La niña y el oso / 3.- El espejo
- Pues claro que puedes, alelado.
- Pero es que peso mucho.- Protestó el oso, casi gimoteando.
- Nahhh, tienes mucho pelo y eso hace flotar. Y el barrigón te va a quedar por encima del agua.- Esto último lo dijo muriéndose de risa. Su barriga estaba entre los tres temas que la hacían reír más pronto y con más perseverancia.
- ¿Qué barrigón? La naturaleza me dió la silueta de un animal depredador.
- Jujuju. Lo único que te he visto depredar a tí son las tartas de manzana que hace mamá.
- No me gusta exhibir mi ferocidad ante tí.
- Tú tranquilo. Ya se que eres de peluche, pero te guardaré el secreto. Además, no me cambies de tema. Hoy lo vamos a intentar y no se hable más.
- Tsk.
- De verdad que te va gustar.- "Ahí viene", pensó el oso, "Va a poner carita inocente y me volverá a ganar el pulso. A mi me aseguraron que los osos siempre hacían su santa voluntad, hubiera o no niñas de por medio".
Estaban tumbados uno al lado del otro, boca abajo, con los codos apoyados en el suelo y la cabeza sostenida por las manos a la altura de la barbilla. Ella a la sombra del corpachón del oso. Tenía la nariz pelada después de un día tirada en la hierba de la piscina. Tantas horas de no hacer nada y divagar le habían procurado la idea. Iba a enseñar a nadar a Phil. Siempre que no tenía algo concreto en mente sus pensamientos acababan derivando en él. "Qué pesadez", se decía siempre, "No me lo puedo quitar de la cabeza. Y, encima, cuando me lo imagino es aun más bobo que en la vida real".
- Te voy a enseñar a nadar como los perritos.- La niña anunció el notición con una sonrisa de satisfacción que recorría toda su cara de un moflete a otro.
- No me parece digno.
- Lo que no es digno es que no sepas nadar con lo crecidito que estás. ¿Qué pasa si me tienes que rescatar un día porque me he caído al río?
- Te tiro un tronco.
- En la cabeza, seguro. Se te notan las ganas en la cara.
Habían buscado un sitio en el risco que daba a la laguna para tumbarse. A escasos centímetros del pequeño barranco, era como si estuviesen asomados a una terraza que diera a una piscina. La laguna, que los habitantes del bosque llamaban El Espejo, porque en su lámina de agua se reflejaba todo de forma nítida, como si el viento fuera incapaz de rizar su superficie, estaba en mitad del bosque, en un gran claro dentro de la densa arboleda. El oso espero a que ella creciera para llevarla tan adentro en la montaña. Era su lugar preferido para pensar al principio de la noche, cuando no tenía muy claro lo que iba a hacer en una jornada. Claro, eso era antes de conocerla a ella, ahora se pasaba la vida muy atareado, ocupado en esquivar las trastadas de la niña. Tumbado exactamente así, viendo a la luna reflejarse en el espejo rodeada de estrellas había pasado cientos de horas de tranquilidad y soledad. Le gustaba verla avanzar en el cielo nocturno de mentirijillas, surcar las aguas de una a otra orilla. Pero jamás se la había ocurrido la idea de nadar junto a ella. Esas ideas locas solo se le ocurrían a Ruth.
- Pero estarás junto a mi, ¿no?
- Claro, bobo. ¿Cuando te he dejado solo? Te tendré cogido de la mano. Sabes que eres mi peque. Hoy aprenderás a mantenerte sobre el agua y a mover los pies.
- ¿No se nada con los brazos?
- Uy, don No se nadar de repente es un experto en la materia. ¿Quien es la entrenadora aquí?
- Ni idea, yo solo veo aquí a una niña que es demasiado insolente para lo pequeñita que es.- Ella le miro desafiante y luego se murió de la risa. Como no sabía si tenía que enfadarse o reírse con ella prefirió seguir con el tema.- Las nutrias nadan moviendo los brazos.
- ¿Y no te da coraje que ellas sepan y tú no? No, a ver, quiero que aprendas a relajarte dentro del agua y, una vez lo consigas, que aprendas a nadar de espaldas moviendo los pies, como si fueras una lancha motora. ¿Vamos ya?
- Espera un momento.- Cogió una de las moras que había traído para Ruth y la espachurró en su nariz para extender la pulpa sobre ella. Le encantaba lo diminuta que era. Los humanos cuanto menos nariz tenían menos fea parecía. Y la de ella era como el botón de una trenca, chata y redonda. Le hacía gracia cuando la arrugaba al reírse. Incluso cuando se reía de él. Vale, que sí, que eso era casi siempre. Y esas ojeras que le daban un toque somnoliento a su cara, tan dulce. Sus orejas de gnomo, como de mazapán y...
- ¿Se puede saber en que estás pensando? Estás como sonámbulo. Además, me estás pringando toda la cara.
- Es que tienes la nariz pelada por el sol.
- Y has decidido untarla con mermelada para comértela como si fuera una tostada.
- Que no, que es muy bueno para la piel. Ya verás.
- Jolín con las ideas de los osos. Deja ya de hacerte el remolón y vamos al agua. Lo que se tarda en conseguir que te movilices...
Bajaron la cuesta hacia la orilla. Y el resto de la noche hubo muchas risas. Vale, que sí, sobre todo de ella.
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