La belleza
La belleza. Esa cualidad de la que dices que careces, perdona que me sonría, es un concepto complejo, elusivo, a menudo contradictorio, frustrante porque se escurre entre los dedos cuando crees haberlo aprehendido, que lo has atrapado en una definición para cuya aceptación podría haber cierto consenso.
¿En qué consiste la belleza?¿Cuál es su territorio y su momento? Contemplo tu rostro, el atardecer de tu mirada de iris oscuro, el almuerzo frugal de tus labios, el paisaje estival de tus pómulos y, aunque encuentro inspiración no hallo coherencia, aunque mi corazón se vuelve cantor soy incapaz de componer un estribillo que explique la melodía.
Y es que quizá no concierna al ámbito de las ciencias exactas, tal vez no se trate de la armonía en las formas, sino de desgarbadas emociones, de temblar y dudar en vez de cimentar certezas, de preferir las brasas a habitar en el cortafuegos, la promesa a su cumplimiento, la perplejidad a la fe y su credo.
Solo sé que cada vez que te miro mientras me insistes una y otra vez en lo fea que eres, se demuestra la supervivencia de la belleza, o su emoción equivalente, en este árido y estéril universo por reducción al absurdo, se hace posible que el gorrión siga posado sobre la verja de la mi ventana mientras avanzo otro paso hacia su encuentro en la esperanza de poder atraparlo, distraído como está en la negación de la evidencia de su colorida existencia.
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