Huesos y piedras
Hasta que no he escuchado al canción que me sugería mi amiga, de un cantante que ni había oído mencionar, no he caído en la cuenta: Piedras y huesos son palabras que riman en Inglés. Supongo que no hay idiomas mejores que otros, pero cada uno parece tener sus fortalezas, sus pequeñas parcelas de lucidez, sus ratos de inspiración. Bone y stone son vocablos que riman y es correcto que lo hagan, tiene sentido que así sea, que haya una conexión emocional entre ambas palabras, un nexo lírico que permita capturarlas para que habiten la misma estrofa de un poema o una cancioncilla pop. Todo esto de lo que hablo tiene que ver con lo que intento expresar en mi bio de Twitter: "Solo perdura lo que percola en la piel y arraiga en el hueso. La parte del sentimiento que se hizo materia. Todo lo demás luego es olvido". Piedras y huesos riman porque lo hace su química interna. Los huesos, como materia viva que son, tienen como principal componente de su arquitectura molecular el átomo de carbono. Las piedras, como parte del manto sólido e inerte de la tierra, el silicio. La vida es, groso modo, una interminable cadena de átomos de carbono enlazados los unos con los otros de todas las formas posibles, con todos los acompañamientos imaginables. La tierra sobre la que pisamos, es en un porcentaje muy alto silicatos en miles de variantes, colores y sabores. El carbono y el silicio son como primos hermanos en la tabla periódica de elementos de Mendeléyev. Todo esto me lo explicaron en la carrera con todo lujo de detalles, de forma multidisciplinar además. La proximidad del carbono y el silicio en la tabla les procura propiedades muy parecidas para según que empeños. Son los dos elementos con mayor capacidad para combinarse con el resto de átomos, por eso la naturaleza los ha elegido para que conformen los eslabones principales de las cadenas biológicas y minerales respectivamente.
Hay una pregunta que los científicos hace tiempo que se hicieron: ¿Puede el silicio sustituir al carbono en las cadenas orgánicas? Tras la respuesta a esta cuestión se esconde el concepto de la vida artificial. El caso es que en la naturaleza, bajo ciertas condiciones y cuando goza de una gran disponibilidad de tiempo para que el proceso pueda verificarse, si que es algo que ocurre. Es la esencia de la petrificación de la madera, de la formación de algunas piedras semipreciosas, utilizadas incluso en joyería, surgidas a partir de material vivo, como es el caso de la blenda o el ópalo. Un proceso lento, paciente, que requiere de varias eras para formalizarse, en que cada átomo de carbono se ve sustituido por uno de silicio, de uno en uno, de manera artesana, como si la naturaleza utilizara las herramientas del relojero, entre ellas la paciencia y el ojo educado para ver lo muy pequeño, haciendo que al final aflore el silicato en lo que fuera tejido biológico. Bosques petrificados, hojas convertidas en carbón, huesos que se vuelven cenizas. La vida añora su pasado mineral, como también el pensamiento añora el tiempo en que fue materia viva en una célula del cerebro. El sentimiento sedimenta lentamente hasta adquirir volumen en nuestros huesos, partícula a partícula. Nombres de personas, recuerdos compartidos que se convierten en células óseas.
Ella tiene una bruma de pecas en la cara como si acabara de volver de pasear entre una niebla luminosa de esquirlas de estrellas. El recuerdo de su rostro arraigó en mi hueso sin que me diera cuenta, aun antes incluso de haberla visto, y ya no puedo olvidarlo porque forma parte de la médula, de la materia blanda de mi esqueleto. Sus ojos del color de la serpentina, de esa tonalidad de verde que solo puede engendrar la lava, la piedra de fuego enfriada despacio durante milenios. Roca ígnea líquida que se solidificó primero en silicato en sus ojos para después percolar poco a poco en mi piel y arraigar en mi hueso. Asbesto que la hace parecer fría pero que, sin embargo, por eso mismo, permite abrazar el fuego. Y si su mirada es roca de agua es su palabra, su acento dulcísimo que empapa el oído como la lluvia en el norte empapa la floresta en la umbría del bosque.
La piedra que sostiene nuestro peso, el esqueleto que articula el movimiento, cada paso es un trasladar lo que somos por el interminable ahora porque otros han hecho que así seamos. Pero en los huesos deja de haber presente o futuro, todo se vuelve pasado, ayer remoto, rastro fósil sobre lo que sedimenta en la sima oceánica de la consciencia. La materia ocupa espacio y el pensamiento tiempo, y el lugar donde se concretan en una misma cosa es en ese sentimiento que deja de tener un antes o un después, que arraiga en el hueso y parece haber existido desde siempre. Para después la llama de lo que arde con lentitud, para antes la certeza de que las brasas acabarán cristalizando en el primer invierno de la memoria en una astilla de hueso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario