendo tu padre?
    Mamá le estará contando por qué me vine a España y cómo han sido mis años aquí. Todo lo que compartíamos, nuestras largas llamadas. Me mantenía al tanto de todo lo que pasaba en la familia y con los amigos. Además, era mi cómplice: bastaba que yo le dijera: "a mi amiga tal la van a operar, por fa, llámala de mi parte a ver si necesita algo", y no sólo la llamaba, sino que se presentaba en el hospital a ver si podía ayudar o acompañarla; y luego me daba "el informe completo". O yo le decía: "es el cumple de fulanito, he intentado llamarlo y no lo he encontrado", y en seguida me decía, yo lo hago y lo felicito por ti. O le decía: "mami, sutanita viene a España, me gustaría que me mandaras algo, lo que quieras", y me mandaba un paquete con fotos, cd's, alguna nota de su puño y letra... Esa era mi mami. ¿Ves cómo tu padre me la está devolviendo? Poco a poco, mientras te escribo, logro recordar cosas y cosas. Y me emociono, claro. ¿Cómo no hacerlo?
    Siempre me he preguntado por qué aquí esconden tanto las emociones. Se sorprenden cuando alguien llora. Se sorprenden cuando uno se admira por algo o por alguien. El viernes mismo, fui con unas amigas al cine a ver Lo Imposible, y yo no oculté mis lágrimas cuando me emocionaron algunas escenas. Y yo a ellas las veía que también lloraban, pero con mucho disimulo se quitaban las lágrimas. Al salir, me decían: "¡cómo llorabas!" Y yo le dije a una de ellas: "eh, que comenzaste antes que yo, que te vi...". Y no le quedó otra que aceptarlo...
    Bueno, no quiero abrumarte con mis cosas. Sólo quiero darte las gracias a ti, por compartir "tus silencios", mostrándolos en palabras; y por permitirme entrar en ellos y compartir los míos.
    Un beso

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