jueves, 21 de junio de 2018

El Fútbol y sus aledaños (197) - Laboratorio de botánica



Laboratorio de Botánica
(España 3 - Irán 3; Mundial de Russia 2018; Fase de grupos)

Algo que llevo siempre en el bolsillo de un tiempo a esta parte es el cuentahílos que me regalara mi padre mientras cursaba la carrera. Es un utensilio fascinante, una lupa del tamaño de una moneda de dos euros -Quizá algo más. ¿Un dólar de plata americano tal vez?- encerrada en un armazón metálico que la protege y hace las veces de estuche, con los bordes reglados para precisar el tamaño de las cosas. Es una herramienta poderosa capaz de cambiar la escala del mundo, de descubrir lo que se oculta detrás de su tamaño, de hacer accesible al ojo lo que elude nuestra mirada. Todo entomólogo y botánico debería llevar uno siempre consigo. Dos universos que se complementan, ya que los insectos se alimentan de las plantas y viven, aman y sueñan sobre ellas. La primera vez que lo utilice con provecho fue para esclarecer la dolencia de un jazmín que crecía en una maceta. Mi hermana se había enterado de que había cursado un master sobre patología vegetal y me pidió socorro para la planta que adornaba su ventana. Y eso hice, cambiar el mundo de escala. Miré aquellas hojas que languidecían incomprensiblemente en pleno verano y a pleno sol y en un instante todo quedó esclarecido. Donde aparentemente no había nada de repente se hicieron evidentes una miríada de seres diminutos. Conté patas con los dedos. Ocho en todos y cada uno de aquellos seres celéricos y escurridizos. “Tiene una plaga de ácaros”, le dije, y prescribí un acaricida de la tienda de flores. El mayor éxito de mi carrera profesional hasta la cortina de burbujas en el puerto del Musel en Gijón. Pero esa es otra historia.

¿Qué puede aprenderse del partido de ayer? Bien poco si no cambiamos la escala en lo que vemos. Tal vez que las iraníes pueden ser bellísimas cuando no visten el burka y que es una pena que no las permitan acudir al fútbol en su país. Que a Queiroz le sigue faltando nervio para orquestar una reacción cuando la victoria se le escapa. Que solo hay fragilidad en quien solo quiere derramar el tiempo para que se agote. Bien poco más. En todo caso nada que no sea periférico a lo que nos importa. Sara Sálamo alerta en Twitter de que Isco salvó a una avecilla caída sobre el césped llevándola a la banda, y si bien es verdad que la idea ya me rondaba la cabeza, acepto la sugerencia por venir de quien viene y pongo mi cuentahílos sobre el malagueño. Y entonces los detalles se perfilan. ¿Qué habría hecho Mou si hubiera visto un pajarillo vencido sobre la hierba? ¿Tatuarle el dibujo de la suela sobre la pechuga? ¿Echarlo al caldo negro con el que alimenta a su tropa espartana? ¿Hay cabida para la ternura en el fútbol? El tema es realmente sugerente. A mí al menos me lo parece. Pero ya tranquilizo a quien me pueda estar leyendo diciéndole que no pienso ir por esos derroteros. No obstante, confieso que si miro mi corazón con el cuentahilos tampoco salvo favorecido. Los iraníes parecían pobres en las escalinatas de la iglesia, barbudos famélicos, siempre suplicando desde el suelo al árbitro entre quejidos y llantinas. Pues yo no les habría dado ni una triste limosna. Entomología, Botánica y ornitología son las tres patas de la misma banca, la santísima trinidad del naturalista provisto de cuentahílos en el bolsillo sin más afán que ver mundo.

Ya a simple vista Isco fue el único dibujo nítido sobre el relieve del partido. No hicieron falta aumentos para ver que era el dueño del encuentro, pero visto en la intimidad del detalle todo se vuelve más claro: Iniesta y Silva son cariños que han envejecido mal. Solo hubo juventud en España en las conducciones de Isco. El malagueño trasciende al tiqui-taca, es otro capítulo en la historia de La Roja, y ayer le agradecí de veras que añadiese tramas nuevas al relato nacional balompédico. Ver al balón ir de aquí para allá para volver siempre al mismo lugar es algo que me desespera. Las triangulaciones de España eran una fastidiosa rutina que solo rompían las conducciones de Isco. Un logopeda para un fútbol tartamudo incapaz de completar una frase. Perderla, si acaso, en el área rival siempre dice más del juego que se practica que una sílaba que ya se ha repetido hasta la extenuación cuando apenas se ha podido atisbar la tesis vertebra el discurso. Mil pases en corto, innecesarios aunque acertados, seguidos de uno errado solo sirven para engordar estadísticas, son grasa en los tejidos, colesterol del malo. Ni siquiera Lucas Vázquez se atrevía de veras con el uno contra uno en su banda. Que decir de Jordi Alba en la otra, que como buen pagador se limitó a devolver todo aquel balón que le prestaba un compañero. Tantos extremos, verdaderos y postizos, para que apenas se centraran balones al área desde el territorio del córner. Ni que Diego Costa hubiera ido disfrazado de Sleepy Hollow, el jinete sin cabeza.

Mirando hacia otros lugares de la anatomía del partido con el ojo desnudo es más lo que no vemos que lo que podemos apreciar. Seguimos sin noticias de De Gea. En el gol correctamente anulado a Irán volvió a convertirse en estatua de sal, como si fuera incapaz de no mirar hacia esa Gomorra que le señala el dedo acusador de Pdr Snchz. Un fax que llega tarde, un presidente por accidente, Cristiano como rival en vez de como compañero de vestuario. Se le acumulan los motivos para la melancolía. Piqué volvió a quedarse con el papel de propiciador de chistes en Twitter. Un túnel que le hizo uno de esos barbudos pedigüeños y que no acabó en jugada de gol de milagro tuvo la culpa. Lo invisible y lo evidente dominan todo el panorama. Casi dan ganas de dejar el cuentahílos en el bolsillo. Pero si no vamos provistos de él, si no calzamos el ojo con la lente redonda es complicado verle las ocho patas al bicho que hizo languidecer el partido. Hicieron falta varias repeticiones para percatarse que fue la involuntaria rodilla de Costa la inesperada profilaxis. A pase de Isco, por cierto. Diego no quería. Es decir, quería pero no de esa manera. O sea, le daba igual el modo pero había apostado por otra forma… ¡Puñetas, la tartamudez de ideas es algo que se contagia! Sin embargo, miro con el cuentahílos a Isco y veo con claridad meridiana sobre el limbo de la hoja que no solo pretendía ese pase vertical en profundidad sino que calcó el logro directamente de sus deseos. Una minúscula maravilla en un fútbol aparentemente sin atributos. Es legítimo el orgullo de Sara, la ornitóloga. Por cierto el otro día la mentí un poco: no soy taurino. Es que no podría soportar caerle bien. En general no soy anti de casi nada. Apenas solo del Barça, y no desde siempre. Del mourinhismo una vez saqué la lupa del bolsillo. Y ahora de su trato. Si careces voluntariamente de lo que crees que necesitas evitas el peligro de las adicciones. En una adicción para el madridismo podría convertirse el juego de Isco en un Madrid sin Cristiano ni Bale. Si Hierro lo quita de la alineación tenemos asegurado el síndrome de abstinencia en La Roja. Silva e Iniesta, el resto de la vieja guardia, ya no sirven como fármaco sustitutivo. El malagueño es medicina que ha de suministrarse por vía intravenosa.

La imagen que ilustra este escrito es una perfecta metáfora de lo sucedido ayer por la tarde en Rusia. Isco y España no estuvieron ayer en la misma escala de tamaño. La segunda fue como una invalida criatura que tuvo que ser socorrida por el naturalista aficionado para no ser pisoteada por una horda de insectos a los que se les multiplican las patas. Ecología y fútbol, ese tipo de cosas que suceden en el esplendor de la hierba.
Nada nos devolverá los días
del esplendor sobre la hierba,
pero nos recordaremos
y fortaleza hallaremos
en lo que de ello nos queda.
Emocionantes los versos de William Wordsworth pero, contradiciendo su espíritu, diré que más de uno se ha ganado con creces su jubilación en Asia o en la Premier. Imperdonable la juventud de Asensio languideciendo en la banda, lejos de la verde floresta.


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