domingo, 22 de noviembre de 2015

Album de fotos (13)



17 de noviembre de 2015

El paseo de hoy me lo planteo como una jornada de repesca. Llevamos dos semanas de buen tiempo, con algunos días casi primaverales a pesar de estar ya en noviembre, pero los meteorólogos amenazan con que esta idílica situación climatologógica llega a su fin. Para este fin de semana está anunciada la llegada del más crudo invierno. Hay que rescatar hitos y elementos urbanos que no he podido incluir en el album a pesar de haberlos fotografiado repetidas veces. Las reglas de estos paseos las he ido confeccionando sobre la marcha y algunas no me favorecen en mi faceta como fotógrafo. Estas son algunas de las recopiladas hasta ahora y que tengo anotdas en la cabeza:

1.- Paseos diario, salvo los fines de semana y fiestas de guardar. Esos días las tardes las dedico a mis actividades delictivas: ver con mi hermano las películas que me bajo de internet y a fantasear con que hubiera pasado si hubiera hecho o no hubiera hecho quien sabe qué, quien sabe dónde y en que momento crucial de mi pasado.

2.- Duración de los paseos de al menos 60 mimutos, sin tiempo límite en cuanto a la duración máxima. Como si me da por pasarme todo un día andando. Lo peor que podría ocurrir es que me pusiese en forma y me entraran ganas de apuntarme a la Maratón de Nueva York.

3.- No más de tres fotos por cada hoja del album, da igual que ese día la cosecha de imágenes sea magnífica y que haya caminado por el lado fotogénico de la vida. Eso hace, por razones lógicas, superflua la regla número 4:

4.- No repetir asuntos en un mismo día. Solo se admite una foto por cada hito o elemento urbano reseñado. Jay que resistirse a fotografiar detalles. Importa extraer la idea de conjunto de lo que se retrata. Eso va también por los textos que acompañan a las imágenes.

5.- Usar para cada hoja del album solamente fotos realizadas ese mismo día. No vale acumular material para días posteriores. Si una foto nos gustó y no nos cupo en la hoja del album corrspondiente, habrá que volver a tomarla otro día si se quiere incluir. Esto va en beneficio de incrementar las horas totales de caminata al final del experimento. Es evidente que no hay posibilidad de confeccionar itinerarios  específicos y diferentes para cada día. Habrá calles que recorra un millón de veces. Edificios que mire hasta la saciedad. La belleza como rutina tampoco es tan mal destino.

Documentándomeen los libros que edita Ramón Guerra de la Vega sobre la arquitectura en Madrid -concretamente los dos tomos que decica a los palacios de la ciudad- sobre el Palacio de Bermillo -la sede del Defensor del Pueblo, que fotografié hace dos días-,  he identificado un precioso edificio que hay justo en frente, en la acera contraria de la Calle Fortuny, y que conozco desde hace mucho. Se trata del Palacio de Osma, según me informo, de estilo neoárabe, cuya identidad e historia desconocía y es sumamente curiosa. Solo era consciente de su rara belleza y ya en alguna otra ocasión en que he paseado con cámara he tirado algunas fotos. Hacia él es que me dirijo, aunque ya lo retraté cuando visité la Plaza de Rubén Darío. Pero en vez de ir directo trazo un itinerario diferido, en foma de arco, que incluye la otra orilla de La Castellana. Voy hasta la Plaza de San Juan de la Cruz y fotografío, como siempre que cruzo La Castellana para acercarme a la Escuela de Minas, la mano de Fernando Botero. Prometo que algún día saldrá en el album. También fotografío el Monumento a la Constitución, que también va a quedarse finalmente en el tintero, aunque lo haga desde dos perspectivas de ataque distintas y en una de ellas con una persona sentada en sus escalinatas, que me da una perefecta referencia de las dimensiones de la escultura. Luego, en vez de bajar el cerro por el que se extiende el parque y las instalaciones de la Escuela de Ingenieros Industriales, me escurro por detrás del Museo de Ciencias Naturales en busca de las callejuelas adyacentes a Serrano. Al tomar la primera calle que encuentro, de trayectoria un tanto revirada, un poco perdido en cuanto a la dirección en que voy, me doy de bruces con la embajada de Estonia. Sopeso la idea de fotografiarla también, pero hay un tipo de aspecto fiero haciendo guardia dentro de un coche estacionado junto a la entrada, y huele a guarda espaldas que tira de espaldas, valga la redundancia. No está el horno para bollos tras lo sucedido en París. No es cosa de perder media hora dando explicaciones. Ya en Serrano me acerco a Museo Lázaro Gadiano. Me encuentro la puerta abierta, lo cual me sorprende, ya aprovecho para deslizarme dentro y intentar fotografiar algo potable. Las prisas me impiden tomar ninguna imagen medianamente decente. Me siento un furtivo. No hay nadie y tengo al sensación de que no debería estar ahí. Mientras realizo mi último intento, encuadrar un hermoso sauce en el visor de la cámara, un guardia jurado se materializa de repente y empieza a cerrar la verja de acceso. Al pasar junto a él rápidamente, no es cosa que me deje dentro, le pregunto por el horario. He llegado justo unos minutos antes del cierre. Con menos premura ese sauce será enteramente mío.

Para compensar el intento fallido repesco un elemento que el otro día descubrí en la esquina de Serrano con María de Molina, una réplica de un auténtico "peirón" alcarreño, un tipo de elemento etnológico-artístico. Los peirones son más o menos un híbrido entre los típicos mojones de los caminos y los cruceiros gallegos. Los peirones se formaban antiguamente en las entradas de los pueblos mediante la simple acumulación de piedras que a su paso dejaban los viajeros, que con este gesto solicitaban a Dios amparo en su viaje y un buen desenlace hasta su destino. Con el paso del tiempo esta forma primitiva evolucionó hacia un modo artístico y popular típico de aquella comarca de Guadalajara. El que puede verse en Serrano es un regalo de la Diputración de Guadalajara al pueblo de Madrid, y es una réplica de uno auténtico existente en Cubillejo del Sitio, erigido bajo el amparo de la Virgen de la Hoz y de San Isidro,q ue imagino que son las figuritas que se adivinan en el interior de las hornacinas. Ha sido colocado en un parterre donde crecen los rosales silvestres, planta de bonita flor y totalmente espontánea en el monte, por lo que me parece muy acertada la elección.

Al pasar junto a la Embajada de los EE.UU. detecto la presencia de mucho policía nacional y guardia civil custodiando su perímetro. Imagino que los aguerridos marines estarán de puertas para adentro. Cruzo La castellana por el paso elevado de Eduardo Dato. No es el mejor día para realizar fotos desde el puente. Hay una calina que difumina los detalles en la distancia. En la imagen que tomo las Torres de Jerez de la Plaza de Colón, quedan ocultas por la neblina de polución y la luz que incide sobre ella, aunque se vean perfectamente a simple ojo. Esta imagen desde el puente me fascina porque es una metáfora de lo que es La Castellana: el auténtico río de Madrid, por el que fluye el asfalto en vez del agua, aunque ciertamente en su subsuelo si que corra el agua de lluvia. Son proberbiales los río subterráneos que discurren por la zona. Para certificar la idea las plantaciones lineales de los bulevares semejan la vegetación riparia típicas de las orillas de los grandes cursos fluviales.


El Palacio de Osma es la sede del Instituto Valencia de Don Juan, entidad dedicada al estudio del arte. La fundación fue creada por el matrimonio formado por Guillermo de Osma y Scull y Adelaida Crooke y Gumán, Duquesa de Valencia de Don Juan. Ambos fueron el último heredero de sus respectivas estirpes. Él aportó la magnífica sede para la fundación. Ella las coleciones de arte y de documentos familiares atesotradas por varias generaciones de duques.

Guillermo de Osma era un tipo peculiar. Detestaba a los curiosos ocasionales, a esos que deambulan por los museos de forma errática, es decir, a usted y a mí, estimado lector. Quería que la colección artística y documental de la institución fuera aprovechada de forma científica por profesionales y por personas realmente interesadas en contribuir al conocimiento de las piezas. Por esta razón la colección de la Fundación de Valencia de Don Juan es prácticamente inédita para el gran público. Además, al haber estudiado en Oxford y sentir un profundo respeto por aquel país, introdujo en los estamentos de la fundación una cláusula según al cual, en caso de que España atarvesara una grave situación política o social el patrimonio de la institución pasase a ser propiedad de su alma mater, de la mencionada universidad inglesa. por esta razón durante toda la Guerra Civil la bandera de la Union Jack ondeó en el Palacio de Osma, y eso permitió que uno y otro bando lo respetara y que ni el edificio ni la colección sufriera ningún menoscabo, como si ocurrió, por ejemplo, con el Palacio de Liria de los Duques de Alba, reducido a escombros por los obuses en algunas de sus zonas.

Yo no conozco ningún otro ejemplo de construcción neoárabe en Madrid. Quizás el elemento que más me guste es ese balconcito en la planta superior en la fachada que da a calle Fortuny, que me recuerda aquellos a los que me asomaba de niño cuando visité la Alhambra. Creo recordar que en el Palacio Rojo de Granada hay uno similar, en el que tal vez , Enrique Fort, el arquitecto que diseñó el palacio, se inspirara al elaborar su proyecto. No en balde al estilo neoárabe se le denomina también neoalhambrismo. Mientras tiro varias fotos -quiero tener varias imágenes entre las que poder escoger-, uno de los policías nacionales que hacen guardia en la puerta de la Oficina del Defensor del Pueblo se me acerca para mirarme el careto. Por si tengo pinta de moro yihadista, digo yo. Si la tuviera habría salido del palacio y no estaría merodeando fuera de él. La vuelta a casa es celérica y, aun así, bato mi propio récord. Son necesrias tras cifras por primera vez. 105 minutos. Vale que han sido de turismo más que de gimnasia, epro en algo hay que entretenerse. Además, tan entretenido he estado en el periplo que no he dedicado ni uno solo de esos minutos a pensar en mí o en mi circunstancia.



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