sábado, 16 de marzo de 2013

El Fútbol y sus aledaños (120) - The Postman


The Postman
(Artículo editado originalmente en el Blog: El Minuto 7)

Es un texto que recordamos vagamente, sólo algo mejor en su contundente última frase. Incluso Kevin Costner, en la película un actor profesional, aunque actúe sólo a cambio de la voluntad de sus espectadores, titubea al recitarlo sobre el escenario improvisado en mitad del poblado. Y cada vez que lo hace una anciana le hace las veces de apuntador, y el cambia la palabra que ella le cita, como faro para que vuelva a la ruta correcta, por otra más o menos equivalente, en un juego que solo ellos dos entienden, porque en su mundo el autor del texto hace tiempo que fue olvidado, y con él su obra. Lo niños ríen al escucharle, más por el énfasis que pone en lo que dice, por sus muecas y bromas de mimo, que por el texto en sí, que seguro no entienden. Porque si lo hicieran sentirían más terror que alegría, llorarían en vez de impregnarse los unos a los otros de alborozo, como se impregnan las flores unas a otras de polen cuando sopla el viento para preñarse de esperanza de futuro. Kevin Costner es como la brisa que por un momento agita sus monótonas vidas sin horizonte. Vida que la muerte espera cosechar con su guadaña más pronto que tarde. Recita de forma accidentada el texto y el mundo se dibuja ante nosotros, los otros espectadores de la escena, como una mentira a ratos convincente, a ratos cómica, e incluso bufa, pero que al fin y a la postre apenas aporta información útil a nuestro desorientado sentimiento: "La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él; es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada". No, no recuerdo el diálogo del mulo. Aunque me parece que en esta escena de Macbeth no tiene diálogo, sólo presencia y una espada de plástico empuñada por el hocico.

En "El mensajero del futuro", Kevin Costner es un marginal, alguien que ha elegido vivir al margen de la sociedad, la poca que queda tras una guerra nuclear que lo ha devastado todo. En la incipiente sociedad que renace, débil y dispersa, que ha retrocedido hasta el medievo, o puede que más atrás, él no encuentra su sitio. Sólo tiene tratos con las gentes para aprovisionarse de lo que no puede procurarse por sí mismo. Es un personaje muy parecido al protagonista del film "Waterworld", que también interpreta, y que habita un escenario que parece el negativo del de "The Postman". Héroe a su pesar, ni siquiera sabemos el nombre del personaje, de donde surgió, cual es su pasado. Es un hombre sin equipaje alguno, cuya presentación, al inicio de la película, recuerda mucho a la de Travis Henderson, el protagonista de "París, Texas".

Una vez sabemos la identidad de los actores protagonistas, cuyos nombres se nos facilitan en grandes letras rojas sobre fondo completamente negro, la música de la banda sonora, compuesta por Ry Cooder, cambia su ritmo, justo cuando se nos indica el nombre del film. Entonces vemos una imagen área del desierto del sur de Texas. La cámara parece vagar por el vasto escenario sin rumbo, mientras los acordes de guitarra de la melodía que escuchamos parecen imitar los lamentos humanos. La cámara vaga por el desierto, lo sobrevuela, acomodando el encuadre al tamaño del lugar, hasta que de forma aparentemente casual, tras una colina, encuentra una figura humana y entonces busca un primer plano. Es Travis, que se para al sentirse observado, si diría que por nosotros. Vestido de forma incongruente, con una gorra de beisbol para protegerse del sol, calzado con unas zapatillas de deporte, pero con traje y corbata. Hay polvo acumulado de muchos caminos en las solapas de la americana. Tiene la mirada extraviada, como si no la tuviera fijada en este mundo sino en otro, tal vez interior. Los movimientos de su cabeza semejan los del águila que le escruta desde lo alto de un crestón cercano. Tal vez Win Wenders quiera destacar que es su instinto animal lo único que habita su alma en ese momento, despojado de cualquier sentimiento humano. Luego sabremos que lleva años en paradero de desconocido, que huyo de la civilización tras sufrir un grave trauma personal. Ahora, al agotarse toda el agua que porta, que lleva en una garrafa de plástico, decide mirar por fin lo que le rodea y regresar de nuevo con los seres humanos.

Arranque de la película "París, Texas", de Win Wenders
Banda sonora de Ry Cooder

Seguramente sea este el arranque de un film que más me haya impactado nunca. Durante años supuso, y aun lo es ahora, un misterio fascinante que reta la lógica, pero que, por su poder evocador, no puede desdeñarse, aunque parezca incongruente. ¿Ha vagado Travis, como la cámara que nos lo presenta, solo por el desierto durante esos años en los que ha estado ausente? No lleva ningún equipaje, pertenencias; se diría que ni siquiera porta en la mente pensamientos humanos cuando la cámara se le acerca. La botella de agua será desechada sin más en cuanto compruebe que se ha agotado su contenido. Como los años pasados en soledad se desechan sin más cuando decide acercarse a las personas de nuevo. Venir de la absoluta nada. Volver con quienes le quieren. Esa es la historia, que luego el cineasta alemán resuelve con más o menos pericia narrativa, pero este comienzo es poderoso, tiene algo de parábola, de narración mitológica que desafía la lógica, donde los personajes y los hechos alcanzan la talla de arquetipos. Travis decide volver al mundo de los vivos, y ni siquiera estamos seguros de que sea una decisión consciente, de su lado humano. Una necesidad animal, la sed, le devuelve a la ruta de la civilización, a donde existen historias que contar; porque la suya en el desierto parece, lo intuimos, ha carecido de sucesos que puedan ser narrados. Caminar sin rumbo durante años no tiene planteamiento, trama ni desenlace.

El recorrido de Mourinho fue el contrario al de Travis, vino de la civilización, del fútbol británico e italiano, para ingresar en ese desierto que era el Real Madrid hace tan solo tres años. Cuesta creerlo, pero es así. Sólo con números era capaz de organizar su predecesor una defensa coherente para su propia persona, para su labor al frente del equipo. Ya se sabe lo que se dice de quien decide ser su propio abogado defensor, que tiene un necio por cliente. Números que eran como palabras necias, porque no importa cuan buenas sean las cifras que uno exhiba si hay quien puede mostrar unas mejores. El que comenzó a caminar Mourinho cuando decidió abandonar la civilización del fútbol era un desierto, sobre todo de esperanza. Era el madridismo una nación sólo con enemigos y con rivales triunfadores a los que debía rendir pleitesía. La sed se adivinaba en las caras de los aficionados, una sed de años y sin cantimplora. Mourinho abandonó un territorio en el que los títulos eran el fruto de la tierra, por otro donde los suelos ni siquiera estaban roturados para recibir la simiente de la cosecha futura. Fue a recalar a un club sin proyecto, sin expectativas, sólo con pasado. Espectacular, pero inútil, por muy inmediato que pudiera parecer según algunos puntos de vista benévolos. Pero tan bien es cierto que su nuevo ámbito estaba a plena luz y que tampoco tenía límites. Solo los de la imaginación, los de la falta de fe en uno mismo. Un escenario de color claro cercano al blanco inmaculado manchado por el esfuerzo, la auténtica cultura del madridismo, su estilo, el largo recitado de más de cien años de su anciano señorío. Una americana manchada de polvo y calzado inadecuado para las grandes ocasiones, eso es lo que vestía el Madrid cuando Mourinho le encuadró con su cámara para contarnos la historia de un reencuentro, la del club merengue con lo que le es más querido: El triunfo.

Cuando Costner nos presenta a su personaje por primera vez ni siquiera tiene nombre, un apelativo con el que poder llamarle. El apodo por el que le conoceremos finalmente, "El Cartero", lo adquirirá a mitad del metraje. La mula que va con él lleva sus escasas pertenencias y le proporciona su única compañía. También vaga por el desierto, como Travis; cerca de la frontera de la civilización -la que queda-, para poder acudir a ella cuando la necesita. Pero, al contrario que Travis, no se ha desnudado de su humanidad. Cuando sea capturado por los holmistas, y en su primer rancho sea retado a matar el hambre con el guiso del que ha sido su único amigo durante años, abandonaremos todas las dudas. Es el temor lo que le obliga a alejarse de sus semejantes. El temor a que le duelan los lazos humanos. Es una renuncia a lo que puede ser, a sus capacidades, la cobardía del que llegará a ser héroe a su pesar. La mujer que ama primero le desprecia, por su forma de encarar la vida. De no encararla en realidad. Luego le odiará por amarlo a pesar de ese desprecio. Y después por sentir que traiciona a su esposo muerto, que murió en un acto de valentía; sin fruto alguno, como si fuera la prueba irrefutable de lo que sostiene quien ahora le ofende con su amor correspondido. Odia su egoísmo, el de quien no quiere dar lo que tiene, que es mucho, imprescindible para sus semejantes: La esperanza. "Tú nos has llenado los bolsillos de esperanza", le dirá el día que se rinda en su lucha interna con lágrimas en los ojos, el día que decida amarlo, ya no sólo por lo que pudiera ser sino por lo que ya es gracias a ella.

Es seguro que alguno de los que ahora reniega de él en el vestuario -pudiera ser que todos ellos-, llorará arrepentido el día de su marcha, antes de que Alfredo Relaño cacaree tres veces en sus editoriales, saludando al alba de un día al fin sin Mourinho. Es curioso que el periodismo, que tanto se regocija al mezclar la psicología del portugués en los análisis futbolísticos que hace del equipo blanco, que suele argumentar que sus decisiones sólo se basan en sentimientos, siempre vergonzantes, y no en razonamientos, eluda realizar un análisis certero, siquiera creíble, de su personalidad. Profundamente humano, hasta en sus errores, como demuestran todos los indicios a los que se quiera prestar atención, tantas manifestaciones favorables de los que fueron sus discípulos en la profesión, Mou, The Postman, vino a los Restaurados Estados Unidos del Madridismo a traernos esperanza, tras tanta humillación y oprobio. La del madridismo ha sido una historia de ruido y furia narrada por un periodismo que hace tiempo que ha enloquecido y que ya no significa nada para la causa, que sólo trata de devorar sus propias entrañas, dando diariamente a su menguante clientela una ración creciente de absurdas y coléricas mentiras. Es un mal actor que se pavonea durante una hora en el escenario de Twitter y luego se olvida, porque ya nada sustancial puede contarnos. Un rato estuvieron Relaño, Maroto y el de la moto -el que se tira de ella con cada exclusiva-, es decir, Manolete, paseando sus cuerpos serranos virtuales ante los tuiteros madridistas, ante veteranos y noveles -incluso ante alguna jovencita, a la que el más deslenguado de todos ellos le tiro descaradamente los tejos-, y luego se fueron por donde vinieron, esto es, a la nada. Si alguno de ellos, o de la gente de su tropa, llegó a pensar por un momento que la alternativa a Mou, o sea, sus carcasas hueras y sus miserias plenas, podría alguna vez resultarnos atractiva, preferible en el peor de los casos, como mal menor, es que realmente la historia oficial del madridismo ha tenido por cronista todos estos años, por monologuista sobre las tablas, a un auténtico necio.

Mourinho nos trajo esperanza, una razón para desestimar el miedo, el que atenazaba a los jugadores en el campo y a los aficionados en las gradas. Miedo que alguien disfrazó de señorío aplaudiendo al rival una tarde aciaga. Y no fue fácil. Trajo la esperanza pero también la lucha. Porque nada se consigue sin pelear. Sólo la rendición asegura nuestra hora de recreo. El primer encuentro fue una derrota bien dolorosa, pero luego se dejó de ceder terreno, primero, y luego llegaron los triunfos. También en Twitter. Murinho es el mensajero del futuro, de lo que está por llegar, si los holmistas de la prensa no nos imponen antes su punto de vista de lo que es la civilización madridista. Cualquiera de nosotros vale más que su general, Bethlehem, es lo que viene a decirnos Mourinho, parafraseando al cartero; porque el general sueña solo con una guerra a la altura de sus méritos, un editorial que al escribirlo le encumbre a costa de hacer escarnio de Mourinho, al que ve como su igual y en el que vislumbra gloria si logra derrotarlo. Los directores de medios son como vendedores de fotocopiadoras, porque tratan de vendernos el mismo diario con las mismas mentiras todos los días del año. Mourinho decidió optar a la jefatura del clan, hacer saber su propia opinión de las cosas, imponerla en nuestras mentes a la que nos ordenaban creer los periódicos, y no se lo perdonan. Y mientras se bate cuerpo a cuerpo con ellos, en rueda de prensa o sin siquiera hablar, sólo retándoles con su mera existencia, le siguen minusvalorando. A pesar de lo logrado. A pesar de que lo que fuera desierto hace tiempo que es un vergel. A pesar de habernos colmado de esperanza los bolsillos. Porque creen que lo conocen, que no tiene nada por lo que luchar, que un día se marchara sin despedirse, y que eso le traerá la derrota, la de todos nosotros que le apoyamos.

Pero ya es tarde, es imposible hacer tabula rasa. El servicio postal crece por si solo en la red, transmitiendo el mensaje de esperanza a todos los rincones del madridismo. Ahora todos formamos parte del servicio postal. Por más que silencien a alguno de nosotros, con un desprecio, con un bloqueo, habrá quien ocupe su lugar de forma inmediata. Y también habrá quien abra nuevas rutas constantemente. Ayer Twitter bulló por la iniciativa de una web madridista que ni siquiera conozco, que jamás había oído nombrar. Impusieron su iniciativa de promover un HashTag, #Relañato, que llegó a ser Trending Topic. La sorpresa de saber que hay camaradas en la misma lucha en rincones en los que jamás hemos estado, en momentos que parecen tan aciagos, es la misma que la del jefe postal Ford Lincoln Mercury cuando en el momento previo a ser fusilado estrecha la mano de un compañero que jamás vio, del que nunca tuvo noticia, pero que es su igual y transita su misma ruta y su misma causa. Sin duda es la escena más emotiva de la película. Y ayer pareció tan real que me siento como el personaje de una epopeya.



PD: La película narra los supuestos acontecimientos de un futuro, el del momento en que se rodó, fechado en 2013. Y comienza con el relato de la hija del cartero, que explica como su padre le habló una vez de "un invierno que duró tres años". Diría, lo siento en los huesos, que es el que estamos a punto de superar.

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