Contestación al comentario de @Nayade en "Lectura"
Dices que preferir los libros es un error, para mi el error es preferir a ciertas personas. Hablas del Agora y el foro Romano, donde los discursos de los grandes sabios de antaño se transmitían a viva voz. vale de acuerdo.. pero ¿ahora que tenemos? Sales a la calle y no encuentras más que superficialidad, conversaciones banales sobre programas de televisión chorra,... Hoy en día los niños no tiene imaginación para jugar. yo soy de la generación de las primeras consolas y pcs, pero también de los últimos juegos en la calle, de las barbies, de esa generación a la que los padres leían cuentos antes de dormir en lugar de dejarles ver Sin tetas no hay Paraíso... desvarío, si , lo se. Los niños no tiene imaginación porque no leen, porque tal como está hoy la vida tampoco pueden salir a jugar a la calle. Para mi, un libro te da un bagaje que no te lo da, hoy por hoy, nada o casi nada más. Si, a veces prefiero los libros a las personas, y no porque sea poco social, me gusta la gente y conversar, pero hay veces que la estupidez humana puede conmigo y prefiero mi ratito de soledad.
No te voy a quitar la razón. Yo mismo he dicho muchas veces eso, que prefiero los libros a las personas. Generalizando, por supuesto, aunque de un tiempo a esta parte generalizar se ha convertido por lo visto en algo equivocado, injusto, y hasta cruel. Si te preguntan si te gustan los gatos no respondes: "No te contesto porque eso sería generalizar. Decirte que no sería ser injusto con el gato de la vecina que es tan monino". Si generalizar no estuviera permitido iba a ser muy difícil dar una opinión sobre nada. ¿Te gusta el fútbol? Cuesta decir que no acordándose del gol de Zidane que le supuso al Madrid ganar la Novena. También cuesta decir que sí acordándose del tostón del tiqui-taca que practica el Barcelona. Generalizando, yo también prefiero los libros a las personas la mayoría de los días. Un libro se deja que lo abras en cualquier momento y por cualquier parte de su alma, mientras que ingresar en el ámbito privado de las personas es una tarea lenta, a veces tediosa, yque casi siempre cuenta con su oposición y requiere de mucha concentración y esfuerzo para no malinterpretar lo que averiguas. Los libros tal vez defrauden por ser menos de lo que aparentan por sus portadas, pero un ardid que no se prolonga al momento de su lectura. Las personas en cambio están llenas de párrafos plagiados de otros, discursos prestados, de textos añadidos que son apócrifos, de mentiras que tratan de ocultar la trama, de resúmenes que no se corresponden con lo que se supone que sintetizan. En definitiva, las personas son un riesgo, mientras que los libros son una apuesta segura. Pero las expectativas de ganancia son mucho más elevadas en aquéllas. La felicidad tiene que ver con las personas que tenemos a nuestro alcance, no de los libros de nuestra biblioteca. También la infelicidad, por supuesto. Nada que tú no sepas a estas alturas, supongo.
Dices que ya no hay sabios, que ya no se les ve en la calle transmitiendo su saber. No es cierto. Lo que pasa es que están desacreditados. Los sabios son unos tipos muy viejos y pomposos que no tienen ni idea de las cosas que molan, o ya las olvidaron. Mola el sexo y la transgresión, y ser cínico aunque no venga a cuento. Mola la silicona y no las lecturas acertadas, lo que puedes rapear y no lo que sabes y es acertado. ¿Qué sabrán esos nonagenarios de la Real Academia sobre el Lenguaje? A nadie se ha tratado de ridiculizar y desacreditar más a menudo que a ellos. Tengo la suerte de haber crecido en una casa donde llegaba todas las mañanas un ejemplar del ABC. Media Real Academia escribía columnas de opinión en ese diario en sus mejores épocas. Y doy fe que se aprende más de ellos que de quienes les critican, aunque sea tropa nutrida. Sigue habiendo sabios que divulgan lo que saben. En Madrid todos los días hay al menos una docena de conferencias interesantes de libre asistencia. Lo que pasa es que el tipo de ocio que ahora se fomenta es otro. A lo mejor tampoco sería necesario elegir. Se podría alternar lo fácil y lo arduo. Pero otra de las grandes mentiras de nuestro tiempo que ha terminado calando, a mi incluso ha terminado por convencerme, es la necesidad ineludible de elegir y de atenerse a las primeras elecciones. Cuando me recriminaban mi afición por la Ciencia Ficción me defendía argumentando que también leía libros de Astrofísica. No debía ser ninguna tontería cuando toda una generación de astrofísicos, cosmólogos y físicos teóricos decidieron siendo niños que querían ser de mayores leyendo novelas y cuentos de SF. Y, mira que curioso, muchos acabaron siendo autores de este género literario.
Una de las cosas que más repito es que no hay nada más ameno que escuchar a un experto en cualquier tema hablando de lo que domina, a poca capacidad divulgativa que tenga. Casi da igual la materia. Basta con que tenga ganas de transmitir lo que sabe y un poco de pericia al hacerlo. Y si no ahí tienes el éxito de los programas de bricolage. Siento decir que la TV de Franco, aun contando solo con una cadena y pico, era infinitamente superior a la que puede verse en la actualidad. No tiene misterio. He visto representados todos los clásicos de teatro siendo niño en la tele. Además, interpretados por excelentes actores. Pero es que las dictaduras no tratan de halagar a quienes administran, les conceden lo que consideran que les beneficia, aunque estos lo acepten a regañadientes. Tengo una amiga marroquí con la que he pasado tardes enteras viendo cadenas de TV de países árabes. No me enteraba de nada, pero a pesar de la barrera del idioma, era más que evidente que su nivel intelectual era muy superior a la de las españolas.
Sobre la imaginación de los niños sería injusto que opinase, aunque creo que sus carencias más acuciantes no van por ahí, que tienen más que ver con la indisciplina, la falta de respecto por quienes les rodean y vivir sumidos en un mundo de caprichos que además no valoran. Generalizando, claro está. Pero, al igual que me siento desacreditado para criticar las borracheras de los adolescentes, por que yo también caí en ese error, no creo ser quien para recriminar a los niños de ahora su falta de imaginación. No me quejo de nada. Además, viví en una casa donde el dinero no era un problema, y tenía cosas que otros niños no. Pero las condiciones de mi infancia les parecerían espartanas a cualquiera chaval de ahora. Tele infantil un ratito al día, películas de Walt Disney solo en Navidad y ni rastro de parafernalia electrónica. Los móviles, PCs y las cámaras digitales son inventos posteriores a mi época. Pero, ¿sabes qué? Oí a mucha gente de la edad de mi padre contarme que los juguetes que tenían se los fabricaban ellos mismos y que los Reyes Magos, si hacían parada en sus casas, solían traer comida y ropa. Pues eso.
Con mi escrito, aparte de echar un rato divagando, solo trataba de decir que la lectura compulsiva a veces es síntoma de un problema. Aunque bendita sea la lectura. Tratar con libros es mucho más fácil que con personas. Por eso muchos nos hemos refugiado en su compañía. Y gracias a Dios que ha sido en la de ellos y no en la de otros. Uno relleno los vacíos que tiene dentro con lo que encuentra a mano. En mi casa había muchos libros. La lectura no es ni mucho menos el peor de los rellenos. En realidad tiende a mejorar aquello que ocupa. Pero hay que evitar renunciar a las personas, aunque a menudo sea difícil resistirse a la tentación. Das cariño y te dan a cambio indiferencia o desprecio. ¿Tan torpe soy que solo soy capaz de sentir afinidad y cariño por aquellas a quienes no intereso? Dan tantas ganas de condenar al genero humano, sección Las Mujeres. Pero con lo único que no se puede generalizar es con las personas.
domingo, 31 de julio de 2011
sábado, 30 de julio de 2011
La lectura
La lectura
Llevo toda la vida escuchando hablar sobre las excelencias de la lectura y me gustaría decir algo respecto. Tampoco es que pretenda discutirlas. Bueno, en cierto modo y hasta cierto punto sí. Creo que lo que se defiende cuando se trata de elogiar los libros, su uso, no es tanto el acto de leer en sí como la adquisición de conocimientos que se supone que ello comporta. Cuanto más leemos más sabios somos, sería la expresión algebraica de la propuesta. Aunque no tengo claro que es lo que se aprende en una novela que no te enseñe la vida misma, directamente, sin intermediarios. ¿El punto de vista del narrador, su opinión sobre la trama y los personajes? Eso se podría averiguar conversando con él. Claro, el narrador puede ser alguien del siglo diecinueve, por que uno está leyendo una novela de Conrad, o estar fuera de nuestro alcance, porque prefiere navegar en velero a tratar con la gente. A ver quien se va de cañas con Martin Amis. Tal vez Pérez Reverte. Pero a nosotros, pobres mortales, nos pilla un poco lejos.
Hace tiempo leí un libro que trataba precisamente sobre el modo en que surgió este particular objeto de comunicación. En otros tiempos las relaciones humanas entre iguales, y hasta entre desiguales en algunos casos, se desarrollaban en la plaza pública, en el ágora griega, en el foro romano, o en la plaza mayor castellana. Lugares de encuentro donde se desarrollaba una parte esencial de la vida de los habitantes de la ciudad. Se negociaba y se conversaba, se intercambiaban noticias y opiniones. Se conspiraba o se decidía sobre los asuntos en los que se tenía cierta capacidad decisoria. Quien no se sabia manejar en estos ámbitos se extraviaba y aislaba del resto, carecía de información precisa para desenvolverse en su ámbito social. Este modo de entender las relaciones humanas era más propio de regiones mediterráneas donde el buen tiempo permitía que la vida se desarrollara íntegramente en la calle. Tratar a los demás era una fuente de conocimiento de aspectos prácticos inestimable.
Si no has sido un niño solitario en alguna etapa de tu vida no podrás entender la desventaja práctica que supone tener una difícil relación con la gente de tu entorno. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Podrás saber que el ciclo Carbono-Nitrógeno-Oxígeno, a la sazón el proceso más importante que ocurre en el Universo, pero no tendrás ni idea de si es preferible ir a renovarse el carnet de identidad a principios o mediados de semana, o cuales son las preguntas más habituales en los exámenes de esta o aquella asignatura. No digamos ya cuales son los gustos o manías de esa chica que tanto te gusta y que tanto te perturba cuando le ves colocar los mechones de pelo tras su diminuta oreja, en un gesto tan casual y al tiempo tan premeditadamente femenino que parece desmentir que solo tenga once años. Hay datos que nacen de la experiencia ajena que la timidez aleja.
Nunca me faltaron amigos. Lo cierto es que la cercanía a las personas solía procurármelos. Acercarme a la gente, tenerla a tiro, era más azar que voluntad. Algunos he tenido cuyo entorno no entendía como se trataba con un tipo tan raro y escurridizo como yo. Nunca, salvo en un momento muy concreto, he tenido al grupo en contra, y aquella vez fue por mera diversión. Precisamente mis propios amigos. Porque para el resto yo apenas existía. Estaba a salvo de ellos. Pero la lejanía del grupo siempre me ha tenido sumido en una ignorancia peligrosa acerca de datos que no son sabiduría pero que eran imprescindibles para sobrevivir al día a día. Yo nunca sabía los temas descartados en los exámenes. Aprendí a relacionarme de forma superficial e interesada en la universidad. A tener proveedores de apuntes en los días en que faltaba a clase. Luego la mayoría acababan siendo amigos con todas las prestaciones habituales. Lo cierto es que desde la distancia, como parecía que era y lo que hacía no invitaba a acercarse a la gente. La mayoría ni se percatan de mi existencia. Glorioso aquel momento en que un antiguo compañero de clase, un repetidor que compartió el penúltimo año de instituto, vino a visitarnos ya en el último curso antes del preuniversitario y se acordaba del nombre de todos, hasta del camarero del bar donde merendábamos las porras ya endurecidas de la mañana mojadas en la caña, pero no recordaba el mío por más que estrujaba su memoria, tan fresca y empapada en apariencia. Lo estuvo intentando un buen rato y no logró sacar ni una gota de recuerdo. Le tuve que ayudar a salir del apuro. Jamás me sentí más ajeno al mundo, más desubicado en este escenario. Tuvo que ser un zorro muchos años después quien me diera mi sitio. No, no soy fan precisamente de El Principito.
Las soledades tienden a apoyarse las unas a las otras. Casi siempre en precario, como los doses y los treses haciendo de cimientos en un castillo de naipes. Y si hay una ecuación en la que el valor de las variables este clara es esta: los solitarios tienden a ser lectores empedernidos. Dale a alguien torpe en las relaciones sociales acceso a una buena biblioteca y le habrás dado una excusa perfecta para no necesitar superar sus carencias y hasta justificarlas. Y si le da por los libros lectivos hasta podrá ser un triunfador a la larga. La vida es una carrera de fondo, y quien persiste o se dosifica también tiene sus opciones. Creo que la relación entre lectura y marginalidad social es clara. No es una relación biunívoca, por supuesto. Ni todos los (auto)marginados desarrollan el gusto por la lectura, ni todos los lectores compulsivos son marginados sociales. Pero son términos que al analizar a alguien a menudo están incluidos a la vez en el informe final. Quien es popular a menudo descarta la satisfacción de leer un libro como modo de matar el tiempo. Quien no lo es a menudo utiliza esta vía como ruta de escape.
Hipólito Escolar Sobrino, el autor del libro al que antes hacía referencia ("Historia de 5 ciudades y un monasterio", Editorial Gredos), describía lo que podía ser llegar al ágora de Atenas en su momento de mayor esplendor. En una esquina podías ver a Pericles discutiendo con Fidias acerca del avance de las obras del Partenón. Quizás seguidos de cerca por Alcibiades, el protegido del estadista. En otra esquina casi seguro que podríamos ver al otro mentor de este último, Sócrates, departiendo con la gente, con Platón de oyente en el corrillo formado alrededor del padre de la Cultura Occidental. Cuanta sabiduría junta al alcance del oído, una sociedad además basada en la transmisión de las opiniones y sentimientos de forma oral y no por escrito. Si el día es bueno, si luce es sol, que es más apetecible, ¿leer un libro de Sócrates o ir a la plaza a escucharle? Ah, claro, Sócrates no dejó ni una sola línea escrita a su muerte. Todo lo que sabemos de él es por boca, de puño y letra más bien, de sus discípulos. Platón y Jenofonte sobre todo. Sócrates es el perfecto ejemplo de la habilidad social, capaz de seducir a cualquiera con su discurso, de hacerle creer que participaba en la tarea de redactarlo y declamarlo, de la búsqueda de las respuestas a los enigmas de los que discutían. Nunca necesitó escribir un solo libro para que se supiesen sus opiniones en toda la polis. Un día sus enemigos le hicieron matar, de forma legal por supuesto, aprovechándose del conocimiento exhaustivo que todos tenían de él. Contaminaba a los jóvenes con la práctica de la filosofía. Era un elemento pernicioso para ellos, que causaba su degeneración al hacerles creer que la verdad se podía alcanzar mediante la búsqueda personal, cuando de todos era sabido que la verdad dimanaba de los dioses, de lo trascendente, de lo que está más allá de nuestra capacidad intelectual. Sócrates sentía predilección por los jovencitos, pero eso no era problema entonces. Eran otros tiempos con otras costumbres. El amor puro era el que se existía entre los hombres. El que se sentía por las mujeres estaba contaminado por los apetitos carnales. ¿Y que más desprovisto de intención sexual podía haber que en la pasión por la belleza de un chico recién llegado a la pubertad? No podía haber afecto con mayor grado de pureza.
En Atenas lucía el sol a menudo, ¿pero que pasaba en el norte de Europa? Pues que quedarse en casa, sobre todo tras anochecer, era a lo que invitaba el clima. Menos vida en la calle supone menor vida social. Puedes invitar a cenar a quienes te agradan para relacionarte con ellos. Tal vez a los vecinos porque sino a lo mejor de otra forma no les ves la cara nunca. Quizás es por eso por lo que en las películas anglosajonas las cenas sociales son tan habituales. Otra forma de difundir la palabra es por escrito. Que ofrece indudables ventajas. El destinatario puede ser múltiple. Incluso un desconocido. Cualquier mediocre a través de la publicación de sus obras y su difusión puede aspirar a tener más público que el gran Sócrates. Además, el destinatario, conocido o anónimo, puede leer en el momento que lo desee o le convenga, cuando esté más preparado para entender lo que le dicen, ya sea por tener la calma que se precisa o por sentir más ganas de escuchar, de leer. Si a esto añadimos que el escritor también redacta cuando más le conviene o más inspirado se nota, cualquiera diría que hemos dado con la solución perfecta para transmitir sentimientos y opiniones. Pero nunca veremos la expresión de Sócrates mientras construye el silogismo. Tal vez en ella se hubiera apreciado una ironía, un descreimiento, que en la letra impresa no puede percibirse. Verba volant, scripta manent. La palabra vuela, la escritura permanece. Pero es fría como el hielo cuando la voz arde y demasiado precisa cuando la duda es parte de la génesis de lo que se dice. Ni a Sócrates ni a Dostoyevski. Ni siquiera a Pérez Reverte, podemos ir a escucharles. Aunque éste último frecuenta el ágora moderna, Twitter.
Y sin embargo, ¿qué no daríamos por tener algún libro de Sócrates? Un personaje histórico fundamental, del que algunos llegan a dudar de que existiera realmente, el que hay quien apunta como un mito surgido de la necesidad de crear arquetipos. Alguien cuya opiniones todos ponen en cuarentena, porque se asume que estas, dichas a través de sus discípulos, llevan una excesiva carga de idealización. Pero los libros también mienten. Las autobiografías a lo mejor más que ningunos otros. Leer es un placer y acompaña. Es una alternativa al mundo cuando afuera hace excesivo frío. En un vehículo de transmisión de sentimientos que permite aprovecharse de la calma que solo procura la soledad. Un libro son dos soledades que se apoyan la una a la otra, la de autor y la de su lector. Adoro los libros, pero a veces me resulta molesto escuchar alabanzas excesivas, escuchar desdeñar a quienes no lo usan, a quienes buscan otras alternativas de conocimiento. Creo que los anglosajones nos han impuesto su forma de ver el mundo, de organizarse dentro de él. Nos han hecho incluso renegar de nuestras propias costumbres. La cháchara de las tabernas y los mercados, de los puntos de la ciudad donde se reúne la gente. El mundo no lo manejan quienes más leen sino quienes mejor se desenvuelven en el ágora. Eso es lo que creo. Lo se, siempre el óptimo está en el término medio. Pero os revelaré un secreto: a la naturaleza no le gustan las medias tintas, las soluciones salomónicas. Si todo lo que vemos a nuestro alrededor está compuesto de materia es porque las Leyes de la Física le dieron preferencia sobre la antimateria. Si hubieran optado por el término medio el Universo sería un inmenso vacío en perpetua expansión.
Llevo toda la vida escuchando hablar sobre las excelencias de la lectura y me gustaría decir algo respecto. Tampoco es que pretenda discutirlas. Bueno, en cierto modo y hasta cierto punto sí. Creo que lo que se defiende cuando se trata de elogiar los libros, su uso, no es tanto el acto de leer en sí como la adquisición de conocimientos que se supone que ello comporta. Cuanto más leemos más sabios somos, sería la expresión algebraica de la propuesta. Aunque no tengo claro que es lo que se aprende en una novela que no te enseñe la vida misma, directamente, sin intermediarios. ¿El punto de vista del narrador, su opinión sobre la trama y los personajes? Eso se podría averiguar conversando con él. Claro, el narrador puede ser alguien del siglo diecinueve, por que uno está leyendo una novela de Conrad, o estar fuera de nuestro alcance, porque prefiere navegar en velero a tratar con la gente. A ver quien se va de cañas con Martin Amis. Tal vez Pérez Reverte. Pero a nosotros, pobres mortales, nos pilla un poco lejos.
Hace tiempo leí un libro que trataba precisamente sobre el modo en que surgió este particular objeto de comunicación. En otros tiempos las relaciones humanas entre iguales, y hasta entre desiguales en algunos casos, se desarrollaban en la plaza pública, en el ágora griega, en el foro romano, o en la plaza mayor castellana. Lugares de encuentro donde se desarrollaba una parte esencial de la vida de los habitantes de la ciudad. Se negociaba y se conversaba, se intercambiaban noticias y opiniones. Se conspiraba o se decidía sobre los asuntos en los que se tenía cierta capacidad decisoria. Quien no se sabia manejar en estos ámbitos se extraviaba y aislaba del resto, carecía de información precisa para desenvolverse en su ámbito social. Este modo de entender las relaciones humanas era más propio de regiones mediterráneas donde el buen tiempo permitía que la vida se desarrollara íntegramente en la calle. Tratar a los demás era una fuente de conocimiento de aspectos prácticos inestimable.
Si no has sido un niño solitario en alguna etapa de tu vida no podrás entender la desventaja práctica que supone tener una difícil relación con la gente de tu entorno. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Podrás saber que el ciclo Carbono-Nitrógeno-Oxígeno, a la sazón el proceso más importante que ocurre en el Universo, pero no tendrás ni idea de si es preferible ir a renovarse el carnet de identidad a principios o mediados de semana, o cuales son las preguntas más habituales en los exámenes de esta o aquella asignatura. No digamos ya cuales son los gustos o manías de esa chica que tanto te gusta y que tanto te perturba cuando le ves colocar los mechones de pelo tras su diminuta oreja, en un gesto tan casual y al tiempo tan premeditadamente femenino que parece desmentir que solo tenga once años. Hay datos que nacen de la experiencia ajena que la timidez aleja.
Nunca me faltaron amigos. Lo cierto es que la cercanía a las personas solía procurármelos. Acercarme a la gente, tenerla a tiro, era más azar que voluntad. Algunos he tenido cuyo entorno no entendía como se trataba con un tipo tan raro y escurridizo como yo. Nunca, salvo en un momento muy concreto, he tenido al grupo en contra, y aquella vez fue por mera diversión. Precisamente mis propios amigos. Porque para el resto yo apenas existía. Estaba a salvo de ellos. Pero la lejanía del grupo siempre me ha tenido sumido en una ignorancia peligrosa acerca de datos que no son sabiduría pero que eran imprescindibles para sobrevivir al día a día. Yo nunca sabía los temas descartados en los exámenes. Aprendí a relacionarme de forma superficial e interesada en la universidad. A tener proveedores de apuntes en los días en que faltaba a clase. Luego la mayoría acababan siendo amigos con todas las prestaciones habituales. Lo cierto es que desde la distancia, como parecía que era y lo que hacía no invitaba a acercarse a la gente. La mayoría ni se percatan de mi existencia. Glorioso aquel momento en que un antiguo compañero de clase, un repetidor que compartió el penúltimo año de instituto, vino a visitarnos ya en el último curso antes del preuniversitario y se acordaba del nombre de todos, hasta del camarero del bar donde merendábamos las porras ya endurecidas de la mañana mojadas en la caña, pero no recordaba el mío por más que estrujaba su memoria, tan fresca y empapada en apariencia. Lo estuvo intentando un buen rato y no logró sacar ni una gota de recuerdo. Le tuve que ayudar a salir del apuro. Jamás me sentí más ajeno al mundo, más desubicado en este escenario. Tuvo que ser un zorro muchos años después quien me diera mi sitio. No, no soy fan precisamente de El Principito.
Las soledades tienden a apoyarse las unas a las otras. Casi siempre en precario, como los doses y los treses haciendo de cimientos en un castillo de naipes. Y si hay una ecuación en la que el valor de las variables este clara es esta: los solitarios tienden a ser lectores empedernidos. Dale a alguien torpe en las relaciones sociales acceso a una buena biblioteca y le habrás dado una excusa perfecta para no necesitar superar sus carencias y hasta justificarlas. Y si le da por los libros lectivos hasta podrá ser un triunfador a la larga. La vida es una carrera de fondo, y quien persiste o se dosifica también tiene sus opciones. Creo que la relación entre lectura y marginalidad social es clara. No es una relación biunívoca, por supuesto. Ni todos los (auto)marginados desarrollan el gusto por la lectura, ni todos los lectores compulsivos son marginados sociales. Pero son términos que al analizar a alguien a menudo están incluidos a la vez en el informe final. Quien es popular a menudo descarta la satisfacción de leer un libro como modo de matar el tiempo. Quien no lo es a menudo utiliza esta vía como ruta de escape.
Hipólito Escolar Sobrino, el autor del libro al que antes hacía referencia ("Historia de 5 ciudades y un monasterio", Editorial Gredos), describía lo que podía ser llegar al ágora de Atenas en su momento de mayor esplendor. En una esquina podías ver a Pericles discutiendo con Fidias acerca del avance de las obras del Partenón. Quizás seguidos de cerca por Alcibiades, el protegido del estadista. En otra esquina casi seguro que podríamos ver al otro mentor de este último, Sócrates, departiendo con la gente, con Platón de oyente en el corrillo formado alrededor del padre de la Cultura Occidental. Cuanta sabiduría junta al alcance del oído, una sociedad además basada en la transmisión de las opiniones y sentimientos de forma oral y no por escrito. Si el día es bueno, si luce es sol, que es más apetecible, ¿leer un libro de Sócrates o ir a la plaza a escucharle? Ah, claro, Sócrates no dejó ni una sola línea escrita a su muerte. Todo lo que sabemos de él es por boca, de puño y letra más bien, de sus discípulos. Platón y Jenofonte sobre todo. Sócrates es el perfecto ejemplo de la habilidad social, capaz de seducir a cualquiera con su discurso, de hacerle creer que participaba en la tarea de redactarlo y declamarlo, de la búsqueda de las respuestas a los enigmas de los que discutían. Nunca necesitó escribir un solo libro para que se supiesen sus opiniones en toda la polis. Un día sus enemigos le hicieron matar, de forma legal por supuesto, aprovechándose del conocimiento exhaustivo que todos tenían de él. Contaminaba a los jóvenes con la práctica de la filosofía. Era un elemento pernicioso para ellos, que causaba su degeneración al hacerles creer que la verdad se podía alcanzar mediante la búsqueda personal, cuando de todos era sabido que la verdad dimanaba de los dioses, de lo trascendente, de lo que está más allá de nuestra capacidad intelectual. Sócrates sentía predilección por los jovencitos, pero eso no era problema entonces. Eran otros tiempos con otras costumbres. El amor puro era el que se existía entre los hombres. El que se sentía por las mujeres estaba contaminado por los apetitos carnales. ¿Y que más desprovisto de intención sexual podía haber que en la pasión por la belleza de un chico recién llegado a la pubertad? No podía haber afecto con mayor grado de pureza.
En Atenas lucía el sol a menudo, ¿pero que pasaba en el norte de Europa? Pues que quedarse en casa, sobre todo tras anochecer, era a lo que invitaba el clima. Menos vida en la calle supone menor vida social. Puedes invitar a cenar a quienes te agradan para relacionarte con ellos. Tal vez a los vecinos porque sino a lo mejor de otra forma no les ves la cara nunca. Quizás es por eso por lo que en las películas anglosajonas las cenas sociales son tan habituales. Otra forma de difundir la palabra es por escrito. Que ofrece indudables ventajas. El destinatario puede ser múltiple. Incluso un desconocido. Cualquier mediocre a través de la publicación de sus obras y su difusión puede aspirar a tener más público que el gran Sócrates. Además, el destinatario, conocido o anónimo, puede leer en el momento que lo desee o le convenga, cuando esté más preparado para entender lo que le dicen, ya sea por tener la calma que se precisa o por sentir más ganas de escuchar, de leer. Si a esto añadimos que el escritor también redacta cuando más le conviene o más inspirado se nota, cualquiera diría que hemos dado con la solución perfecta para transmitir sentimientos y opiniones. Pero nunca veremos la expresión de Sócrates mientras construye el silogismo. Tal vez en ella se hubiera apreciado una ironía, un descreimiento, que en la letra impresa no puede percibirse. Verba volant, scripta manent. La palabra vuela, la escritura permanece. Pero es fría como el hielo cuando la voz arde y demasiado precisa cuando la duda es parte de la génesis de lo que se dice. Ni a Sócrates ni a Dostoyevski. Ni siquiera a Pérez Reverte, podemos ir a escucharles. Aunque éste último frecuenta el ágora moderna, Twitter.
Y sin embargo, ¿qué no daríamos por tener algún libro de Sócrates? Un personaje histórico fundamental, del que algunos llegan a dudar de que existiera realmente, el que hay quien apunta como un mito surgido de la necesidad de crear arquetipos. Alguien cuya opiniones todos ponen en cuarentena, porque se asume que estas, dichas a través de sus discípulos, llevan una excesiva carga de idealización. Pero los libros también mienten. Las autobiografías a lo mejor más que ningunos otros. Leer es un placer y acompaña. Es una alternativa al mundo cuando afuera hace excesivo frío. En un vehículo de transmisión de sentimientos que permite aprovecharse de la calma que solo procura la soledad. Un libro son dos soledades que se apoyan la una a la otra, la de autor y la de su lector. Adoro los libros, pero a veces me resulta molesto escuchar alabanzas excesivas, escuchar desdeñar a quienes no lo usan, a quienes buscan otras alternativas de conocimiento. Creo que los anglosajones nos han impuesto su forma de ver el mundo, de organizarse dentro de él. Nos han hecho incluso renegar de nuestras propias costumbres. La cháchara de las tabernas y los mercados, de los puntos de la ciudad donde se reúne la gente. El mundo no lo manejan quienes más leen sino quienes mejor se desenvuelven en el ágora. Eso es lo que creo. Lo se, siempre el óptimo está en el término medio. Pero os revelaré un secreto: a la naturaleza no le gustan las medias tintas, las soluciones salomónicas. Si todo lo que vemos a nuestro alrededor está compuesto de materia es porque las Leyes de la Física le dieron preferencia sobre la antimateria. Si hubieran optado por el término medio el Universo sería un inmenso vacío en perpetua expansión.
domingo, 17 de julio de 2011
Cine y TV (33) / Gattaca - Andrew Niccol - 1997
Gattaca - Andrew Niccol - 1997
La vida en manos de Dios es el caos, pero un caos que parece tener un propósito, un orden subyacente, pulsar hacia un latido concreto. En manos de los hombres, los mejores posibles, la vida es eficiencia, precisión, pero carente de alma. Dolerse del sufrimiento de los otros, de sus imperfecciones, amarlos por ellas, o ensimismarse con la belleza del hielo que quema la piel porque le roba el calor, esa es la disyuntiva que se plantea en la película. Seguramente no hay un término medio, pero las lágrimas son siempre más puras y más sinceras que cualquier silencio que haga imposible las palabras, que reniegue de ellas, que no las necesite. La gente que puebla la película apenas conversa entre si, solo cuando hay una razón, una necesidad. El silencio reina en el edificio de Gattaca, un silencio plagado de pasos de gente que camina hacia un lugar concreto y con un propósito definido. En la maravillosa partitura que Michael Nyman compuso para banda sonora de la película hay un tema que ilustra esta idea, esta duda. Minuto y medio de música repleta de belleza, melancolía y lirismo. "In God's Hands" es una muestra del talento invertido en dar el acabado final al film, su aspecto visual y sonoro. Pero no nos engañemos, Niccol no plantea en su película un debate filosófico sino emocional, y moral en la medida en que la injerencia del Estado en los anhelos de las personas supone una transgresión ética.
Gattaca - Tema de la banda sonora: "In God's Hands" - Michael Nyman
"Eres un hijo de Dios", exclama Irene (Uma Thurman) cuando aquel a quien conocía como Eugene le revela su verdadera identidad, le confiesa llamarse Vincent y ser un "escalón prestado". En su actitud hay diversión cercana a la alegría. Y no sabemos exactamente porque. Como ya hemos dicho, a pesar de que el tema que trata la película se presta a ello, no hay la más mínima intención en el guión de adentrarse en el terreno escurridizo de la discusión religiosa. Tal vez el espectador por si solo se plantee ese tipo de debate. Pero Niccol no incluye señuelos en su guión para llevarle por este camino. Así que sospechamos que esa reacción espontánea de alborozo se debe al alivio que siente Irene al saber que aquel por quien siente una indudable atracción que ya le provoca estados emocionales que no puede controlar, que aquel que creía más allá de sus posibilidades, resulta ser un inferior. De lo inalcanzable pasa en un momento a ser alguien a quien desechar. El alivio y la ironía que supone esa novedad le provocan una carcajada. Luego asistimos al clásico enfado de la amante que se siente herida por el engaño del compañero y a un amago de chico pierde chica. Diría que esa es la única concesión que hace Andrew Niccol a lo convencional en la trama que urde, a lo que es habitual ver en una historia de amor. Todo el resto del metraje se dedica a apuntar las ideas básicas que trata de defender en su guión.
Estamos ante una anti-utopía, una distopía en el neo lenguaje de lo políticamente correcto. Ese género que inaugurara a lo grande Aldous Husley con la publicación en 1932 de "¿Un mundo feliz?", y que apuntalara George Orwell quince años después con "1984", la obra canónica del género. Por distopía se entiende la descripción de sociedades supuestamente perfectas atendiendo a ciertos criterios de eficiencia que, llevados hasta el extremo, derivan en sociedades enfermas por dentro, funcionales pero sin corazón, y en manos de gestores que no dudan en acaparar todo el poder con la excusa de proteger esa perfección lograda. Una anti-utopía sería por tanto un mundo en apariencia perfecto pero en cuyo interior se oculta la tragedia. Orwell quiso con su obra alertar sobre el peligro de los paraísos políticos, en concreto en del Comunismo. Huxley pretendió advertir sobre el riesgo de sustituir a Dios por la Ciencia y la Tecnología.
Gattaca muestra algunos de los rasgos comunes a todas las distopías. En especial la frialdad reinante en el tipo de sociedad mostrada. La perfección no requiere adornos para mejorarla o hacerla más agradable. Tampoco requiere del uso del énfasis, ya que la perfección ha de ser evidente, porque sino se desmentiría a sí misma. Son sociedades en las que se han suprimido tanto las angustias como las esperanzas al haberse alcanzado todas las metas buscadas. Por eso quizás los mundos descritos por Huxley, Orwell y Niccol carecen en apariencia de sentimientos humanos. Frialdad en las formas, en el tipo de relaciones que se establecen entre los ciudadanos. También en el aspecto de los escenarios donde tienen lugar. Así, algunas de las escenas interiores, que en la narración se corresponden con las instalaciones de Gattaca, fueron filmadas en el Marin County Civic Center de San Rafael (California), obra de Frank Lloyd Wright. Un edificio de insólita distribución, con un espacio central vacío alrededor del cual rotan los descansillos distribuidores de los diferentes pisos, que dan paso a las diferentes estancias del edificio. Una idea copiada hasta la saciedad en los centros comerciales de la actualidad.
Esa frialdad y falta de atención al adorno se extiende también a la forma marcadamente "retro", al tiempo que anacrónica, con que visten los personajes: Trajes oscuros de corte anticuado, sin excesivas diferencias entre los que llevan unos y otros. Corbatas también oscuras. A veces sombrero como los que llevaría un detective salido de una novela de Dashiell Hammet. Las vestimentas dan un textura visual a la película, un carácter muy marcado a la colectividad, pero que al tiempo que impide establecer grandes diferencias entre personajes. La perfección es igual a si misma y es superfluo tratar de distinguir a unos de otros.
La perfección exige el sacrificio de las aspiraciones del individuo a las de la colectividad. La distancia entre esta última máxima y a la tiranía es de apenas unos pasos. Y cuando la tiranía queda tan cerca más pronto que tarde alguien recorrerá la senda de la ambición para ejercerla. La genética ha logrado dotar a los individuos prefabricados in vitro de todas las virtudes físicas que antes el azar de la procreación sexual procuraba de una en una. Un genetista se los explica a los padres de Vincent (Ethan Hawke) cuando tratan de tener un segundo hijo. Éste no tendrá nada que ellos no tengan. Simplemente contará con lo mejor de ambos, será la mejor versión posible de ellos mismos. El nacimiento de su hermano Anton relega a Vincent a un segundo plano del que ya no podrá salir. Muy al contrario, será cada vez más las alternativas de futuro a las que tenga que renunciar. Y no solo por que Anton sea aparentemente mejor, más alto, más listo, más sano, sino porque nadie querrá invertir tiempo o dinero en él para educarlo, prepararlo para un cometido o contratarlo existiendo alternativas mejores y siendo su esperanza de vida tan exigua. Nada más nacer una de las enfermeras que asiste al parto le extrae una gota de sangre para poder determinar su genoma, y en él está escrito que su esperanza de vida no supera los 30 años.
Pero Vincent no acepta las reglas del sistema. Tiene un sueño, viajar al espacio, y cree tener aptitudes para llevarlo a cabo. Cree que un destino que merece. Suple la falta de talento por el disciplina y el tesón. Un día se marcha de casa, donde solo es un discapacitado, y emprende un futuro en solitario. Todo eso lo vamos sabiendo a medida que avanza la película por la narración en off de Vincent, lo que creo que es un acierto de guión. Nos acerca al personaje, a su modo de sentir, a lo que realmente es relevante, el modo en que funciona su corazón. El que la genética dice que dejará de latir casi con toda probabilidad cuando cumpla 30 años, pero que le dota de un coraje y templanza. La carencia convertida en virtud. La tara física que es suplida por un modo de sentir pleno, sin reservas. Vincent obtiene la motivación para abandonar la casa paterna tras vencer a su hermano por primera vez en un reto recurrente que tienen desde niños. Ambos nadan mar adentro, alejándose de la orilla hasta que el primero de ellos renuncia a seguir avanzando. Siempre es él quien lo hace, vencido por el miedo al saberse físicamente inferior, menos capaz. Pero un día, la víspera de su marcha, algo inesperado ocurre, el obtiene fuerzas de una reserva interior que nunca había sospechado que albergara. La carrera se prologa más que otras veces, la distancia que recorren es sustancialmente más larga. Avanzan sin que ninguno flaquee hasta que su hermano sufre un calambre y el fuerte debe ser socorrido por el débil para no ahogarse.
Años después vemos a Vincent, ahora convertido en Eugene, vivir la vida prestada de alguien que vio su carrera hacia el éxito truncada. Obtiene un trabajo en Gattaca, la central desde donde se planean los viajes a los planetas del Sistema Solar y desde donde despegan todas las naves. El pone su fuerza de espíritu, Eugene (Jude Law), el genoma que le permite hacerse pasar por un hijo de la genética y no de Dios. Toda la historia girará en torno a su necesidad de alargar el engaño unos pocos días más, después de haberlo llevado a cabo con éxito durante años. Necesita esos pocos días por que al término de ellos podrá despegar en una nave rumbo a Titán, una de las lunas de Saturno. Tiene pasaje en la misma como navegante. Ha adquirido un prestigio en Gattaca que ahora se ve amenazado por un homicidio ocurrido dentro de la empresa. Sometido de forma rutinaria a controles genéticos a través de la sangre y la orina, el cerco en torno a él se va estrechando poco a poco. De forma milagrosa ha podido esquivar algunos de ellos, siempre efectuados por el Dr. Lamar, que a menudo le comenta mientras los efectúa: "¿Le he hablado alguna vez de mi hijo? ¿Sabe?, le admira mucho. Recuérdeme que algún día lo haga". La orina que somete a la máquina es de Eugene. También la sangre que almacena en la yema de los dedos en una bolsa hábilmente disimulada. Cada vez que accede a Gattaca debe someterse a un control, que realiza de forma automática el torno de acceso. También debe pasar controles de forma periódica y aleatoria en el laboratorio del Doctor Lamar. Estos últimos son los más difíciles de sortear. Uno en que le debe ser sustraída sangre directamente de la vena del brazo da lugar a uno de los momentos de mayor tensión de la película.
Gattaca - Escena - "Nada para la vuelta"
También el silencio cómplice de su hermano. Que regresa a la historia encarnando al detective encargado de la investigación del asesinato ocurrido en Gattaca. Sabe que su hermano no es un asesino. Pero si un impostor. Cuando ya no les es posible fingir que no se han reconocido el uno al otro discuten de forma acalorada. Anton le echa encara su mentira. El le replica desmintiendo que haya tal. El merece estar en Gattaca por sus aptitudes, por su esfuerzo. Ha suplido la desventaja de partida, de nacimiento, con trabajo, con espíritu de superación. Le recuerda como le venció la última vez que se retaron. Su hermano duda de la validez de aquel último desenlace. Vincent está tranquilo porque ya sabe cual es su propia valía. "No importa, pero te lo volveré a demostrar". Y una vez más le vence en su carrera mar adentro. La explicación de su seguridad antes de empezar la carrera estremece: "¿Sabes por qué te vencí?¿Sabes cual es mi secreto? Que nunca me reservé nada para la vuelta". Al escucharle uno no puede dejar de pensar que quizás ese sea no solo el secreto de Vincent, sino la fórmula para vivir la vida de una forma plena.
Gattaca - Tema de la banda sonora: "The Departure" - Michael Nyman
Pero antes del final aun nos espera una última sorpresa. Una variable que parecía haber sido eliminada de la ecuación adquiere un valor distinto de cero. Antes de acceder a su vuelo interplanetario debe someterse a un último control. Pero esta vez no lleva consigo muestras de orina de Eugene, así que debe aportar la suya. Mientras procede a llenar el fresco, sabiendo que está a punto de ser descubierto, justo a instantes solo de embarcar en la nave, le dice al Doctor Lamar: "Quiero que recuerdes que fui tan bueno como cualquiera y mejor que la mayoría". Y mientras el Doctor Lamar vierte unas gotas de orina en la máquina que efectúa los análisis insiste una vez más en su tema recurrente: "¿Nunca te he hablado de mi hijo? Es un gran admirador tuyo. Le hubiera gustado entrar en Gattaca. Desgraciadamente mi hijo no es todo lo que nos prometieron. Pero, claro, quien sabe todo lo que podría hacer. ¿No?". Esta última pregunta, que parece retórica, en realidad es una pregunta que le lanza mirándole a los ojos con una sonrisa cargada de ironía. Y cuando la máquina revela la identidad real de Vincent como un no-válido, un "hijo de Dios", añade: "Toma nota. Los diestros no se la sujetan con la izquierda". Siempre ha sido consciente de su engaño. Le lleva ayudando sin que el lo sepa durante años. Su motivo es por supuesto la esperanza de un padre que se hace factible viendo a Vincent, pero también una variable cuyo valor ha parecido ser cero durante toda la historia, pero que ahora sabemos, en los últimos minutos de la narración, que ha adquirido un valor muy próximo a su máximo. Es la solidaridad humana. Tal vez en manos de los hombres tampoco estemos tan desvalidos y solos como pudiera parecer.
Gattaca - Escena final
Vincent (mientras la nave despega): "Para ser alguien que nunca estuvo hecho a la medida de este mundo, debo confesar que me está resultando difícil abandonarlo. Claro que dicen que cada átomo de nuestro cuerpo formó parte una vez de una estrella. Quizás no me esté marchando. Quizás esté yendo a casa".
sábado, 16 de julio de 2011
Cine y TV (32) / Lone Star - John Sayles - 1996
Lone Star - Banda Sonora - Mason Daring - Paper Trail
Lone Star - John Sayles - 1996
¿Qué es lo que deja huella del pasado cuando llega el tiempo de empezar a hacer balance de lo que hemos sido y vivido? Para el Sheriff Sam Deeds es el amor de su vida, la chica de la que se enamoró en el instituto cuando apenas contaba 14 años. Amor que se vió truncado por la intolerancia de su padre, que no quería verlo emparejado con una mejicana. El peso del pasado solo lo alivia el olvido. Pero la desmemoria es peligrosa, porque pocos son los que tienen el don de hacerla selectiva. Para Sam Deeds una vida truncada nada más iniciarse, la suya, solo tiene sentido por la costancia de ese amor, que ha perdurado en el tiempo y le ha devuelto a casa. Pero como si fuera un naúfrago en un viaje truncado por la tormenta. Solo, exhausato, sin ningún equipaje.
Cuando al fin se deciden a hablarse el uno a otro, sin esconderse ni esquivarse, ella le pregunta cuanto tiempo lleva en el pueblo. A lo que él responde que dos años. Ella insiste en esa línea de interrogatorio e indaga acerca del motivo de su vuelta. "Porque tu vives aquí", es lo que él le dice. Una respuesta simple, contudente tal vez, pero que no puede sorprenderla. Y, sin embargo, en la escena del film el personaje parece quedarse sin aire por el peso de la revelación. Son 23 años viviendo en el limbo, desterrados de la felicidad, resignados al paso de los años. Los dos últimos esquivándose el uno al otro en un pueblo donde todos se conocen y que puede recorrerse de punta a punta con una simple caminata. La brecha del tiempo parece amplia. Lo suficientemente ancha como para que pueda escapar cualquier esperanza que pudiera albergarse. Si es que alguna vez la hubo después de que les obligaran a separarse siendo solo dos adolescentes. Pero la narración no se rinde y busca la forma de cerrar las heridas. De eso trata Lone Star, de las heridas del tiempo en las personas y las comunidades. También de la posibilidad de que cicatricen.
Creo que uno de los mayores aciertos de la película es la elección de los actores. Matthew McConaughey encarna al Sheriff Buddy Deeds, el padre de Sam. Un papel que pudiera parecer demasiado corto para el caché del actor, con apariciones esporádicas en cortos flashback que tal vez podría haber realizado otro actor menos exigente en cuanto a su salario. Pero el peso del personaje es demoledor en la trama y la elección de este actor está plenamente justificada, aunque pueda parecer que eclipsa totalmente la labor de Chris Cooper, que da vida a su hijo. En cierto modo ese es el objetivo, contraponer el brillo del padre, leyenda dorada en la memoria del pueblo, con la opacidad del hijo, un personaje retratado en grisalla, que no parece tener relieve. Aunque acabaremos descubriendo que se trata de un hueco grabado, por que las líneas que definen sus rasgos psicológicos se hunden en el silencio. Pero tras la fachada, en el subsuelo, se esconde un personaje de una pieza, quizás el más interesante de cuantos.
"No le llega a la suela de los zapatos", dirá un personaje de Sam, sin darse cuenta de que este está detrás de él escuchando. Ha irrumpido de forma sigilosa en el local donde se reúnen tres de los hombres más importantes del pueblo. Pero no moverá siquiera un músculo de la cara al escuchar este juicio sobre él, no perderá la calma. La sombra de su padre, pesada como si fuera de granito, casi la lápida de su tumba en vida, es tan solo otro elemento del pasado del que no puede desprenderse, aunque acabó por templar su carácter. La labor del actor es soberbia, y poco a poco, a medida que avance la historia, al menos aquellos que juzgamos nuestra vida tal vez gris y decepcionante, sabremos identificarnos con él, con su resignación espartana, con su código ético, que no pregona y exhibe las virtudes de sus decisiones, como sin duda haría su "viejo", Buddy Deeds, el hombre que lo cambio todo. Pero su código es plenamente efectivo y ético. Y esto es importante, saber que Sam Deeds actúa siguiendo el dictado de su conciencia, porque al final de la película habremos de enfrentarnos a su decisión respecto a un asunto difícil y espinoso.
En medio del marasmo de un pueblo cercano a la frontera mejicana, Río County, un hallazgo fortuito abre la puerta al pasado. De forma accidental es desenterrado un cadáver en el campo de tiro de la cercana base militar. El cráneo deformado clavado en la tierra obliga a la boca, que aun conserva sus dientes, a esbozar una sonrisa imposible, exagerada, una mueca de regocijo. Es como una burla que el pasado esbozara al presente. Nada más acudir al lugar del hallazgo, Sam sabe que el pasado lo va a trastocar todo. Son 40 años de historia los que yacen en aquel descampado. Un tiempo mal enterrado, que no ha podido ser olvidado con eficiencia, y que ahora aflora a la superficie, al presente. Hay una estrella de sheriff junto al esqueleto sonriente.
Pero nadie parece querer hacerse cargo de ese pasado. Su enlace con el Departamento de Los Rangers le indica en una reunión cual parece ser según todos los indicios la identidad del cadáver. Se trata del Sheriff Charlie Wade, quien precedió en el cargo a Buddy. Y todo parece indicar que su asesinó fue este último. Aunque esto último nadie lo menciona de forma abierta. Sospechas que en la mente de Sam se convierten en evidencias. El cree ser el único que conoció realmente el carácter de su padre, al que todos tienen por un santo y un héroe. Llegó a Río County tras la Guerra de Korea, con un cargamento de medallas en el petate, y se hizo con el puesto de ayudante del Sheriff. Pronto chocó, por su carácter, por su tendencia a imponer su propia moral a los demás, con Charlie Wade, un hombre sin escrúpulos, cruel y sin principios, que hizo del asesinato, amparado por la estrella de Sheriff, una forma de disfrutar de la vida.
Alguien le dice a Sam en sus pesquisas que su padre eligió servir a la Ley del mismo modo que podría haber acabado combatiéndola tras licenciarse del ejército. Por eso para Sam el duelo entre su "viejo" y Wade tiene otro significado diferente al que le dan los demás, que lo ven como un pulso entre el Bien y el Mal. Así, en mayúsculas, porque la de Buddy es una leyenda grande, que sobrevive a todos esos detalles que aquellos que son interrogados por Sam prefieren no mencionar en voz alta. Ese mismo personaje le revela que su padre tuvo una segunda mujer, con la que sostuvo una relación de pareja al tiempo que lo hacía con su madre. "¿Quien era?", le pregunta Sam. "A mi edad para poder memorizar un nombre nuevo he de olvidar uno antiguo", le responde. Y es que el pasado yace en la memoria tal como lo hace en cadáver de Wade en el campo de tiro, mal enterrado, propicio para ser descubierto por accidente por una memoria que prefiere fingir que ya no sabe, que trata de olvidar para poder seguir encajando en el presente.
Nada más ver a Pilar Peña en el patio del instituto, Sam supo que era la mujer de su vida. Ella sintió lo mismo, que había accedido al amor. Y si aquella decisión podría parecernos incongruente, arriesgada e insensata, sin base alguna en dos chicos de apenas 14 años, después del correr del tiempo, 23 años después, ha resultado ser el único acierto en la vida de esos dos personajes. Porque la mente no solo opera en el pasado. También lo hace en el futuro. Y a veces su precisión es la del cirujano. Fueron forzados a separarse. Una noche en el autocine, en plena sesión, el gran Buddy apareció linterna en mano para buscar entre los vehículos ocultos entre las sombras a su hijo. Los cláxones de los coches de los asistentes a la película sonando como protesta por el escándalo montado, es un recuerdo que Sam tiene aun vivo en la memoria cuando acude al autocine abandonado 23 años después. En una maravillosa elipsis, una más de las que ofrece la película, no solo bien escrita sino virtuosamente montada, vemos a Sam meditando sobre aquel momento, cuando era arrastrado fuera del cine por su padre, agarrado por el cuello y tironeado por la camisa para que no aflojara el paso. Después de aquello, ante la imposibilidad de consumar su amor, Sam huyó del pueblo. Se casó con la hija de un hacendado tejano. Una breve escena de la película nos da algunos indicios de lo que debió ser aquel matrimonio sin hijos con aquella mujer, a duras penas centrada en la realidad. Nada de aquello pesa ya sobre Sam cuando regresa a Río County. Aunque tal vez le haya moldeado el carácter. De la rebeldía, plasmada en aquella huida de la casa paterna, ha pasado a una resignación calmada, que todo lo comprende y lo tolera.
La vida no se ha portado mucho mejor con Pilar (Elizabeth Peña). Aun es una mujer muy hermosa, de rasgos mejicanos, aunque no acusados. Enviudó de un hombre al que no quería, aunque le dió dos hijos. Una niña, ahora casi mujer, que la evalúa y la suspende, según ella misma confiesa. Y un chico siempre metido en problemas. Uno de ellos, que da con él en la cárcel, ofrece una oportunidad para el reencuentro. Pilar acude a Sam, que no en balde es el Sheriff, para que le saque de la celda. A partir de ahí los encuentros pasan de ser fortuitos a ser buscados, culminando con la escena en que consuman su amor. No sabemos si lo hicieron cuando eran críos, aunque sospechamos que no. "Vaya", dice ella sorprendida mientras se incorpora a medias en la cama, sudorosa tras el primer asalto. "Vaya", ratifica él. Puede que sea la primera vez en sus vidas en que disfrutan del sexo plenamente. Ella le pregunta: "Y ahora que hacemos". Aquello exige tomar decisiones. "Espero que más", responde él mientras ríe de forma contenida y le contagia a ella su risa. Y mientras le vemos sonreir caemos en la cuenta de que es la primera vez que se lo vemos hacer en toda la película. Tal vez también a ella. Es una herida del tiempo a cuya cicatrización asistimos.
Pero quedan otras. Tres personas fueron testigos de la muerte de Wade y una ha de ser su asesino. La presencia de Buddy Deeds es segura. También su culpabilidad en mayor o menor grado. Los otros dos son Otis Payne (Ron Canada), quien regenta el único bar para negros del pueblo, y Hollis Pogue (Clifton James), también ayudante de Wade en aquel entonces. Hollis venera la memoria de Buddy Deeds y mantiene una pelea sorda con su hijo durante toda la narración, reprochándole, aunque sin cargar las tintas, el juicio severísimo que aquel realiza de su padre. Tuvo que asistir en primera fila a la pasión homicida de su jefe, sin atreverse a revelarse, aunque lo desaprobara. Fue cómplice impotente del asesinato del padre de Pílar tras ser sorprendido trasladando ilegales en una camioneta a través de la frontera. En realidad no es el código ético de Buddy lo que venera, que sabemos todos que contiene puntos más que discutibles, sino su capacidad para actuar conforme a él. El viejo Buddy nunca dejó de hacer algo que creyera justo fueran cuales fuesen las consecuencias. Para Sam la lectura es otra. En el acto para inaugurar una estatua en honor a su padre, para honrar su recuerdo, es invitado por Hollis a decir unas palabras. El corto discurso que realiza, no exento de ironía, es demoledor: "Todos conocísteis a Buddy como el Sherrif de Río County. En mi casa era también juez, jurado y, si era necesario, verdugo". Mira la estatua y añade: "Cuando era un crío pensaba que en ningún lugar podía escapar de la mirada de mi viejo. Ahora estoy seguro". Los asistentes ríen y la tensión se alivia. Luego agradece el homenaje y hace saber que su padre estaría orgulloso.
Otis las tuvo tiesas con Wade. Cuando era joven era orgulloso y no quería someterse a la pequeña tiranía del sátrapa del condado. Abandonó a su mujer y a su hijo. Ahora el tiempo ha obrado su ánimo, y al igual que Sam su juicio sobre las cosas se ha vuelto desapasionado. En lo que tiene que decir sobre su opinión de las cosas abundan más los silencios que las frases rotundas. También veremos como él hace cicatrizar las heridas del tiempo, reconciliarse con su hijo, que ha crecido sin su ayuda. Encontró en Buddy Deeds un aliado de circunstancias. Y nada conocerlo tuvo que confiar en él y le debió su vida. Pero es que el "viejo" de Sam era un hombre del que se rompió el molde cuando nació.
Cuando Sam averigua la verdad de lo sucedido de labios de Otis y Hollis decide enterrarla junto al esqueleto de Wade, decide olvidar la mueca del pasado, cicatrizar también esa herida. Porque además esa verdad le conduce a otra aun más relevante. El asesinato de Wade vengó el del padre de Pilar. Lo que el pensará un desfalco de su padre se convierte en ayuda económica a la viuda. El "viajo" tuvo un romance con ella. La mujer que ama es su hermana. Su padre y la madre de ella no quisieron separarlos por prejuicios raciales sino por otros más hondos. Ahora le toca a él ser juez, jurado y verdugo. Y acomete esta última tarea en la última escena, en la que Pilar y Sam deciden con entereza no someterse, luchar contra los prejuicios que van en contra de su felicidad. Esta vez los suyos.
Lone Star es una maravillosa película que optó al Oscar al mejor guión original, que podría haber recibido perfectamente. La obra maestra de John Sayles. Sobria en su puesta en escena. En la forma de narrar hay un pellizco de melancolía, que es el paso que deja el paso de los años, cuando se seca en contenido del vaso, lo hayas apurado o no hasta el fondo. Y el último sorbo es la imagen de Sam y Pilar con las manos entrelazadas, cuando ella manda al carajo todo y aboga por olvidar el Álamo, las batallas libradas en el pasado.
miércoles, 13 de julio de 2011
Invasiones del blog de @GirlfLebanon
Invasiones del blog de @GirlfLebanon
No lo soy... (1 de julio de 2011)
De alguna manera hay que canalizar todo esto...yo no se si es odio hacia mi misma, o hacia el mundo, o hacia que...pero hay momentos del dia que siento que voy a explotar...noto la cabeza completamente embotada, no puedo pensar...solo quiero llorar, y gritar...me arde la garganta de aguantarme...me precipito, me preocupo, me sofoco, me arrepiento, me consuelo, y vuelvo a empezar...asi todos los dias...yo que se que cojones me pasa...que no soy feliz, eso me pasa...
Que suerte tenéis las mujeres de poder somatizar y expresar físicamente vuestras tristezas y frustraciones. Llorar, berrear incluso. No digo tú sino alguna amiga mía. Desesperarse, enloquecer, perder la voz, embotarse la cabeza, amargarle la vida a la persona más próxima. Yo solo soy capaz de llorar viendo películas o escuchando música pop depresiva. Si el asunto que moviliza la compasión soy yo me es imposible, y puedo asegurar que soy tan lamentable como el que más. Y estaría bien, porque nada tan tierno, nada escarba tan abajo en nuestros sentimientos como una mujer triste y quejicosa. Algunas hasta sois adorables en ese estado. Como un pájaro con el ala rota. Que ternura, ¿no?. La cobijas, le das un tiempo de tranquilidad para que el cartílago sane, y la dejas volar... a los brazos de otro. Un quebrador de alas marca ACME, claro está. Que no daría por saber escenificar tan bien mis malos momentos. Durante ellos no soy más que un coñazo, sin capacidad de inspirar nada. ¿Que crees que te odias a ti misma? Ven aquí a que te bese la frente y ya verás como se pasa todo ese sufrimiento rápido. Es que estáis más adorables deprimidas.
Deseos mundanos... (8 de julio de 2011)
Quiero tener la misma sensación térmica que el común de los mortales...un telefono al que le dure la batería mas de 24 horas a pesar de estar pegada a él...que no se me vuelva a romper ningún zapato...encontrar toda mi lista de rebajas a mas del 50%...deshacer mi invisibilidad..........eso no es mundano, es un superpoder, pero como se que nada de lo anterior se va a cumplir...
Me acuerdo de aquella película en broma sobre super-héroes absurdos, en el que el más grotesco del grupo era el hombre capaz de hacerse invisible cuando nadie le veía. El personaje sufre durante toda la película, porque nadie le cree, pero al final sus poderes pueden ser puestos a prueba, evidenciarse como auténticos y salvar una situación complicada. Supongo que eso es lo que te pasa, que te sientes invisible porque nadie te ve. Aunque tu no aprecies ese don. A mi me gustaba lo contrario cuando rondaba los 20, ser invisible, y en parte lo lograba. Pasar desapercibido, que nadie se de cuenta de que respiro en este rincón que soy yo y mis circunstancias. Pero lo cierto es que no eres invisible. Yo me di cuenta de que existías. Ahí tienes una prueba. En cuanto a la batería del móvil, usa uno sin cachivaches. Al mío le dura 3-4 días por que solo sirve para msn y llamadas. Sobre las rebajas no tengo opinión.
La princesa y el enano... (12 de julio de 2011)
Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos….. Pero la princesa se aburría. Entonces, apareció un enano, un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire. El enano fue todo un acontecimiento.
Bravo, Bravo, decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír, y el enano,contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido. “Sigue saltando, por favor” dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos…..
Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla, convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. “Ella no es feliz aquí” pensaba el enano. “Yo la cuidaré y la haré reír siempre”. El enano recorrió el palacio, buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes. El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.
“Ah estas aquí, qué bien, baila otra vez para mí, por favor”. Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso. “Ya no bailará más para vos, princesa” le dijo. “¿Por qué?” preguntó la princesa. “Porque se le ha roto el corazón”. Y la princesa contestó: “De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón”.
Oscar Wilde...
Es doloreme el corazón, y oir la voz de Fele Martínez narrándolo...
No se me ha escapado la secuencia de los acontecimientos. Te duele el corazón y te acuerdas del cuento, no al reves. El dolor precede a la narración. Tal vez la lluvia insistente de hoy, que ha terminado por calarte entera, te haya puesto melancólica. El corazón duele cuando nos sentimos mal valorados, ante una grave pérdida, o cuando hacemos balance de lo que somos y nos parece bien poco, que es lo que le pasa al infeliz enano. No se si hay más clases de dolor, creo que no, aparte del físico. Y, claro está, el dolor supremo lo causa el amor, que contiene y mezcla a los tres mencionados.
Mi única conquista se la debo a Wilde. Le conté a la persona que más quería el cuento del Príncipe Feliz, durante todo un día lectivo en mi escuela. Fue una narración prolija en la que a lo mejor añadí pasajes a la historia, y que finalizó durante una clase de identificación de gramíneas, entre brizas y colas de zorro, avenas y trigos. Siempre se me dió bien mantener la vibración lírica, y ese cuento de Wilde se presta a ello. Inicie la historia con aspiraciones y la acabé con casi certezas. Por eso no voy a cargar contra este otro relato que reconozco no es muy de mi agrado. La fealdad puede resultar intolerablemente desagradable y uno tratar de evitarla, pero reirse de quien sufre es un acto peor que mezquino, es una muestra de una total falta de empatía. Rasgo que nos diferencia de los animales. Aunque otros crean que es la inteligencia. Muy español lo de reirse de las desgracias de los demás, de sus miserias. Antes era algo que trataba de controlarse. Últimamente se fomenta y santifica. Los frikis de la televisión son una buena muestra de ello.
Habrá quien lo ponga en duda, pero es cierto, los reyes españoles que tenían enanos y bufones en su séquito los consideraban parte de la familia y les tenían auténtico cariño. Quizás un cariño degradado, como el que se tiene a una mascota, pero sincero y tierno. Felipe II camino de Lisboa, acompañando al ejército de Duque de Alba que le va a procurar la corona de Portugal, tiene como máxima preocupación durante esos días la salud de su enana Magdalena Ruiz, que ha llevado consigo por el mucho aprecio que la tiene, que le hace tenerla siempre cerca, pero que ha enfermado durante la campaña militar y el personalmente cuida. Así se lo hace saber a sus hijas en las cartas que las escribe. Cuando Velázquez pinta el mal denominado cuadro de Las Meninas, lo que hace es retratar la familia de Felipe IV, e incluye por ello tanto a Mari Bárbola como a Nicolasillo Pertusato. A la princesa del cuento de Wilde no se que le pasa, pero afirmo que jamás habría podido pertenecer a la dinastía de Los Austrias.
Estás triste quizás y te digo que existe la compasión. A veces cerca de quien debe ser compadecido. Este sentimiento está mal visto. Ser compadecido parece invalidar cualquier motivo que uno pueda aducir para sentirse orgulloso. Yo discrepo. La compasión nace de la empatía, que es lo que nos hace ocupar la cúspide de la pirámide biológica. Ojalá mañana no te llueva, o resbale la lluvia por tu chubasquero sin mojarte. Ojalá al final del día lo sucedido durante él te inspire otro cuento. Que la alegría preceda al momento en que nos lo relates. Ah, aquella chica también tenía gafas, como tu alter-ego, aunque prefería las sequoias gigantes a los cedros.
Remontando... (20 de julio de 2011)
La increible sensanción del sol sobre la piel...sumergirme en agua hasta quedarme sin aire...los pies descalzos caminando sobre el verde...sobre la arena...el olor a trigo recien cosechado entrando por las fosas nasales...la lluvia en la cara...el calor del fuego en las manos...que me den besos que pinchan...sus voces...utiliza la imaginación...empezando a remontar...
Escucha esta. Quería contársela a alguien, y quien mejor que tú, donde mejor que en tu blog. Y esta historia es pertinente con el post, lo prometo. Sensaciones sonoras. Va de eso. Fue el otro día, en La Carballeda, en Orense, en mi viaje de trabajo. Debo caminar una cierta distancia por un paraje deshabitado y para llegar a mi objetivo tengo que atravesar una zona de matorral. Alto, más de metro y medio de talla media sin duda. Denso. A veces agobiante. Gracias a Dios apenas hay especies punzantes. Algún tojo aquí y allá, pero son fáciles de identificar, a pesar de que ya perdieron su flor de color amarillo limón. El resto son helechos, que me indican las rutas por las que puedo avanzar más rápido. Brezos de flores con colores ferresos, como si sus diminutos ramas estuvieran fueran de metal y estuvieran ramillos florales se hubieran oxidado. Y retamas. No se que variedad. Hay bastantes especies. Pero no importa. Son altas. Las puntas de las ramas llegan a la altura de mi cabeza, de mi rostro, e incluso la superan. Es importante este dato porque cuanto atravieso las zonas del matorral donde abundan las retamas escucho algo insóliito. Son decenas de pequeños crujidos cada segundo. No sabría describirlo. Quizás como el ruido que haría una pipa de melón seca si estuviera vacía y la aplastaras con la yema del dedo. Un cri bajito pero perfectamente audible. En lo primero que pienso es en insectos. Tengo grabada en la memoria la narración de un profesor universitario, en la que nos explicaba como en los eucaliptares infestados por Phoracantha semipunctata, un escarabajo que cuando es oruga se come vivo al árbol, podía oirse perfectamente el ruido de la plaga machacando el bosque. Es algo así, pero con crujidos más diminutos, menos terroríficos, casi amistosos. Me acerco a las retamas a ver si identifico a los causantes de ese casi silencio atronador y no veo nada. Pero me fijo en que las retamas echaron fruto hace tiempo. Unas pequeñas legumbres ya maduras, precísamente del tamaño de una pipa de melón, y que muchas de ellas muestran hendiduras por las que la planta ha soltado la semilla. Sigo avanzando hasta una línea de tren que debo atravesar. Lo hago en del otro lado de vía hay más matorral. Allí también escucho los crujidos. Es a la vuelta cuando lanzo la tesis que más me convence: se trata del ruido de las legumbres al quebrarse, de las vainas al abrirse. Si, estoy casi convencido. Ruido que propala la vida, ya que al producirse la simiente cae al suelo. Lejos ya de preocuparme comienzo a apareciarlo. Nunca había escuchado nada así. Constamente la vida te sorprende. Tan difícil explicarlo. El mundo está hecho para que lo procesen los sentidos y el sentimiento nos lo explique. El olor de las cosas, su textura. Incluso su sonido. La voz de las retamas. Quien sabe si el de las hadas que pueblan aquellos parajes remotos. Yo también remonto. Algo nuevo. Algo que no sabía. Un regalo.
Tweet del 28 de julio de 2011: Encontrar la palabra exacta dos días después. La retama crepitaba a mi paso. Hay cosas que no tienen explicación, solo puedes vivirlas
No lo soy... (1 de julio de 2011)
De alguna manera hay que canalizar todo esto...yo no se si es odio hacia mi misma, o hacia el mundo, o hacia que...pero hay momentos del dia que siento que voy a explotar...noto la cabeza completamente embotada, no puedo pensar...solo quiero llorar, y gritar...me arde la garganta de aguantarme...me precipito, me preocupo, me sofoco, me arrepiento, me consuelo, y vuelvo a empezar...asi todos los dias...yo que se que cojones me pasa...que no soy feliz, eso me pasa...
Que suerte tenéis las mujeres de poder somatizar y expresar físicamente vuestras tristezas y frustraciones. Llorar, berrear incluso. No digo tú sino alguna amiga mía. Desesperarse, enloquecer, perder la voz, embotarse la cabeza, amargarle la vida a la persona más próxima. Yo solo soy capaz de llorar viendo películas o escuchando música pop depresiva. Si el asunto que moviliza la compasión soy yo me es imposible, y puedo asegurar que soy tan lamentable como el que más. Y estaría bien, porque nada tan tierno, nada escarba tan abajo en nuestros sentimientos como una mujer triste y quejicosa. Algunas hasta sois adorables en ese estado. Como un pájaro con el ala rota. Que ternura, ¿no?. La cobijas, le das un tiempo de tranquilidad para que el cartílago sane, y la dejas volar... a los brazos de otro. Un quebrador de alas marca ACME, claro está. Que no daría por saber escenificar tan bien mis malos momentos. Durante ellos no soy más que un coñazo, sin capacidad de inspirar nada. ¿Que crees que te odias a ti misma? Ven aquí a que te bese la frente y ya verás como se pasa todo ese sufrimiento rápido. Es que estáis más adorables deprimidas.
Deseos mundanos... (8 de julio de 2011)
Quiero tener la misma sensación térmica que el común de los mortales...un telefono al que le dure la batería mas de 24 horas a pesar de estar pegada a él...que no se me vuelva a romper ningún zapato...encontrar toda mi lista de rebajas a mas del 50%...deshacer mi invisibilidad..........eso no es mundano, es un superpoder, pero como se que nada de lo anterior se va a cumplir...
Me acuerdo de aquella película en broma sobre super-héroes absurdos, en el que el más grotesco del grupo era el hombre capaz de hacerse invisible cuando nadie le veía. El personaje sufre durante toda la película, porque nadie le cree, pero al final sus poderes pueden ser puestos a prueba, evidenciarse como auténticos y salvar una situación complicada. Supongo que eso es lo que te pasa, que te sientes invisible porque nadie te ve. Aunque tu no aprecies ese don. A mi me gustaba lo contrario cuando rondaba los 20, ser invisible, y en parte lo lograba. Pasar desapercibido, que nadie se de cuenta de que respiro en este rincón que soy yo y mis circunstancias. Pero lo cierto es que no eres invisible. Yo me di cuenta de que existías. Ahí tienes una prueba. En cuanto a la batería del móvil, usa uno sin cachivaches. Al mío le dura 3-4 días por que solo sirve para msn y llamadas. Sobre las rebajas no tengo opinión.
La princesa y el enano... (12 de julio de 2011)
Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos….. Pero la princesa se aburría. Entonces, apareció un enano, un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire. El enano fue todo un acontecimiento.
Bravo, Bravo, decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír, y el enano,contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido. “Sigue saltando, por favor” dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos…..
Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla, convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. “Ella no es feliz aquí” pensaba el enano. “Yo la cuidaré y la haré reír siempre”. El enano recorrió el palacio, buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes. El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.
“Ah estas aquí, qué bien, baila otra vez para mí, por favor”. Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso. “Ya no bailará más para vos, princesa” le dijo. “¿Por qué?” preguntó la princesa. “Porque se le ha roto el corazón”. Y la princesa contestó: “De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón”.
Oscar Wilde...
Es doloreme el corazón, y oir la voz de Fele Martínez narrándolo...
No se me ha escapado la secuencia de los acontecimientos. Te duele el corazón y te acuerdas del cuento, no al reves. El dolor precede a la narración. Tal vez la lluvia insistente de hoy, que ha terminado por calarte entera, te haya puesto melancólica. El corazón duele cuando nos sentimos mal valorados, ante una grave pérdida, o cuando hacemos balance de lo que somos y nos parece bien poco, que es lo que le pasa al infeliz enano. No se si hay más clases de dolor, creo que no, aparte del físico. Y, claro está, el dolor supremo lo causa el amor, que contiene y mezcla a los tres mencionados.
Mi única conquista se la debo a Wilde. Le conté a la persona que más quería el cuento del Príncipe Feliz, durante todo un día lectivo en mi escuela. Fue una narración prolija en la que a lo mejor añadí pasajes a la historia, y que finalizó durante una clase de identificación de gramíneas, entre brizas y colas de zorro, avenas y trigos. Siempre se me dió bien mantener la vibración lírica, y ese cuento de Wilde se presta a ello. Inicie la historia con aspiraciones y la acabé con casi certezas. Por eso no voy a cargar contra este otro relato que reconozco no es muy de mi agrado. La fealdad puede resultar intolerablemente desagradable y uno tratar de evitarla, pero reirse de quien sufre es un acto peor que mezquino, es una muestra de una total falta de empatía. Rasgo que nos diferencia de los animales. Aunque otros crean que es la inteligencia. Muy español lo de reirse de las desgracias de los demás, de sus miserias. Antes era algo que trataba de controlarse. Últimamente se fomenta y santifica. Los frikis de la televisión son una buena muestra de ello.
Habrá quien lo ponga en duda, pero es cierto, los reyes españoles que tenían enanos y bufones en su séquito los consideraban parte de la familia y les tenían auténtico cariño. Quizás un cariño degradado, como el que se tiene a una mascota, pero sincero y tierno. Felipe II camino de Lisboa, acompañando al ejército de Duque de Alba que le va a procurar la corona de Portugal, tiene como máxima preocupación durante esos días la salud de su enana Magdalena Ruiz, que ha llevado consigo por el mucho aprecio que la tiene, que le hace tenerla siempre cerca, pero que ha enfermado durante la campaña militar y el personalmente cuida. Así se lo hace saber a sus hijas en las cartas que las escribe. Cuando Velázquez pinta el mal denominado cuadro de Las Meninas, lo que hace es retratar la familia de Felipe IV, e incluye por ello tanto a Mari Bárbola como a Nicolasillo Pertusato. A la princesa del cuento de Wilde no se que le pasa, pero afirmo que jamás habría podido pertenecer a la dinastía de Los Austrias.
Estás triste quizás y te digo que existe la compasión. A veces cerca de quien debe ser compadecido. Este sentimiento está mal visto. Ser compadecido parece invalidar cualquier motivo que uno pueda aducir para sentirse orgulloso. Yo discrepo. La compasión nace de la empatía, que es lo que nos hace ocupar la cúspide de la pirámide biológica. Ojalá mañana no te llueva, o resbale la lluvia por tu chubasquero sin mojarte. Ojalá al final del día lo sucedido durante él te inspire otro cuento. Que la alegría preceda al momento en que nos lo relates. Ah, aquella chica también tenía gafas, como tu alter-ego, aunque prefería las sequoias gigantes a los cedros.
Remontando... (20 de julio de 2011)
La increible sensanción del sol sobre la piel...sumergirme en agua hasta quedarme sin aire...los pies descalzos caminando sobre el verde...sobre la arena...el olor a trigo recien cosechado entrando por las fosas nasales...la lluvia en la cara...el calor del fuego en las manos...que me den besos que pinchan...sus voces...utiliza la imaginación...empezando a remontar...
Escucha esta. Quería contársela a alguien, y quien mejor que tú, donde mejor que en tu blog. Y esta historia es pertinente con el post, lo prometo. Sensaciones sonoras. Va de eso. Fue el otro día, en La Carballeda, en Orense, en mi viaje de trabajo. Debo caminar una cierta distancia por un paraje deshabitado y para llegar a mi objetivo tengo que atravesar una zona de matorral. Alto, más de metro y medio de talla media sin duda. Denso. A veces agobiante. Gracias a Dios apenas hay especies punzantes. Algún tojo aquí y allá, pero son fáciles de identificar, a pesar de que ya perdieron su flor de color amarillo limón. El resto son helechos, que me indican las rutas por las que puedo avanzar más rápido. Brezos de flores con colores ferresos, como si sus diminutos ramas estuvieran fueran de metal y estuvieran ramillos florales se hubieran oxidado. Y retamas. No se que variedad. Hay bastantes especies. Pero no importa. Son altas. Las puntas de las ramas llegan a la altura de mi cabeza, de mi rostro, e incluso la superan. Es importante este dato porque cuanto atravieso las zonas del matorral donde abundan las retamas escucho algo insóliito. Son decenas de pequeños crujidos cada segundo. No sabría describirlo. Quizás como el ruido que haría una pipa de melón seca si estuviera vacía y la aplastaras con la yema del dedo. Un cri bajito pero perfectamente audible. En lo primero que pienso es en insectos. Tengo grabada en la memoria la narración de un profesor universitario, en la que nos explicaba como en los eucaliptares infestados por Phoracantha semipunctata, un escarabajo que cuando es oruga se come vivo al árbol, podía oirse perfectamente el ruido de la plaga machacando el bosque. Es algo así, pero con crujidos más diminutos, menos terroríficos, casi amistosos. Me acerco a las retamas a ver si identifico a los causantes de ese casi silencio atronador y no veo nada. Pero me fijo en que las retamas echaron fruto hace tiempo. Unas pequeñas legumbres ya maduras, precísamente del tamaño de una pipa de melón, y que muchas de ellas muestran hendiduras por las que la planta ha soltado la semilla. Sigo avanzando hasta una línea de tren que debo atravesar. Lo hago en del otro lado de vía hay más matorral. Allí también escucho los crujidos. Es a la vuelta cuando lanzo la tesis que más me convence: se trata del ruido de las legumbres al quebrarse, de las vainas al abrirse. Si, estoy casi convencido. Ruido que propala la vida, ya que al producirse la simiente cae al suelo. Lejos ya de preocuparme comienzo a apareciarlo. Nunca había escuchado nada así. Constamente la vida te sorprende. Tan difícil explicarlo. El mundo está hecho para que lo procesen los sentidos y el sentimiento nos lo explique. El olor de las cosas, su textura. Incluso su sonido. La voz de las retamas. Quien sabe si el de las hadas que pueblan aquellos parajes remotos. Yo también remonto. Algo nuevo. Algo que no sabía. Un regalo.
Tweet del 28 de julio de 2011: Encontrar la palabra exacta dos días después. La retama crepitaba a mi paso. Hay cosas que no tienen explicación, solo puedes vivirlas
lunes, 11 de julio de 2011
Cine y TV (31) / Los juncos salvajes - Les roseaux sauvages - André Téchiné - 1994
Los juncos salvajes - Les roseaux sauvages - André Téchiné (1994)
La película es una ilustración de la fábula de La Fointaine "El junco y el roble", la comparación entre lo débil pero flexible y lo fuerte pero incapaz de doblegarse ante el viento sin partirse. Lo sabemos, los árboles no avisan de su caída, siempre ocurre por sorpresa, este o no alguien presente. Un día un viento quiebra su resistencia y el árbol cae a tierra con un estruendo, desdiciendo su apariencia de fortaleza inexpugnable. La espiga, sin embargo, se mece en el viento, se deja moldear por él, nada en su corriente, dobla el espinazo como si le hiciese una reverencia y después se yergue de nueva orgullosa en su insignificancia. Ambos soportan los mismos vientos, pero con distintas responsabilidades. El árbol construye el bosque y ayuda a sostener la comunidad. El junco solo es responsable de si mismo. Quizás a ello deba su superviviencia.
Los juncos salvajes narra los últimos días de instituto de 4 chicos franceses, todos ellos enfrentados a sucesos que los empujan hacia su futuro con fuerza, pero ante los que sabrán resistir sin partirse cuando otros personajes, adultos con responsabilidades, verán quebrarse sus voluntades. La historia es un largo parántesis entre dos momentos simétricos, dos momentos de intimidad entre dos de los protagonistas, Maïté (Élodie Bouchez), la única chica del cuarteto, y François (Gaël Morel). El segundo de esos encuentros con un testigo atónito. En el primero, que abre la película tras los títulos de crédito, se apreciará la complicidad entre ambos, que hablan de temas banales, sobre una película que acaban de ver en el cine, y sobre si hay posibilidades de esquivar la asistencia a una boda a la que han sido invitados. El segundo, que casi puede decirse que cierra el film, es una muestra desesperada por parte de Maïte de la necesidad afectiva que siente por François. Llorando, besándole en todas las partes de la cara, con frenesí, le dice llorosa lo mucho que le quiere, que lo necesita. Se ha sentido sola por un momento al no verle, extraviada, y le implora que no se vuelva a separarse nunca de ella. Un testigo, Serge (Stéphane Rideau), mira asombrado, tanto por lo exagerado de la explosión de pasión como por lo que parece desdecir. Por que él y nosotros hemos sido testigos a lo largo del metraje de hechos que nos confunden, que parecen tener significados que contradicen la pasión de Maïte.
Cada uno de los cuatro personajes adolescentes tiene su viento particular que sopla sobre el para intentar doblegarle. François se enfrenta a una revelación. Acaba de descubrir su orientación sexual, su atracción física por otros chicos. Quiere a Maïte, con ella se siente seguro. Le aporta todo aquello que no procura el sexo y el roce de los juncos dentro de la corriente de agua. Alguien a quien sincerarse, ante quien ser uno mismo, sin tapujos ni fingimientos. Una cómplice al fin y al cabo. Pero nunca han tenido sexo. Y por como lo cuenta la historia no es por una cuestión de falta de atracción física, sino por que no ha habido necesidad alguna por parte de ninguno de ellos. La necesidad de sexo se le ha despertado a François al ver a otros chicos. Se siente atraído tanto por Serge como por el cuarto protagonista de la película, Henri (Frédéric Gorny), un inadaptado, procedente de la Argelia francesa. François afronta su homosexualidad como un problema. Busca consejo en el zapatero del pueblo, del que alguien le ha dicho que es de su misma condición. La forma en que le plantea sus dudas, al segundo intento, ya que la primera vez que acude a la zapatería al final el pudor le vence, es realmente sorprendente. Ante tanta responsabilidad el zapatero se ve incapaz de darle ayuda, alude dar una respuesta. Es demasiado lo que le pide, una fórmula de vida para optar a la felicidad. En la mirada del zapatero, a través de las gafas de muchos aumentos, adivinamos un roble partido, alguien que no fue capaz de soportar la presión del viento. Pero François lo hará. Su desesperación y desamparo ante impulsos que no comprende, no le impedirán optar a la felicidad, al amor de Serge. Incluso tantear sus posibilidades con Henri.
Serge es en apariencia el más seguro de los cuatro adolescente. Siempre parece tener las cosas claras, por más que contradiga sus palabras con sus actos o cambie constantemente de opinión. Aunque rechaza de plano las tentativas de François la noche en que comparten cama, acaba practicando sexo con él. Es el paradigma de la heterosexualidad, por más que le veamos constantemente en calzoncillos, las más de las veces empapados por estar usándolos como bañador, pero padece de un exceso de energía sexual que le lleva a ceder ante los tímidos avances de François. Es más, ante la lentitud del otro en esclarecer sus deseos es él quien realmente toma la iniciativa. También le oiremos en un escena completamente decidido a casarse con la viuda de su hermano y poco después rechazar esta idea de plano. Siempre convencido, aunque siempre cambiante. Tal vez su capacidad de resistir al viento sea más por saber ofrecerle su perfil, como una veleta, que por ser un junco que baile a su son. El viento que intente abatirle a él será la muerte de su hermano en la guerra, la de Argelia, en un atentado terrorista, a manos de la OAS. Pero ya el mismo día del entierro sabremos de su fortaleza. Le veremos salir en mitad del sepelio del cementerio. François le pedirá a Maïte que le siga para consolarle. Y cuando ésta lo alcance sabremos que no es tanto dolor lo que siente como indignación por el sermón del cura. "Mi hermano no era un héroe, como todos me dicen, sino un cobarde", le dirá a Maïte. Sorprende ese juicio tan duro, esa claridad con que los cuatro parecen ver las cosas, como toman partido siempre sin albergar dudas. Maïte es comunista, como su madre. Henri de derechas, su enemigo natural. Sorprende porque se nos ha olvidado como éramos entonces. Madurar no te hace más sabio. Tal vez con suerte te ayude a desvelar algunas mentiras. Pero lo que hará sobre todo es aumentar las dudas, sobre el sentido de las cosas, sobre lo que es moral o justo, sobre si el amor reside en alguna parte.
Henri es un inadaptado. Inmigrante argelino, pero de origen francés. Es decir, un perdedor de aquella guerra, un apátrida. Reniega de todo. Su forma de rebeldía, de no acatar las normas que cree que lo oprimen, es abstenerse de participar en el juego de la vida. Con 21 años, tras repetir tres veces el último curso de instituto, se enfrenta a su última oportunidad de graduarse. Aptitudes no le faltan, Una de las primeras escenas nos lo deja claro. Todos los trabajos de la clase han sido mediocres, así se lo hace saber al alumnado la madre de Maïte, su profesora de literatura. Todos salvo dos. El de François, de cuya talento nadie duda, mucho menos él mismo, sus inseguridades residen en otra parte. El otro trabajo que sobresale es el de Henri. Notamos en como se enfrenta a su profesora que el logro apenas le importa. Fue más un alarde que un intento de asumir la carrera de merecimientos constante que supone un curso escolar.
La madre de Maïte será otro de esos robles que veamos quebrarse. No podrá asumir la muerte del hermano de Serge y se derrumbará ante la noticia. Tiene razones, aunque secretas. Pero también las tiene Serge, que es de su sangre, y le veremos salir prácticamente indemne del trance. El sustituto de la profesora, ingresada durante un tiempo en un sanatorio mental, hará reaccionar Henri, hacerle participar en esa carrera de la que antes hablaba. Pero en los días postreros del curso, en vísperas casi de los exámenes finales, lo abandonará todo al escuchar en la radio el derrumbe de la OAS. Será en su paseo nocturno maleta en mano, tras escapar en el internado donde reside, cuando le veamos asumir de verdad las reglas. Tendrá un encuentro con Maïte del que surgirá el amor ante la sorpresa de ambos.
Maïte es el personaje más enigmático para mi. Parece haber renunciado al amor. Su amistad-noviazgo con François parece el refugio para esquivarlo. Ni siquiera parecerá importarle la revelación de saber que su chico es homosexual. ese dato nada supone para ella, no cambia nada. Y en la escena final tendremos claro cuanto lo necesita, donde están sus necesidades primarias. Después de hacer el amor con Henrí, después de que este esté dispuesto a asumir la partida, llevarla consigo a Marsella, quedarse en el pueblo para que puedan estar juntos, ella renunciará a él en un gesto de madurez impostada. "Debes irte", le dice. "Solo quería darte fuerzas con esto, del mismo modo que tu me las has dado a mi". Se acaba de enamorar y ya renuncia al amor aunque se sepa correspondida. Renuncia a la ternura del monstruo, del marginado, que por serlo siempre tendrá menos entre quienes repartir su cariño. Porque los únicos gestos de ternura, casi diríamos de respeto, que veremos a Henri con otros personajes de la trama serán con Maïte, durante sus dos breves encuentros. Y sin embargo ella renuncia. Y para mi es un enigma. ¿Necesidad de tragedia en su vida? No me convence. ¿Saberse demasiado frágil ante el amor? Puede ser. Tal vez ella no sortee el viento sino que lo eluda evitando echar raíces en la tierra, evitando ocupar un lugar en el que sea vulnerable. Tras ver marchar a Henri camino de la estación correrá tras François para llenar con la compañía de su amigo esa soledad que le acaba de apresar el alma con su garra.
Los juncos salvajes es una película hermosa, llena de lírica, donde los sentimientos prevalecen sobre los sucesos, donde la palabra asume un rol protagonista. Quizá los diálogos sean algo ampulosos, en especial en un grupo de adolescentes, pero siempre serán interesantes, sugerentes, a menudo sorprendentes e, incluso, emocionantes. Desde el punto de vista visual sobresale ese breve apunte del viaje en moto de Serge con François agarrado a él. Su cara de felicidad mientras sitúa su cara en la espalda del hombre que ama es casi una postal para celebrar el aniversario de cualquier pareja aun enamorada, una declaración de amor, uno de esos instantes del cine que perduran en la memoria. Y las escenas de baño en el río, hermosas e intimistas a pesar de desarrollarse en exteriores. Serge juega con François a los forcejeos y las peleas en broma como si fuera una pareja de amantes adolescentes. Pero el estruendo de la corriente acalla nuestras dudas. Nada es definitivo, nada puede afirmarse de forma categórica. Los juncos ceden, no se parten. Será lo que debamos hacer nosotros para que las dos intensas horas de película no nos abatan con su carga escondida de melancolía.
La película es una ilustración de la fábula de La Fointaine "El junco y el roble", la comparación entre lo débil pero flexible y lo fuerte pero incapaz de doblegarse ante el viento sin partirse. Lo sabemos, los árboles no avisan de su caída, siempre ocurre por sorpresa, este o no alguien presente. Un día un viento quiebra su resistencia y el árbol cae a tierra con un estruendo, desdiciendo su apariencia de fortaleza inexpugnable. La espiga, sin embargo, se mece en el viento, se deja moldear por él, nada en su corriente, dobla el espinazo como si le hiciese una reverencia y después se yergue de nueva orgullosa en su insignificancia. Ambos soportan los mismos vientos, pero con distintas responsabilidades. El árbol construye el bosque y ayuda a sostener la comunidad. El junco solo es responsable de si mismo. Quizás a ello deba su superviviencia.
Los juncos salvajes narra los últimos días de instituto de 4 chicos franceses, todos ellos enfrentados a sucesos que los empujan hacia su futuro con fuerza, pero ante los que sabrán resistir sin partirse cuando otros personajes, adultos con responsabilidades, verán quebrarse sus voluntades. La historia es un largo parántesis entre dos momentos simétricos, dos momentos de intimidad entre dos de los protagonistas, Maïté (Élodie Bouchez), la única chica del cuarteto, y François (Gaël Morel). El segundo de esos encuentros con un testigo atónito. En el primero, que abre la película tras los títulos de crédito, se apreciará la complicidad entre ambos, que hablan de temas banales, sobre una película que acaban de ver en el cine, y sobre si hay posibilidades de esquivar la asistencia a una boda a la que han sido invitados. El segundo, que casi puede decirse que cierra el film, es una muestra desesperada por parte de Maïte de la necesidad afectiva que siente por François. Llorando, besándole en todas las partes de la cara, con frenesí, le dice llorosa lo mucho que le quiere, que lo necesita. Se ha sentido sola por un momento al no verle, extraviada, y le implora que no se vuelva a separarse nunca de ella. Un testigo, Serge (Stéphane Rideau), mira asombrado, tanto por lo exagerado de la explosión de pasión como por lo que parece desdecir. Por que él y nosotros hemos sido testigos a lo largo del metraje de hechos que nos confunden, que parecen tener significados que contradicen la pasión de Maïte.
Cada uno de los cuatro personajes adolescentes tiene su viento particular que sopla sobre el para intentar doblegarle. François se enfrenta a una revelación. Acaba de descubrir su orientación sexual, su atracción física por otros chicos. Quiere a Maïte, con ella se siente seguro. Le aporta todo aquello que no procura el sexo y el roce de los juncos dentro de la corriente de agua. Alguien a quien sincerarse, ante quien ser uno mismo, sin tapujos ni fingimientos. Una cómplice al fin y al cabo. Pero nunca han tenido sexo. Y por como lo cuenta la historia no es por una cuestión de falta de atracción física, sino por que no ha habido necesidad alguna por parte de ninguno de ellos. La necesidad de sexo se le ha despertado a François al ver a otros chicos. Se siente atraído tanto por Serge como por el cuarto protagonista de la película, Henri (Frédéric Gorny), un inadaptado, procedente de la Argelia francesa. François afronta su homosexualidad como un problema. Busca consejo en el zapatero del pueblo, del que alguien le ha dicho que es de su misma condición. La forma en que le plantea sus dudas, al segundo intento, ya que la primera vez que acude a la zapatería al final el pudor le vence, es realmente sorprendente. Ante tanta responsabilidad el zapatero se ve incapaz de darle ayuda, alude dar una respuesta. Es demasiado lo que le pide, una fórmula de vida para optar a la felicidad. En la mirada del zapatero, a través de las gafas de muchos aumentos, adivinamos un roble partido, alguien que no fue capaz de soportar la presión del viento. Pero François lo hará. Su desesperación y desamparo ante impulsos que no comprende, no le impedirán optar a la felicidad, al amor de Serge. Incluso tantear sus posibilidades con Henri.
Serge es en apariencia el más seguro de los cuatro adolescente. Siempre parece tener las cosas claras, por más que contradiga sus palabras con sus actos o cambie constantemente de opinión. Aunque rechaza de plano las tentativas de François la noche en que comparten cama, acaba practicando sexo con él. Es el paradigma de la heterosexualidad, por más que le veamos constantemente en calzoncillos, las más de las veces empapados por estar usándolos como bañador, pero padece de un exceso de energía sexual que le lleva a ceder ante los tímidos avances de François. Es más, ante la lentitud del otro en esclarecer sus deseos es él quien realmente toma la iniciativa. También le oiremos en un escena completamente decidido a casarse con la viuda de su hermano y poco después rechazar esta idea de plano. Siempre convencido, aunque siempre cambiante. Tal vez su capacidad de resistir al viento sea más por saber ofrecerle su perfil, como una veleta, que por ser un junco que baile a su son. El viento que intente abatirle a él será la muerte de su hermano en la guerra, la de Argelia, en un atentado terrorista, a manos de la OAS. Pero ya el mismo día del entierro sabremos de su fortaleza. Le veremos salir en mitad del sepelio del cementerio. François le pedirá a Maïte que le siga para consolarle. Y cuando ésta lo alcance sabremos que no es tanto dolor lo que siente como indignación por el sermón del cura. "Mi hermano no era un héroe, como todos me dicen, sino un cobarde", le dirá a Maïte. Sorprende ese juicio tan duro, esa claridad con que los cuatro parecen ver las cosas, como toman partido siempre sin albergar dudas. Maïte es comunista, como su madre. Henri de derechas, su enemigo natural. Sorprende porque se nos ha olvidado como éramos entonces. Madurar no te hace más sabio. Tal vez con suerte te ayude a desvelar algunas mentiras. Pero lo que hará sobre todo es aumentar las dudas, sobre el sentido de las cosas, sobre lo que es moral o justo, sobre si el amor reside en alguna parte.
Henri es un inadaptado. Inmigrante argelino, pero de origen francés. Es decir, un perdedor de aquella guerra, un apátrida. Reniega de todo. Su forma de rebeldía, de no acatar las normas que cree que lo oprimen, es abstenerse de participar en el juego de la vida. Con 21 años, tras repetir tres veces el último curso de instituto, se enfrenta a su última oportunidad de graduarse. Aptitudes no le faltan, Una de las primeras escenas nos lo deja claro. Todos los trabajos de la clase han sido mediocres, así se lo hace saber al alumnado la madre de Maïte, su profesora de literatura. Todos salvo dos. El de François, de cuya talento nadie duda, mucho menos él mismo, sus inseguridades residen en otra parte. El otro trabajo que sobresale es el de Henri. Notamos en como se enfrenta a su profesora que el logro apenas le importa. Fue más un alarde que un intento de asumir la carrera de merecimientos constante que supone un curso escolar.
La madre de Maïte será otro de esos robles que veamos quebrarse. No podrá asumir la muerte del hermano de Serge y se derrumbará ante la noticia. Tiene razones, aunque secretas. Pero también las tiene Serge, que es de su sangre, y le veremos salir prácticamente indemne del trance. El sustituto de la profesora, ingresada durante un tiempo en un sanatorio mental, hará reaccionar Henri, hacerle participar en esa carrera de la que antes hablaba. Pero en los días postreros del curso, en vísperas casi de los exámenes finales, lo abandonará todo al escuchar en la radio el derrumbe de la OAS. Será en su paseo nocturno maleta en mano, tras escapar en el internado donde reside, cuando le veamos asumir de verdad las reglas. Tendrá un encuentro con Maïte del que surgirá el amor ante la sorpresa de ambos.
Maïte es el personaje más enigmático para mi. Parece haber renunciado al amor. Su amistad-noviazgo con François parece el refugio para esquivarlo. Ni siquiera parecerá importarle la revelación de saber que su chico es homosexual. ese dato nada supone para ella, no cambia nada. Y en la escena final tendremos claro cuanto lo necesita, donde están sus necesidades primarias. Después de hacer el amor con Henrí, después de que este esté dispuesto a asumir la partida, llevarla consigo a Marsella, quedarse en el pueblo para que puedan estar juntos, ella renunciará a él en un gesto de madurez impostada. "Debes irte", le dice. "Solo quería darte fuerzas con esto, del mismo modo que tu me las has dado a mi". Se acaba de enamorar y ya renuncia al amor aunque se sepa correspondida. Renuncia a la ternura del monstruo, del marginado, que por serlo siempre tendrá menos entre quienes repartir su cariño. Porque los únicos gestos de ternura, casi diríamos de respeto, que veremos a Henri con otros personajes de la trama serán con Maïte, durante sus dos breves encuentros. Y sin embargo ella renuncia. Y para mi es un enigma. ¿Necesidad de tragedia en su vida? No me convence. ¿Saberse demasiado frágil ante el amor? Puede ser. Tal vez ella no sortee el viento sino que lo eluda evitando echar raíces en la tierra, evitando ocupar un lugar en el que sea vulnerable. Tras ver marchar a Henri camino de la estación correrá tras François para llenar con la compañía de su amigo esa soledad que le acaba de apresar el alma con su garra.
Los juncos salvajes es una película hermosa, llena de lírica, donde los sentimientos prevalecen sobre los sucesos, donde la palabra asume un rol protagonista. Quizá los diálogos sean algo ampulosos, en especial en un grupo de adolescentes, pero siempre serán interesantes, sugerentes, a menudo sorprendentes e, incluso, emocionantes. Desde el punto de vista visual sobresale ese breve apunte del viaje en moto de Serge con François agarrado a él. Su cara de felicidad mientras sitúa su cara en la espalda del hombre que ama es casi una postal para celebrar el aniversario de cualquier pareja aun enamorada, una declaración de amor, uno de esos instantes del cine que perduran en la memoria. Y las escenas de baño en el río, hermosas e intimistas a pesar de desarrollarse en exteriores. Serge juega con François a los forcejeos y las peleas en broma como si fuera una pareja de amantes adolescentes. Pero el estruendo de la corriente acalla nuestras dudas. Nada es definitivo, nada puede afirmarse de forma categórica. Los juncos ceden, no se parten. Será lo que debamos hacer nosotros para que las dos intensas horas de película no nos abatan con su carga escondida de melancolía.
Every Teardrop Is A Waterfall
Coldplay - Every Teardrop Is A Waterfall
Lejos de todo, quizás sea mejor estar donde las distancias no existen, donde el Universo se expande a la misma velocidad con que me alejo de las cosas que importan. Sin ayer ni mañana, ni un después ni un ojalá hubiera sido de otro modo. Ir clausurando frentes, pactar con la vida una rendición honorable, organizar una retirada de forma ordenada, elegir los cuarteles de invierno para una última morada. Sin más campañas, sin partidas de rescate, perdido el ardor guerrero, el ansia de enfrentarse a la tropa enemiga. La primavera será para otros. El último estío de mis ojos velados, el último otoño de mis manos vacías, el último invierno de mis huesos cansados. No más vivir en territorio ajeno, no más vivir entre sueños absurdos, doblegarse ante la distancia, dejar de caminar para averiguar tus pasos. El viaje es su transcurso, muere cuando se llega a destino. Pero abandonar la ruta es desdecir cada una de las lágrimas del cielo estrellado, apagar las estrellas fugaces del verano en el firmamento como si nunca hubieran ardido. Lejos de todo, donde no se me escuche, donde tu nombre no tenga significado, donde no exista más lenguaje que la noche. Borrar tu cara de cada página, traducir en un silencio cada rasgo de tu rostro y luego quemar las hojas que aun resten por escribir para un fuego de acampada. Y aun así un último poema, versos que tendré que apuntar en la memoria por que quemé las ultimas cuartillas, por si lograran trascender a la muerte, mientras la madrugada me recuerda como era perder la memoria en el frescor de tus labios.
domingo, 10 de julio de 2011
Corazón que estás hecho de madera de cedro
Corazón que está hecho de madera de cedro, de materia densa, de materia noble, la intemperie del tiempo no hará mella en tí. Sintiendo en cada fibra y en cada nervio la misma tracción hacia el pecado del olvido, pero sin que quiebre la viga, sin que se borre su rostro en el dibujo de tu memoria. Esa veta que surca tu grano y recorren la yema de tus dedos, la rugosidad de los nudos donde se insertaran las ramas, son las huellas de las horas que pasaste con ella, cuando aun eras árbol y crecías camino del cielo. La quisiste entonces y aun es lo mismo, un sentimiento que es como antaño y perdura. La nave no necesitó jamás arribar a ningún puerto porque estaba fabricada con madera que nunca cede, que nunca se pudre, de la que aun es capaz brotar la yema. El artesonado de sus ojos castaños que entonces fueran tu único techo y cobijo, sigue cubriendo la estancia ahora vacía de ese tiempo breve vivido juntos. Porque cuando la calidad del material sobrepasa a las necesidades del uso, el objeto se convierte en un estorbo. Corazón de madera que ahora latea en silencio, en el desván de las horas, ocupas espacio en mi pecho, haces que pese el mundo cada vez que respiro. Si morir pudieras. Corazón de madera.
Coldplay - Fix you
sábado, 9 de julio de 2011
Contestación al comentario de Girl From Lebanon en "La verdad"
Contestación al comentario de Girl From Lebanon en "La verdad"
Me encanta como escribes...y entiendo muy bien como te sientes en gran parte de lo que dices en esta entrada...mi temor es que las relaciones se queden aquí, encerradas en un pantalla...y que todo lo que conectas con alguien, nunca se llegue a convertir en roce directo piel con piel... Las mentiras siempre se terminan derrumbando...es ridículo contruirlas... Bss!!!
Podría rebatir tu argumento fácilmente utilizando tus mismas armas. ¿Qué sentido tiene construir una relación de pareja en cualquier lugar, real o virtual, si se terminará derrumbando? El pesimismo general me avala. El amor no dura, lo vemos a diario. Todos mienten, dice House, y enseguida le damos la razón por que suena a metálico, a verdad, cuando lo que en realidad lo que trata de hacer es construir una paradoja. Lo que el afirma lo desmiente su proposición. Pero es que solo las paradojas se sostienen y por tanto merece la pena que invirtamos ilusión y esfuerzo en construirlas. El amor es una paradoja. Las relaciones humanas en general. Son como una flor de loto, hermosa en la superficie, pero que hunde sus raíces en el cieno del fondo del estanque, en nuestros egoismos, cobardías y crueldades. Podría rebatirte desde una posición razonable, defendible, incluso con arsenal dialéctico para convencer, pero no lo voy a hacer, porque básicamente estoy de acuerdo contigo.
Llega un momento en que la relación tiene que crecer fuera del invernadero, ser transplantada a un sustrato de tierra, echar raices en el suelo, porque todo lo que sucede aquí no pesa, es liviano en el sentido en que Kundera lo expresaba en su novela. No importa porque no trascienda, porque no nos trasmite su peso. Las personas que conocemos aquí no se nos muestran en su totalidad. Carecen del andamiaje de sus vidas. A veces no conocemos ni sus nombres, y si los sabemos nos cuesta identificarlos con ellos. Tratamos aquí con la silueta de las personas, con su impronta. Es verdad que son más atrevidos a veces en mostrar su interior, pero hasta este se nos muestra aliterado, cojo, lisiado. Y no es que se nos hurte el aspecto físico, más importante aun, se nos omite el día a día, el como transcurre sus vidas. Va a ser difícil que alguien me convenza de que da igual el príncipe que el mendigo, aunque sean gemelos.
No obstante no se trata de mentiras. A lo mejor si verdades sin esfuerzo. No cuesta nada querer a alguien que no nos obliga a nada, de la que solo tenemos palabras y no necesitamos ir en su socorro, bregar cada día con él en el fango, ver como se desenvuelve en la trinchera. Así cualquiera. Siempre aparecerá en nuestra imaginación vestida de domingo. Siempre será parte de la solución, cuando tengamos un ratito para charlar con ella y nos apetezca, nunca del problema, de los quebraderos de cabeza. Sentimiento en estado embrionario que hay a quien le gusta mantener siempre niño. Dicho lo cual te digo lo que John Boorman contestó cuando le preguntaron como se sintió siendo un niño durante la Segunda Guerra Mundial. "Muy feliz", dijo, "Mi infancia fue perfecta, porque los cascotes y las ruinas causadas por los bombardeos convirtieron Londres en un maravilloso e inmenso patio de recreo". Así que juguemos entre los escombros de esta relación que acaba de comenzar, chica del país de los cedros, nadie nos obliga a que se convierta en adulta.
Me encanta como escribes...y entiendo muy bien como te sientes en gran parte de lo que dices en esta entrada...mi temor es que las relaciones se queden aquí, encerradas en un pantalla...y que todo lo que conectas con alguien, nunca se llegue a convertir en roce directo piel con piel... Las mentiras siempre se terminan derrumbando...es ridículo contruirlas... Bss!!!
Podría rebatir tu argumento fácilmente utilizando tus mismas armas. ¿Qué sentido tiene construir una relación de pareja en cualquier lugar, real o virtual, si se terminará derrumbando? El pesimismo general me avala. El amor no dura, lo vemos a diario. Todos mienten, dice House, y enseguida le damos la razón por que suena a metálico, a verdad, cuando lo que en realidad lo que trata de hacer es construir una paradoja. Lo que el afirma lo desmiente su proposición. Pero es que solo las paradojas se sostienen y por tanto merece la pena que invirtamos ilusión y esfuerzo en construirlas. El amor es una paradoja. Las relaciones humanas en general. Son como una flor de loto, hermosa en la superficie, pero que hunde sus raíces en el cieno del fondo del estanque, en nuestros egoismos, cobardías y crueldades. Podría rebatirte desde una posición razonable, defendible, incluso con arsenal dialéctico para convencer, pero no lo voy a hacer, porque básicamente estoy de acuerdo contigo.
Llega un momento en que la relación tiene que crecer fuera del invernadero, ser transplantada a un sustrato de tierra, echar raices en el suelo, porque todo lo que sucede aquí no pesa, es liviano en el sentido en que Kundera lo expresaba en su novela. No importa porque no trascienda, porque no nos trasmite su peso. Las personas que conocemos aquí no se nos muestran en su totalidad. Carecen del andamiaje de sus vidas. A veces no conocemos ni sus nombres, y si los sabemos nos cuesta identificarlos con ellos. Tratamos aquí con la silueta de las personas, con su impronta. Es verdad que son más atrevidos a veces en mostrar su interior, pero hasta este se nos muestra aliterado, cojo, lisiado. Y no es que se nos hurte el aspecto físico, más importante aun, se nos omite el día a día, el como transcurre sus vidas. Va a ser difícil que alguien me convenza de que da igual el príncipe que el mendigo, aunque sean gemelos.
No obstante no se trata de mentiras. A lo mejor si verdades sin esfuerzo. No cuesta nada querer a alguien que no nos obliga a nada, de la que solo tenemos palabras y no necesitamos ir en su socorro, bregar cada día con él en el fango, ver como se desenvuelve en la trinchera. Así cualquiera. Siempre aparecerá en nuestra imaginación vestida de domingo. Siempre será parte de la solución, cuando tengamos un ratito para charlar con ella y nos apetezca, nunca del problema, de los quebraderos de cabeza. Sentimiento en estado embrionario que hay a quien le gusta mantener siempre niño. Dicho lo cual te digo lo que John Boorman contestó cuando le preguntaron como se sintió siendo un niño durante la Segunda Guerra Mundial. "Muy feliz", dijo, "Mi infancia fue perfecta, porque los cascotes y las ruinas causadas por los bombardeos convirtieron Londres en un maravilloso e inmenso patio de recreo". Así que juguemos entre los escombros de esta relación que acaba de comenzar, chica del país de los cedros, nadie nos obliga a que se convierta en adulta.
miércoles, 6 de julio de 2011
Comando ejecutivo 4
Comando ejecutivo 4
Cuatro días son los que permanecí en la Plutón Dos, la colonia para telépatas en los periodos de descanso entre periodos de actividad. Yo vivía en un habitáculo de 100 metros cuadrados metros dentro a su vez de un inmenso hangar. En el tenía instalada mi biblioteca. Cuando llegué allí procedente de la colonia de adiestramiento no sabía leer. Pero Roxana me enseñó. Un libro no es más que el deseo de que los pensamientos humanos perduren un poco más de lo que la muerte dispone. En los tiempos anteriores a Sócrates el conocimiento se trasmitía de forma oral. ¡Qué no darían los estudiosos de la historia por conocer sus pensamientos exactos, no los que sus discípulos nos han transmitido de forma completa e inexacta! Cuando nos expresamos de palabra o por escrito en parte nos falseamos, pero esas pequeñas tretas, las estrategias que elegimos para enmascararnos no dejan de ser parte de nuestra personalidad. El libro es el más noble logro del hombre. Su verdadero legado. Desde que aprendí a usarlos coleccioné libros de todas las épocas. Cuando no podía negociar la adquisición en la red de un ejemplar que me interesaba yo mismo lo editaba en una imprenta automatizada que adquirí. Me hacía con los datos de una edición real y la máquina imitaba el tipo de papel y encuadernación, tintas, caracteres de escritura. Llegué a reunir 17 mil ejemplares. No se trataba de leernos, era el objeto en sí el que me fascinaba. Solo Roxana, mientras estuvo conmigo, logró apartarme en parte de esa obsesión.
El tiempo que compartí contigo fue breve, pero con ella fue de dos años. Un día el puño de la presión de Júpiter se cerró en torno a ella mientras se comunicaba conmigo. Se distrajo de la atención de su nave porque su capacidad telepática era limitada, le exigía un gran esfuerzo. Quería decirme algo y lo hizo a pesar de estar en pleno periodo de producción. Ni siquiera quiso esperar al periodo de reposo, la noche simulada. Mis esfuerzos por esquivar la conexión obligaron a redoblar los suyos por conectarse, e imagino que alguna distracción fue la causante del accidente. Lo supe al instante. La tuve conmigo siempre, por lejos que estuviera. De repente no había nada donde antes estaba ella llenándolo todo. Morir es eso, sentir un vació en la conexión con uno mismo. Cuando conectas de verdad con alguien llega un momento en que tus pensamientos confluyen con los suyos. Puedes hasta somatizar sus sensaciones. Se que no sufrió por que una vez fallo la estructura de la nave todo fue demasiado rápido. Pero el alarido de miedo al comprender lo que pasaba aceleró no solo su corazón sino también el mío.
Seguí trabajando porque si hubiera dejado de hacerlo, si hubiera dejado que mi atención se centrara en ese hueco inmenso que se había abierto dentro de mí, en ese silencio, lo más probable es que hubiera sido engullido por él. Finalicé mi turno, aunque creo que no fui del todo consciente a lo largo de esos días. No recuerdo conexiones telepáticas en ese periodo. En realidad no pare de trabajar. No dormí ni un instante en aquellos dos meses. Imagino que si me alimenté. Mi productividad fue espectacular. He podido traerme hasta aquí mi biblioteca completa. Lo sabes por que a veces pareces leer por encima de mi hombro. A veces busco libros que pienso que te puedan gustar para poder compartir el placer de la lectura. He empezado a incorporar en la colección literatura alemana.
Esa cara pecosa, esos cabellos rubios, esos ojos que parecían saberlo todo cuando los vi con vida, que lo supieron todo de mi cuando me contemplaron por primera vez. Siempre he supuesto que eras alemana, aunque no lo se. Tú ya no me lo dirás nunca. Y ella tampoco tuvo oportunidad de decírmelo. La vi morir ante mis ojos. Te vi morir antes siquiera de oír tu voz. Si no estoy loco o existes más allá de mi locura solo puedes ser su fantasma que viene a cobrarse venganza. Tevez dice que no es posible porque nada sabes de aquello. Pero yo te lo voy a contar. Bajaremos juntos a ese infierno del que quizás no debamos regresar ambos.
martes, 5 de julio de 2011
Comando ejecutivo 3
Comando ejecutivo 3
Aquel tipo no tenía nombre. No me lo dijo. Tampoco se lo pregunté. Ni siquiera lo pude leer en su mente. El si sabía el mío. Y no me sonó más extraño en sus labios que en el de otros. Pocas veces lo oigo. Pocas veces converso con otro ser humano. Pero el sabía las preguntas adecuadas, los argumentos que tenía que esgrimir para convencerme. Aunque los dos sabíamos que mi capacidad de decisión era nula. Fue lo primero que me dijo. "Podría imponérselo. Ni siquiera tendría que haberme arrastrado hasta aquí para comunicárselo. Pero, lo crea o no, tiene todas mis simpatías y lo respeto. Lo pusieron bajo mi tutela cuando era usted un niño y estoy al tanto de todo lo que le ocurre. Lo se, el trabajo que lleva a cabo aquí llega a ser un infierno solo los mejores días. Luego volveremos sobre eso". Es curioso, pensé al reparar en sus rasgos, parece joven, y lo que acaba de decir implica otra cosa. Estaba ante un Fénix. Es el nombre que dan a los que no envejecen. Es algo a caballo entre la realidad y el mito. Oyes hablar de ellos alguna vez, pero ni crees ni dejas de creer que sea posible. He visto cosas extrañas a lo largo de mi vida. Hacer esta afirmación en tu presencia, decírtela a tí es algo casi perverso. Algunas de esas cosas me han vuelto loco o han enloquecido el mundo a mi alrededor. Así que miré sus rasgos de casi adolescente y archivé esa información como otras tantas cosas que no comprendo y que se que jamás me serán explicadas.
"Hay quejas sobre usted. Ya sabe, nada concreto, pero se insiste en ciertos datos más de lo razonable. Le he defendido porque lo merece. Sus niveles de productividad son más que satisfactorios. Hablan en su favor tan bien que no debería ser necesario que los subrayara. Pero ciertas cosas pesan en su debe". Hizo una pausa para mirarme. Había una interrogante mudo en su mirada. Me estuvo contemplando unos segundos, creo que mis reacciones, las expresiones de mi rostro. Y en un momento dado esa interrogante desapareció como si hubiera obtenido respuesta. Me pregunté quien de los dos era el telépata. "Me han enseñado su expediente. Tuvo usted una relación en esta colonia. Lo se, nadie lo prohíbe. Pero los dos sabemos que nada puede parecerle más inconveniente a los administradores de la explotación. Usted por que puede leer sus mentes. Yo, entre otras cosas, porque ayude a redactar las normas que aquí imperan. En especial las que nunca llegaron a escribirse". Se que no fue un desliz, que era un dato que él quería que estuviera en mi conocimiento. La explotación minera de Júpiter llevaba funcionando al menos 80 años.
"Se lo explicaré. Quiero ser franco con usted. Llega un momento en la vida en que te das cuenta que la mentira solo retrasa las cosas, que la verdad lo simplifica todo. Incluso a veces te permite acercarte a la otra persona. Y es tan raro sentirte próximo a alguien". Era genuina melancolía lo que escuchaba en su tono de voz. Él no tenía por que fingir ante mí. "No quieren que se establezcan afectivos entre ustedes. Se que el cinismo es más convincente, pero la mayoría de la gente lucha antes por proteger a quienes quiere que por tener más o vivir mejor. Algún día esta cochina colonia estallará por los aires o a alguien con responsabilidad le herirá en su sensibilidad y no parará hasta que quede clausurada. Mientras tanto haremos que funcione con la máxima eficiencia. En Neptuno opera una similar donde predominan las mujeres como aquí lo hacen los hombres". Abrió la carpeta y miró la fotografía. "Era hermosa. Se lo concedo. Pero buscar su compañía le ha sentenciado aquí. Ahora me veo obligado a trasladarlo. Y las alternativas no son mejores que esto". ¿Había cansancio en su mirada? Alguien de la edad que aparentaba no podía rezumar tanto cansancio. "Si le traje aquí fue para acelerar su liberación. Cada día en esta poza séptica es un minuto menos de discusión con quienes decidirán cuando ha llegado su momento para ser liberado. No ponga esa expresión. Si le dijese quien dirige todo esto en realidad no me creería. Habrá llegado a pensar seguramente que los no telépatas les explotan además de por lo útil de su don, porque les envidian y por eso les odian. Pero lo cierto es que a menudo los que más nos odian son quienes más se nos parecen".
Lancé una mirada furtiva a la fotografía. Roxana. Irónico nombre para alguien a quien jamás tuve que hablarle, a quien no pude ocultar ni mi amor ni mis defectos. Como un cascabel llevaba su nombre en mi corazón. Si es que lo tuve alguna vez. Corazón, quiero decir. "Hermosa hasta emocionar mirarla. También estaba a mi cargo". De nuevo esa mueca de melancolía en su sonrisa. "¿Sabe qué?. Le envidio. Ojalá solo echara de menos a una sola persona. El día que la conocí ya me odiaba. Supongo que el traerla aquí no debió mejorar mucho su opinión sobre mí. Pero también urgía acelerar su proceso". Sus ojos estaban húmedos. Mi carcelero estaba llorando. "Te llevaré a un sitio en el que llegarás a odiarte a ti mismo. Aquí al menos es a otros a quienes odias. Me han solicitado tu participación. Les ha impresionado tu entereza. Ya ves, lo mismo que unos censuran tus sentimientos otros los aprueban. En este caso la aparente carencia que muestras al respecto". Miró uno de los informes de la carpeta. "No alteraste tu rutina cuando te notificaron su muerte. Eso ha impresionado a algunas personas. Falta de lectura comprensiva. Harás esto que te ofrezco y si sobrevives al encargo tendremos por primera vez una conversación auténtica. una en la que también hablarás tú. En la que tendrás derecho a preguntar. Llegarás a saber todo aquello que seas capaz de asimilar, aunque tras tu nuevo trabajo sabrás asimilar cualquier cosa. Me han hablado por encima de lo que se trata y suena a chiste. Pero me lo dijeron tan serios y el prestigio científico de quienes hablaban es tan grande que asumo que es cierto".
Tuvimos aquel encuentro en mi habitáculo. Cuando acabo se levantó y no hubo despedida. Tenía prisa. No volvió la mirada. Abrió la puerta y dejó que se cerrase tras de sí. Ahora aguardo su regreso, que se que está próximo, como espero impaciente tu partida. Sí, amé a alguien antes que a tí, es decir, antes de amar a aquella de quien eres su eco. Y en ambos casos fuí quien les procuro su muerte.
Retrato en la madrugada
Retrato en la madrugada
Para que está la madrugada sino para esconderse y espiar desde la ventana, cobijado en la penumbra, mirando sin ser observado. Miro su fotografía y lo primero que me llama la atención son sus orejas. Y doy casi gracias a Dios porque aunque por un casual leyera esto que escribo se que nunca sabrá que hablo de ella. Pero es que son grandes, elegantes, simpáticas. Trazan diagonales a ambos lados de la cabeza, como si fuera una mujer elfo, le asoman en el pelo como a un peluche en el escaparate de una tienda de juguetes. También sus ojos negros, serenos, tranquilos, diría que confiados. Mira a la cámara como a un amigo, del que sabe que jamás dira nada malo de ella. Y ciertamente es hermosa, aunque transmite normalidad, cercanía, la sensación de conocerla. Esa chica con la que te cruzaste y quisiste saber su nombre. Mañana volveré a verla y entonces se lo pregunto, te dices. Tan morena que le cuadra tanto el frescor de la noche como la luz del mediodía. Le brillan los labios como si estuvieran mojados de rocío y ladea la cabeza ligeramente al posar. Hombros que se ponen de puntillas, frágiles. Dedos esbeltos que no agarran lo que sostienen sino que acarician. Tiene una belleza que no ofende, que no agrede, que no distancia a quienes la contemplan. Su sonrisa es apenas un esbozo, una primera aproximación a la alegría, una tentativa de absoluto. Pero cuando templa el gesto para aparentar seriedad, no hay ninguna gravedad en su expresión, sus ojos devuelven el reflejo del aire sin omitir nada, captan la luz que la ilumina para sosegarla y luego adormecerla. No es carbón que arda sino noche cerrada en la que dormita un deseo. Pero sin conflicto. Tendrá lo que quiera con el correr del tiempo. Porque adivino fortaleza tras la dulzura de su gesto.
Por un momento me arrepiento de ser un completo desconocido para ella, de estar lejos de su entorno, de no haber usado jamás su nombre para aludirla. Pero no deja de ser cómodo guardar distancia. A resguardo de la lluvia puedo contemplarla y recorrer la madrugada con ella sin sentirme vulnerable. No quiero secar el rocío de sus labios, no quiero que el amanecer llegue nunca para esclarecerlo todo. Tal vez llegara a amarla si hablase con ella. Sería tan fácil emocionarse escuchandola hablar de si misma, de esas pequeñas cosas que guarda en un estuche rosa sobre su mesilla de noche. Pero prefiero el enigma, que sus ojos no me miren nunca, que entre ella y yo exista esta línea de fractura. Lo que soy yo en la penumbra. Lo que es ella adormecido en el frescor de sus ojos oscuros. Aguas someras que cruzo con los pies descalzos, arrimado a mis sueños. Porque de orilla a orilla la distancia más corta es el trayecto de una sola noche.
Nació para ser observada. Le gusta. Sabe adelantar un pie al otro como si fuese una modelo. Pero plantada en la foto sus rodillas son como botones que se descosen, que no terminan de abrochar su cuerpo. Su cara es redonda cuando se recoge el pelo. Nariz recta. Cejas apenas sin curva. La comisura de sus labios siempre dando comienzo a una sonrisa de bienvenida. Miro su frente y adivino en mi un deseo inequívoco de besarla. Miro sus manos y reconozco ese inquietud por tenerlas entre las mías para prodigar mi ternura. Pero ella no me mira, no hay peligro. Es madrugada y todo me está permitido. Incluso dormir y soñar con ella sin que lo sepa nunca, sin que llegue a enterarse de que lo que más me gusta de ella son sus orejas. Pero es que es verdad, niña, ¿qué voy a hacerle?
Nació para ser observada. Le gusta. Sabe adelantar un pie al otro como si fuese una modelo. Pero plantada en la foto sus rodillas son como botones que se descosen, que no terminan de abrochar su cuerpo. Su cara es redonda cuando se recoge el pelo. Nariz recta. Cejas apenas sin curva. La comisura de sus labios siempre dando comienzo a una sonrisa de bienvenida. Miro su frente y adivino en mi un deseo inequívoco de besarla. Miro sus manos y reconozco ese inquietud por tenerlas entre las mías para prodigar mi ternura. Pero ella no me mira, no hay peligro. Es madrugada y todo me está permitido. Incluso dormir y soñar con ella sin que lo sepa nunca, sin que llegue a enterarse de que lo que más me gusta de ella son sus orejas. Pero es que es verdad, niña, ¿qué voy a hacerle?
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