martes, 19 de marzo de 2013

El Fútbol y sus aledaños (121) - El león de Comarre


El león de Comarre

Cuando me he decidido por fin a escribir este artículo he caído en la cuenta de que voy a cumplir con él un encargo que me hicieron hace relativamente poco. El encargo me lo hizo mi amiga @dnazproject, y fue el de escribir una crónica del Real Madrid en clave de relato de Ciencia Ficción. Esto en principio no hay intención de que sea una crónica, aunque yo nunca sé a ciencia cierta dónde arribaré cuando comienzo a transitar una cuartilla del blog, pero algo de ciencia ficción tendrá, como se verá enseguida. Mi amiga, en una de sus identidades, es una extraterrestre de la raza de los bionautas. En la otra una experta en ciencia ficción, también escritora del género, y cuya pareja sentimental es un fantástico blog que cuida con sumo cariño y un mimo exquisito. (Sí, C., hay demasiadas discusiones, enojos y peleas entre vosotros dos como para no adivinar la existencia de una cierta tensión sexual no resuelta. Un día bromeé sobre la ambivalencia en el género sexual del blog y me dejaste claro con demasiada prisa, con una celeridad muy sospechosa, de que era inequívocamente varón. Pero, voy a dejar este asunto secundario aparte, que la idea de partida era que te sintieras contenta con estas líneas, no que te enojaran por inmiscuirme en tu vida privada.)

"El león de Comarre" es un fantástico relato de Arthur C. Clarke, mi escritor preferido en la época de mi vida en que fui sobre todo lector, y aficionado casi radical a la ficción especulativa. Se trata de una novela corta, cuya imagen especular es otro relato largo del escritor inglés: "A la caída de la noche". En EE.UU., que es un país civilizado, no como el nuestro, existen innumerables revistas literarias, que se venden sin pudor en los kioskos y tienen clientela suficiente para perpetuarse. Revistas de creación literaria, me refiero, no de crítica de libros o de debate cultural, que suelen atender en especial a los intereses empresariales, los de las editoriales con las que existe algún grado de consanguineidad. Los números de las dedicadas a la publicación de relatos de ciencia ficción, en concreto, suelen articularse en torno a una novela corta, que ocupa buena parte del ejemplar. Que se completa con narraciones de menor extensión y las secciones habituales en una revista de género. "El león de Comarre" fue editada por Luis de Caralt, creo recordar, dentro de un tomo dedicado a recopilar narraciones sueltas de Clarke. No daba por extensión para completar un libro. Pero no importaba, porque cada relato de este autor, extenso o breve, trae la maravilla de lo extraño al lector, humaniza algo de lo que no es completamente ajeno. desde un punto de vista en el que no solo cabe el asombro, sino también lo emotivo. En este relato Clake nos habla de una humanidad enfrentada a su ocaso, a su extinción tal vez. La totalidad de los escasos individuos que componen la sociedad han desertado de la realidad, viven inmersos en realidades virtuales hechas a la medida y deseos de cada uno, ajustadas a sus aspiraciones como un guante a la mano. ¿Quién quiere sufrir cuando es innecesario? ¿Hasta qué punto lo que percibimos como real lo es, y no una mera impostura o una manipulación de nuestros propios deseos? Hay tantas excusas para desertar, es tan grande el premio por hacerlo, que apenas caben reproches que hacer a los protagonistas del relato. Sí, es un planteamiento con un parentesco más que evidente con el de la saga Matrix. Con la salvedad de que Arthur C. Clarke escribió "El León de Comarre" en los años 40, cuando el PC ni siquiera era una alocada idea en la mente de algún visionario. HAL 9000 -cuyo nombre de pila, dicen, es una referencia a IBM, por ser sus letras componentes correlativas en el abecedario-, con su forma parsimoniosa de hablar, aun tardaría dos décadas en nacer, también en las imaginaciones del propio Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick. Clarke lo fue realmente. Parece un milagro, pero tiene una explicación. Al menos una sistemática. Arthur C. Clarke fue uno de los precursores de la idea del radar, en cuya creación participo, enrolado en la RAF durante la Segunda Guerra Mundial. También fue el creador del concepto de satélite de comunicación. Que llegó a patentar, pero a cuyos derechos renunció en un acto de extrema generosidad con sus semejantes. Ya era rico, o lo sería al menos, gracias a su literatura. Aunque de no haberlo hecho habría llegado a ser disparatadamente rico.

El protagonista de "El león de Comarre" es despertado por la maquinaria que supervisa el funcionamiento de la pequeña ciudad de los hombres, que mantiene operativos los habitáculos de animación suspendida donde residen los escasos seres humanos que pueblan el planeta. Hay un problema grave al que la maquinaria no sabe enfrentarse y que requiere de la opinión de un humano y de su participación en la puesta en práctica de la solución. Y nuestro protagonista despierta a un mundo que no es el suyo, a una realidad virtual que nosotros llamamos vida, con toda la extrañeza, dolor y perplejidad que ello supone. Porque en la que ha tenido siempre por su vida real es feliz, tiene una existencia plena de significado y satisfacción. Ha de enfrentarse tras abrir los ojos a conceptos que no conocía, como dolor, incertidumbre, tristeza y frustración. Me gustaría seguir explicándoos el relato, no tengo ningún escrúpulo en destripar finales. No en balde me tengo por escritor en un acto de desfachatez y arrogancias supremas. Si no es mi historia, me vale la de otro cualquiera para matar mis ansias de narrador. Pero mi última relectura de "El león de Comarre" data de hace décadas y mis recuerdos de los pormenores de la trama son casi nulos. Pero no es el desenlace de la historia lo que me interesa exponer, aprovechar para mis intereses, sino su planteamiento.

Yo, como tantos otros piperos del madridismo, he vivido en una realidad virtual durante buena parte de mi vida como aficionado. Una realidad que nos traía tantas satisfacciones, tantas alegrías, que era de insensatos, tal vez incluso de masoquistas, siquiera cuestionarla. Hace unos pocos años el agravamiento del problema, que lleva latente en realidad muchos más, fue como una sacudida en el entramado de la maquinaria que nos mantenía ajenos a los hechos reales que importan a nuestro colectivo. De un tiempo a esta parte el problema amenaza con subvertir la naturaleza del club, con convertirlo en un segundón, en un enano entre gigantes que aun crecen todavía y, lógicamente, quieren desquitarse tras tantos años de postración. Siempre he creído en la máxima de que es más importante merecer algo que lograrlo. Ya sé que no parece una sentencia propia del decálogo del buen madridista. Lo importante es ganar, nos dicen. Y es cierto. Pero hay algo antes que eso incluso: Merecerlo. Y no hablo de ética. Si no se cumple este requisito se puede lograr también si los astros se alinean de la manera correcta. Michael Chang ganó una vez Roland Garros y dos años después era un curioso recuerdo en las mentes de los aficionados. Tenista atípico y de origen asiático, flor de un día, que ganó el torneo porque tenía calidad suficiente, pero que no lo mereció tanto como otros contemporáneos suyos, que si supieron instalarse en el éxito. Merecer es lo que te asegura una trayectoria, con altos y bajos, con momentos de plenitud y otros de lucha sin fruto, aunque con la conciencia tranquila. Dicen que lo único que la adormece y la hace callar es el cansancio de haberlo intentado. El Real Madrid ganó la Séptima porque lo merecía. Sí, en un momento de conjunción astral adecuada también, pero tras otros momentos en los que también estuvo cerca. Incluso más próximo al logro. Pues bien, creo que el problema del que hablo va en detrimento de nuestros merecimientos, que amenaza con encanijarnos como institución. Que pone a los rivales en situación de paridad cuando no de privilegio.

Ese problema no es otro que las luchas de poder por la jefatura de clan madridista. Algo que apuntaba de forma velada en mi anterior escrito. Hay agentes nuevos de la sociedad que optan a esa jefatura, o que luchan en beneficio de terceros. La prensa es uno de ellos. En otros tiempos, en mi niñez, lo hablaba con alguien hace un momento en Twitter, con @albertofdezbart, la prensa deportiva, As y Marca, para que nos entendamos, tenía como objetivo entretener, sin molestar a nadie, distinguiendo entre los conceptos de rival y enemigo, sin atender a facciones dentro del madridismo. Vale, es posible que el problema ya estuviera larvándose entonces, aunque lo dudo. Era una prensa más ingenua, que prefería exponer a adoctrinar, en la que el artículo rey era la crónica del partido de la víspera. Crónica en la que podías recrearte si había sido una victoria, o averiguar las explicaciones si se trataba de una derrota. Era una prensa que no confundía la mala leche con la inteligencia, en que los futbolístas no eran sistemáticamente escarnecidos para disfrute de lectores ávidos de conocer la comicidad en las miserias del prójimo. Bastaba con preferir a sus mejores para saldar cuentas con los peores. En aquellos tiempos era menos posible fenómenos como Roberto Palomar, Diego Torres, que viven para reirse de la desnudez de los demás, como chiquillos que acaban de descubrir sin querer a sus padres en la ducha. Una desnudez a menudo inventada por sus mentes calenturientas de adolescentes periodísticos. También el último Segurola, el que se vistió con la sotana y subió al púlpito a arengar a los aficionados, de una u otra confesión. A los madridistas para amenazarlos con los fuegos del infierno mourinhista, a los que nos hacemos acreedores por nuestros pecados, cometidos en esta permanente borrachera de barra de bar que es Twitter. Son mañas de una prensa reclutada para satisfacer unos ciertos intereses empresariales. Que se traducen en la práctica en la preferencia de aquel presidente, más colega, en vez de este, más independiente y sensible a las presiones, de este modelo de organización del club, que mira más por sus propios intereses, que sobre aquel otro, en el que a los parásitos les es más fácil libar en la sangre fresca de su huésped.

Pero, no seamos ingenuos. Si las superpotencias mediáticas amenazan con convertir el madridismo en un paisaje postapocalíptico; si en el pasado ya tuvimos tres años de total sequía por sus manejos, tras los cuales el mar fue como suspirase y llegó la primera lluvia, el primer trofeo de la era Mourinho; en este mundo, a medias devastado, también se producen luchas de poder entre los que han sobrevivido a la época de ignorancia para despertar al problema. El madridismo son partidas armadas que recorren el páramo aun en la fase de reconocimiento del terreno. Sin un estado que imponga su voz, la población ha tenido que tomar las riendas de su destino y empieza a cubrir el territorio en busca de la forma con la que poder satisfacer sus necesidades. Pero ejércitos holmistas tratan de imponer también sus reglas, más propicias, en su opinión, para poder devolver la civilización a la sociedad madridista. Los carteros transmiten simplemente la información, sin discrepar demasiado de las doctrinas dominantes. Se vuelven a recorrer los antiguos senderos, los que llevaban tiempo sin ser transitados, tratando de transmitir la verdad. Pero la verdad no es como polvo de oro, que no mancha, que solo enriquece. Es como el polvo del camino, que tras estar suspendido en el aire, al alcance del oído de todos para poder ser escuchada, vuelve a depositarse en el suelo, en las cunetas de las carreteras, y con las primeras lluvias se vuelve fango. Habrá de suspirar el mar, y los cielos también, y hacerlo más hondo, para que unas lluvias torrenciales laven todo el barro acumulado en las rutas que ahora se abren de nuevo.

No, no estoy propugnando una guerra. En realidad no se lo que propongo. Solo digo que añoro mis tiempos de feliz pipero, cuando mi existencia madridista se limitaba a gozar de una realidad virtual que solía ser generosa conmigo, más que con los integrantes de otras aficiones al menos. Ví con mi padre en la TVaquella final contra el Liverpool. Y con mis amigos de mis tiempos de estudiante aquella semifinal contra el Eindhoven. No, no todo fueron alegrías. Pero éstas superaron a las tristezas con creces. Aquella realidad virtual, acrítica, que creía en la inocencia del deporte, al menos al nivel de la masa social de un club, en la que estaría incluida la prensa afín, al menos antes lo estaba, era mucho más satisfactoria que esto. ¿Cómo no voy a entender a quienes defienden en un acto de ceguera voluntaria a Casillas? Yo lo hice con Raúl, cuyo ensombrecimiento final me causa tanta amargura. Esta lucha me cansa, lo digo en serio. Añoro aquellos tiempos en que los héroes eran estatuas de bronce, inamovibles, perennes, sólidas, no maleables a las manos que trataban de moldearlas a sus gustos, no seres de carne y hueso, como ahora, que aspiran a superarse, y en el intento nos contagian su sueño por un instante, pero con un después claro que traerá consecuencias si se pospone. Añoro aquel fútbol sin recovecos, sin ángulos muertos, sin zonas de sombra, donde el sol siempre estaba en el cenit y había que taparlo con la palma, a modo de visera improvisada, para poder ver en todo su esplendor y calidad de detalle el remate de volea de Zidane en Glashgow. Pero ya no puedo volver a mi habitáculo a soñar que la vida es como yo la prefiero, una continua y excitante aventura, una interminable jornada de caza en busca de la captura del león de Comarre. Especimen glorioso, ser casi mitológico, de piel dorada, que los cazadores blancos denominan a su modo y capricho, en su jerga particular, como Copa de Europa. Y, si me han obligado a despertar, ya sean las partidas que recorren el páramo y que me quieren a su lado -un lado que es el de todos o el suyo solo, es algo que está por ver-, las circunstancias adversas que nos obligan a que las prestemos atención por sí solas o la simple y aciaga casualidad, pienso, lo medito con calma demorando la respuesta todo lo que puedo, que quizá entonces sea imprescindible despertar del todo.

2 comentarios:

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    1. Querido L:
      Antes de nada quiero agradecerte que hayas aceptado el "desafío" de esta Bionauta paranoica.
      Me parece muy hermosa y generosa la identificación del madridismo con la realidad virtual a la que haces referencia. Nunca lo había pensado de esa manera, pero creo que hya mucha verdad detrás de tus palabras.
      Gracias por estar al otro lado de la línea digital....

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