martes, 5 de julio de 2011

Retrato en la madrugada

Retrato en la madrugada

Para que está la madrugada sino para esconderse y espiar desde la ventana, cobijado en la penumbra, mirando sin ser observado. Miro su fotografía y lo primero que me llama la atención son sus orejas. Y doy casi gracias a Dios porque aunque por un casual leyera esto que escribo se que nunca sabrá que hablo de ella. Pero es que son grandes, elegantes, simpáticas. Trazan diagonales a ambos lados de la cabeza, como si fuera una mujer elfo, le asoman en el pelo como a un peluche en el escaparate de una tienda de juguetes. También sus ojos negros, serenos, tranquilos, diría que confiados. Mira a la cámara como a un amigo, del que sabe que jamás dira nada malo de ella. Y ciertamente es hermosa, aunque transmite normalidad, cercanía, la sensación de conocerla. Esa chica con la que te cruzaste y quisiste saber su nombre. Mañana volveré a verla y entonces se lo pregunto, te dices. Tan morena que le cuadra tanto el frescor de la noche como la luz del mediodía. Le brillan los labios como si estuvieran mojados de rocío y ladea la cabeza ligeramente al posar. Hombros que se ponen de puntillas, frágiles. Dedos esbeltos que no agarran lo que sostienen sino que acarician. Tiene una belleza que no ofende, que no agrede, que no distancia a quienes la contemplan. Su sonrisa es apenas un esbozo, una primera aproximación a la alegría, una tentativa de absoluto. Pero cuando templa el gesto para aparentar seriedad, no hay ninguna gravedad en su expresión, sus ojos devuelven el reflejo del aire sin omitir nada, captan la luz que la ilumina para sosegarla y luego adormecerla. No es carbón que arda sino noche cerrada en la que dormita un deseo. Pero sin conflicto. Tendrá lo que quiera con el correr del tiempo. Porque adivino fortaleza tras la dulzura de su gesto.

Por un momento me arrepiento de ser un completo desconocido para ella, de estar lejos de su entorno, de no haber usado jamás su nombre para aludirla. Pero no deja de ser cómodo guardar distancia. A resguardo de la lluvia puedo contemplarla y recorrer la madrugada con ella sin sentirme vulnerable. No quiero secar el rocío de sus labios, no quiero que el amanecer llegue nunca para esclarecerlo todo. Tal vez llegara a amarla si hablase con ella. Sería tan fácil emocionarse escuchandola hablar de si misma,  de esas pequeñas cosas que guarda en un estuche rosa sobre su mesilla de noche. Pero prefiero el enigma, que sus ojos no me miren nunca, que entre ella y yo exista esta línea de fractura. Lo que soy yo en la penumbra. Lo que es ella adormecido en el frescor de sus ojos oscuros. Aguas someras que cruzo con los pies descalzos, arrimado a mis sueños. Porque de orilla a orilla la distancia más corta es el trayecto de una sola noche.

Nació para ser observada. Le gusta. Sabe adelantar un pie al otro como si fuese una modelo. Pero plantada en la foto sus rodillas son como botones que se descosen, que no terminan de abrochar su cuerpo. Su cara es redonda cuando se recoge el pelo. Nariz recta. Cejas apenas sin curva. La comisura de sus labios siempre dando comienzo a una sonrisa de bienvenida. Miro su frente y adivino en mi un deseo inequívoco de besarla. Miro sus manos y reconozco ese inquietud por tenerlas entre las mías para prodigar mi ternura. Pero ella no me mira, no hay peligro. Es madrugada y todo me está permitido. Incluso dormir y soñar con ella sin que lo sepa nunca, sin que llegue a enterarse de que lo que más me gusta de ella son sus orejas. Pero es que es verdad, niña, ¿qué voy a hacerle?

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