jueves, 12 de julio de 2018

El fútbol y sus aledaños (202) - Los exiliados


Los exiliados

(Pongo para inspirarme en el CD al que está conectado el auricular un disco de Queen. “Radio Ga-Ga”, producida por Giorgio Morador. Enseguida se va a entender la elección.)

La imagen me la ha proporcionado un libro que ayer saqueé de la biblioteca pública de Cuatro Caminos: “Como se hicieron las grandes películas”, de un tal Alfonso Méndiz Noguero, catedrático de alguna cosa en alguna facultad de periodismo o de imagen de algún sitio de la piel de toro, recuerdo difusamente la solapa. Al principio ha sido como una bocana de frescor en pleno julio, luego la imagen ha derivado en algo que me ha dejado un poso amargo en el paladar. 1924. Un barco con bandera alemana penetra en la bahía del Hudson. Una espesa niebla lo inunda y lo iguala todo en la mirada. En la popa, una figura se arrebuja dentro de un espeso abrigo. Es Fritz Lang, el nuevo genio de la UFA, los estudios cinematográficos auspiciados y amamantados por la ubre nazi. Aventura de forma muy morosa las manos fuera de los bolsillos para colocarse mejor las solapas y proteger mejor así el desguarnecido cuello. De repente una ráfaga de viento procedente de tierra rasga la bruma y deja ver el sky line de Nueva York. Ha sido sin previo aviso, como despertar de un sueño y descubrir que continúa aun cuando tienes los ojos abiertos. El joven director queda extasiado. Llama a gritos a su productor Erich Pommer, que está cómodamente refugiado en un camarote. Ha tenido una idea. Un flashforward del futuro se le ha presentado ante los ojos, de la sociedad mundial y también del cine. “Quiero hacer una película en que la ciudad sea la protagonista”, le dice a su colaborador, y este asiente escéptico, acostumbrado a plegarse a sus huracanados embates como una espiga en medio de una tormenta. Resistencia pasiva para no partirse. Y cuando escucha las propuestas visuales en las que se traduce aquella ocurrencia de su amigo, las exigencias económicas y de producción que suponen, tiene la certeza de que es una locura inviable. Pero tres años después podrá felicitarse por el enorme ascendente sobre él de Lanz, de su capacidad para arrasar con cualquier no que se le oponga, sobre todos los suyos. “Metrópolis” maravillará y escandalizara por igual al mundo. Los americanos la censurarán y mutilaran para su estreno creyéndola una apología del comunismo. Los nazis la adoptarán como su discurso cinematográfico oficial. Siete años después de aquella mañana, Joseph Goebbels recibe a Fritz Lang en su despacho. Al partido no le ha gustado su última película, “El testamento del doctor Mabuse”. Han advertido que es una velada crítica al régimen. Goebbels le explica de forma detallada porque no van a permitir que se estrene. Fritz Lang Teme que lo siguiente que vaya a escuchar sea lo peor, y sin embargo aquel hombrecillo le ofrece a continuación dirigir los estudios con plena autoridad y autonomía. Esa misma tarde tomará un tren con destino a París sin siquiera pasar antes por su casa para cambiarse de ropa. Llegará a la estación con lo puesto, sin una sola maleta, sin dinero en la cartera. Solo el bagaje de su carrera para hacerse un hueco al otro lado del océano.

¿Fué la reunión cuatripartita (Pérez, Sánchez, Méndez, Aveiro) en la T4 parecida a la que tuvo lugar en el despacho de Goebbels? Ha trascendido que Florentino y Cristiano apenas se dirigieron la palabra, que entre ellos solo funcionaron los sobreentendidos, las desavenencias no explicitadas y los consensos tácitos. ¿Le prometieron también el poder y la gloria después de dejarle claro lo disgustados que estaban con él quienes deciden? ¿Era también tan difícil saber si en sus interlocutores había deseos de que permaneciera o de que se marchara? ¿Le ofrecían un regalo envenenado para que su sentido común lo rechazase? Reconozco que mientras escribo esto estoy contaminado por el espíritu de un tuit que ayer le leí a un muy conocido internauta. Su avatar es una caricatura de Florentino Pérez con flequillo y bigotillo hitlerianos. El texto, aparentemente inocente hasta desenfadado, a mí me parece un impacto certero bajo la línea de flotación: «Al final las obras quedan, las gentes se van. Otros que vienen las continuaran, la vida sigue igual». Todo traducido a una canción de Julio Iglesias, como si cupieran los chistes en todo esto. Pero la pregunta que verdaderamente me atormenta no es ninguna de las anteriores sino esta: ¿Somos el pérfido imperio surgido de la metamorfosis de la Unidad de Comercio de camisetas o la república rebelde a la que se adscribe Luke Skywalker tras leer una propuesta escrita en una servilleta? ¿Hemos sido las divisiones blindadas de Guderian que arrasaron Europa durante tres años seguidos o los ejércitos aliados varados en la playa a la espera que los socorran? Qué tentación ver la consecución de la Séptima como un nuevo Dunkerke. Lorenzo Sanz movilizó a filas por primera vez al idioma madridista, ganó la guerra y, sin embargo, fue una mañana a la carpa donde se organizaban las elecciones con una Copa de Europa bajo cada sobaco y los socios le dieron su voto a su oponente. Lo mismito que Churchill. Ayer lo tenía claro, quien desertaba y quien era abandonado a su suerte, quien podía sentirse despechado y quien se despedía con una nota para no tener que dar la cara. Pero el que me conoce sabe de mi inmensa capacidad para la duda.

Jean Renoir, el cineasta francés, emigró a América por la misma época que Lang, pero mucho mejor pertrechado. El primer trayecto del viaje lo hizo en coche y en la baca llevaba atado un hatillo con varios cuadros de su famosísimo padre. Pudo meditar su primer paso profesional en Hollywood con suma calma gracias al patrocinio de la casa de subastas Christie’s. A pesar de que su obra maestra, “The River” data de su periodo americano, en realidad de sus postrimerías, cuando ya maduraba la idea del retorno a la patria, esta no tuvo excesivo predicamento entre la crítica y al final de su carrera era mucho más valorado por el cine que había filmado en su país antes del exilio que pro su etapa americana. Vivir de lo heredado de papá en lo económico y de las rentas en lo que al prestigio profesional se refiere. Fue su primera película en color, y la estética elegida una muy parecida a la de su progenitor Pierre Auguste plasmaba en sus lienzos. Tres muchachas adolescentes en la India de justo después de la independencia, dos europeas y una nativa, se disputan el amor de un joven oficial que ha regresado de la guerra mutilado y con el alma herida. Para ellas es como un pajarillo herido al que ansían curar para volar con él hacia la madurez. Habrá constantes duelos y quebrantos, desengaños y renuncias, hasta un desenlace apacible en la historia, y cuando este llegue ya solo les importará que el Ganges siga fluyendo ante sus ojos para poder diluir en su corriente todas sus inquietudes. La sinopsis del guión bien parece una estrofa de la letra de la canción de Yulio. Por una reseña crítica en el New Yorker, nada más americano que leer esta revista, la misma que editaba los relatos inéditos de D. J. Salinger, es como Renoir tuvo noticia de la novela de la escritora Rummer Godden. En seguida vio en ella la posibilidad de transformarla en gran relato fílmico. Pero fue difícil encontrar respaldo financiero. Los productores occidentales estaban interesados en mostrar una India tópica o de postal que a Renoir no le interesaba: la miseria, las cacerías de tigres, la parsimonia de los elefantes. Los productores indios no creían que alguien venido de tan lejos pudiera hablar sobre su país con propiedad. Al final fueron inversores del lugar quienes se decidieron a apostar por el proyecto al caer en la cuenta de que era una posible vía para evadir capitales rumbo al extranjero.

En su viaje a Turín el hatillo que CR7 ha introducido en el maletero del Porsche también está repleto de obras de arte: sendos pókers de champions y balones de oro. Se hace difícil pensar que el futuro le pueda birlar alguna mano por muy buenas cartas que reciba. Allá donde vaya en su profesión ya contará con el prestigio adquirido antes del exilio. Podrá marcarse todos los faroles que quiera que no habrá quien se atreva a igualarle la apuesta. Pero asusta pensar que su obra maestra esté aún por llegar, que tras nueve años en el club podamos perdernos su momento cumbre, ese instante futbolístico en technicolor que le tenga a él como protagonista y supere a la chilena que marcó en la que ahora va a ser su nueva casa. Se nos vuelve opaca la dimensión económica de la operación Ronaldo, cuales son las intenciones últimas en los flujos de dinero que se están produciendo, en dónde reside el beneficio esperado para quien vende y para quien adquiere. Los trabajadores de Fiat piensan ir a la huelga en protesta por el montante del fichaje. Sorprendentemente, en la afición madridista parece que las aguas bajan más calmadas. Tanto se ha insistido en que no es el dinero quien explica las cosas que están ocurriendo sino los cariños, que ha sido imposible no reparar en la completa falta de empatía del astro portugués con quienes hasta ayer éramos su gente. En cuanto a lo deportivo las cosas están más claras: ruína total y una posible ausencia de títulos que hagan inviable repartir dividendos de ilusión entre los socios al final de la temporada. "El río pasa y el crecimiento duele", es la sabia conclusión a la que llega Harriet, la heroína de “The River”, tras todo lo que le ocurre en la película. Tal vez nos toque también imbuir nuestro discurso en los próximos meses en resignación budista. Crisis de crecimiento es una forma amable de definir una contusión grave y que permite retrasar el pánico en tanto que llega el dolor. Cuánto sufrimiento la temporada que viene cada vez que repasemos una alineación en los video marcadores.

Aunque a Billy Wilder le corría más prisa emigrar por ser judío, llegó algo más tarde a América que Jean Renoir y Fritz Lang. Probablemente por la misma razón, cruzar la frontera fue para él un proceso mucho más largo y accidentado. Antes de arribar a la soleada California, tuvo que hacer una escala forzosa y prolongada en Méjico en espera del visado. Su amarga experiencia como apátrida en la aduana la dejó reflejada en el guión de “Si no amaneciera”, que escribiera conjuntamente con Charles Brackett, aquella película de Mitchell Leisen, el maestro del melodrama, en la que Charles Boyer conversa con la cucaracha con la que comparte habitación en una pensión de mala muerte y la hace partícipe de todas sus tribulaciones. En “The Fortune cookie”, uno de los picos de sierra en la exitosa trayectoria profesional de la pareja artística formada por Jack Lemmon y Walter Matthau, y que aquí se llamó “En bandeja de plata”, Wilder ya trabaja con el guionista I. A. L. Diamond. El tándem sabía imprimir a sus historias esa mezcla de cinismo, crueldad y ternura de la que sólo son capaces los niños cuando juegan. Nunca dejó de jugar Wilder a decir verdades mediante pasatiempos infantiles. Lemmon es un camerógrafo deportivo que durante la retransmisión de un partido de fútbol americano es arrollado por un jugador, incapaz de frenar en su carrera una vez ha traspasado la línea que delimita el terreno de juego. Durante la noche en el hospital se deja convencer por su cuñado, Matthau, un perfecto pícaro del XVII español, para simular una lesión y así solicitar una indemnización millonaria a quien corresponda. Ésta resulta ser al final su conciencia. Al final, contra todo pronóstico, decide el desenlace de la historia el factor humano, como ocurre siempre con los niños, a los que basta con decirles que si no lo hacen dejarás de quererles para que se comporten con propiedad. Si se repasa la filmografía de Wilder sorprende lo americana que es su propuesta. Es algo que siempre me ha sorprendido de la cultura americana, su capacidad para fagocitar lo ajena y hacerlo propio. Salvando las distancias, es algo que veo también en mi ciudad, en la que el baile identitario es uno importado de Escocia, y cuyo nombre le costaba pronunciar a los más castizos: Scottish.

Larga ha sido la estancia de Ronaldo en la frontera. Por un tiempo de dos años al menos se ha prolongado, desde el momento en que hizo saber de su primera tristeza hasta que Florentino se ha avenido a rebajar su cláusula de rescisión para que le pudiera estampar el visado en el pasaporte. Le hemos visto conversar con todos sus compañeros de habitación en el sórdido establecimiento hostelero: Edu Aguirre, Manu Sainz. Y si algo hemos creído saber de lo que estaba ocurriendo es porque las cucarachas chapan todo lo que escuchan a sus atribulados camaradas de hospedaje. Hemos estado jugando como niños pequeños a policías de aduanas y ladrones, nos hemos hartado de afirmar convencidos que el precio de CR7 era inasequible para cualquier Remington Steele o Fantomas. Presumíamos de que ni siquiera Alíbabá y los 40 jeques del fútbol tenían a su disposición el cash necesario para formalizar el traspaso. Deslumbrados por las cifras mareantes que se manejaban, ansiosos por fingir ante Agnelli una parálisis del miembro goleador para exigir una idemnización desorbitada –en bandeja de plata nos lo habían puesto-, jamás se nos habría ocurrido que el desenlace del guión lo fuera a decidir el factor humano. Era el cariño lo único que importaba, un déficit en el mismo, el que Cristiano echaba a faltar por parte de la Agencia Tributaria. Es lo que tiene el que te digan a todas horas que eres el mejor y el más guapo precisamente aquellos que deberían aportarte equilibrio, que te acabas creyendo un seductor irresistible y que te mereces el cariño y los favores de todas las rubias pesetas que pasan a tu lado.

Aunque la lista de deportados es larga: Özil, Di María, Sahin, Khedira -hace apenas un año escuchábamos al insecto cotorro rebelar en tiempo real lo que sentía James-, el real Madrid es más bien tierra de acogida desde que Bernabéu se decidió a traer a Puskas desde Hungría y desde el país del sobrepeso. No sé con quién podrá conversar Neymar para lograr desahogar sus cuitas ahora que le toca esperar a ese tren que solo pasa una vez en la estación de Hendaya, pero está claro que va a necesitar amigos más leales, mejores psicólogos, más discreto y, ya puestos, con argumentos menos infantiles a la hora de ejercer de portavoces, que con los que ha contado Cristiano, porque la que le espera cuando arribe a la estación de atocha es guapa. Croqueto le han bautizado algunos en Twitter, y no son precisamente culés. Se abre la niebla y de repente podemos ver el Sky Line de la Metrópolis madridista: Mbppé, Hazard, Kane, Neymar y los rascacielos que ya se habían erigido antes del crack de 27 -curiosamente el año de filmación de la obra maestra de Lang-. Yo quiero ver esa película y, sobre todo, que la estrenen pronto. Detesto los cines de veraneo repletos de piperío.


No hay comentarios:

Publicar un comentario