La niña y el oso / 2.- El disfraz
Solo asomaba el hocico en el lindero del bosque. Su nariz negra y brillante que se movía al respirar. Oculto entre los árboles de la primera fila de la densa arbolada meditaba con suma parsimonia el siguiente paso, que sería el primero dentro el claro.
- ¿Piensas venir o vas a estar ahí todo la tarde haciendo el bobo?
- Necesito concentrarme.
- ¿Para recordar como se anda? Ya eres grandecito para saber como se hace.
Pensó que la niña le caía mucho simpática cuando tenía menos dientes y bastante más dulzura. Que tiempos aquellos en que la llevaba de paseo al bosque y ella le decía a todos horas cuanto le quería. Que no es que a él le importara demasiado, que él era un oso huraño y sin amigos. Pero, oiga, era un detalle a valorar. la educación esmerada recibida de su madre. Comenzó a andar, y cuando hubo salido de entre los árboles la niña sufrió un agudo ataque de risa. Se cayó sentada de tanto que la risa le aflojó sus fuerzas, como si le estuvieran haciendo cosquillas.
- Si vamos a empezar con esas me voy por donde vine. No me parece la actitud adecuada. Menos en una dama.
La niña redondeó los ojos para mostrar su mejor expresión más dulce. Ojos que parecían los de un dibujo de manga japonés. Las de un peluche sin dueño.
- No te enfades. Es que estás tan genial que me he puesto super-contenta.- Al decirlo reprimió como pudo una última carcajada y recompuso como pudo su expresión fingida de santa dulzura.
La genialidad a la que aludía la niña radicaba en su disfraz de abeja, con antenas incorporadas. Llevaba una especie de body naranja con rayas horizontales negras que le cubría el corpachón hasta los cuartos traseros. ¿Donde habría aprendido aquella niña a machacar dignidades? Lo increíble es que el disfraz era de su talla. Cuando se lo dió el día anterior estaba seguro que se podría librar del embolado porque nunca le había tomado medidas. Pero no, le quedaba como un guante, chúpate esa. De ello deducía dos cosas: 1) Que no era algo improvisado, sino un brillante plan, diseñado con tiempo y paciencia para poder humillarlo; 2) Que la niña calculaba a ojo con la maestría de un torturador de la CIA. Algún día lograría averiguar a que agencia gubernamental pertenecía. Una que reclutara a los agentes de campo muy jóvenes, cuando aun tenían dientes de leche.
Ella iba genial, disfrazada de hada del bosque, con un vestido que simulaba estar confeccionado con vegetación del bosque. La falda era una hoja de olmo plegada de forma pícara para presentar una escotadura por la parte delantera. La parte de arriba era una flor de brezo que le abrazaba el cuerpo como si fuera un traje de novia, con los estambres asomando tímidamente por el escote, que tenía forma de sámara de arce. Un esplendoroso traje verde oscuro y roda pálido. Un poco atrevido para una niña de trece años, ¿ no? A el le parecía que sí. Si alguien le hubiera consultado por supuesto que habría exigido cambios.
- ¿Ese largo de la falda lo ha aprobado tu madre?
- Y tanto. Todo cuenta con su aprobación. Hasta el largo de tus antenas.- Se puso la mano en la boca para ocultar su risa. Puñetera. Había logrado olvidarse al fin de lo ridículo que iba. - Hicimos un trato. Puedo ir como quiera siempre y cuando tu me acompañes para poder estar tranquila.
- Así que soy algo así como la cláusula de castigo.
- Es que solo se fía de tí. Ya lo sabes.
Cuando se iba a enterar aquella panda de locos de que el era un oso. Con sus instintos, su pelambrera, su hocico, sus colmillos asesinos. Un osos con todo lo que tiene un oso, vaya. El no era de fiar, el era peligroso. Incluso vestido de abeja.
- Osea, ¿que si yo no voy tu no puedes ir tú?.- Sus ojos se empequeñecieron en una expresión maliciosa. Ella frunció el ceño. "Uyuyuy, tormenta. Pues mira lo que me importa. Soy un oso peligroso que no le teme a nada...".
- ¿Quieres que te odie para siempre?¿Esta fiesta es muy importante para mi? Si no vas tu no me dejarán ir - Casi se le saltaban las lágrimas. Pero eran de rabia.
¿Pero por qué le duraban tan poco las ventajas tácticas con ella? ¿Por qué? ¿Por qué? Era todo lo que quería saber. Se moriría tranquilo cuando lo supiese. Aquella niña llevaba años haciendo su santa voluntad con él. Bueno, a ver, el hacía siempre lo que quería, porque era un oso...
- ¿No quieres venir? Pues te vas a acordar. Con lo que me costó hacerte el disfraz. Se que te gusta las abejas. Que lloraste cuando mi madre tiró el viejo pijama.
- Pero, niña, no digas cosas. Sabes yo no he llorado en mi vida... ¿Cuánto tiempo dices que llevas cosiendo mi disfraz?
- Dos semanas. Quería que fueras guapo, que tuvieras el mejor de la fiesta. Vas a ganar el concurso. Se van a caer de culo cuando te vean.- "Sí, como tú". Pensó el oso. "Vaya forma tan torpe de tratar de convencerme".
- Venga, va. Sea por esta vez. Pero me debes una.
Las lágrimas desaparecieron y en su lugar hizo acto de presencia una enorme sonrisa. Como un sol luminoso tras la lluvia. Ah, cuanto echaba de menos a aquella niña que le miraba siempre asombrada. Un día sin que te des cuenta tu niña falta de dientes se te presenta vestida con una minifalda de hojas y te das cuenta de lo rápido que pasa la vida.
- De verdad que tanto...
- Eres la persona que más quiero en el mundo...
- Será al oso que más quieres.
- No conozco otros osos.
Si, ella siempre ganaba las discusiones. Al final se avino, pero por hacerle un favor, porque son los fuertes los que ceden. Y también para no parecer demasiado fiero ante los demás asistentes a la fiesta. Si iba con su aspecto habitual quien sabe si se producirían ataques de pánico. Fue con ella a la fiesta de disfraces. Pero le hizo prometer que no le dejaría a solas con sus amigas. No se fiaba ni un pelo de aquella manada de adolescentes. Se santiguó con la mano derecha al recordarlas.
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