martes, 19 de febrero de 2019

El Fútbol y sus aledaños (204) - El secreto de un beso


El secreto de un beso

Goles son amores y no buenas razones. Dicho con otras palabras. De nada sirve un juego primoroso, tener la posesión del balón si no se rubrica con goles. Por cierto, ¿nadie ha advertido todavía, con tanto uso como se le está dando, de la cantosa redundancia que encierra esta expresión tan de moda? Tener lo que se posee es, paradójicamente, de un pobreza total, en este caso de estilo literario. El partido de la semana pasada en el Amsterdam Arena sigue la estela de los que se dirimieron la temporada de pasada en la recta final de la Champions en el Allianz Arena y en Delle Alpi., un vivir dominados para zanjar la cuestión con unos cuantos zarpazos. Es lo que le espera a quien se atreve a intentar arrinconar a un tigre en una esquina de su jaula. Luego, entonces, en los partidos de vuelta, tocó sufrir porque el Madrid se le olvidó para qué le sirven realmente las garras y trato con ellas de pinchar y desinflar el balón para que el tiempo transcurriese sin mayores novedades. Es peligroso que la fiera ignore su verdadera naturaleza. Peligroso para ella misma si es que no quiere que se el escape la presa y pasar hambre. Ojalá no ocurra esta vez lo mismo.


Mucho ha mutado el Madrid en los últimos años y no queda claro si para bien o para mal. Cuestión de gustos y de credos, de estados de ánimo en definitiva. El Madrid de Mourinho era puro frenesí inversor. Nada de ahorrar posesión para obtener en un futuro incierto unos raquíticos réditos crediticios que pudieran sanear la cuenta de resultados. Que va. Nada más recuperar el balón lo invertía en ataque, y por la vía rápida, con su sello postal de correo urgente en la esquina de la jugada, sin hacer siquiera cola ante la ventanilla de la sucursal. Carpe diem, quam minimum credula postero. Agarra el hoy, no te fíes de un incierto futuro. El mundo puede acabarse mañana, o en el próximo minuto, que diría Terminator. “Sayonara, Baby”. Su primer título, el logrado en Mestalla en aquella final de copa, lo obtuvo con un solo mordisco después de haber estado aguantando más de un centenar de minutos a un domador pelmazo vestido a lo Sargeant Pepper's Lonely Hearts Club Band, los amagos con la silla, agarrada por el respaldo con la mano derecha, y el urticante restallar del látigo manejado con la siniestra de Messi. Una sola vez metió el Barça la cabeza en las fauces de la fiera, en un contraataque cimentado por Di María, con fachada alzada por Pepe y enfoscado de Ronaldo, y fue quedarse sin ella. Luego, ya de nada le sirvió a su cadáver decapitado exhibir en la solapa del traje con pasamanería en los remates de ojales, puños y hombreras la medallita rutilante de la posesión.

El Madrid de Mourinho era Custer recién salido de la academia. No sé si habéis visto “Murieron con las botas puestas”. Pregunta retórica para la gente de mi quinta que la veía en la tele al menos una vez al año, pero totalmente pertinente para las más actuales. No digamos ya para los Millennials, que apenas consumen vetusto cine anterior a los años 80. A Errol Flynn lo ascienden de teniente a general de brigada nada más salir de West Point por un malentendido burocrático. Le dan el mando del regimiento de voluntarios de Caballería de Michigan, con la orden de defender la capital ante el inesperado e irresistible avance de los casacas grises dirigido directamente hacia el corazón de la nación, hacia el Capitolio. Su nueva unidad le espera en el frente de batalla. Sin siquiera desmontarse del caballo a su llegada, ordena al primer batallón formar en la cima de una colina con toda la impedimenta. Vemos a Flynn ante una hilera de soldados a caballo. La línea de jinetes, erguidos sobre sus quietas monturas, abarca de un lado a otro de la pantalla en formato Cinerama. “Atención, Primero de Michigan… Desenvainen”, ordena Flynn. “Al paso; Al trote; A la carga”, añade de forma sucesiva, mientras truenan y relampaguean los cañones y a fusilería del enemigo. En la siguiente escena vemos regresar hacia la colina un reducidísimo puñado de maltrechos jinetes, entre los que cabalga también Flynn. La estampa en mi memoria de lo maltrecho que ha quedado el Primero de Michigan es tan convincente que, aunque sé que es incongruente porque aún no han tenido oportunidad de pasar por la enfermería, visualizo a algunos soldados con vendas y brazos en cabestrillo. Una nueva elipsis narrativa, coloca a Flynn ante una hilera aún más larga de caballistas. “Atención, Tercero y Séptimo de Michigan…”. Aunque son muchos más los que marchan esta vez, por el contrario son bastantes menos los que regresan. Tras repetir la jugada unas cuántas veces, creo recordar que es con el Quinto con el que consigue finalmente alcanzar as posiciones de la artillería enemiga y salvar Washington.

Nada de diseñar cubículos de confinamiento para el enemigo con alma de carpintero, como Anibal en Cannas; Nada de convertirse en un mar de dudas a la hora desplegar los efectivos y barajarlos como un tahúr en la mesa de póker, como César en Farsalia; Nada de jugar al ajedrez y atraer al rival a la trampa amagando con los alfiles, como Temístocles en Salamina. Todo lo contrario: Directo contra el enemigo para percutir contra su vanguardia, todo lo más de forma oblicua, como Alejandro Magno en Gaugamela. El Madrid de Mou era Custer en Bull Run: robar el balón, ordenar al corneta que toque a la carga y celebrar el gol con los supervivientes del lance, si es que los hay. Una táctica que hacía las delicias de los hiperactivos mourinhistas. Las mías también, hasta que logré desengancharme de las anfetas tuiteras. Cierto, uso el vocablo delicias, precisamente porque sé que en absoluto suena a lenguaje cuartelero espartano. Serán ganas de molestar.

El Madrid de Ancelotti aprendió a mantener la posesión, a especular con el contenido de la alcancía, a tener la paciencia de un corredor de bolsa y a saber esperar el momento adecuado para invertir en los mercados. Sabía cuándo había que hacer añicos el cerdito de barro y, hasta entonces, como evitar que el balón se le escurriese de entre los dedos, esto es, de entre los cordones de las botas, y se llevase con él el escaso patrimonio acumulado, como evitar también jugárselo a la ruleta con un pase arriesgado o prematuro entre líneas. Carlo uro al Madrid de la ludopatía mourinhista. Rien va plus. Era hipnótico ver al Madrid de entonces activar el limpiaparabrisas, fluctuar de una banda a otra en los ataques posicionales, al más puro estilo Guardiola, aunque sin perder el instinto asesino cuando advertía una brecha en la muralla. “Ha caído la Kerkaporta”, gritaba Modric, y la tripleta de ataque se convertía en un comando de jenízaros saqueando sin piedad los barrios cristianos de Constantinopla. Si el Madrid de Mou convertía a menudo los saques de esquina de los rivales en ocasiones propias de gol, cosa que es cierto que sólo empezó a ocurrir con cierta regularidad cuando por fin aprendió a defenderlos con cierta solvencia, el de Carlo necesitaba robar más arriba, más cerca de la caja de caudales, por así decir, para atreverse a intentar forzar la cerradura. Nada nuevo, por su parte, trajo Zizou en este aspecto. Su fuerte radicaba más bien en la política de gestión de personal.

Los goles son los besos del fútbol. Y los hay que son castos piquitos de enamorados, como el de Benzemá tras la asistencia de Vinicius, mientras otros son tórridos y de tornillo, como de amantes con hambre atrasada, como el de Asensio al aprovechar el tenso pase de Carvajal. Me estoy acordando de lo duro de la trayectoria y casi que me pongo de nuevo. El primero se gesta en la banda izquierda. Vinicius arranca a correr junto a la línea de cal y recibe un pase adelantado por elevación de Reguilón, como si se tratase del pase del base al poste bajo, la culminación de un pick and roll en el partido de novatos del finde de los all star de la NBA. El lateral derecho del equipo holandés, Noussair Mazraoui, desbordado por el brasileño, quien por un instante se diría que se detiene su celérico progresar para marcar sobre el césped un par de samba aprovechando el bote algo elevado del balón, trata de alcanzarlo a toda costa, de subirse en marcha a ese tranvía que se le escapa. Echa mano al brazo del delantero, intenta agarrarse y ganar la plataforma interior, pero la enorme inercia de aquel, la notoria discrepancia de velocidades entre vehículo y aspirante a pasajero le impide lograr una posición estable y acaba por los suelos. El lance recuerda a un gag de una slapstick movie, a una de esas escenas de cine mudo en que un tropel de bigotudos agentes de la autoridad tratan de subirse en marcha a un furgón policial y son arrastrados por éste mientras avanza a todo trapo por una avenida sin semáforos. En resumen, que Vinicius accede al área del Ajax por su esquinita izquierda sin oposición. Una vez en ella desatiende las sucesivas súplicas del 4 y el 17, Matthijs de Ligt y Perr Schuurs, los centrales, me apunta Google, quienes rodilla en tierra le ruegan que detenga su avance. ¡Estos cuáqueros, siempre tan piadosos! La carrera discurre en paralelo a la línea de gol, suponemos que porque el madridista trata de perfilarse para el disparo. Pero es un perfeccionista y no le convence ninguna de las sucesivas posiciones por las que va pasando ni los perfiles que va adoptando en la galería de tiro, porque éste si no está seguro de poder colarla por toda la escuadra es que ni lo intenta. “Inspira. Retén la respiración y deja salir el aire de los pulmones lentamente mientras presionas suavemente el gatillo, con ternura, como si fuese el pecho de tu primera novia”, dice una voz en off con el mismo timbre, textura y cadencia que la voz del narrador de “Blade Runner”. Pero para cuando escucha tan sabio consejo de su yo interior ya está a la altura del punto de penalti, apenas a dos pasos mal contados de Benzemá. Es tarde. Así que el adolescente le cede la palabra al veterano y se desentiende a continuación completamente de la jugada. Consumar aun no es lo suyo. Es significativo el detalle de que no le propone una pared al nueve sino que se descuelga en dirección contraria a la portería rival. Ha llegado hasta ahí después de burlar el cordón policial y de desoír las admoniciones de la Santa Madre Iglesia. Ni cárcel ni infierno, no habrá castigo si aprovecha la ocasión. Pero el chaval le abruman todavía los aspectos meramente sexuales del fútbol, y ha de ser Karim, siempre atento a los deseos del compañero, quien culmine. El francés sabe –vaya juego de palabras perverso-. No se trata esta vez de hacer feliz con una asistencia al ariete ninfomaníaco de turno, como le ocurría siempre en temporadas pasadas, o aun en esta de forma esporádica cuando le emparejan con Bale, sino de mitigar la ansiedad de un primerizo tomando las riendas d la situación, esto es, a la chica por las caderas. Y lo hace con sumo tacto, situando el balón en donde lo hubiera querido poner su discípulo. “Tranquilo, yo me ocupo, que ya hace mucho que traspasé el umbral de Tannhäuser y sé cómo van estas cosas”.

Cuan diferente todo esto a lo sucedido en el segundo gol. Se gesta esta vez en la otra banda, en el otro lado del espejo de Alicia. Varanne abre con su pase el campo al tiempo que aprovecha la carrera de Carvajal. Todo es más sencillo esta vez. Se nota la mecánica que da la experiencia. Y no es que los involucrados, el central francés, el lateral madrileño y Asensio sean precisamente una terna de veteranos, para ya llevan unas cuantas campañas en la Legión Extranjera, unas cuantas Champions, mundiales y supercopas en la mochila. Son Beau Geste, Beau Sabreur y Beau ideal en las arenas del Sáhara. Lo dicho, el pase de Dani es tenso, casi violento, cargado de deseo de gol. El remate, sin control previo, es una obra maestra del bote pronto. Estamos ante un experto precoz en cazarlas al vuelo, ante un don natural, como el novato de “La leyenda de la Ciudad sin nombre”, que ya sabía beber, fumar y lo otro mejor que nadie sin siquiera haberlo tenido que entrenar, desde su estreno. Sin embargo, Asensio, tras irse, a celebrar el gol, me refiero, en vez de fumarse un piti o echarse un güisqui al coleto para desinfectar la boca de sabores ajenos, se unta una tostada con mantequilla de cacahuete para reponer calorías. Me han dicho que también va muy bien para eso el tomate crudo. Nada más eficaz para quemar las grasas acumuladas que practicar sexo entre sábanas de hilo. Es el ejercicio total, mejor que la calistenia o la carrera de fondo, disciplinas deportivas con las que está emparentado, por cierto.

Haz el amor y no la guerra, esa era la consigna durante los 70s como denuncia de las atrocidades que se cometían en Vietnam. Ojalá la prensa deportiva fuera más dada a lucir greñas largas y a cantar las canciones de “Hair” pero, por lo visto, no estamos en la era de Aquarius, sino en el año del cerdo, como aseguran los chinos. Ahora que el Madrid vuelve a ganar es el momento de raparse al cero, calzarse en la testa (coronada) un casco con la leyenda “nacido para matar (madridistas)” en su frontal y ajustarse el barbuquejo. Para ellos somos los charlies. Toda una victoria en el memorial Johan Cruyff han querido resumirla con la polémica de la tarjeta de Ramos. Decir que se trata de una maniobra miserable es quedarse corto. A todo esto, el camero no necesitó hacer edredoning en el noventa y tantos ni disfrazarse de Panenka para ser el semental de la manada, su macho alfa. Pilar Rubio nos lo trae cada mañana a Valdebebas tan satisfecho como un novio tras su noche de bodas. Pero hay tanto periodista en las redacciones que recuerda al recluta Bufón, que cualquier visita al Gerona se acaba convirtiendo en la toma de la Colina de la Hamburguesa. “Cuando aún éramos soldados” es el título que ha pensado Relaño para sus memorias. Mejor leer las crónicas de Segurola con la carga de las walkirias como sonido ambiental para entenderlas mejor. “Pedí una misión, y por mis pecados me dieron una”, protesta Diego Torres rumiando las palabras. Abogo por que el inside de la Decimocuarta lo dirija Oliver Stone, siempre más afín a dejar en paz a os chicos de Hô Chi Minh. Sería la justa recompensa a tanto aciagos lunes y jueves de prensa deportiva, luzca el sol o caigan chuzos de punta sobre el Bernabeu. Seguro que pensaréis que el himno de la Décima suena a marcha soviética por un casual de la vida. Como si lo viera. Sois unos ilusos monos amarillos.



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