Paisaje después de la batalla (10) - Trolls, trasgos y una golondrina que estaba allí y no sabía por qué
"Madre mía, ¿pero qué le hemos hecho a este tío?", preguntaba lastimero @ChristianGoles durante mi autopsia, en el hilo de debate sobre mí del Área 51. "Afán de notoriedad, seguramente", se contestaba él mismo un poco más adelante, y coincidía con él en opinión @DiosaMaracaná, que tan bien me conoce. En realidad simple, cháchara de cirujanos, de esa que se produce durante las intervenciones a pacientes que yacen ajenos a todo convenientemente anestesiados. Lo hemos visto en cantidad de episodios de "Urgencias", "Anatomía de Grey" y otros seriales sobre hospitales. Durante una operación quirúrgica se habla de cualquier cosa. En "Nip/Tuck", sobre todo de sexo. ¿Qué me habían hecho los primaveros hasta ese entonces, para cuando leí aquello mismo de @ChristianGoles con una ceja disparada hacia el infinito por la sorpresa, a lo Ancelotti? En realidad apenas nada. Y yo a ellos incluso menos. Escribir unos cuantos artículos sobre banalidades futboleras de tema variado, en los que la única estación que se me ocurrió citar, una vez tan solo y como de pasada -y lo mismo se me quedó en el tintero, en el borrador del escrito, tendría que mirarlo-, fue la del Subway londinense en el barrio de Chelsea. Si mal no recuerdo, en una réplica a un artículo de Javier Marías para El País. Porque citar las estaciones del año, en especial esa que dicen que la sangre altera para que rime, ni por asomo me hubiera ocurrido, por muy supporter de Vivaldi que yo sea. Y mira que lo soy. Cierto que les había llamado mafia, pero ese era el lenguaje que primaba entonces en Twitter, aunque yo solía ser más bien remilgado. Para estar "in" en el tema del fútbol en las redes sociales había que usar términos y expresiones que rezumaran aroma a desprecio por las pasiones humanas como, mojabragas, que cuestionaran la inteligencia del otro, como borderline, que subrayaran la propia hombría: "de tanto sacármela me he resfriado", o que aludieran a la unión del grupo, a la pertenencia a la Cosa Nostra, como "eres uno di noi". ¿Cómo iba a ser un desprecio llamar mafia a los que se pasaban el día citando frases de la trilogía del "El Padrino" en sus tuits, que hasta los podías visualizar tecleando con la boca llena de piedras para imitar la entonación y dicción de Marlon Brando? No, no era un insulto. En todo caso un homenaje. Tiempo después, como para dejar las cosas meridianamente claras en cuanto a gustos éticos y estéticos, en cuanto a patrones a imitar, el capo de tuti capi de Primavera Blanca le tomaría prestadas a Michael Corleone las frases que le dirige a Fredo para usarlas en su reproche dirigido a su propio hermano por su supuesta traición. Muy seguramente la escena también acabaría con beso en la boca. No, los insultos y desprecios estaban a la orden del día en aquel entonces, y nadie gastaba más munición en esos menesteres que Primavera Blanca. Solo con @Jarroson, @Haiku_T y el @ComiteNYB tenían copada la cabecera de la playa con nidos de ametralladoras y eran capaces de rechazar cualquier desembarco de discrepantes. Pobrecitos los piperos y los de entusiasmo tibio por Mourinho, caían sobre la arena acribillados, la mayoría donde rompían las olas, esto es, en el debate Mourinho versus Casillas.
Mi amiga Adela Good -otro nombre en clave que añado al relato- me preguntó nada más volver del hospital si mi ictus lo había provocado mi disputa con Primavera Blanca. Luego me lo preguntaría más gente. Sinceramente, la cuestión me pareció entonces fuera de lugar, plantearla siquiera. Y no he cambiado de opinión. En todo caso, habría que sopesar cuidadosamente hasta que punto mi accidente cerebro-vascular pudo considerarse un suceso negativo. Es verdad que mi hermana lloró en mi tercer día en la UVI a lágrima viva cuando le aseguraron que al fin estaba fuera de peligro. Pero para mí todo aquello nunca fue un drama, en ninguno de sus actos. La enfermera jefe de la unidad de vigilancia intensiva del Hospital de la Paz, una mujer adorable que me recordaba al conejo de Alicia -pequeñita y nerviosa, siempre vistiendo con bata blanca, apresurada y hiperactiva, mirando el reloj por si ya tocaba dar la medicación a los pacientes-, estaba obsesionada con que no cerrase los ojos. Tenían miedo de que si me dormía cayera en un coma profundo y ya no volviera a despertarme nunca. Pero yo, ciertamente, me sentía en la sala de los desahuciados como en el País de la Maravillas. No recuerdo ni un solo minuto de angustia, ni durante los instantes del derrame aun en casa, ni en el aparatoso viaje en ambulancia, ni en toda la posterior convalecencia en el hospital. Todos fueron gozosos. Si morir es algo así, creo que ahora le tengo menos miedo al trámite. Y, ¡cómo me trataban! A cuerpo de rey. Más bien a cuerpo de sátrapa. Tenía un harén de estilizadas y morenas enfermeras -ni que hubieran hecho un casting ajustado a mis caprichos- cubriendo todas mis necesidades. Vale, entonces esas necesidades eran más bien pocas. Ni siquiera las básicas, porque estaba sondado. Y, como ángeles que yo las visualizaba, carecían para mí de sexo. Llevo año y medio explicando, y la gente cree que lo digo en broma, que el paso por la UVI fue como unas vacaciones costeadas por el Estado y el ictus como si me reiniciasen el cuerpo. Transfundir el circuito denomina a ese proceso el doctor House en el capítulo de la segunda temporada "Autopsia". Las diversas mejorías que ha experimentado mi salud no las pueden explicar en su totalidad la supresión de malos hábitos ni la mejora en la alimentación. No me han quedado apenas secuelas y, por el contrario, una infinidad de pequeñas dolencias que tenía antes han desaparecido. El saldo es claramente positivo y en la columna del debe solo cabe situar una pérdida de destreza en los dedos, que no se hasta que punto me la invento, es sugestión mía. Mi único momento de zozobra en aquellos días tuvo lugar ya en casa, tras intentar teclear por primera vez para escribir un texto en el PC, creo que para mi tuit de saludo. Al releerlo para corregirlo vi que no había acertado ni una sola letra. Aquello parecía Sanscrito o Sumerio. O me había vuelto gilipollas o estaba endemoniado y había adquirido el don de lenguas. Cerré la boca por miedo a ponerme a mugir como una vaca o a balar como un ternero. En los días posteriores logré recuperar la suficiente inteligencia o espiritualidad, lo que fuera que se me hubiera derramado de la cabeza, como para poder escribir mensajes sencillos. Legibles, aunque parecieran escritos en el lenguaje comanche de las señales de humo.
No, no puedo culpar a nadie de mi ictus. Antes de sufrirlo pesaba 18 kilos más que ahora, tenía la presión sanguínea en el ático, me alimentaba como un adolescente a pesar de mis años y las preocupaciones eran la norma. Arruinado después de quince años trabajando como autónomo, siempre a destajo, siete días a la semana con jornadas maratonianas, tenía más deudas que amigos, más trampas que afectos, más pesadillas que familiares. @ChristianGoles me llamó un día en Twitter fracasado, y aquí si que no le faltaba razón. No siempre yerra en sus juicios este chico. Le correspondí el favor de hacerme aquella auditoría vital llamándole triunfador. Lo mismo yo sí que me pasé un poco, pero es que ellos vieron la final de Lisboa en el Estádio da Luz y los demás lo hicimos en la puta calle, y eso cuenta. Hay algo que si es verdad, una conclusión a la que llegué después de meditarlo mucho: Si Twitter en sus comienzos fue para mí como una válvula de escape, un lugar donde poder olvidarme de las preocupaciones que me acosaban cuando estaba en el espacio exterior, a partir de un cierto momento el universo Matrix se convirtió igualmente en una lugar que también me procuraba quebraderos de cabeza, hasta que la cabeza se me quebró literalmente por dentro. Mi angustia no cesaba ni dentro ni fuera de internet. En esas circunstancias era una posibilidad que la espita de la válvula colapsase y mi presión sanguínea tratase de aligerar la tensión por donde no procediera, en algún aneurisma durmiente de mi cerebro, por ejemplo. Pero no puedo culpar a nadie de mi mal humor, de mi mal carácter. Hasta tuve una infancia feliz.
Además, en el hospital ocurrió algo más. Algo aparte de la lucha del cuerpo contra la adversidad. También mi alma experimentó su pequeña aventura. Si encontré una razón para vivir en esos días en que no estaba claro si se me iba a conceder una prórroga al partido, si realmente quería jugarla, fue al recordar a alguien que había conocido en Twitter unos meses antes, en la Semana Santa de 2012. Alguien que llamaré Verónica, abusando una vez más del uso de los nombres cifrados, aunque este sea fácil de rastrear y no sea estrictamente un secreto la persona de la que hablo, pero es que me puede el pudor. Tal vez si no uso su nombre verdadero si pero un casual entra en el blog y ojea esto sin mucha atención no se de cuenta de que hablo de ella. Verónica llegó a mi universo virtual para llenarlo todo de musicalidad y de luz justo inmediatamente después de escuchar un oratorio de Vivaldi, el "Crucifixus" colgado en Youtube que inserto al final del post, cuyo link cliqué en el primer tuit suyo que ví, un bendito retuit de uno de sus muchos admiradores. La pieza me la descubrió ella. Ni siquiera sabía que el músico veneciano hubiera compuesto piezas musicales para ser cantadas. Nunca nadie se había esmerado tanto en su puesta en escena en mi Time Line. Ni siquiera Ébola. Decir que aquello fue una revelación sería quedarse corto. Una conexión inmaterial puede ser incluso mucho más poderosa que las que tienen lugar en el mundo físico. Por eso, quizás, tumbado en aquella cama de hospital, siendo más espíritu que cuerpo, la sentí de nuevo muy próxima a mí. Más incluso que los familiares que venían a verme todos los días los pocos minutos que se permitían las visitas. Ella no me dejó ni un solo minuto de mi convalecencia. Se lo quise explicar escribiendo un relato que pensaba titular "La cicatriz" y que en realidad redacté en mi maltrecha cabeza las primeras noches tras mi retorno a casa, durante las largas madrugadas en blanco. Nunca llegué a transcribirlo a palabras escritas porque, como asevera la leyenda de los relojes de sol latinos, verba volant, scripta manent. La escritura permanece y lo redactado es luego un rastro que dejas tras de tí y no se puede borrar nunca. Tuve miedo a dejar aquellos sentimientos por escrito y que nunca más pudiera desdecirme de ellos.
Tan morena y estilizada como es Verónica, enérgica y al mismo tiempo sosegada, apenas una silueta oscura sobre un cielo azul despejado, de actividad frenética, incapaz de refrenar el vuelo, de posarse en la tierra, siempre viendo el mundo a vista de pájaro, me recuerda a una golondrina, a una que ví una vez en un cuadro de Fra Angélico: La que se posa en el tirante del pórtico de la casa de María en su anunciación del Prado. Ya se que se parecen todas, pero yo reconozco en ella claramente a la golondrina de Nazareth que el beato de Fiésole dibujó ufana como simple espectadora en su retablo. Adolfo Sarabia cree que el significado de la avecilla es el habitual en muchas representaciones de la anunciación, una premonición de la pasión de Cristo. Para él tendría su origen en una tradición apócrifa que recogen algunas canciones populares castellanas: Las golondrinas habrían sobrevolado el monte del calvario en bandadas y se habrían posado sobre la cruz con el propósito de extraer de la frente de Jesús las espinas de su corona que se habrían clavado en su carne y así aliviar un poco su sufrimiento. Un gesto simplemente, pero que a mí se me ocurrió recoger en un cuento. La golondrina del cuadro de Fray Juan sería pues la misma que treinta y tres años después vería al niño en ese momento por nacer morir según era su destino, y en gratitud a su gesto compasivo Dios la convertiría en un ángel, en mi ángel de la guarda. La ví acudir en mi socorro a través del gran ventanal de la sala de la UVI, posarse en el alfeizar y quedarse mirándome, como si hubiera visto una espina también en mi frente, como si no advirtiese que la herida era interna. Tras regresar a casa me vendría a visitar, a darme la bienvenida entre los vivos. Se coló por la ventana de mi terraza y fue a refugiarse bajo un macetero, de donde tendría que rescatarla. Mientras la acercaba de nuevo a la libertad sentí el empuje de su corazón golpeando en las palmas de mis manos. Justo antes de arrancar a volar volvió a mirarme. Todo esto parecerá locura pero sucedió tal cual lo explico. En mi cuento Verónica olvidaba su naturaleza angélica y mi percance, la herida interna que ella confundía con la que causa una espina, vendría a recordársela por unos momentos, entre sus sueños y los míos.
Poco después de que me fuera presentado @MarioG por sus genitales, ya he mencionado ese grato momento anteriormente -el secundado por dos secuaces tuiteando a grito pelado, y no me refiero a sus cojones, aunque también fueron aludidos repetidamente en su restallante monólogo-, tuve otra visita inesperada en mi rinconcito de Twitter. @RomásTroncero se hacía llamar este troll de ataque. Había bastante efervescencia en mi TL y no me resultó demasiado extraño que se personase un sujeto tan exótico al que no conocía de nada. Empezaba a acostumbrarme a las broncas inopinadas. Este señor disfrazado, carne de cuenta B, acababa de hacerme follow, así que imagino que si pudo aterrizar en mi cercanía pertrechado de un archivo antiguos de tuits míos, algunos con meses de antigüedad, es porque los había buscado antes de intentar interactuar conmigo, muy probablemente con otra cuenta, o quizás prestados por algún colega. Lo primero que hizo fue interesarse por mi salud, con cierta sorna. Le habían comentado que estaba pachucho. Ya digo que venía aleccionado. En cuanto le despejé las dudas al respecto, a renglón seguido hizo un esbozo de mi persona. Yo era un degenerado, un tipo podrido por dentro que se dedicaba a acosar a menores de edad. Y como prueba de sus palabras retuiteó un potpourrí de tuits míos en los que piropeaba a Verónica. Lástima no poder aportar una copia del retrato que me hizo -mis menciones a Verónica ahí siguen porque, lejos de arrepentirme de ellas, son lo más hermoso de lo que me ha pasado en Twitter-, pero ha borrado casi todos los tuits de su cuenta. De la misma solo queda el esqueleto:
1.- La identidad de las cuentas a las que seguía cuando estaba activo. ¡Sorpresa!: A toda la plana mayor de la prensa deportiva. No me equivocaba al considerarlo un troll de ataque;
2.- Quien le seguía a él. Supongo que para reirle las gracias y alabarle el tino a la hora de esbozar los retratos psicológicos. ¡Sorpresa otra vez!: Entre éstos está buena parte de los integrantes del conciliábulo, empezando por el actual presidente y el primer vocal de Primavera Blanca.
Lo cierto es que los tuits que le dediqué en su día a Verónica y que @RomásTroncero rescató del olvido están entre los que mayor cariño tengo entre mi producción. Si perecían subidos de tono es porque adoro a Verónica, aunque eran sumamente respetuosos. Además, aporto otro dato: Verónica cumpliría por aquellos fechas los treinta años. Verónica es hermosa, inteligente, emotiva, emocionante y, además, con bastante holgura, mayor de edad desde que la conozco y la trato, así que como ejemplo de mi supuesta pederastia mis requiebros tuiteados dedicados a ella fueron bastante desacertados. Incluso si lo que se trataba era de evidenciar mi lujuria se quedaban cortos. No obstante, decir que el incidente me indignó es quedarse corto. Que trataran de involucrar a mi amiga en la inmundicia que que expande esta gente me pareció intolerable. Así que decidí enseñar yo también los dientes. Les hice saber que les convenía volver a leer la entrada de mi blog que tanto le había molestado. Colgué en ella la captura de su foro. Fue una medida calculada. Les hice saber que tipo de información obraba en mi poder, que podía pasar si seguían apareciendo en mi TL trolls de ataque para importunarme o trasgos como @MarioG para presumir de boquilla de su genitalia. Elegí una entrada antigua porque en una nueva la afluencia de terceros habría sido mayor. Elegí la que mencionaban en el Área 51 porque me constaba que conocían la ruta de acceso. @DiosaMaracana había colgado incluso el link en su foro de debate. Más fácil para todos. Yo no borro tuits, así que quien tenga la santa paciencia de rastrear entre los ochentaitantos mil que llevo editados podrá encontrar los términos en que proferí mi amenaza de sacar a la luz sus vergüenzas si volvían a importunar, siquiera a mencionar con sus putrefactos labios, a alguien que estuviera entre mis afectos predilectos. Mano de santo. Los que siguieron fueron de largo mis meses más tranquilos en Twitter. Eso ocurrió en mayo o junio de 2013, así que desmiento ya mismo que la captura del foro de debate secreto de Primavera Blanca esté en internet desde diciembre de 2013. Otra cosa es que muy poca gente lo advirtiese y que quienes la vieron se hicieran los locos. Como mi amiga Adela Good.
Vivaldi - "Crucifixus"
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