lunes, 5 de diciembre de 2011

Rescates de Tuenti (1) / La carga de la caballería polaca / Un apagón de luz, una carrera sobre el hielo

Dos entradas del blog de la cuenta de mi Tuenti (Luis Felipe Muñoz Rodríguez) abierta hace muy pocas semanas. Las incluyo aquí por si un día decido eliminarla.

 La carga de la caballería polaca (22 de Nov, a las 11:23)

Creo que fue en la saga de Herman Wouk "Vientos de Guerra", una fantástica narración sobre la Segunda Guerra Mundial, donde lo leí. Y es una imagen que me cautiva. Cuando los alemanes invadieron Polonia inauguraron un nuevo tipo de guerra, pusieron en práctica por primera vez una táctica demoledora. Consistía sencillamente en lanzar por delante sus divisiones de blindados para quebrantar las defensas enemigas, para que después la infantería ocupase el terreno superado por los tanques. Esta táctica sirvió después para derrotar a Francia en pocas semanas y enviar al ejército aliado hasta la orilla del Canal de la Mancha.

Cuando los alemanes invadieron su país los polacos contaban son un ejército que vivía en el siglo anterior. Nada tenían para oponerse a los blindados de Guderian. Solo la caballería y un sentido del honor y el sacrificio forjado durante siglos al tener frontera con el gigante ruso. Y lo que tenían lo pusieron sobre el campo de batalla. Se dio la paradójica situación de que la caballería polaca cargo sobre las divisiones Panzer con el resultado imaginable en el choque.

Esta historia de heroísmo épico no tengo noticia de que esté narrada en detalle en ningún sitio. Igual que rastreo librerías en busca de una obra que me relate de forma hermosa la carrera entre Admundsen y Scott por llegar al Polo Sur, otra de mis obsesiones de infancia, o la disputa teórica de Américo Castro y Sánchez Albornoz sobre lo que es España y en donde entierra sus raíces, lo hago en busca de una obra que atienda este extraño y marginal capítulo de la historia. Porque me fascina la estampa de los regimientos de húsares arremetiendo contra los escuadrones de blindados alemanes.

Para mi es una metáfora de la vida, optar a lo que es imposible sin más bagaje que tu arrojo. Porque si lo piensas casi todo lo que emprendes de importancia en la vida excede a tus capacidades, probablemente rehusaras a hacerlo si lo pensaras con cordura. El amor en muchas circunstancias, el amor pleno que busca fundar algo, un proyecto de vida común, es un buen ejemplo de una carga de la caballería polaca. Caer una y otra vez en el campo de batalla y sin embargo seguir empeñado en oponerte a fuerzas que te superan.

Me gustaría pertenecer a la ilustre cofradía de húsares polacos. Sobrevivir a mis sueños no es el objetivo. Tratar de volverlos reales es la meta. Y luego dormir, descansar sobre la verde hierba, en el regazo de aquella que cuya mirada avanza hacia tu corazón de forma incontenible quebrantando una a una tus defensas.


Un apagón de luz, una carrera sobre el hielo (30 de Nov, a las 12:29)

Ya se que esto no lo lee nadie, pero como lo escribo para mí, pues en realidad da lo mismo. Hoy se ha ido la luz en mi casa nada más ponerme en danza. Tenía ganas de trabajar, pero el PC se me ha apagado justo cuando había desplegado toda la parafernalia virtual necesaria. He decidido ojear el Scientific American, edición española, que compré ayer. La luz de la ventana iluminaba la cama de mi hermano, sobre la que me he tumbado para leer tranquilo, sin prisas, con paciencia y método. Antes leía los artículos de Cosmología de esta revista. Cuando digo antes me refiero al siglo pasado. Y mira por donde en el ejemplar que tenía en las manos había un artículo que me ha llamado poderosamente la atención: "Un héroe de mayor gloria". Trata sobre uno de mis grandes referentes de la infancia: Robert Falcon Scott, al que idolatré durante años tras ver una película en blanco y negro que narraba su derrota en la carrera hacia el Polo Sur.

Lo explico brevemente. Scott fue un oficial de la Marina Británica y uno de los grandes exploradores de principios del siglo XX. En 1911 consiguió los apoyos financieros para organizar una expedición científica al Polo Sur, con un objetivo secundario: llegar por primera vez al polo sur geográfico, un punto arbitrario situado en el mapa sin más aliciente para aquel que lograra pisarlo por primera vez que el de poder ser citado en los libros de historia. El propio Scott y Shakelton lo habían intentado antes sin éxito. Esta vez iban mejor equipados y podían debían lograrlo. Lo tenían a su alcance.

Una vez en el Polo, una de las expediciones científicas que recorrían aquellos parajes advirtió a Scott su regreso a la estación base que había más gente sobre la plataforma de hielo. Admundssen, quien había anunciado semanas antes que se encaminaba al Polo Norte, para engañar a todo el mundo en un sucio ardid, había cambiado el destino de su viaje a mitad de travesía del Mar del Norte. Quería esa gloria de ingresar en los párrafos esenciales de los anales de la historia de la exploración. Sin otro objetivo que hollar el polo geográfico apenas tenía carga que le impidiera avanzar rápido. La gente a las órdenes de Scott le apremió para que enviase una pequeña expedición antes de verse derrotados en la carrera. Pero el comandante británico tenía un plan ya elaborado, en el que la labor científica era lo esencial. Y lo llevó a cabo, posponiendo la partida hacia el objetivo "deportivo" hasta que no se hubieron logrado los más esenciales de índole investigadora.

Cuando Scott alcanzó el Polo Sur geográfico el 12 de enero de 1912, al ver la bandera noruega ondeando al viento en una preciosa mañana ártica en calma escribió en su diario: "Dios todopoderoso, este lugar es horrible". Admundssen había llegado allí un mes antes, lo había hecho en un pequeño trineo con unos pocos compañeros. Llegó en poco tiempo, plantó la bandera, regreso a su refugio junto a la costa de hielo y partió de regreso a casa. Por contra, para Scott la vuelta fue aun más penosa que el camino de ida. Llegó un momento en que avanzar se convirtió en imposible. Dos de sus compañeros murieron a los pocos días de partir. Uno de ellos, con una herida gangrenada, sabiendo que retrasaba la partida, una noche en que apenas había fuerzas ni para hablar, se levanto en la tienda de lona donde se refugiaban todos de la tormenta y dijo: "Voy un momento fuera, ahora vuelvo". Nadie protestó, y no fue tanto porque no discrepasen de lo que sabían que iba a ocurrir, sino por que no había fuerzas para entablar un debate moral. Solo tuvieron fuerzas para llorar. Cuando ya todo parecía perdido, en un momento de calma en la tempestad, Scott decidió hacer un alto para extraer muestras fósiles en Monte Beckley, un lugar que apenas se menciona en los libros, menos seguro que la meta de aquella carrera perdida por Scott, pero que tuvo una enorme relevancia en la historia de la ciencia. Extrajeron de aquellas colinas congeladas varios kilos de fósiles. Después de ese breve intervalo de calma las cosas volvieron a empeorar, si ello era posible. Dice la leyenda, el diario de Scott en realidad, que el último en morir fue el oficial británico, y que aprovechó esas últimas horas de soledad en la Tierra, una vez vio morir a sus amigos y camaradas, para escribir una carta a su viuda para poder despedirse en la más absoluta intimidad. Ese fue el encabezado de su escrito: Carta a mi viuda. Y durante años lloré imaginando esa imagen, la de alguien vencido que alcanzó la gloria porque la derrota le llevó hasta los límites de su resistencia y logró trascenderlos.

Si idolatré a Scott durante mucho tiempo, una serie de la BBC logró tiznar su recuerdo. Se le presentaba en ella como un torpe peligroso, sin más virtudes que un orgullo desmesurado, cuya melagomanía y estupidez llevó a su gente al fracaso y a los 5 británicos que trataron de alcanzar el Polo Sur por primera vez, él uno de ellos, a la derrota y a la muerte. Parecerá estúpido, pero aquella versión de los hechos me dolió como la peor de las traiciones.

Mira por donde hoy un apagón de luz inoportuno, cuando me disponía a hacer algo útil en la jornada, me ha servido para reivindicar la figura de Scott, porque en esa misma tienda en la que tres hombres tiritaban de frío abrazados entre sí en busca de una brizna de calor, unos kilos de fósiles que fueron hallados por la expedición de rescate zanjaban de una vez por todas las dudas, las voces discrepantes con la teoría de la evolución de Darwin. Un logro póstumo, una derrota con significado. Más allá de los límites de su resistencia, en ese oasis temporal de calma de Monte Beckley, se encontraba un tesoro científico, en realidad uno de tantos de los muchos que logró reunir la expedición de Scott. Admundssen volvió a Noruega exactamente con lo mismo con lo que partió. Solo con el peso adicional tal vez de algunos párrafos cargados de elogios en los libros de aventuras y las crónicas de los periódicos. Tres hurras por el comandante Scott y su gente, en especial al zoologo Wilson que compartió su gloria y también su muerte. Y mis respetos a su viuda. Y ahora a trabajar.

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