miércoles, 31 de agosto de 2011

Cine y TV (38) / La Misión - The Mission - Roland Joffé - 1986


La Misión - The Mission - Roland Joffé - 1986

Ya lo he dicho alguna vez y siento reiterarme: El cine es un arte colectivo. Un film tiene muchos autores, con diferente jerarquía, por supuesto, y con aportaciones cuyo modo de engarce con el resto dependen de terceros. Del director y el productor principalmente. Aunque, a su vez, la labor de estos se ve mediatizada por la de otros. Una buena o mala dirección puede verse malograda o tamizada por el quehacer del montador. Es todo muy complejo y el éxito depende de muchos factores a menudo difíciles de controlar. Por otro lado, una autoría múltiple aumenta las posibilidades de encontrar aciertos en una película, aspectos a los que "agarrarse" para disfrutarla.

Con La Misión estaríamos en uno de esos casos, con grandes talentos desempeñando labores secundarias, como es el caso de Robert Bolt y Ennio Morricone, y otros no tan excelsos, pero también dignos de reseñar, en labores principales, como es el caso del tándem Roland Joffé-David Puttnam, director y productor de la película, respectivamente. La emocionante banda sonora, las maravillosas localizaciones, la labor de los actores, la historia que se nos narra, son muchos los componentes que por si solos hacen de La Misión una experiencia única para el espectador, que lo llevan en determinados momentos a grados de implicación emocional con la narración casi completos. Y, sin embargo, nos asalta la duda de por qué no se trata de una obra maestra, por qué el paso del tiempo no la ha terminado de revalorizar, no ha incrementado esta obra hasta convertirla en un referente. El cine es un misterio, es un arte y no una ciencia, por mucho que se nos diga y se nos repita que también es una industria. La Misión se queda a pocos milímetros del acierto pleno. Pero sin espacio para la desilusión. Más bien para la esperanza de que siempre habrá algo de interés en que centrar la atención cuando en el film intervienen primeros espadas, de que basta con leer los títulos de crédito para saber si una película merece la pena el tiempo que se ha de invertir en verla. En realidad escoger en la cartelera es un asunto mucho más fácil de lo que parece, que ofrece pocas sorpresas si se parte de un conocimiento adecuado sobre quienes trabajan en esa industria, de nuestros propios gustos.

La Misión no se entiende sin la aportación del guionista Robert Bolt, que confieso que es una de mis debilidades cinematrográficas. Tras rodar David Lean "El puente sobre el río Khwai", basada en una novela de Pierre Boule, el autor de "El planeta de los simios", se convirtió en su guionista de cabecera, rindiéndole sucesivas obras maestras. Tres en total. Obras del calibre de  "Lawrence de Arabia", "Doctor Zhivago" y "La hija de Ryan". La segunda puede que sea la mejor adaptación cinematográfica de una novela de verdadero fuste en la Historia de la Literatura Universal. La tercera una de las historias de amor más conmovedoras que jamás se hayan filmado, con secuencias producto del guión realmente sublimes. Alguien dijo que el éxito de un guión adaptado reside en acertar con lo que es superfluo y puede suprimirse sin que la historia se resienta. Si esto es cierto, Robert Bolt realizó una labor de maestro y supo resumir en el metraje de "Doctor Zhivago" todo lo sustancial que hay en la novela de Boris Pasternak, en especial la prolija ensalada de personajes, tantos que es bien fácil perderse en la lectura.

Bolt también trabajó para otro grande del cine, Fred Zinnemann, que rodó "Un hombre para la eternidad", su narración dobre el calvario de santo Thomas Moro a manos de Enrique VIII de Inglaterra por causa de una cuestión de honor, y de conciencia también, llevada hasta sus últimas consecuencias. Para Roger Donaldson redactó una nueva versión de "Rebelión a bordo", la última hasta ahora, y que seguramente es la mejor. El drama del motín en La Bounty es explicado mejor que en versiones anteriores, con algo menos de maniqueismo, con un capitán Bligh menos monolítico, lleno de matices, algunos decididamente positivos. Un personaje en algunos momentos incluso heroico, al saber mantener con vida a los pocos que no han secundado el motín y que han sido dejados en su compañía a la deriva en un exiguo bote de remos. está nueva visión de uno de los villanos del cine por excelencia nos hace dudar a veces de quien es el verdadero protagonista de la historia. Es importante resaltar y retener este detalle porque es pertinente a la hora de hablar de La Misión. Una de las críticas que suelen realizarse a este guionista es su tendencia a centrarse en los protagonista, dejando en un plano muy secundario al resto del dramatis personae. Podría aludirse a "Doctor Zhivago" para rebatir esta propuesta al tratarse de un film repleto de personajes poderosos, con cosas que decir y mostrar al espectador. Pero es que quizás sea cierta en sus obras originales. No olvidemos que este guión es una adaptación. En "El motín de La Bounty" se nos narra desde ambos puntos de vista posibles, desde el de Christian Fletcher, el segundo de a bordo, y también desde el de el capitán Bligh, siendo la dialéctica entre ambos personajes el motor de la película. "Lawrence de Arabia" trata de adentrarse en la extraña psicología de D. H. Lawrence, el libertador de Arabia. La principal preocupación es darnos a conocer los detalles psicológicos del personaje, hurtando el tiempo disponible para otros personajes, que son a veces esbozados con acierto y otras de forma algo esquemática quizás. También "La Misión" tiene su eje narrativo en la dialéctica entre sus dos protagonistas, el padre Gabriel (Jeremy Irons) y el mercenario Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), en sus visiones del mundo completamente antagónicas, que les llevarán a intentar resolver el mismo problema sin solución tomando derroteros que se bifurcan y se dan la espalda. Lo que importa es mostrarnos que es lo que motiva y como sienten y piensan ambos personajes. El resto están apenas esbozados, forman parte apenas del maravilloso decorado en que se desarrolla la trama, de su tramolla argumental. Incluso el personaje del cardenal Altamarino (Ray McAnally) adolece a veces de los detalles suficientes para que lo lleguemos a entender del todo, a pesar de ser el narrador de la historia con voz en off, con momentos incluso brillantes en sus parlamentos. Y es que no llegamos a captar del todo las motivaciones y sentimientos de su eminencia, decidido defensor de lo que ha venido a desmantelar, las misiones de Los Jesuitas situadas en el delta del Río Iguazú, pero que a veces deja escapar una vertiente opresora y tiránica que no acaba de encajar con sus propias palabras. ¿Si tan claro tiene la necesidad de que esa obra misionera continúe por qué es tan eficiente a la hora de suprimirla? Es una decisión tomada de antemano por quien realmente deciden, parece ser su excusa. En ese caso poco habría importado que hubiera expresado su verdadera opinión. Además, su supuesto punto de vista parece ser desmentido por ciertas actitudes despectivas que tiene en momentos puntuales con los indios Guaraníes. El cardenal Altamirano me parece un personaje, al tiempo que fascinante, muy ambivalente, a veces muy cercano a nuestra sensibilidad y a ratos demasiado distante. Cuando le es presentado el cacique de las gentes guaraníes que pueblan la misión del Padre Gabriel, comunidad que el mismo ha querido visitar porque ha oído hablar de las maravillas que allí tienen lugar, su actitud con el jefe indio es autoritaria y despectiva. Le exige que se marche con sus gentes por mandato de los reyes en cuyo nombre habla, a lo que el guaraní responde, cargado de dignidad y razones, que el también en un rey, el único presente en aquella reunión.

El primero de los protagonistas que conocemos es el padre Gabriel, un personaje que nos abre los poros del alma, cercano  la santidad, que sabe ver el mundo desde el punto de vista de la bondad, siempre desde la esperanza en la capacidad de los demás para obrar con rectitud. Bondadoso y confiado, sin embargo es capaz de tomar decisiones razonables y productivas, algunas de ellas muy arriesgadas, como la de llevar hasta su misión, arriba de las cataratas del Iguazú, al esclavista Rodrigo Mendoza. La forma en que el jesuita se gana el favor de los guaraníes es uno de esos momentos sublime de la historia del cine. Tras el fracaso de su antecesor en la empresa, que ha sido arrojado por los indios a la corriente del río, clavado a una cruz aun con vida, entendemos como una forma de burlarse los indios de las enseñanzas que tratan de predicar los cristianos, cruz que hemos visto despeñarse por el torrente vertical de agua en la secuencia inicial, decide acometer esa misión imposible sin que veamos en su rostro el menor atisbo de duda. A Gabriel le mueve la fe, la certeza de que lo que hace es lo correcto. La confianza en la rectitud de uno mismo y en la propia labor, más si es elegida por voluntad propia, es el más poderoso de los incentivos. Una vez llega a la jungla tras escalar las cataratas es rodeado por los que pretende que sean sus nuevos feligreses. se sienta en un roca y comienza a interpretar con un oboe que trae en su zurrón una melodía. una pieza breve compuesta por Ennio Morricone, no diré que de las mejores porque todo lo que este hombre creaba era Música para el corazón. los indios quedan fascinados. sabemos que tiene miedo por que vacila en algunas de las notas. Uno de los líderes de la tribu exterioriza su enfado. Entendemos que debe ser el curandero, la persona que va a verse desplazado con la llegada del religioso. En un acto de furia, aunque cargado de desdén, el chamán parte el instrumento haciéndolo chocar con su rodilla levantada y acto seguido se marcha vociferando indignado. El resto de indígenas quedan consternados. Uno de ellos recoge del suelo los dos trozos del oboe y se los tiende al padre Gabriel. Hay súplica en sus ojos. Quiere volver a escuchar esa melodía. El jesuita intenta recomponer el oboe, pero es inútil. Se encoje de hombros. El indio, un guerrero que ahora solo quiere recuperar ese momento de inspiración que le ha supuesto escuchar ese sonido que hasta entonces desconocía, tiende los dos palos inútiles al jefe de la tribu, que enseguida traza un plan para reparar aquella herramienta para el bien. Ni siquiera hemos necesitado entender los parlamentos. Gabriel no despega los labios en toda la secuencia y los indios hablan solo en su idioma sin que se nos traduzca lo que se dicen entre sí. Pero todo ha quedado diáfano. Los guaraníes han sido vencidos por la música, ese sentimiento hecho sonido para el que luego veremos que están especialmente dotados. Gabriel es como un flautista de Hamelin, haciendo que le sigan las almas que habitan la selva al dictado de su dulce melodía.


La Misión - Banda sonora - Gabriel's Oboe - Ennio Morricone

¿Que mueve a Gabriel? El amor y el respeto por sus semejantes, sin duda. ¿Y a Rodrigo? El honor. Algo tan español. En otros tiempos, por supuesto. Y ahora tan denostado. El honor, la honra, es la capacidad para mirarse a uno mismo sin sentirse avergonzado. Hablamos de hechos no de circunstancias. Hasta el hombre más pobre, de condición más miserable, puede tener su honra intacta si ha obrado conforme a sus convicciones, a lo que entiende que el momento demandaba conforme a la propia escala de valores. No hay empresa pequeña para la honra, puede perderse o ganarse tanto tratando de conquistar un reino como ahuecando el ala del sombrero. Porque lo que vemos al mirarnos a nosotros mismos es en buena parte el reflejo de nuestra imagen en los ojos de los demás. Hay en la honra un componente totalmente autónomo, que solo depende de nuestro propio juicio, al tiempo que es totalmente dependiente de la opinión ajena. La honra solo tiene un dueño, nosotros mismos. Calderón de la Barca y el resto autores del Siglo XVII se encargaron de subrayarlo repetidas veces. Pero su pérdida nos relega de la comunidad, nos hace indignos de vivir en ella, expuestos a las miradas de los otros.

Rodrigo hace tiempo que perdió su honra. Su trabajo como cazador de indios lo vuelve indigno ante sus propios ojos. Pero su cólera contra el mundo, quizás causada por su abominable forma de ganarse la vida, le impide verlo. Será la muerte en parte accidental de su hermano, víctima de uno de sus accesos de cólera, lo que le abrirá definitivamente los ojos. Y ante el sentimiento de vergüenza y de culpa querrá dejarse morir. Sumido en la desesperación será cuando conozca a Gabriel. Que le retará a ser capaz de perdonarse, a dejar de esconderse tras su sumisión a la muerte, a la que espera apartado de todo, como un fantasma.

Existen dos caminos únicamente para alcanzar la rectitud. Uno es a través de la bondad, innata o adquirida gracias a las enseñanzas de la vida, especialmente a través de las más amargas. Este es el sendero que recorre Gabriel, en apariencia el más fácil, porque le basta con fiarse de su naturaleza para obrar correctamente. El otro camino, el más penoso, es el de la voluntad y la disciplina. Voluntad para hacer propio un código de valores, y disciplina para llevarlo a la práctica. es el camino más arduo, en el que siempre surgen las tentaciones para darse a uno mismo dispensas, excusas para no obrar esta vez de la forma correcta porque es mucho el esfuerzo moral que se requiere. Este es el camino que trata de emprender Rodrigo una vez abandona su retiro autoimpuesto. Pero tratará de llevar consigo su pasado a cuestas, perpetuar su naturaleza guerrera. En la mejor secuencia de la película le veremos arrastrar penosamente por ríos y cuestas y enorme fardo que contiene su indumentaria y sus armas de soldado. Tratan de disuadirlo para que las deje en el camino pero el siempre se niega tercamente. La segunda noche de ascensión camino de La Misión, uno de los religiosos de grupo, Fielding, personaje encarnado por un entonces casi desconocido Liam Neeson, trata de convencer a Gabriel para que le levante el castigo. Pero de lo que se trata es de una penitencia autoimpuesta. Alza la mirada desde el libro que está leyendo y contesta con calma: "No es suficiente aun porque el lo considera así". rodrigo duerme agotado ajeno a esta discusión sobre su persona.

Al llegar a la plataforma superior del delta del Iguazú Rodrigo caerá de rodillas exhausto. Y cuando los indios lo reconocen uno de ellos se acerca a él por orden del cacique. Lleva un cuchillo en la mano. Fielding, que está junto a Gabriel, hace amago de ir a protegerle. Pero este lo retiene. "Aun no", le dice. Confía en la gente, quiere ver lo que ocurre. Y lo que ocurre es casi un milagro. El indio, encaramado sobre la espalda de Rodrigo, corta las ataduras que le permiten arrastrar el fardo, que arroja al cercano precipicio. El soldado español al verse liberado de su pesada carga, redimido de su culpa por el guaraní que grita enojado junto a su oido, comienza a llorar, transforma toda la pena que lleva guardando durante tanto tiempo en pena. Y al verlo llorar, el fiero esclavista, al que al temido durante años, los indios ríen a carcajadas. Rodrigo acaba de ser aceptado en la comunidad cristiana de La Misión. Habrá quien sea capaz de ver esta larga escena que se va cargando de emotividad poco a poco sin pasión, a mi se me hace siempre un nudo en la garganta.

Tiempo después Rodrigo es ordenado sacerdote. Un día, sentado a la mesa junto a sus nuevos hermanos jesuitas, comiendo lo que el mismo ha cocinado, sin mucho acierto por lo que se ve, pregunta a Gabriel como puede devolver el bien que ha recibido de él. "Agradecédselo a los guaraníes". "¿Cómo?". El religioso duda un momento y tras pensarlo con calma, como hace siempre, coge un libro que tiene cerca de sí y se lo tiende a Rodrigo. "Leed esto". Y lo que el ex-mercenario lee son las enseñanzas de san Pablo acerca de la caridad, que iluminan sobre el sentido de la película, al tiempo que al ser leídas por Robert de Niro en voz en off al tiempo que vemos a Rodrigo realizando las tareas más humildes en el poblado, jugando con los niños, atendiendo a quien lo necesita, logran crear una escena de belleza restallante.

La Misión - Escena - La caridad

Creo que la elección de san Pablo obedece también a la intención de trazar un paralelismo entre éste y el personaje de Rodrigo. Como el padre de la Iglesia, Rodrigo fue antes de religioso un perseguidor implacable de los cristianos. Será un hecho traumático el que le ponga en contacto con Dios y le marqué la senda que ha de seguir. Se trata de un personaje terco, como lo fuera san Pablo, dado más a la acción que a la contemplación o la reflexión, dotado más para conducir hombres que para inspirarlos, un general más que un pensador, por más que se trata de una de las mentes más claras de los que fundaron el Cristianismo. Otra confesión, y van dos en este escrtio: Era uno de mis héroes de infancia. Su biografía me tenía fascinado. En mi primer colegio, de enseñanza en Inglés, solo se podía usar el Castellano en las clases de gimnasia y en las de religión. Y esta asignatura se despachaba con los niños escuchando narraciones de la Biblia leídas por la directora del colegio. Entre las que no faltaba aquella en que Dios le preguntaba a su implacable perseguidor: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Es buen sabor de boca de aquellas lecturas aun me acompaña décadas después de escucharlas.

La Misión - Banda sonora - Miserere - Ennio Morricone

Hay una escena en la película en la que se esboza un suceso extraordinario acaecido en 1550. Después de ocurrido los historiadores se refirieron a él como "La controversia de Valladolid".  Tuvo lugar en el Colegio de san Pablo de aquella localidad. Bartolomé de las Casas logró convencer a Carlos V para se abriera un debate acerca de la naturaleza de los indios, para determinar si tenían alma y por tanto podían ser acogidos en el seno de la Iglesia y adquirir los mismos derechos que el resto de sus integrantes. El debate fue en realidad por escrito y es relevante porque es la simiente de una rama del Derecho. El Derecho de los Pueblos, precursor del derecho Internacional. Por primera vez una nación conquistadora se detuvo a reflexionar si aquello que hacía estaba bien, era correcto conforme a sus creencias comunes. Y si las conclusiones es cierto que en parte no se pusieron en práctica hasta sus últimas consecuencias, también es verdad que marcaron un hermoso precedente y pusieron a los pobladores del nuevo mundo bajo la tutela de la Iglesia y de la Corona Española, como contrapunto de los abusos de los conquistadores. En realidad nunca más se volvió a debatir este asunto. Jean Dumont relata el hecho en su libro "El amanecer de los derechos del hombre", y lo comienza con esta cita de Lewis Hanke:

"Fue en 1550, el mismo año en que el español había alcanzado su cénit de gloria. Probablemente nunca, ni antes de después, ordenó como entonces un poderoso emperador la suspensión de sus conquistas para que se decidieran si eran justas".

Los contendientes del debate, el propio Las casa y Ginés de Sepúlveda, uno de esos destellos luminosos a los que se refiere Menendez Pidal en su frase tan repetida de: "España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma". Por entonces el pensamiento, la ciencia y la tecnología progresaban en nuestro país más aprisa que en ningún sitio. Ya se cual es la doctrina actual al respecto, pero esa es la auténtica realidad. ya hubieran querido los indios Sioux haber contado con una protección legal equivalente en los territorios conquistados por los anglosajones. La mitad española de la isla La Hispaniola, la actual república Dominica, se convirtió con el correr de los siglos en un país mestizo, mientra que la parte francesa hubo de ser repoblada con esclavos negros tras ser exterminados sus pobladores originarios. Muchas son las razones que se nos han dado para que nos sintiéramos avergonzados por lo que hizo España cuando fue la principal potencia mundial. Casi todas ellas falsas. Para mí ver lo que se narra en La Misión es motivo de orgullo, saber que tras tanto sufrimiento infligido también hubo motivos para la esperanza, hechos elogiables sin equivalente en ningún otro lugar o momento de la Historia. En la película, 200 años después de los sucedido en Valladolid se nos ofrece un pequeño remedo de aquel debate. Es una anacronismo, por supuesto. Cabeza, el líder de la comunidad española discute con la comunidad de jesuitas ante la atenta mirada del cardenal Altamirano acerca de si los indios guaraníes tienen alma. Eso quedó establecido mucho tiempo antes como hemos dicho. es un fallo a colocar en el debe de Robert Bolt, pero conviene a la progresión dramática del relato.

Al final del mismo, ante la decisión del Papado de no proteger bajo su seno a los indios que viven en las misiones jesuitas, ante la imposición de que las abandonen porque van a cederse aquellos territorios a la Corona de Portugal, beligerante con la Iglesia Católica, Gabriel y Rodrigo vuelven a tomar los caminos divergentes. El primero se quedará con los guaraníes, que han decidido no abandonar la comunidad cristiana que ellos mismos han creado. El segundo volverá a empuñar las armas, aunque esta vez para defender el bando donde está la razón, la decencia. Recuerdo que cuando vi la película tras su estreno en la sala de un cine, cuando las explosiones de la batalla final se van convirtiendo poco a poco en la música de Ennio Morricone en sonido de timbales, había en el patio de butacas un silencio y una tensión máximas. No son tiempos éstos para la emoción. Ojalá pudiera recuperar aquellas sensaciones de antaño cuando el debate moral tenía sentido, cuando las convicciones importaban. Quizás por eso la Misión se ha visto poco a poco relegada, porque lo que nos cuentan en ella parece que ya no nos concierne, que ya no nos alude. Ojalá algún día lo que ocurra en la Tierra vuelva a ser a semejanza de lo que ocurre en el cielo, tal como nos explica la maravillosa partitura del músico italiano en uno de los temas centrales del film.



La Misión - Banda sonora - On Earth as in Heaven- Ennio Morricone

Lectura de San Pablo recitada por RodrigoSi tuviere tanta fe como para mover montañas mas no tuviere caridad, nada soy. Y si repartiere todos mis bienes, y si entregare mi cuerpo para ser abrasado, mas no tuviere caridad, ningún provecho saco. La caridad es sufrida, es benigna, la caridad no tiene celos, la caridad no se pavonea, no se infla.Cuando yo era niño hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando me he hecho hombre me he despojado de las niñerías. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Las tres. Mas la mayor de ellas es la caridad.






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