jueves, 12 de julio de 2018
El fútbol y sus aledaños (202) - Los exiliados
Los exiliados
(Pongo para inspirarme en el CD al que está conectado el auricular un disco de Queen. “Radio Ga-Ga”, producida por Giorgio Morador. Enseguida se va a entender la elección.)
La imagen me la ha proporcionado un libro que ayer saqueé de la biblioteca pública de Cuatro Caminos: “Como se hicieron las grandes películas”, de un tal Alfonso Méndiz Noguero, catedrático de alguna cosa en alguna facultad de periodismo o de imagen de algún sitio de la piel de toro, recuerdo difusamente la solapa. Al principio ha sido como una bocana de frescor en pleno julio, luego la imagen ha derivado en algo que me ha dejado un poso amargo en el paladar. 1924. Un barco con bandera alemana penetra en la bahía del Hudson. Una espesa niebla lo inunda y lo iguala todo en la mirada. En la popa, una figura se arrebuja dentro de un espeso abrigo. Es Fritz Lang, el nuevo genio de la UFA, los estudios cinematográficos auspiciados y amamantados por la ubre nazi. Aventura de forma muy morosa las manos fuera de los bolsillos para colocarse mejor las solapas y proteger mejor así el desguarnecido cuello. De repente una ráfaga de viento procedente de tierra rasga la bruma y deja ver el sky line de Nueva York. Ha sido sin previo aviso, como despertar de un sueño y descubrir que continúa aun cuando tienes los ojos abiertos. El joven director queda extasiado. Llama a gritos a su productor Erich Pommer, que está cómodamente refugiado en un camarote. Ha tenido una idea. Un flashforward del futuro se le ha presentado ante los ojos, de la sociedad mundial y también del cine. “Quiero hacer una película en que la ciudad sea la protagonista”, le dice a su colaborador, y este asiente escéptico, acostumbrado a plegarse a sus huracanados embates como una espiga en medio de una tormenta. Resistencia pasiva para no partirse. Y cuando escucha las propuestas visuales en las que se traduce aquella ocurrencia de su amigo, las exigencias económicas y de producción que suponen, tiene la certeza de que es una locura inviable. Pero tres años después podrá felicitarse por el enorme ascendente sobre él de Lanz, de su capacidad para arrasar con cualquier no que se le oponga, sobre todos los suyos. “Metrópolis” maravillará y escandalizara por igual al mundo. Los americanos la censurarán y mutilaran para su estreno creyéndola una apología del comunismo. Los nazis la adoptarán como su discurso cinematográfico oficial. Siete años después de aquella mañana, Joseph Goebbels recibe a Fritz Lang en su despacho. Al partido no le ha gustado su última película, “El testamento del doctor Mabuse”. Han advertido que es una velada crítica al régimen. Goebbels le explica de forma detallada porque no van a permitir que se estrene. Fritz Lang Teme que lo siguiente que vaya a escuchar sea lo peor, y sin embargo aquel hombrecillo le ofrece a continuación dirigir los estudios con plena autoridad y autonomía. Esa misma tarde tomará un tren con destino a París sin siquiera pasar antes por su casa para cambiarse de ropa. Llegará a la estación con lo puesto, sin una sola maleta, sin dinero en la cartera. Solo el bagaje de su carrera para hacerse un hueco al otro lado del océano.
¿Fué la reunión cuatripartita (Pérez, Sánchez, Méndez, Aveiro) en la T4 parecida a la que tuvo lugar en el despacho de Goebbels? Ha trascendido que Florentino y Cristiano apenas se dirigieron la palabra, que entre ellos solo funcionaron los sobreentendidos, las desavenencias no explicitadas y los consensos tácitos. ¿Le prometieron también el poder y la gloria después de dejarle claro lo disgustados que estaban con él quienes deciden? ¿Era también tan difícil saber si en sus interlocutores había deseos de que permaneciera o de que se marchara? ¿Le ofrecían un regalo envenenado para que su sentido común lo rechazase? Reconozco que mientras escribo esto estoy contaminado por el espíritu de un tuit que ayer le leí a un muy conocido internauta. Su avatar es una caricatura de Florentino Pérez con flequillo y bigotillo hitlerianos. El texto, aparentemente inocente hasta desenfadado, a mí me parece un impacto certero bajo la línea de flotación: «Al final las obras quedan, las gentes se van. Otros que vienen las continuaran, la vida sigue igual». Todo traducido a una canción de Julio Iglesias, como si cupieran los chistes en todo esto. Pero la pregunta que verdaderamente me atormenta no es ninguna de las anteriores sino esta: ¿Somos el pérfido imperio surgido de la metamorfosis de la Unidad de Comercio de camisetas o la república rebelde a la que se adscribe Luke Skywalker tras leer una propuesta escrita en una servilleta? ¿Hemos sido las divisiones blindadas de Guderian que arrasaron Europa durante tres años seguidos o los ejércitos aliados varados en la playa a la espera que los socorran? Qué tentación ver la consecución de la Séptima como un nuevo Dunkerke. Lorenzo Sanz movilizó a filas por primera vez al idioma madridista, ganó la guerra y, sin embargo, fue una mañana a la carpa donde se organizaban las elecciones con una Copa de Europa bajo cada sobaco y los socios le dieron su voto a su oponente. Lo mismito que Churchill. Ayer lo tenía claro, quien desertaba y quien era abandonado a su suerte, quien podía sentirse despechado y quien se despedía con una nota para no tener que dar la cara. Pero el que me conoce sabe de mi inmensa capacidad para la duda.
Jean Renoir, el cineasta francés, emigró a América por la misma época que Lang, pero mucho mejor pertrechado. El primer trayecto del viaje lo hizo en coche y en la baca llevaba atado un hatillo con varios cuadros de su famosísimo padre. Pudo meditar su primer paso profesional en Hollywood con suma calma gracias al patrocinio de la casa de subastas Christie’s. A pesar de que su obra maestra, “The River” data de su periodo americano, en realidad de sus postrimerías, cuando ya maduraba la idea del retorno a la patria, esta no tuvo excesivo predicamento entre la crítica y al final de su carrera era mucho más valorado por el cine que había filmado en su país antes del exilio que pro su etapa americana. Vivir de lo heredado de papá en lo económico y de las rentas en lo que al prestigio profesional se refiere. Fue su primera película en color, y la estética elegida una muy parecida a la de su progenitor Pierre Auguste plasmaba en sus lienzos. Tres muchachas adolescentes en la India de justo después de la independencia, dos europeas y una nativa, se disputan el amor de un joven oficial que ha regresado de la guerra mutilado y con el alma herida. Para ellas es como un pajarillo herido al que ansían curar para volar con él hacia la madurez. Habrá constantes duelos y quebrantos, desengaños y renuncias, hasta un desenlace apacible en la historia, y cuando este llegue ya solo les importará que el Ganges siga fluyendo ante sus ojos para poder diluir en su corriente todas sus inquietudes. La sinopsis del guión bien parece una estrofa de la letra de la canción de Yulio. Por una reseña crítica en el New Yorker, nada más americano que leer esta revista, la misma que editaba los relatos inéditos de D. J. Salinger, es como Renoir tuvo noticia de la novela de la escritora Rummer Godden. En seguida vio en ella la posibilidad de transformarla en gran relato fílmico. Pero fue difícil encontrar respaldo financiero. Los productores occidentales estaban interesados en mostrar una India tópica o de postal que a Renoir no le interesaba: la miseria, las cacerías de tigres, la parsimonia de los elefantes. Los productores indios no creían que alguien venido de tan lejos pudiera hablar sobre su país con propiedad. Al final fueron inversores del lugar quienes se decidieron a apostar por el proyecto al caer en la cuenta de que era una posible vía para evadir capitales rumbo al extranjero.
En su viaje a Turín el hatillo que CR7 ha introducido en el maletero del Porsche también está repleto de obras de arte: sendos pókers de champions y balones de oro. Se hace difícil pensar que el futuro le pueda birlar alguna mano por muy buenas cartas que reciba. Allá donde vaya en su profesión ya contará con el prestigio adquirido antes del exilio. Podrá marcarse todos los faroles que quiera que no habrá quien se atreva a igualarle la apuesta. Pero asusta pensar que su obra maestra esté aún por llegar, que tras nueve años en el club podamos perdernos su momento cumbre, ese instante futbolístico en technicolor que le tenga a él como protagonista y supere a la chilena que marcó en la que ahora va a ser su nueva casa. Se nos vuelve opaca la dimensión económica de la operación Ronaldo, cuales son las intenciones últimas en los flujos de dinero que se están produciendo, en dónde reside el beneficio esperado para quien vende y para quien adquiere. Los trabajadores de Fiat piensan ir a la huelga en protesta por el montante del fichaje. Sorprendentemente, en la afición madridista parece que las aguas bajan más calmadas. Tanto se ha insistido en que no es el dinero quien explica las cosas que están ocurriendo sino los cariños, que ha sido imposible no reparar en la completa falta de empatía del astro portugués con quienes hasta ayer éramos su gente. En cuanto a lo deportivo las cosas están más claras: ruína total y una posible ausencia de títulos que hagan inviable repartir dividendos de ilusión entre los socios al final de la temporada. "El río pasa y el crecimiento duele", es la sabia conclusión a la que llega Harriet, la heroína de “The River”, tras todo lo que le ocurre en la película. Tal vez nos toque también imbuir nuestro discurso en los próximos meses en resignación budista. Crisis de crecimiento es una forma amable de definir una contusión grave y que permite retrasar el pánico en tanto que llega el dolor. Cuánto sufrimiento la temporada que viene cada vez que repasemos una alineación en los video marcadores.
Aunque a Billy Wilder le corría más prisa emigrar por ser judío, llegó algo más tarde a América que Jean Renoir y Fritz Lang. Probablemente por la misma razón, cruzar la frontera fue para él un proceso mucho más largo y accidentado. Antes de arribar a la soleada California, tuvo que hacer una escala forzosa y prolongada en Méjico en espera del visado. Su amarga experiencia como apátrida en la aduana la dejó reflejada en el guión de “Si no amaneciera”, que escribiera conjuntamente con Charles Brackett, aquella película de Mitchell Leisen, el maestro del melodrama, en la que Charles Boyer conversa con la cucaracha con la que comparte habitación en una pensión de mala muerte y la hace partícipe de todas sus tribulaciones. En “The Fortune cookie”, uno de los picos de sierra en la exitosa trayectoria profesional de la pareja artística formada por Jack Lemmon y Walter Matthau, y que aquí se llamó “En bandeja de plata”, Wilder ya trabaja con el guionista I. A. L. Diamond. El tándem sabía imprimir a sus historias esa mezcla de cinismo, crueldad y ternura de la que sólo son capaces los niños cuando juegan. Nunca dejó de jugar Wilder a decir verdades mediante pasatiempos infantiles. Lemmon es un camerógrafo deportivo que durante la retransmisión de un partido de fútbol americano es arrollado por un jugador, incapaz de frenar en su carrera una vez ha traspasado la línea que delimita el terreno de juego. Durante la noche en el hospital se deja convencer por su cuñado, Matthau, un perfecto pícaro del XVII español, para simular una lesión y así solicitar una indemnización millonaria a quien corresponda. Ésta resulta ser al final su conciencia. Al final, contra todo pronóstico, decide el desenlace de la historia el factor humano, como ocurre siempre con los niños, a los que basta con decirles que si no lo hacen dejarás de quererles para que se comporten con propiedad. Si se repasa la filmografía de Wilder sorprende lo americana que es su propuesta. Es algo que siempre me ha sorprendido de la cultura americana, su capacidad para fagocitar lo ajena y hacerlo propio. Salvando las distancias, es algo que veo también en mi ciudad, en la que el baile identitario es uno importado de Escocia, y cuyo nombre le costaba pronunciar a los más castizos: Scottish.
Larga ha sido la estancia de Ronaldo en la frontera. Por un tiempo de dos años al menos se ha prolongado, desde el momento en que hizo saber de su primera tristeza hasta que Florentino se ha avenido a rebajar su cláusula de rescisión para que le pudiera estampar el visado en el pasaporte. Le hemos visto conversar con todos sus compañeros de habitación en el sórdido establecimiento hostelero: Edu Aguirre, Manu Sainz. Y si algo hemos creído saber de lo que estaba ocurriendo es porque las cucarachas chapan todo lo que escuchan a sus atribulados camaradas de hospedaje. Hemos estado jugando como niños pequeños a policías de aduanas y ladrones, nos hemos hartado de afirmar convencidos que el precio de CR7 era inasequible para cualquier Remington Steele o Fantomas. Presumíamos de que ni siquiera Alíbabá y los 40 jeques del fútbol tenían a su disposición el cash necesario para formalizar el traspaso. Deslumbrados por las cifras mareantes que se manejaban, ansiosos por fingir ante Agnelli una parálisis del miembro goleador para exigir una idemnización desorbitada –en bandeja de plata nos lo habían puesto-, jamás se nos habría ocurrido que el desenlace del guión lo fuera a decidir el factor humano. Era el cariño lo único que importaba, un déficit en el mismo, el que Cristiano echaba a faltar por parte de la Agencia Tributaria. Es lo que tiene el que te digan a todas horas que eres el mejor y el más guapo precisamente aquellos que deberían aportarte equilibrio, que te acabas creyendo un seductor irresistible y que te mereces el cariño y los favores de todas las rubias pesetas que pasan a tu lado.
Aunque la lista de deportados es larga: Özil, Di María, Sahin, Khedira -hace apenas un año escuchábamos al insecto cotorro rebelar en tiempo real lo que sentía James-, el real Madrid es más bien tierra de acogida desde que Bernabéu se decidió a traer a Puskas desde Hungría y desde el país del sobrepeso. No sé con quién podrá conversar Neymar para lograr desahogar sus cuitas ahora que le toca esperar a ese tren que solo pasa una vez en la estación de Hendaya, pero está claro que va a necesitar amigos más leales, mejores psicólogos, más discreto y, ya puestos, con argumentos menos infantiles a la hora de ejercer de portavoces, que con los que ha contado Cristiano, porque la que le espera cuando arribe a la estación de atocha es guapa. Croqueto le han bautizado algunos en Twitter, y no son precisamente culés. Se abre la niebla y de repente podemos ver el Sky Line de la Metrópolis madridista: Mbppé, Hazard, Kane, Neymar y los rascacielos que ya se habían erigido antes del crack de 27 -curiosamente el año de filmación de la obra maestra de Lang-. Yo quiero ver esa película y, sobre todo, que la estrenen pronto. Detesto los cines de veraneo repletos de piperío.
lunes, 9 de julio de 2018
El Fútbol y sus aledaños (201) - El McGuffin
El McGuffin
Soy propenso a la torpeza, pero hay momentos en que me supero con creces. Por ejemplo, ayer por la tarde. Hay días en que parezco un miriápodo sobre una hoja de morera atacada por la larva de un gusano de seda. Cierto, una metáfora especialmente larga y de formulación demasiado prolija. Una de esas que te ves obligado a explicar nada más la utilizas. Un miriápodo, como su nombre casi indica, es un mil pies, y una hoja de morera atacada por la oruga de esa mariposa es una superficie profusamente bacheada. Dice el adagio que cuántas más explicaciones has de dar por aquello que dices más desafortunado has estado al decirlo, ya sea por contenido, contexto o destinatario. Esta ley es quizá más válida en Twitter que en ninguna otra parte, un mundo hecho sólo de palabras y en donde tuve ayer que dar muchas más explicaciones de las que juzgaría convenientes.
La culpa la tuvo Coldplay que me hace entrar en comunión con la vida. Otros se dopan con sustancias químicas o derivados de los alcaloides, yo lo hago con música pop. Si al menos lo hiciera con música clásica que procura equilibrio a quien la escucha. El caso es que cuando tengo la autoestima por las nubes me vuelvo locuaz y me persuado a mí mismo de que soy ocurrente. Una combinación potencialmente peligrosa, como fumar en la Santa Bárbara del barco cuando la singladura no está teniendo novedades, como merendar un pepito de ternera en el zoo dentro del coso de los tigres. ¿Para qué arriesgar cuando estamos disfrutando? ¿Verdad? Pero si no existiera el error, si no hubiera grumos en el entramado de fondo, no habríamos evolucionado, nada interesante habría derivado del Big-Bang. Lo decían Charles Darwin y Fred Hoyle.
Doy ejemplos, que lo mismo no se me entiende y en ese caso, ¿para qué mi esfuerzo y el del que me lee? Una chica -Por si no lo habían adivinado ya, esto va de mujeres, aunque la idea es que en algún momento del futuro acabe hablando de CR7 y de Hitchcock y es probable que lo consiga. Vamos a ver, ¿a quién puñetas le importa meter la pata con ellos?- colgó una foto con un diseño de Agatha Ruiz de la Prada. Como pie de foto hizo un comentario jocoso que ahora no recuerdo. ¿Por qué será que nos cuesta tanto recordar los aciertos de los demás y tenemos memoria fotográfica para los nuestros errores? La modelo de la imagen llevaba un vestido confeccionada con una tela con estampado a cuadros, como el de los manteles de los restaurantes especializados en menús baratos. Los bolsillos tenían forma y colores que les habían parecer huevos fritos, perfectamente emplatados como le gusta al cascarrabias de Master Cheff. Y por sombrero llevaba un tocado que aspiraba a ser algo que evocara en el espectador una pistola. No la que podría querer un suicida, que tampoco soy tan crítico con la diseñadora, bastante purgatorio pasó ya aguantando a Pedrojota como para azuzarla con el tridente por puro capricho, sino las que venden en las panaderías. Ante esto esta fue mi réplica: “Luego le dices a una chica que está para mojar pan y te ahorcan por machista”. La tuitera trató de calmarme recordándome que en los tiempos que corren es aún más improbable que te ahorquen por machista que el que te retengan mucho tiempo en la cárcel siendo violador o asesino. Debí hacer caso a las señales y no saltarme el semáforo en rojo, pero ya digo que iba borracho de “Lovers en Japan” y “Viva la vida”. Así que en vez de frenar pisé el acelerador, y lo mismo no lo hice por error. La euforia tiene estas cosas. Le dije que echaba a faltar el embutido, aunque al final por una vez las explicaciones sirvieron para algo. Le expliqué lo que es el farinato, un embutido salmantino cuya gracia es que está hecho para mojar en la yema. Si el pan se convierte en innecesario no hay cabida para el chascarrillo -que para mí que va implícito en las intenciones de Agatha Ruiz de la Prada. Vamos, no me jodas. Luego los malos somos nosotros que no tenemos ni voz ni voto en el asunto del largo de las minifaldas-. En definitiva, que muerto el perro se acabó la gracia en el machista. Pero ahora que lo pienso, no sé si esto del perro es metáfora válida para lo que trataba de decir en mis explicaciones de disculpa o lo es más para un ahorcamiento en la plaza pública. A veces soy tan rebuscado que ni yo mismo me encuentro sentido. Cierta tuitera cuyo Nick no recuerdo ahora me llamaba Rokkokó. Mentira, con ninguna otra he metido más la pata.
Pongo otro ejemplo para ayudar a fijar conceptos. Otra tuitera colgó también una foto con comentario jocoso adjunto. La imagen era la de una pared en la que había un graffiti. Alguien, suponemos que una fémina, pero tal vez eso sea pensar de forma sexista, decía estar harto de tanto mundial y serle más urgente para su felicidad encontrar un “nobio”. En la probable falta ortográfica es donde residía la herida por la que se iba a inocular el veneno de la broma. La tuitera aducía que más perentorio aún para la graffitera que encontrar pareja era que alguien le regalase un libro. Aquí no me movió el afán de hacer gracia o, al menos, no fue el único móvil para mi salida de pata de banco. Detesto los comentarios hirientes hechos a costa de la quién sabe menos o lo expresa peor por un déficit de cultura. ¿Qué sabemos acaso de lo que pueda haber detrás de una falta ortográfica? Yo tuve una novia colombiana que apenas sabía escribir, a pesar de que me juraba con un enorme desparpajo que había sido universitaria. No distinguía entre la “c” y la “s”, no sabía cuándo correspondía usar una u otra en ciertas palabras para ella de ortografía ambigua porque a falta de suficientes dictados siendo niña escribía según hablaba. Y sin embargo nunca he escuchado un castellano más hermoso que el que ella ceceaba. Normal, nunca he conocido a mujer más hermosa por dentro y por fuera, en lo que hacía y lo que decía. Su casa familiar allá en su Antioquía natal era en un palafito en un pueblo de pescadores donde las ratas confundías los dedos de los pies descalzos de la gente con golosinas. Mira, algo así le pasó a Lukaku en su infancia. Sería mezquino mirar a ver si firma con cas o con cus. Reírse de la falta de preparación de los demás me parece la forma más pedante y odiosa de prepotencia. En fin, que le dije a la tuitera que yo más que una falta de ortografía veía un intento en la solicitante de acotar en las caracteríticas de su pedido, que muy probablemente había querido escribir “nubio” y el spray le había jugado una mala pasada embadurnando en exceso la pared y cerrando la “u” la pintura derramada sin querer. Vale, aquí la grosería está mejor camuflada. Por si alguien no ha caído aún haré el spoiler, nubio suele utilizarse como eufemismo. Nubia era mi ex y en lo físico estaba extraordinariamente dotada, aunque a ella le encantaba que la llamasen negra. Pero el problema no residía en qué había dicho sino a quien. Por un lapsus al cliquear no contesté a la autora del tuit sino a otra persona. Que para mayor fatalidad también estaba hablando de novios -Serendipia llaman a eso si acabas descubriendo la penicilina en una de las placas Petrie en las que has distribuido el desaguisado-, está vez con la intención clara y con su uve pertinente. Del suyo concretamente y de quería tener cierta parte de él dentro la boca. No, no me lo invento. Ella es así de alegórica. Y la cosa es aún más grave de lo que ya parece: por esta chica he suspirado no poco a través de las eras de media docena de noviazgos suyos. Suspiros que por virtuales que hayan sido no me han dolido menos a este lado de la frontera con Matrix. Cuando me hizo fav de la ocurrencia, básicamente que quería un novio nubio para tener esa parte lo más adentro posible y para sentirse completamente colmada, quise que me tragase la tierra y me escupiese al infierno. Vamos, que la realidad hiciese garganta profunda conmigo. Mal arreglo ha tenido este embrollo, ya lo confieso. Gracias a Dios no lo había entendido del todo y la notificación era mero trámite por aquello de las antiguas amistades. He borrado, pero el mal ya estaba hecho. Tampoco era cosa de darle tiempo para que se pusiera a darle vueltas al asunto.
Y éstos solo son dos ejemplos de los muchos posibles. Mi capacidad para tropezar solo es equiparable al ya mentado artrópodo en la ya mentada hoja asolada por la ya mentada plaga. Ayer para mí Twitter fue como una inmensa morera completamente agusanada. Al final del día hacía promesa de voto de castidad y de silencio para el día siguiente, o sea, hoy. Mi amigo @soymadridista, la única celebritie de Twitter -me refiero a ese selecto club de cuentas con la escarapela azul junto al Nick que garantiza su autenticidad y descartan el fake- que aún me dirige la palabra, me hacía saber que no estaba dispuesto a tener que soportar mi silencio. Ruiz Quintano y Jorge Bustos se aburrieron de mí hace tiempo y me hicieron unfolow, y Sara Sálamo me dirigió la palabra una vez y no ha querido repetir experiencia. Adivinen por qué. No a ver, que la chica es ecologista y no se me ocurrió otra cosa que defender la tauromaquia en una respuesta que se convirtió en hilo. Lo hice por hacer debate serio, para que viera que para mí es mucho más que una cara bonita. Claro, todo es siempre susceptible de haber discurrido de una forma aun peor a como fue o con más funestas consecuencias. Que se yo, pude haber confundido a Isco con Makelele, que es un traspiés más en mi línea, por lo que parece. Lo mismo un día que vaya hasta las trancas de Kool & The Gang o Earth, Wind & Fire. En fin, que si escribo esto es en agradecimiento a don Miguel, que además me proporcionó mi único momento de lucidez ayer en Twitter. Tuiteo algo muy interesante sobre CR7 que me hizo pensar. A saber que un compañero de la selección portuguesa, Bruno Alves había dado su opinión sobre El McGuffin de la temporada que viene madridista:
«Bruno Alves, compañero de selección de Cristiano durante 12 años, en un acto ayer en Póvoa de Varzim: “A Ronaldo le gusta motivarse y para él era importante un nuevo desafío: Claro que va a tener éxito en la Juventus"».Lo que le repliqué supone el único tuit que salvaría de la quema por lo que respecta a ayer:
«A nosotros también nos puede motivar el tenerlo en frente. Pasó con Mourinho. Este cuento podría tener un desenlace inesperado. No necesariamente bueno para nosotros».Y es que por una vez estoy muy de acuerdo con lo que dije. Estuve a punto de haber añadido que para mi CR7 se va a convertir en el McGuffin del relato de la próxima temporada. No habrá otro tema ni habrá más motor de avance en la narrativa del curso que se avecina. Un McGuffin es un concepto que le gustaba mucho utilizar a Hitchcock. Podemos definirlo como ese elemento de la historia que nunca llega a definirse del todo pero que sirve para que ésta se precipite hacía su desenlace, tome velocidad de crucero, para que los personajes interactúen y emprendan acciones, para que en los diálogos haya un asunto del que poder debatir cuando los más habituales (te quiero, te necesito, no te soporto, batámonos en duelo, tomémonos unos güisquis en la cantina, etc.) se han agotado o están en stand by por que la trama atraviesa un tramo sin flujo de corriente. Un McGuffin es la cartera que los mercenarios contratados por el IRA tienen que robar a los rusos en la película “Ronin” (John Frankenheimer, 1998). Cada vez que alguien abre el dichoso maletín, siempre lo hace con la tapa superior ocultando el interior a la cámara. Nunca vemos que es lo que contiene ni se nos ofrece ninguna pista acerca de su naturaleza. Solo que brilla e ilumina el rostro a quien lo contempla, pero bien podría ser una licencia poética del guionista. En realidad es lo de menos. Lo importante es que la disputa por la posesión del McGuffin entre Natasha McElhone, Jean Reno, Robert de Niro y Stellan Skarsgard es lo que permite que el relato tenga un planteamiento un nudo y un desenlace, que los personajes se disparen entre ellos, que formen alianzas, que las traicionen, que surjan odios y amistades. Otro McGuffin muy parecido es el maletín que John Travolta y Samuel L. Jackson han de recuperar para el mafioso para el que trabajan y que está en posesión de la banda de camellos adolescentes en la película “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1995). Aquí también brilla el contenido y tampoco sabemos que es. Da igual, es lo de menos.
CR7 va a ser el McGuffin en los próximos capítulos del devenir del Real Madrid. Su ausencia, su recuerdo, la rabia por su deserción o la solidaridad porque creer que se le ha tratado injustamente, será lo que muchas veces motive a afición y la plantilla, lo que nos dará motivos para discutir o para alcanzar consensos y objetivos comunes, lo que nos dará una unidad de medida para evaluar el desempeño de los jugadores y los logros alcanzados. Algunos dirán que su eventual sustituto no está a su altura o que ha hecho que lo olvidemos, que el equipo sin él ha perdido su identidad o su pujanza, o que se ha liberado pro fin de lastres y ataduras. Qué se yo, no sé qué puede pasar porque aún no he visto esa película, no se estrena hasta finales de agosto, pero sí sé que habrá continuos flashbacks que nos traerán escenas por él protagonizadas o trailers de filmaciones en su nueva franquicia cinematográfica. Tampoco sé si a la postre todos esto será positivo o negativo. Cabe la posibilidad que el rendimiento del colectivo, en el campo y en la grada, merme sin su presencia, pero también que constituya un acicate que haga que mejoremos las expectativas. Ya ocurrió con Mourinho, como decía en mi tuit. Recuerdo la alegría de los disidentes cuando se ganó aquel bolo de verano al Chelsea, la rechifla de los mourinhistas, no exenta de cierta base, por la euforia con que Marcelo celebró la victoria y cada uno de los goles. Parecía exagerado, algo incluso impostado, pero lo cierto es que aquel McGuffin seguía siendo motor de avance en la final de la Supercopa de Europa el año pasado, ahora con otro rival, el Manchester, pero con el mismo contenido brillante en el interior del maletín.
Que CR7 busque nuevos retos en la Juve, como dice Alves, es un punto de vista que me cuadra bastante. Es algo que ya hizo al saltar del Sporting de Lisboa al Manchester y, luego, cuando pasó del United al Real Madrid. No solo me cuadra sino que creo que ayuda a clarificar el ambiente, a descargar la atmósfera. Alguien argumentaba hoy en Twitter, creo que con buen criterio que la Juve es una magnífica última etapa. Podría ser bajar un escalón respecto a jugar en el Bernabéu, aunque será mejor que no prejuzguemos, pero sin duda asegura una base sólida sobre la que poder construir algo grande. La hegemonía de la Juve en el Scudetto parece indiscutible, con más razón debería serlo con CR7 en sus filas, así que los logros para alguien tan hambriento de ellos parecen en principio asegurados. Además, la Juve ya ha rondado la consecución de la Champions varias veces en el último lustro. CR7 bien podría ser la gota que haga que se desborde el vaso de la alegría en la Vecchia Signora. El viaje de Zidane en sentido contrario ya ayudó a llenar un vaso que no se colmaba desde hacía más de 30 años. Si vemos el asunto desde esta óptica en vez de ponernos a discutir sobre quien puso más o fue menos querido por el otro, como si se tratase de la letra de una canción de Pimpinela vamos a necesitar terapia de pareja incluso después del divorcio. A mí, por de pronto, la noticia de que CR7 piensa despedirse con un frío comunicado me tiene más colérico y despechado que la protagonista sufridora de un culebrón colombiano. ¿Cómo se atreve el licenciado Cristiano Ronaldo Frabricio de Jesús y de todos los Santos? No me lo creó, doña. Que pudiera llegar a ser tan verraco y malparido.
Al final reconozco que silencio no ha habido, aunque hoy he preferido dejar la parte del león de mi monólogo para la cuenta de Blogger. No sé siquiera si he llegado a planteármelo en algún momento o ha habido un magnífico postureo. Aunque ayer tenía mil esguinces de tobillo tras tanto traspié verbal desafortunado. También soy rokkokó en mi forma de administrar mis sentimientos y me surgen las dudas de cómo habría reaccionado si @soymadridista no hubiera salido en mi rescate. Solo sé que se me quiere, y que la certeza no surge tras alcanzarse una determinada cantidad de pesetas. Este blog siempre ha sido sin ánimo de lucro, incluso cuando surtía a varias páginas webs madridistas. Cuando meto el cuezo es por mero amor al arte, en plan amateur, en todos los sentidos de la expresión. No obstante, habrá que interactuar menos que hay bochornos para los que ya no tengo capacidad digestiva. En todo caso mi McGuffin, mi motor de cambio y de avance, lo que brilla en mi Time-Line sin que sepa la naturaleza de lo que estoy mirando porque la cámara no quiere mostrármelo, son siempre mujeres. Estaría bien que aprendiese a gestionar este asunto sin tener que acabar siempre pidiendo socorro a algún señor Lobo de guardia. Gracias a Dios @soymadridista es un tío y los derrapes con él van a ser menos probables. Al menos lo era la última vez que lo vi. Por cierto, cierta vez, hace mucho tiempo, intimé con una transex. Ahora las llaman transgénero como si fueran artefactos cibernéticos manufacturados en una factoría de Sony o Mitsubishi. Cuando la vi desnuda me quedé petrificado. Era como la Venus de Milo pero con el acabado que le dio Miguel Ángel a su David de mármol de Carrera. A lo mejor el David de Danatello se acerca más a lo que trato de expresar por su actitud más andrógina, pero al ser de bronce, con mayor capacidad para fluir en función del calor, en vez de material pétreo, mucho más indiferentes al cambio de temperaturas, me asaltan las dudas. Le dije: "Eres como un ser mitológico. Qué sé yo, como un unicornio o una esfinge", Trataba de ser un halago, hecho desde la admiración más absoluta. Jamás me había enfrentado a algo así en toda mi vida. Ni siquiera tenía noticia de que fuera posible. Y me parecía algo cargado de misterio y de belleza imposible. El alarde de una imaginación más fecunda que la mía. Era hermosa hasta alcanzar la escala de lo emotivo y estoy casi seguro de que no lo sabía. Tenía ganas de servirle de faro en el descubrimiento de esa costa tan alejada quizá de sus expectativas, pero maldita la gracia que le hizo mi comentario. Mohín de reproche y a vestirse de nuevo todo el mundo. Me vuelvo inmiscible en lo femenino en cualquiera de sus facetas en cuanto abro la boca..
viernes, 6 de julio de 2018
El Fútbol y sus aledaños (200) - El hombre que mató a Liberty Valance
El hombre que mató a Liberty Valance
Alguien dijo que el verdadero artista del sigo XX no había sido Picasso sino John Ford. ¿Quizá Garci? Da igual, no puedo estar más de acuerdo. El gran invento artístico del pasado siglo fue el cine. La pintura ya había sido explorada hasta sus más recónditos rincones por Renoir, Velázquez, van Eyck, el pintor de Altamira y tanto otros para cuando el 1900 irrumpió en el calendario. El comic tampoco puede considerarse una novedad si se contempla con calma “La historia de Nastagio degli Onesti” de Bocaccio. Es una tira cómica que leo siempre que visito el Prado, aunque he de confesar que no sé dónde la han ubicado tras la última reordenación de la colección permanente. La eché en falta la semana pasada. ¡Qué parecidos me parecen Bocaccio y Milo Manara! Digo esta barbaridad, en la que no obstante creo firmemente, protegido por la intimidad de saber que apenas nadie lee estas líneas.
¿Es la primera vez que mezclo a John Ford con el fútbol? Creo que sí, aunque tendría que mirarlo. Pero desde luego no es la primera vez que lo mezclo con el cine, porque me encanta hacerme el moderno y el raro. ¡Ah, los westerns crepusculares, son gloria bendita! Lo mejor siempre llega al final, cuando declina el sol y la noche desciende desde el pedestal del cielo, como si Dios hubiera puesto en marcha la grúa para poder trasladar los acontecimientos a otro escenario. Como si lo viera, algún día me atreveré con “Centauros del desierto”. Ya lo hice con “Sin perdón”, que tiene mucho menos balompié en sus fotogramas. Pero ahora le toca el turno a la perla de Ford que da título a este escrito.
Hace nueve años CR7 llegó a un Real Madrid que vivía en un territorio sin leyes. Peor aun, en un país en el que las únicas reglas las dictaba el Barça. Venía del Manchester United, que para el mundo del fútbol significa lo que Cambridge para el ámbito universitario: Una escuela cargada de tradición (Isaac Newton, Paul Dirac) pero también de presente (Stephen Hawking). Hablo de entonces, claro, no sé si Mourinho será capaz de instruir de nuevo algún día desde esa cátedra. Nada más bajarse de la diligencia se encontró en una aldea polvorienta, con el poblachón manchego del que hablaba Azorín y también Ricardo Bofill padre, el que luego fuera suegro de Chabelita Iglesias. Pellegrini le puso a fregar platos en la cantina para darle con qué ganarse la vida, aunque a él el delantal le hacía sentirse ridículo, y no faltaron las riñas por niñerías y por burlas mal asimiladas, y los descalabros y los alcorconazos, porque entonces quien pegaba más duro eran siempre los de los ranchos de las afueras y quien disparaba más rápido en toda la comarca un pistolero llamado Messi. ¿Os gusta la sinopsis de la película? John Ford la narraba con James Stewart, John Wayne y Lee Marvin, pero el casting que yo me he buscado tampoco me parece malo.
Ransom Stoddard, es así como se llamaba el personaje que interpreta James Stewart, es un abogado recién salido de la facultad. Sueña con llevar la ley a la frontera, para que se acaben los abusos de los fuertes -cada día de paga los vaqueros convierten el saloon y la calle principal en la caseta de tiro de una feria-, y para imponer el orden donde impera el caos. Pero allí los libros de leyes aún no han logrado sustituir a los revólveres. Allí un abogado no es más que un tipo del que poder mofarse, sobre todo si lleva delantal durante su jornada laboral. CR7 tuvo que aguantar muchas burlas tras su llegada. Aun le toca hacerlo. Pero al menos ahora hay respeto en quien las hace. El tipo de respeto mejor de todos cuando hablamos de fútbol: el miedo de los rivales. Con Mourinho se quitó al fin el delantal y abrió bufete en la banda izquierda. Se especializó en dirimir litigios usando el turno de réplica, esto es, el contraataque. Pero también usando la mollera, el testarazo, aprovechando el púlpito improvisado dentro de la sala de juicios que es el área chica del portero.
Pero eso fue después. Entonces el látigo de Messi era el único juez con jurisdicción en el poblado. No te podías comer ni un filete con patatas sin que él te diera permiso. La aquiescencia del argentino era requisito sine qua non para prosperar en la liga, y hasta en la Champions. Vale que Lee Marvin se come a la pulga de un bocado en lo que a carácter se refiere, pero el símil que propongo me parece viable. Lo creo porque Lluis Mascaró equivocó los bandos, los trocó: El bien siempre ha estado representado por el Real Madrid -y por eso su enseña, que es limpia y blanca que no empaña-, y Liberty Balance y sus secuaces han constituido siempre el bando de los malos. Aún recuerdo su columna en el Sport en la previa de la final de copa disputada en Mestalla. Llamaba a su equipo a dejarlo todo en el terreno de juego porque el partido suponía, según él, la lucha del bien sobre el mal, y si no prevalecía el primero el mundo del fútbol se sumiría en las tinieblas. Algo así como un spin-off de “El Señor de los anillos”. Para mí que le escuchó quien tenía que escucharle. Cristiano se elevó como una pavesa para rematar de cabeza y no sé si fué el fuego del infierno o fué las llamas de un auto de fé que todo lo purifican. Cuestión de perspectiva, supongo. El caso es que fue Stoddard, esto es, Cristiano, quien trajo por fin la ley al territorio, quien dirimió la disputa entre Dios y el Diablo. Le debemos mucho. Haber podido adscribir el estado madridista a la Unión, a la historia de la Champions, aun contando con la oposición de los grandes terratenientes, los jeques, que se creían con permiso para que sus rebaños se alimentaran en todos los pastos y preferían praderas sin alambradas y sin fronteras, un mercado de fichajes celéricamente inflacionista y una carencia absoluta de topes salariales. Le debemos haber recuperado la dignidad perdida, volver a sentirnos orgullosos y a salvo. En definitiva, poder comernos un filete con patatas sin que nos moleste una patulea de gamberros. Cuatro Champions en realidad, porque había hambre atrasada. Con guarnición de ligas y menestra de mundiales y supercopas en bol aparte.
Hay una escena clave en la película de Ford en la que Stoddard, ya un tipo asentado, de éxito, miembro del senado en Washington, se sienta alrededor de una mesa con un puñado de periodistas para contarles una historia. Cuando acaba de narrarla les hace prometer que nunca la revelarán a nadie. “Cuando les toque elegir entre la verdad y la leyenda”, les dice, “les aconsejo que siempre impriman la segunda”. Creo que CR7 se ha enamorado de su propia leyenda. Que no digo que no tenga base para ser creíble, sobre todo habiendo sido escrita con tan grandes titulares y con tipografía tan exquisita. Un testarazo en Mestalla, una chilena en el campo de la Veqcuia signora, un doblete en Cardiff… Pero me gustaría decirle que la soberbia es mala compañera de viaje cuando uno trata de trascender al presente, de convertirse en parte de la historia, que La vanidad impide elegir con tino la perspectiva correcta para ver las cosas y, sobre todo, a uno mimo, que el egoísmo esteriliza la generosidad de los otros cuando la exigimos a todas horas. No entiendo el discurso de Cristiano, ni el que sale de su boca cuando concede entrevistas ni el que escucho a sus portavoces oficiosos, algunos de ellos auténticos mamporreros de celebrities, gente que se gana la vida meneando importancias ajenas para procurarle placer a egos superlativos que solo encuentran placer en considerarse a sí mismos. La rajada de Cristiano en Kiev obedeció a que sintió que eclipsaban el protagonismo que creía merecerse. A Bale se le ocurrió hacerse un ovillo en plano aire y marcar el gol por excelencia, el que a partir de ahora vendrá estampado en la tapa del envase cuando vayamos a comprarlo al súper. Luego, además, remató la faena consiguiendo un doblete. Y todo en apenas un cuarto de hora. Todo estaba preparado para un mutis por el foro apoteósico de Cristiano, a ritmo de fanfarrias, y no soportó que le aguasen su fiesta de despedida. Fanfarrias que el mismo “se toca”, porque no tiene ningún problema en hacerlo cuando no tiene mamporreros a mano que se lo hagan. “Deberían llamarle a Champions torneo Cristiano Ronaldo”, le dijo a una sorprendida moza que le entrevistaba a pie de campo tras el partido. Y la expresión del jugador era de que se creía su propia sobrada. Y todo sin venir a cuento. Nadie le había cuestionado su valía, más bien lo contrario, nadie le había preguntado por su futuro porque en se momento tocaba otra cosa. Tocaba el Real Madrid. Tocaba la afición, en la que a lo mejor reside el verdadero músculo del club y no en sus abdominales. Tocaban sus compañeros, de lo que recibe alabanzas constantemente. Tocaba Bale, porque el si llevaba un año sin recibir cariño de nadie y esa noche había sido la de su vida, sin siquiera haber partido como titular. Dice Cristiano por boca de Edu Aguirre que su marcha no es por cuestión de dinero sino de cariño y que el cariño se le demuestra subiéndole el sueldo. A mí el silogismo me suena a que incumple las leyes de Aristóteles, pero es verdad que la asignatura de filosofía la tengo muy lejana en el tiempo, en mis últimos años del cole. Dice Edu Aguirre que pidió que le rebajaran la cláusula de rescisión para facilitar su marcha a otro equipo y que le han dado satisfacción porque la directiva no le quiere lo suficiente. Sea usted mamporrero para eso. El Real Madrid de mamporrero de su estrella para únicamente acabar pringándose las manos. Hoy en la portada de Marca leo que a Cristiano le parece una afrenta que el Real Madrid esté dispuesto a venderle solo por tan 100 millones de euros. Obviemos que la escala que yo manejo para dimensionar mi economía es otra. Y preguntémonos a continuación: ¿Es que acaso no es lo que había solicitado su representante para poder volar lejos de donde no se le quiere ni se le valora? Quien entienda a este tío que lo compre. Aunque estoy de acuerdo en que debería ser por mucho más dinero si pretendemos hacernos con otra amante igual de desapegada. Cuanto más guapa la mujer más caro ha de ser el regalo.
Hablemos claro, si CR7 no siente nuestro cariño, lo cierto es que nosotros tampoco el suyo, ni ahora ni nunca. Le hemos oído hablar con emoción del Manchester, a la que considera su casa, del Sporting de Lisboa por haber sido el principio de todo, de aquel equipo de madeira cuyo nombre ahora no recuerdo, últimamente de la Juve, porque le aplaudieron una tarde. Pero me cuesta recodarle un gesto verbal de cariño con el Real Madrid, siquiera con la ciudad en la que vive, con sus propios compañeros, con la afición que le aplaude y le corea durante todos los partidos, los buenos y los malos, y también entre semana. Otro día hablaremos de la cultura de los pitos en el Bernabéu, tan difícil de asimilar para los egos sin intestino delgado. Lo que sí recuerdo es como se choteaba del presidente, el nuestro y el suyo, mientras éste hablaba en la sede de la Comunidad de Madrid en momento tan solemne como el acto oficial de celebración de la Decimotercera. ¿O fue en el ayuntamiento? ¿O quizá en ambos sitios? Hace falta mucha memoria para acordarse de todos sus desplantes y rabietas. Cuando se exige respeto y consideración hay que empezar dándolo uno mismo. Dice Edu Aguirre que el cariño nos lo ha demostrado con goles y con títulos. Hasta contabiliza como carantoñas los balones de oro, trofeo que yo pensaba en mi ignorancia que se concedía a jugadores, no a equipos o hinchadas. En todo caso, aceptamos pulpo como animal de compañía, más que nada porque todo eso forma parte de su desempeño profesional. Eso sí que es dinero, carne de contrato, no etérea caricia.
Para mí que detrás de todo esto hay un ataque de cuernos. CR7 no soporta que el Real Madrid tenga un futuro, un plan para el día después de su marcha, que pueda venir alguien a sustituirle, no para robarle el cariño sino su importancia. Si eso no es ego en vez de amor que venga Cupido y que lo vea, y que se quite la venda de los ojos para ello, que aquí hay mucha necesidad de sus flechas y urge que acierte en los blancos a la primera. Sin encomendarse al azar si es posible. Este desaguisado solo se arregla con un flechazo. Florentino cometió el pecado de hablar de Neymar cuando le preguntaron por el brasileño en la gala del Balón de Oro y desde entonces Cristiano anda de morros. Un Cristiano que ya nos venía anunciando su marcha desde dos años antes. Ni conmigo ni sin mí, pero quiéreme a mi solo. Esto no es un jugador de fútbol sino la protagonista de culebrón mejicano. A medida que escribo sobre CR7 me voy dando cuenta de que estoy harto de él, que su compañía compensa a mi líbido pero no a mi necesidad de afectos. Pensaba redactar algo más comedido pero ha sido comenzar y salirme todo el resentimiento pro tanto desplante a borbotones, como un torrente. Mira, que se que con la casa, con el coche, con los niños y con la cuenta corriente del banco, pero que se vaya, que nos tiene anulados como personas.
Ramson Stoddard siente remordimientos por haber tenido que usar la violencia para imponer el orden. Idealista como es, cree que la justicia solo puede ser tal si emana de las leyes y es aplicada con ecuanimidad. Obligado a defenderse del forajido Liberty Balance en un duelo provocado por éste, salva la vida de forma inesperada y se convierte primero en un héroe local y luego en una celebridad a nivel nacional a través de la política. El día que va a renunciar a todo porque cree que debe su repentina fortuna a un acto de salvajismo, Tom Doniphon, el personaje que interpreta John Wayne le hace saber una verdad aun más vergonzosa, pero que permite que su honor se mantenga intacto. Hallie, la mujer que ambos aman le había hecho prometer que cuidaría del joven abogado, que le mantendría a salvo con su revólver allá donde las leyes no alcanzan. No ha sido él, Ramson, le dice, quien ha matado a Liberty, no le acertaría al techo de una habitación ni disparando tumbado desde la moqueta, sino Tom, y no precisamente de una forma decorosa. Lo ha hecho disparando desde las sombras y por la espalda. Ni siquiera con un revólver, fiándose a su pericia como los grandes pistoleros, sino con una escopeta, a bocajarro. Ahora le toca decidir, añade Tom, si piensa renunciar a la tremenda oportunidad que el azar le ofrece o prefiere construir un futuro a partir de un hecho tan indecoroso pero oportuno. Un futuro para él, para el nuevo estado de la Unión que se está formando, y también para Hallie. Porque el asesinato cometido por Tom ha sido simplemente un acto de amor, al tiempo que un acto de renuncia. Al contrario que el de Tom, el de Ramson es un mundo pragmático, tanto te dan, tanto te quieren, y cuando el electorado del estado le da masivamente su voto para que sea su representante en el Congreso tras asimilar como cierta la mentira, cree haber alcanzado al fin el cariño de la veleidosa fortuna.
Tras rememorar el parlamento del personaje de John Wayne he pensado en las últimas cuatro Champions. En la Décima ni estuvo ni se le espero siquiera. Andaba lesionado. El puto amo de aquella orejona bien sabemos que fue otro. Alguien le sirvió en bandeja a Ramos su instante sublime, aunque fuera del tiempo establecido. En la Undécima hasta el último penalti de la tanda final apenas vimos a Ronaldo. Después de eso pudimos verle en detalle hasta los pectorales y los deltoides. Está claro que la Decimosegunda fue su momento, sobre todo tras cazar un pase curvado y exquisito que le llegaba desde la línea de fondo para marcar el gol definitivo. De la Decimotercera ya hemos hablado. Tras reflexionar sobre ellos empiezo a pensar que en mi historia ha sido Modric quien mató a Liberty Balance. Siempre en esa zona de penumbra a la que apenas iluminan los focos lleva más de un lustro manejado la recortada para lograr un lugar de creación y a salvo del caos. La ley llegó al territorio cuando Luka lo hizo al Real Madrid. Para tapar vergüenzas, según el Sport. Para lucir el mandil con una elegancia de la que no es capaz ningún otro camarero de cantina, es lo que digo yo. No hay más ley que la que la que gobiernan sus rizos rubios. Yo creo que Hallie debería saberlo, ahora que aun no se ha casado con Ramson. Una flor de cactus sobre su ataúd cuando se retire del fútbol me parece homenaje escaso para un amor tan grande y que nunca ha esperado nada a cambio. Por otro lado, imprimir la verdad tampoco me parece un desdoro. No soy periodista y no le he prometido nada a nadie.
miércoles, 4 de julio de 2018
El Fútbol y sus aledaños (199) - Laboratorio forense
Laboratorio forense
(España 1 - Rusia 1; Mundial de Russia 2018; Cuartos de final) (A casa tras la tanda de penaltis)
Decía un profesor de patología forestal que tuve en la universidad que el principal obstáculo a la hora de tratar de diagnosticar la enfermedad que padece un árbol es que el paciente nunca podrá indicarnos dónde le duele. Al margen de su eficacia como chiste, discutible supongo, aunque confieso que a mí me hizo gracia en su día, la frase encierra una verdad fundamental: Que para ser un buen médico, ya sea de almas, animales o plantas, hay que saber compadecerse del material sufriente que tienes entre manos. Algo antes de aprender esa lección, cuando aún era un niño y estaba enfermo, mi médico de cabecera, el doctor Castilla, ya fuese lo que se infiriera del uso del termómetro, el fonendoscopio, las toses o de los análisis de orina (qué manía tenía con medir el nivel de acetona), antes de dar su dictamen no se quedaba satisfecho si no me auscultaba con las manos por todo el cuerpo hasta que me arrancaba algún quejido. Era como si tantease a ciegas con los dedos buscando en una estantería abarrotada el botón que accionaba la trampilla del pasadizo secreto. Allí donde sus dedos de zahorí detectaban el flujo subterráneo de dolor era donde su ciencia decidía excavar el pozo para tratar de dar con la fuente oculta de la que manaba el problema.
Segunda lección: Si el enfermo es ya un cadáver, como ocurre con la selección española, entramos en el ámbito de la ciencia forense. ¿Qué pasaría si en plena autopsia el cuerpo al que le estamos hincando el bisturí nos informara de cuáles son sus pareceres? Pues eso más o menos es lo que viene a ocurrir en este caso. Porque en lo que al fútbol se refiere a lo que se enfrenta el médico es a un aluvión incontenible de información de la parte interesada, que no es otra que la afición. Entre la que se incrusta la prensa, a que le gusta alardear de ser juez y parte. Difícil asignar culpas a lo ocurrido ayer con tanto griterío de fiscales y teniendo las furgonetas policiales atestadas de detenidos. Allá donde sea que auscultes solo provocas ayes y retortijones.
Lo primero que hay que mirar en un árbol es la inclinación del tronco. Cualquier desviación respecto a la vertical, cualquier postura forzada del fuste o anomalía en su porte puede denotar un problema de raíces. De raíces y de narices, porque es a través de ellas por las que los árboles respiran. Convendremos que tener como máximo dirigente a un calvo que se apellida Rubiales es un verdadero desmelene, un serio déficit de credibilidad, malos cimientos para edificar algo. A mi tocayo Rubiales le gusta fingirse un roble de buena madera, tener robustos principios. Y desde luego leña nos ha proporcionado en abundancia, para calentar el fuego del hogar periodístico hasta el próximo mundial por lo menos. Pero para lo que más ha servido su arrebato es para alimentar a los cerdos en montanera. Ha sido llegar él a la federación y alfombrarse el suelo del bosque federativo de abundante bellota. Está haciendo las delicias de los más afamados pata negra de la prensa antimadridista. Aunque la semilla era buena y fértil, aunque el trabajo de Lopetegui estos dos últimos años ha sido extraordinario, la plántula de la selección ha brotado en el mundial con el tallo torcido al serle cercenadas las raíces. Lo que ha perpetrado Rubiales con el combinado nacional en el lenguaje forestal se denomina tala y destoconado. “¡Árbol va!, y apártese usted si le da tiempo”. Claro, con solo dos días para huir del problema a los jugadores no se les ha dado y se les ha caído encima una lluvia de astillas convertida en papel de periódico. A ver quién es el guapo que rinde en la oficina si se entera de repente por la prensa de que el jefe del negociado en el que trabaja es en realidad Kim Philby. Vaya bochorno en el MI5. Llevaban trabajando las dos últimas temporadas para los soviets madridistas sin siquiera sospecharlo. Es lo que tiene que haya tanto aspirante a John Le Carre queriendo escribir “La Casa Rusia” porque la sede del campeonato les inspira, que los anaqueles de los quioscos se nos llenan de novelas de espías.
¿Podría haber compaginado Lopetegui su trabajo como seleccionador con su condición de próximo entrenador del Real Madrid? Tener que contestar esta pregunta me da hasta pereza, pero prometí ayer en Twitter que en este artículo no me iba a ir por las ramas como en los tres anteriores. El mismo día de la tala traté de hacer memoria y recordé unos cuantos casos similares. En balónmano, y en diversas ocasiones, algunos clubes cedieron a la federación española a sus entrenadores en “préstamo” para afrontar mundiales y olimpiadas, sin que hubiera el más mínimo reproche por parte de nadie. Más bien alabanzas por lo inteligente de la jugada. Lo hizo el Atlético de Madrid primero con Juan de Dios Román, y después el Barça con Valero Ribera. Para, claro, este deporte es diferente, en él no compite el Real Madrid. En baloncesto ocurrió otro tanto con Sergio Escariolo y Javier Imbroda, que yo recuerde a bote pronto. Con el primero no hubo problema, porque el club implicado era ruso. Con el andaluz sí, porque el Real Madrid ya se sabe que tiene sección de basket, y además tiene el mal gusto de ganar habitualmente. Respecto al fútbol, Juanma Rodríguez se ha ocupado de hacer la lista histórica de responsables de selecciones extranjeras que compaginaron esta tarea con al de dirigir plantillas de clubs. La lista es larga, pero voy ahorrársela a quien me lea, porque tengo asumido que, como en tantos otros temas, en lo futbolístico este país es diferente, se anatemiza el éxito ajeno queriéndolo hacer pasar por pecado contar al ética.
No digo que a Florentino el desenlace, esto es, la tala, no haya sido de su agrado. En realidad le resuelve problemas. Entre ellos la insospechada marcha de Zidane. Quien se va a hacer los muebles con la madera es el club de Concha Espina. Nos va dar para renovar por completo el salón y los dormitorios. Pero, primero, si tanto odio hay, si tanto molesta la dicha del prójimo, es inexplicable que la solución adoptada solo beneficie a aquel que es el destinatario de ese odio. Salvo que de lo que se trate no sea de continuar con la lucha, sino de dispararse al pie para poder abandonar la trinchera y de paso culpar al alto mando enemigo. “Fíjate la que has causado. Estarás contento”, rezaba, más o menos, el titular de un artículo de opinión del diario Sport, ilustrado con una fotografía de Florentino Pérez, en el día posterior a la eliminación, y a uno se le escapaba una sonrisa al leerlo. De repente tan patriotas. Como Carma Barceló indignada ayer en el Chiringuito de Josep Pedrerol por la marcha de CR7 a la Juventus. El doctor Castilla en ambos casos habría presionado donde el órgano de la sinceridad y le habría arrancado en ambos casos un ay al paciente por la evidente inflamación del órgano. Una galopante infección de hipocresía habría sido su diagnóstico.
Segundo, ¿la determinación adoptada buscaba la solución del supuesto problema o influir en la estabilidad de los rivales creando un ambiente hostil hacia los mismos en la opinión pública? Dicho de otra manera: ¿es el Real Madrid un rival de la RFEF? ¿Rivalizan acaso por la consecución de unos mismos objetivos? ¿Qué uno los consigue significa que el otro no? Porque si es así, si Real Madrid compiten en la misma liga y son rivales, será cosa no solo de no compartir entrenadores sino de no compartir tampoco jugadores para no adulterar el campeonato. Pero, alma de cántaro, ¿a quién se le ocurre convocar a Isco para el mundial de Rusia, cuando a su término le esperaba toda una temporada completa en el Real Madrid? Pero tampoco hagamos muchas bromas con esto porque para buena parte de la prensa deportiva es una pregunta que podría plantearse completamente en serio.
A Lopetegui le han convertido en mártir, y si remontará anímicamente el vuelo o no tras convertirlo en un acerico, es algo aún que está por ver. Ganas de hacer daño habían, tanto en el que procuró la leña como en aquellos que la convirtieron en pulpa para papel impreso. Pero lo que está claro es que a la afición blanca le han regalado la inscripción a un máster, como a Cifuentes, sobre como querer a su nuevo entrenador. No hemos tenido siquiera que abrir un libro, todo lo más ojear el AS en mitad de la clase. Las lecciones han entrado solas. La prensa disimulará fingiéndose preocupada por si se come o no los turrones a poco que haya algún empate o derrota. En el caso del presidente será más difícil el disimulo, porque se le aprecia perfectamente la tonsura de fraile de la orden antimadridista. Para este señor a la hora de evaluar el factor humano del asunto no hacía falta incluir ni a los jugadores, a los que hemos visto deambular como sonámbulos por los terrenos de juego de los estadios rusos, ni al entrenador, al que hemos visto llorar en la presentación que tuvo lugar en el palco del Bernabéu. Lágrimas que a Diego Torres le parecían tan hipócritas como el pesar por el recuerdo de una madre muerta. No, al único que debía tenerse en cuenta era a él mismo. Al único al que ha buscado dar satisfacción con la decisión adoptada ha sido a su propia persona. Olvídate de la selección y de los aficionados. Esos, los otros, son minucias cuando arde tanto ego dentro de uno que hasta la calva brilla.
¿Cómo iba Lopetegui a poder pensar en cómo enfrentarse a los rivales si su cabeza iba a estar ocupada en la renovación de CR7 y el fichaje de Neymar? Ese ha sido el gran argumento. Démoslo por un momento como bueno. Para hacerlo habremos de olvidar también los años de minuciosa preparación, todo el trabajo realizado por Lopetegui, al que me imagino en estos momentos uno de los máximos expertos mundiales en las selecciones de Portugal, Irán y Marruecos. Pero seamos generosos con nuestros oponentes en este debate, hagamos un ejercicio de desmemoria. Entonces a la pregunta que hay que responder es si partir de cero, volver a la casilla de salida 48 horas de iniciarse el campeonato es preferible a tener a Kim Philby manejando el cotarro. ¡Pero, por Dios, si el Real Madrid no participa todavía en los mundiales! Aunque a lo mejor es cosa de pensárselo. Cuando Alemania sufrió su primera derrota ante Méjico y se le empezaron a ver los primeros síntomas de su flaqueza, cuando se empezó a intuir que se iba a seguir cumpliendo la maldición de los vigentes campeones, escribí en Twitter que ganar dos mundiales seguidos iba a ser un imposible mientras el Real Madrid no se convirtiese en nación. Me refería, claro, a las últimas tres Champions.
Pero sigamos con la autopsia. Practiquemos la característica incisión en V en lo plexo solar del cadáver. ¿Cuál es la parte alícuota de culpa de Fernando Hierro? Para mí tengo que algunas de las collejas que se ha llevado estos días han sido por su pasado madridista. Me estoy acordando del animal de bellota de Manolo Lama, al que le imagino feliz con la montanera. El puerco cuando goza es digno de ver. Holgar como cochino en cochiquera es expresión tan extremeña como Lama, quien sabe transmitir a quien le mira y escucha su pasión por la vida. Lo mismo pasa que cuando pena. No hay quejidos más terribles que los del cerdo en la matanza. Cuatro Champions en un lustro nos han llenado el éter de aterradores chillidos pero nos han llenado también la despensa de embutidos y morcillas. No se podía hacer más con solo dos días de trabajo y con unos empleados acostumbrados a las manías de Kim Philby. Creo que esa sensación que a todos nos produjo La Roja de selección envejecida casi de repente fue debida al bajo estado anímico. La velocidad dada al balón durante el mundial nada tiene que ver con la lograda donde la fase de clasificación. De combinar a toda pastilla, convirtiendo el tan denostado tiqui-taca en un perfecto abrelatas de cualquier defensa rival, se pasó a hacerlo a cámara lenta. Velocidad que además fue decreciendo a medida que se sucedían los partidos, hasta fraguar la mezcla del juego del combinado español en el encuentro contra Rusia en puro cemento. Ni con martillo neumático se lograba abrir zanja en el solado. Lo que empezó siendo un cierto tartamudeo en la dicción del juego ante Portugal, con excesivos pases de vuelta que retardaban el avance del balón, se acabó convirtiendo en la imposibilidad de acabar siguiera una palabra. Hasta que Rodrigo no salió a jugar ni siquiera se disparó a puerta. Todas las jugadas empezaban y acababan en Ramos y Piqué sin que estos tuvieran que abandonar el círculo central o las postrimerías de su propia área. Pero todo esto es achacable a los jugadores antes que al seleccionador, el titular del cargo o el sustituto temporal. El tipo de juego que he visto practicar a la selección durante el mundial no me ha pareció en absoluto el practicado en la fase preparatoria, y tampoco imagino que ello obedezca a una directriz dada por Fernando Hierro. El equipo estaba tocado y si se salvo en los tres primeros encuentros por la gracia divina en el cuarto se agotaron los milagritos. Hubo Semana Santa pero no Domingo de Resurrección.
No obstante, hay algo que sí el reprocho a Hierro. Si trató de paliar esa sensación de que el equipo había envejecido repentinamente, si quiso renovarlo, debió de hacerlo hasta sus últimas consecuencias. Si hay un jugador que ha sido perfectamente superfluo, que no aportada nada positivo al conjunto, ese no ha sido otro que Silva. Hasta Iniesta tiene una posible defensa. Ya no es el que nos aupó hasta la cumbre en Sudáfrica, desde luego, pero el sí que sumó para el colectivo mientras le dieron bola. Prescindir de Iniesta y no hacerlo de Silva me pareció un contradiós, una contradicción en términos. En todo caso se trata de un mal colectivo en el que es bastante injusto no repartir culpas. Pocos se salvan, por no decir que tan solo un par: Nacho e Isco. Creo que a muchos lo único que nos emocionó durante este mundial fue el resurgir de Nacho en el primer encuentro, y que lo único que nos ha entretenido han sido las monerías de Isco. Me refiero, claro, exclusivamente a la selección española, que para rascarle alguna emoción al alma han estado CR7 y Kroos, y aun nos quedan Modric y sus secuaces.
Con todo y con eso, a pesar de todo lo anteriormente dicho, aun podríamos estar en Rusia si Piqué no pidiese pedido la vez en la cola de la carnicería y De Gea no se hubiese empeñado en estar siempre lejos de donde estaba el balón cuando se le avecinaba. El ippon logrado por Ramos nos daba ventaja y no había visos de que fuéramos a perderla, ni siquiera de que Rusia estuviera en desacuerdo con aquel status quo. Pero tuvo el gracioso que hacer la gracia. ¿Cuál era la intención detrás de aquella mano alzada? ¿Saludar a Shakira situada en la grada? ¿Votar a mano alzada en un referéndum de autodeterminación? ¿Reivindicar la clase obrera? Cuánto más lo pienso menos entiendo la reacción de Piqué. O a lo mejor es que no quiero entenderla. A ver si va a resultar que hemos cometido un error en la identificación de identidades. A ver si el alter ego de Kim Philby es en realidad el jugador del Barça. Puede que quien ha intentado infiltrarse en el MI5 no haya sido el soviet madridista sino la república independiente de su can Barça. Por lo visto ser blanco es un pecado más grave que ser amarillo para la RFEF. Hablando del amarillo, feo ese asunto de cómo solucionaron la insuficiencia hepática de Abidal. Un proceder muy en la línea de Rubiales, que siempre prefiere sajar a algún a algún primo que cumplir las normas establecidas. Veremos que polvareda levanta el tema entre la piara. Como si lo viera, dejarán que llueva para poder revolcarse en el fango cuando escampe.
martes, 3 de julio de 2018
El fútbol y sus aledaños (198) - Paleta de colores
Paleta de colores
(España 1 - Marruecos 1; Mundial de Russia 2018; Fase de grupos)
Aunque no pocas veces la ignorancia es preferible al conocimiento, he de reconocer que sin música el mundo se me hace ilegible. Sin ella ni siquiera soy capaz de explicármelo desde una perspectiva científica, con ejes cartesianos que reduzcan lo complejo a una simple acumulación de datos sin conexión entre ellos, salvo su posición relativa respecto al origen de coordenadas. Es fácil advertir la influencia de la música en nuestras sensaciones y emociones. Sin banda sonora, sin Richard Strauss, un mono triturando cráneos con un fémur no es más que un primate aliviando la rabia provocada por el hambre, pero con “Also Sprach Zarathustra” sonando de fondo sintetiza varios milenios de avances de la cultura humana, cuyo primer paso fue, ya lo sabemos, la aceptación de la necesidad del asesinato como motor del progreso. El poder de la música para hacernos creer que el mundo tiene sentido es espectacular. Eso creo. Así lo juzgo, que sólo es espectáculo. Porque lo que hace la música en realidad no es descifrar el mundo sino sustituir su mensaje por emociones puras, más convincentes que los argumentos, porque encajan mejor en el vacío que han creado en nosotros tantas ausencias. Emociones que pueden o no estar inscritas en alguna de las capas del inabarcable palimpsesto que contemplan nuestros ojos, porque la música puede ser traducción de la realidad, pero también simulacro. Pero, ¿cómo se verbaliza la música, cómo se transcribe a palabras? Trataba de sortear este obstáculo para poder escribir la crónica del partido, que ya había programado titular “Aula de música”, y fui incapaz de pasar de la tercera línea.
El día anterior, la jornada de autos por la mañana, me dedicada a entretener la espera del siempre difícil lunes, más aun con un partido cerrando la agenda, divagando en Twitter. Divagar es el alias que aparece primero en la lista de mi ficha policial. Y lo hacía, divagar, me refiero, para espanto de followers y extraños sobre el rojo, el color distintivo de la selección, que ha acabado por bautizarla. En femenino, en concordancia con los tiempos. Había decidido recorrer esa senda provisto de los suficientes tópicos como para poder llegar hasta la orilla de las ocho de la tarde sin tener siquiera que forzar la brazada. Y sin querer había dado con el leivmotiv del partido. No se trataba de una melodía manipuladora sino de la tonalidad de un pigmento, concretamente del gris. Y yo empeñado durante horas, que hasta mis mejores aciertos los trufo de errores, de hablar del rojo. Como perseverar en el extravío, por vete a saber qué lealtad mal entendida, cuando comienza a disiparse la niebla. Comencé hablando de los frutos del madroño después de introducir la cuestión a través de las banderas nacionales. El rojo predomina en tres de las selecciones del grupo que nos ha tocado en el mundial: la nuestra, la del que queda a nuestra izquierda en el mapa, hermano siamés que convivió con nosotros en el útero materno de la historia y ahora comporte órganos vitales fisiográficos, y la del que nos aupa sobre sus hombros cual Atlas castigado por haberse rebelado contra los dioses. Y aún está presente en el cuarto. Y ¿por qué el madroño? Elemental: porque sus frutos son rojos y porque las plantas se comunican con los animales que le son vitales para su subsistencia principalmente a través de los colores. Amarillos y azules para atraer a los insectos libadores y polinizadores. Rojos y naranjas para incitar a la ingesta de frutos a los pájaros glotones y cagadores. El ave ingiere la baya y esparce la semilla allí donde defeca lo que su aparato digestivo rechaza. Hasta Linneo me cupo en el preámbulo de mi divagación, y su conocida anécdota sobre el escaso aprecio que le tenía a los frutos del madroño, que pudo probar en España: “Hay que comer uno. Pero uno solo, por aquello de que hay que probarlo todo”. Algo así dejó escrito en sus diarios y puso e a la nueva planta por nombre para clasificarla: Arbutus unedo. Argumentaba el lunes en Twitter que a pesar de ser el madroño una seña de identidad en el escudo de la capital mundial del fútbol, muy probablemente lo es por error, por así decir, como resultado de la divagación de los acontecimientos. Osos hubo por estos pagos, y parece ser que no pocos. Los visualizamos fácilmente en la imaginación si pensamos en las pinares y rebollares de la sierra de Guadarrama. Pero también debieron ser abundantes en las arboledas de la llanura manchega. Dicen que Tomelloso, en plena y desarbolada Cuenca, debe su nombre a los osos que habitaban sus bosques antes de que el hombre sustituyera árboles por cultivos. Pero los madroños por Madrid escaseaban. Hoy día la jardinería los ha convertido en ubicuos. Se trata de una planta poco acomodada al frío y a las heladas que aquí se suceden de forma reiterada en lo más crudo del crudo invierno. Lo que probablemente ramonee el oso del escudo, de ser un árbol con especie concreta, sea una encina. Se alza sobre sus cuartos traseros en el emblema municipal para señalar la pertenencia del vuelo de los montes, osea, de los árboles con sus frutos y su leña, al consistorio. Para la iglesia quedó el suelo, es decir, los pastos, cuando hubo de dirimirse el contencioso entre ambos poderes por el aprovechamiento compartido del ámbito forestal. El caso es que en algún momento de la historia de la heráldica a un artista le pudo su afán decorativo y quiso poner una nota de rojo en el emblema. Los frutos rojos descartaron automáticamente a las encinas, las sospechosas más convincentes. También a sus parientes cercanos los robles. No a los tejos, pero no queremos a un oso alimentándose de ellos pues no hay planta más venenosa que esta, y por eso se suele plantar en los cementerios. Los madroños presentaron sus credenciales, y todo porque un artista anónimo quiso comunicarse con su público, osea nosotros, como si le hablara a los pájaros. Digo esto y entonces caigo en que solo hemos vestido de rojo ante Marruecos y quizá sea por eso que nos pudo el vértigo de saber volar de repente. No estaba España preparada para abismarse en el cielo abierto tras dos partidos de habitar la jaula de la inercia que ha provocado la ausencia de Lopetegui. España vive de los hábitos adquiridos, no de ideas propias, es decir, de las ideas del entrenador interino. España picotea el fruto del fútbol y luego vuela, generalmente con las alas de Isco, y luego defeca donde se posa, generalmente fuera del terreno de juego, y de sus deyecciones, puede que sí, puede que no, es posible que surja una arboleda. La remontada contra Portugal, la robustez de los goles, su recio fuste futbolístico, no nos dejó ver el bosque. La identidad de los personajes del escudo sigue siendo un misterio. Aún no hemos dado con un once, abocados a tener que conjeturar a quien hubiera alineado Julen y a quien no. Ni Iniesta es ya ese roble blanco que crecía en nuestro medio campo ni Silva la encina que esparcía su fruto en los claros de la fronda. Y de De Gea ni hablemos, que su presencia en la portería parece tan impropia como la de un cactus en una piscina. Solo el juego de Isco vegeta razonablemente a pesar de su escasa adaptación al clima imperante y ofrece notas de genuino rojo en el paisaje.
Pero, ¿por qué el rojo? ¿Por qué lo vestimos cuando competimos? A esa pregunta quise dar una respuesta el lunes. Una respuesta tan sorprendente como cierta: El color rojo ha sido un monopolio español durante buena parte de la historia de Occidente. El púrpura era el color que simbolizaba la excelencia, lo principesco, en el mundo clásico. Vestir la púrpura estaba reservado a los personajes egregios. También a la gente pudiente, porque teñir de púrpura los ropajes era sumamente caro. El único tinte conocido provenía del confín de occidente, de Hispania. Se fabricaba con la cochinilla que vivía sobre un modesto arbusto de aquestas tierras, la coscoja (Quercus coccifera), mira por donde, pariente cercana también de la encina. Nos cuenta Plinio en su “Historia Natural” que las tribus celtíberas pagaban su tributo a Roma con la grana, esto es, con las agallas de la hembra del insecto, que es de la que se extrae el tinte. En tiempos de los Reyes Católicos la cochinilla de la coscoja aún seguía siendo un bien estratégico de primer orden y por ello legislaron para lograr su protección. Fue precisamente la empresa promovida por estos monarcas, la empresa americana, la que acabó con la hegemonía de la cochinilla de la coscoja en el universo de los carmesíes (carmesí deriva de la palabra árabe quermezí, a su vez derivada de la palabra griega kermes, cochinilla), los púrpuras y los magentas. Otra cochinilla venida del nuevo continente, la de la chumbera (Opuntia ficus-indica), vino a sustituirla en la cima de la pirámide de la paleta de colores. Pero España siguió conservando el monopolio del color, que es lo que importa. En los cargos de los galeones de la ruta atlántica era casi más importante el tinte rojo logrado a partir de la cochinilla americana que la plata extraída del cerro del Potosí. Su alteración estaba pena con la pena capital, también su sustracción.
“Un retrato en rojo para un cuadro inolvidable”, dijo Joshua Reynolds, el pintor británico, del retrato del papa que pintara Velázquez durante su segundo viaje a Italia. Permitir que retratara a su santidad su principal pintor, enviarle de embajador honorario a la Santa Sede, fue una de los muchos presentes que Felipe IV hiciera a Inocencio X como contraprestación a los muchos favores concedidos a la corona. Uno de ellos hacerse el longuis ante el escándalo ocasionado por las partidas de caza amorosa en el convento de san Plácido organizadas por el Conde Duque para distracción del rey. Cuando a las novicias y hermanas que fueron testigos de los hechos les preguntaron si alguien había frecuentado de madrugada el interior del convento, más de una habló de la presencia del maligno, de un diablo bermejo. Así nos lo hace saber Menéndez Pelayo en su “Historia de los heterodoxos españoles”. Y es curioso, porque Felipe IV era más bien pelirrojo en su juventud. Luego, con los años, se le fue apagando en fuego en el alma y en el cabello. Pienso que quizá Velázquez puso toda ese rojo en su cuadro porque el papa era bastante hispanófilo, un hincha de La Roja diríamos en estos tiempos. “Tropo vero”, exclamo el papa de la familia Pamphili cuando vio su efigie. Demasiado veraz. Ese rostro dejaba traslucir todo los pecados que portaba aquella alma oscura. Sin embargo, parece ser que no le disgusto la honestidad del sevillano, al que permitió retratara a todo su séquito, incluyendo a su mamma, que por lo visto era quien partía y repartía el bacalao entre la curia romana, y le concedió visado para recorrer la ciudad eterna a su libre albedrío. Yo no soy tan valiente ni sincero como el maestro y me voy a abstener de retratar el partido de España.
Recuerdo cuando surgió la controversia sobre que nación merecía ser tildada como La Roja. Fue en las postrimerías del Mundial de Méjico. Dinamarca era la Dinamita Roja. No solo color sino adjetivado. La disputa se dirimió en el estadio de Querétaro y fue Butragueño quien dictó sentencia. La venda ensangrentada en la frente de Camacho hizo de testigo de la defensa española. Si el uso no otorga a España el derecho a la posesión del nombre, ya que nunca se había empleado hasta que pronunciar la palabra España se convirtió en algo de mal tono, curiosamente si lo hace la historia de la cromática. Antes de que hubiera uniformes militares los soldados de un mismo bando se reconocían en el campo de batalla por algún elemento de su indumentaria de un determinado color (una pluma en el sombrero, una banda sobre el pecho, un jubón, unos guantes). En el caso de los ejércitos de su alteza real Carlos I de Habsburgo ese color era el rojo. Así que es justo que los jugadores de la selección se reconozcan por sus zamarras coloradas en medio de la refriega. Mejor sin el morado republicano, que entonces dejan de ser un ejército destinado a la hazaña y la gloria. Cien años después de Mühlberg los integrantes del tercio de Idiáquez se identificaban entre sí en la cima de la colina de Albuch, en mitad del tumulto causado por la carga de los suecos, por algún distintivo rojo. Por cierto, que la tarea del descabello, de finiquitar el ejército del rey Gustavo II Adolfo de Suecia, invencible hasta que se toparon con Los Tercios en Nördlingen, corrió a cargo de la caballería croata. ¡Ese Lukita Modric!
Que tiempos estos en que la gloria, o por lo menos la supervivencia, no se logra en el campo de batalla sino en el VAR. El gol de Iago Aspas, maravilloso por su trascendencia, su magistral ejecución y por su estética, más que un brindis con cerveza de barril, aunque sea de Mahou, merece un brindis con Champagne Möet & Chandon. Aunque bien recibida es esa caña tirada por los árbitros auxiliares y con gusto nos la hemos bebido de un solo trago. Que hacía mucho calor y teníamos el gaznate polvoriento. Y, así, con el vaso alzado en lo alto, llego al final de estas líneas sin haber tenido que demorarme ni un segundo en el bochornoso fútbol ofrecido por España ni en el sonrojante discurrir de los acontecimientos sobre el césped. Quien quiera que se pida un bitter Cinzano, un licor de cerezas o un Bloody Mary, que hay barra libre.
domingo, 1 de julio de 2018
Envenenado de modernidad
Envenenado de modernidad
Pienso que los tres venenos que nos trae la modernidad son la prisa, la creencia de que es necesario poseer para disfrutar y el culto a lo nuevo, la alegría suicida con la que se desdeña lo antiguo, lo que conocemos, quizá porque creemos que ya es nuestro y queremos pasar de largo, dejarlo a tras, poder caminar con las manos vacías, más ligeros y más rápidos, y así atesorar cuantas más novedades nos sean posibles. Afortunadamente la velocidad, la propiedad y la juventud casan mal con la edad. Llega un día en que te das cuenta que apenas si eres capaz de seguir el ritmo a tus anhelos, que aquello que tienes es solo prestado, estando próximo el vencimiento de la deuda, y que la turgencia de la edad temprana es belleza fugaz que a menudo ya se ha extinguido cuando hemos alcanzado a tocar.
El mayor acierto de la vejez es el retorno a la lentitud. La verdadera sabiduría de las cosas reside en el ritmo no en su significado. Es lo que tuve que aprender cuando comencé a ir al Museo del Prado. Con esfuerzo y disciplina espartana. Hube de comer mucho caldo negro antes de merecer mejores manjares. Porque era incapaz de anclarme ante un cuadro para contemplarlo con sosiego. Siempre miraba de reojo al siguiente, al muro de enfrente, a la sala contigua, al plano que llegaba en la mano y me advertía de cuánto me quedaba aún por contemplar. Creo que fue ante el “Cristo muerto sostenido por un ángel” de Antonello de Messina que me detuve por primera vez en mi loca carrera de autos de choque, rebotando con todo para disfrutar del impacto y del retroceso y su carga de adrenalina. Esa expresión de desamparo y orfandad en la cara del crío que sostiene el cadáver, su lágrimas desconsoladas, merecían una segunda mirada al menos, aunque fuera solo por respeto ante el dolor. A partir de ahí todo fue más fácil. Como no hay mejor profesora que la pérdida fue “El descendimiento” de Rogier van der Weyden el que me permitió perfeccionar al técnica del sosiego. La pérdida de un hijo, me dije -desde la más absoluta ignorancia, porque nunca los he tenido y es bastante probable que nunca vaya a tenerlos nunca-, no hay mayor desencuentro con la vida. He aquí alguien que sufre más que yo y que extrae de ello una enseñanza para que yo la aprenda. Me apliqué como alumno y repase la lección una y otra vez, hasta que un día fui capaz de ver crecer la hierba que el maestro de Tournai pintara a los pies de la cruz con tanto mimo y tanta ciencia. Dicen que el cuadro es, además de todo lo demás, un gran tratado de botánica.
Hoy he amanecido escuchando a Rachmininov. Es tremendo. Tantos años buscando la melodía perfecta y resulta que era este compositor ruso quien había tenido siempre razón. Segundo movimiento de su concierto para piano y orquesta. Adagio sostenuto, Y no tengo perdón de Dios porque hace tiempo que lo conocía. Un día me dejé invadir por la prisa del pop y abandoné la música clásica. Fue en mi adolescencia, para no sentirme raro ante los demás, para serlo un poco menos. Todas esas canciones, no digo que no tuviesen belleza, que no hubiese armonía en sus proporciones, pero se me acababan en seguida. Era una cuestión de ritmo no de significado. Doce minutos y medio dura el movimiento, y lo más sorprendente es lo mucho que te pareces a esas notas. También que la última vez que las escuchara no te conociese. Que ni siquiera supiese que eras posible. Y aquí que las palabras que pronuncia el piano, tan despacito, tan quedo, mientras la orquesta murmura tras él, es a ti solamente a quien dicen. De nuevo la pérdida, el acierto no tener, se convierte en el único antídoto para el veneno. Porque ya no estás y es por eso la melodía te describe con tanto acierto.
Ver desperezarse el día escuchando a Rachmaninov es una buena forma de retomar el rumbo tras superar la tormenta. Ayer fue mi cumpleaños y he aprendido de ello que la pobreza absoluta es no tener a nadie para que te felicite. Te estuve esperando hasta bien entrada la noche y en ningún momento mi esperanza recogió paño. Pero mientras estaba a merced del oleaje aprendí también que no hay mayor riqueza que tener doce minutos y medio para poder derrocharlos escuchando como una orquesta sinfónica pronuncia tu nombre. Despacio, letra a letra, gota a gota bajo el aguacero que amaina mientras el alba despunta -mojar el mar, solo a ti podía ocurrírsele una locura tan cuerda-. Con infinito sosiego, porque es una cuestión de ritmo, no de significado
Pienso que los tres venenos que nos trae la modernidad son la prisa, la creencia de que es necesario poseer para disfrutar y el culto a lo nuevo, la alegría suicida con la que se desdeña lo antiguo, lo que conocemos, quizá porque creemos que ya es nuestro y queremos pasar de largo, dejarlo a tras, poder caminar con las manos vacías, más ligeros y más rápidos, y así atesorar cuantas más novedades nos sean posibles. Afortunadamente la velocidad, la propiedad y la juventud casan mal con la edad. Llega un día en que te das cuenta que apenas si eres capaz de seguir el ritmo a tus anhelos, que aquello que tienes es solo prestado, estando próximo el vencimiento de la deuda, y que la turgencia de la edad temprana es belleza fugaz que a menudo ya se ha extinguido cuando hemos alcanzado a tocar.
El mayor acierto de la vejez es el retorno a la lentitud. La verdadera sabiduría de las cosas reside en el ritmo no en su significado. Es lo que tuve que aprender cuando comencé a ir al Museo del Prado. Con esfuerzo y disciplina espartana. Hube de comer mucho caldo negro antes de merecer mejores manjares. Porque era incapaz de anclarme ante un cuadro para contemplarlo con sosiego. Siempre miraba de reojo al siguiente, al muro de enfrente, a la sala contigua, al plano que llegaba en la mano y me advertía de cuánto me quedaba aún por contemplar. Creo que fue ante el “Cristo muerto sostenido por un ángel” de Antonello de Messina que me detuve por primera vez en mi loca carrera de autos de choque, rebotando con todo para disfrutar del impacto y del retroceso y su carga de adrenalina. Esa expresión de desamparo y orfandad en la cara del crío que sostiene el cadáver, su lágrimas desconsoladas, merecían una segunda mirada al menos, aunque fuera solo por respeto ante el dolor. A partir de ahí todo fue más fácil. Como no hay mejor profesora que la pérdida fue “El descendimiento” de Rogier van der Weyden el que me permitió perfeccionar al técnica del sosiego. La pérdida de un hijo, me dije -desde la más absoluta ignorancia, porque nunca los he tenido y es bastante probable que nunca vaya a tenerlos nunca-, no hay mayor desencuentro con la vida. He aquí alguien que sufre más que yo y que extrae de ello una enseñanza para que yo la aprenda. Me apliqué como alumno y repase la lección una y otra vez, hasta que un día fui capaz de ver crecer la hierba que el maestro de Tournai pintara a los pies de la cruz con tanto mimo y tanta ciencia. Dicen que el cuadro es, además de todo lo demás, un gran tratado de botánica.
Hoy he amanecido escuchando a Rachmininov. Es tremendo. Tantos años buscando la melodía perfecta y resulta que era este compositor ruso quien había tenido siempre razón. Segundo movimiento de su concierto para piano y orquesta. Adagio sostenuto, Y no tengo perdón de Dios porque hace tiempo que lo conocía. Un día me dejé invadir por la prisa del pop y abandoné la música clásica. Fue en mi adolescencia, para no sentirme raro ante los demás, para serlo un poco menos. Todas esas canciones, no digo que no tuviesen belleza, que no hubiese armonía en sus proporciones, pero se me acababan en seguida. Era una cuestión de ritmo no de significado. Doce minutos y medio dura el movimiento, y lo más sorprendente es lo mucho que te pareces a esas notas. También que la última vez que las escuchara no te conociese. Que ni siquiera supiese que eras posible. Y aquí que las palabras que pronuncia el piano, tan despacito, tan quedo, mientras la orquesta murmura tras él, es a ti solamente a quien dicen. De nuevo la pérdida, el acierto no tener, se convierte en el único antídoto para el veneno. Porque ya no estás y es por eso la melodía te describe con tanto acierto.
Ver desperezarse el día escuchando a Rachmaninov es una buena forma de retomar el rumbo tras superar la tormenta. Ayer fue mi cumpleaños y he aprendido de ello que la pobreza absoluta es no tener a nadie para que te felicite. Te estuve esperando hasta bien entrada la noche y en ningún momento mi esperanza recogió paño. Pero mientras estaba a merced del oleaje aprendí también que no hay mayor riqueza que tener doce minutos y medio para poder derrocharlos escuchando como una orquesta sinfónica pronuncia tu nombre. Despacio, letra a letra, gota a gota bajo el aguacero que amaina mientras el alba despunta -mojar el mar, solo a ti podía ocurrírsele una locura tan cuerda-. Con infinito sosiego, porque es una cuestión de ritmo, no de significado
Rachmaninov. Concierto para piano y orquesta número 2. 2º movimiento. Adagio sostenuto
Suscribirse a:
Entradas (Atom)