viernes, 9 de diciembre de 2011

La niña y el oso / 5.- La corona

La niña y el oso / 5.- La corona

-¿Y no cree que antes de decir las cosas debería pensarlas, don Phil?- La ardilla sostenía su mirada con las cejas enarcadas mientras él, algo avergonzado, trataba de esquivar sus ojos diminutos.

- Bah.- Agitó la mano como si espantara un mosquito- Si no dije nada.

- A usted le parece eso, pero quien tiene los pareceres que importan no es usted.- La ardilla estaba remarcando cada una de sus palabras dándole golpecitos con el dedo en la rodilla. Los sentimientos del oso fluctuaban entre el asombro y la vergüenza. ¿Cuando había sido que habían empezado a dejarse amonestar por niñas y ardillas?- ... Quien imparte justicia es Ruth...- Sumido en sus propios pensamientos se estaba perdiendo parte del discurso de Lupo. Gracias a Dios- ... Y aquí andamos los dos sentenciados, quien sabe si por vida.

- De verdad que no estoy para sermones...  Y, vamos, pensar que no me vuelva a dirigir la palabra por esa nimiedad... Además, contigo no va todo esto.

Uff, vaya escalofrío le acababa de recorrer la espalda de norte a sur. Hace pocos días andaba quejándose de lo pesada que era la chica. Siempre pidiendo favores. Que si disfrázate de abeja, que si haz de colchoneta para mis amigos en la piscina, que si límate las uñas que parecen garras. Pues claro. Y ahora la sola idea de que no le volviera a hablarle jamás... Ay... ¿Estamos locos?

- ¿Como que no va conmigo? Si la princesa no quiere ver a su oso y siervo no sube al bosque. Y si no sube al bosque la ardilla, un servidor, se queda sin poder disfrutar de su presencia.- Hizo una pausa dramática. Le encantaba el melodrama.- Usted... Usted no tiene posibilidades, es muy mayor, muy grande y muy feo.- La indignación hizo que su voz se volviera hasta chillona.- Pero yo albergo mis esperanzas intactas. Tengo mucho que ofrecer. Ese dedo empezaba a golpear fuerte de veras en su rótula.

- ¿Mucho que ofrecer a quien?

- A la señorita.

- Tú lo único que tienes son nueces. Sobre todo en la cabeza. Quizás podáis vivir juntos, ella en su habitación y tú en una jaula sobre su mesita de noche, con una de esas con una ruedas que giran sin moverse para que te pases el día dándole vueltas a tus ideas locas mientras correteas tras ella sin acercarte ni un milímetro.

- Sí eso. Después de ser cruel con ella séalo ahora conmigo.

- Tsk...

- Usted no entiende el amor y sus misterios. Cuando hay afecto sincero...

- He accedido a hacer lo que me pedías, -le interrumpió Phil-, pero como sigas dándome la murga cojo, me levanto y me voy.

Estaban los dos sentados en el prado del abrevadero, un precioso campo al pie de la montaña lleno de flores. Trenzaban margaritas para hacer guirnaldas. Contra todo pronóstico por la diferencia de tamaños, Lupo era mucho más rápido que Phil. Pero tanto hablar le distraía de la tarea. El resultado era que llevaban varias horas y la empresa quedaba lejos aun de cumplir su objetivo.

- Repíteme el plan, Lupo, que empiezo a ver borrosa la visión de conjunto.

- A ver. Cuando tengamos varias guirnaldas de margaritas las ataremos entre sí con tallos de amapolas, con las corolas bien visibles para que parezcan rubís engarzados en una corona de oro.

- A quien se lo cuente... ¿De verdad que crees que esto va a servir para algo?

- Oh, don Phil, no desprecie tan rápido mis enseñanzas. Le será muy útil en su relación con las féminas.

- Si yo le regalo una corona de flores a una osa lo mismo es lo último que hago.

- Siempre minusvalorando a las damas. No me extraña que Ruth le retirará la palabra.

El oso gruñó y la ardilla bajó la cabeza y se aplicó a trenzar la guirnalda que tenía entre manos. Estuvieron un rato callados. Luego un rato más. Dos ranas llegaron saltando desde una charca cercana.

- Estas son las cosas que cuentas y nadie te cree. -Dijo la más grande de las dos con su voz grave- Cuidado que la imagen es curiosa. Un oso haciendo pulseras de flores. Vivir para creer.

- No son pulseras. Son los hilos de oro de una corona.

- Lupo, no les des conversación.

- ¿Van a coronar a alguien en palacio y no nos hemos enterado?- Dijo la más pequeña con una sonrisa maliciosa de anca a anca.

- Es para una princesa.- explicó de modo muy solemne Lupo.

- ¿La que suele ir con este palurdo?- La expresión de la cara de Frank cambió por completo mientras interpelaba a Lupo. Se había vuelto soñadora.

- Sí, esa.

- Lleva días sin venir, ¿verdad Ray? Antes pasaba por aquí todos los días de camino a la osera del palurdo. Ya decía yo que esa chica era de sangre real. Oh, lo que me gustaría ser un príncipe encantado a veces.

- La chica ya está comprometida.

- Anda ya... ¿Con el palurdo?

- No digas disparates. Conmigo.

La sonrisa de Ray se tensó aun más, como un arco a punto de disparar. Pero prefirió callarse la chanza. A Frank se le cayó el labio de abajo unos milímetros por el asombro, pero también se abstuvo de comentar nada.

- ¿Y la vais a coronar reina?

- En realidad es un regalo para hacernos perdonar, para hacerla ver que ella es quien manda. Nuestra soberana.

- ¿Haceros perdonar por qué?- Preguntó Ray, que aun conservaba tensa esa sonrisa irónica que a Phil empezaba a ponerle nervioso.

- Bueno, yo no. Él.- El dedo de la ardilla había dejado de martillear su rodilla y ahora le señalaba acusador. El oso no pudo reprimir un gesto de los brazos, como si se protegiese de un disparo de ballesta-. Ha sido muy grosero y cruel con ella.

- ¿Que yo qué...? Me encanta cuando hablan de mi estando como si no estuviera presente.

- ¿Y si tenéis éxito volverá a pasar por aquí? Va para cinco días que no la vemos.

- En eso confiamos.

Ray y Frank se miraron y hablaron entre ellos sin palabras.

- ¿Aceptáis ayuda?

- ¿Qué me dices? Con este como única tropa no acabaré nunca. ¿Te puedes creer que no sabe trenzar una guirnalda? Se lo he tenido que explicar.

- Todo el mundo sabe que los osos no sirven para nada, solo para aplastar a los demás.

- ¿Y por qué no añadís violetas y nenúfares amarillos a la corona? Yo se donde hay.

- Oh, por fin empiezo a ver un claro entre las nubes. Venga, ve a por ellas.

"Dios, esto empeora a cada rato", pensó Phil mientras oía parlotear a aquellos tres renacuajos. Ninguneado en su propio cuento. Otro escalofrío recorrió su espalda. Esta vez de sur a norte. ¿Y si no volvía a hablarle?¿Y si no había más capítulos? Una lágrima se le formó en el ojo derecho, grande, luminosa, trasnparente. Después Lupo la usaría como brillante para adornar el frontal de la corona.

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