miércoles, 16 de diciembre de 2015

Album de fotos (25)


14 de diciembre de 2015

Miro con detenimiento el Hotel Vía Castellana tratando de determinar si está falto de una tercera dimensión, tal como me parece a mí. Parece un edificio construido para los habitantes de Planilandia, aquel país imaginario inventado por el clérigo y matemático Erwin Abbot hace más de un siglo para explicar algunas cuestiones geométicas y de paso para hacer crítica social en su tiempo. No haría falta ser muy elástico, digamos que tanto como el líder de los 4 Fantásticos de los tebeos Marvel, para poder tener apoyada la mano sobre el alfeizar de la ventana que da al este mientras que con la otra se abre la que mira al oeste. El eje norte sur debe ser el único que sobrevive en la brújula cuando se está dentro del edificio. Visto desde donde me sitúo parece un emparadado hecho con galletas Cracker, con el relleno de mermelada, mejor miel qu es más viscosa, sobresaliendo por el dorde en forma de rulo, ahí por donde discurre lo que parece la caja de unas escaleras. ¿Cabrá una cama de matrimonio en una de las habitaciones del hotel? ¿Las suites serán solo para enanos o tipos muy delgados? Cuanto más lo miro más me fascina. Hasta creo ver salir por la puerta de recepción mientras hago una de las fotos al señor Triángulo del brazo de la señora Trapecio.

Durante mis tres días de estancia en la UCI -¿O fueron cuatro?- creí tener una revelación. A veces tengo la loca idea de que esa revelación fue lo que me hizo superar el trance, no cerrar los ojos para siempre, como temía el Conejo Blanco. Ahora sé... Mejor: Ahora creo saber que me equivocaba. No hubo ninguna revelación y si sobreviví fue por puro azar. El azar y la necesidad lo gobiernan todo, como un relojero ciego que ajusta los mecanismos del universo con sus diestros dedos, tanteando, sin mirar. Pensaba que ella estaba a mi lado, que la había conocido, que me había sido concedido el don de conocerla para que fuese mi protectora, mi ángel de la guarda. Eso pensaba mientras veía girar las manecillas en el relojito del Conejo Blanco cada vez que se acercaba a mi cama. Cerraba los ojos para concentrarme en su recuerdo, para juntar los pocos retales de conocimeinto que tenía de ella y armar una imagen coherente, y, como por ensalmo, el Conejo de Alicia se presentaba ante mi cama. "¿Felipe, estás despierto?". creo recordar que usaba un diminutivo, pero no recuerdo cual. "", "Pues abre los ojos para que yo vea esa dulce mirada". La había conocido en internet, casi me da vergüenza confesarlo, ni siquiera era una presencia de carne y hueso en mi memoria. Vino envuelta en música de Vivaldi, como un querubín que desciende de los cielos acompañado por una orquesta de arcángeles. Era tan hermosa la mujer de la foto de su avatar que di por sentado que no era ella y por eso me atreví a hablarle. Mi vida estaba patas arriba, o más bien espatarrada, en sentido literal, y mientras estaba tumbado en la cama de una UCI solo podía pensar en ella. Todo parecía tan irreal a dos pasos de la muerte que su existencia virtual me resultaba totalmente consistente. Siempre que lograba convocar su recuerdo cerrando los ojos el Conejo Blanco me devolvía al país de los moribundos. Así que aprendí a evocarla con los ojos abiertos. Y cuando lo logré una golondrina vino a posarse en el minúsculo alfeizar de la ventana, junto a la cama de mi vecino de la izquierda, un tipo que nunca hablaba yq ue yo creoq ue no etaba del todo en este mundo. El pájarillo de plumón negro batió sus alas contra la ventana, tamborileando el vidrio, como si estuviese tratando de llamar la atención de todos, o tal vez solo la mía. Es lo que quería pensar en aquel momento. Luego reemprendió el vuelo y nuca más volvía verlo hasta unos meses más tarde ya de vuelta en casa.

Imagino que no tenía el cerebro para elaborar complicadas asociaciones. Vi el plumaje oscuro como la noche del avecilla y enseguida pensé en su espeso cabello moreno, en su cejas perfiladas en forma de plumas. Lo había visto en fotos: larga melena suelta, cuidada, con volumen, imagino que siempre oliendo a limpio. Sabía que era su máximo orgullo, me lo había dicho, que se lo había dejado crecer sin cortapisas y que ahora era incapaz de cortárselo, de cercenar su libertad. Fue tumbado allí, en la cama del hospital, donde creí entenderlo, ella era la golondrina de "La anunciación" de Fra Angelico, convertida en ángel por Cristo en la cruz tras haberse compadecido de él y haberle extraído de la frente una espina clavada desprendida de su corona de sarmientos. Creo que el pasaje está en algún aveangelio apócrifo: Durante la pasión de Jesús una bandada de golondrinas revoloteaba en el cielo y algunas se apiadaron de él y quisieron aliviarle en algo su sufrimienro extrayendo con sus picos las espinas clavadas que hacían sangrar su cabeza. Dios me enviaba su ángel más querido para que cuidara de mí. Todo un inmenso disparate, pero ¿quién necesita la coherencia habiendo poesía? Hasta escribí un relato durante aquellos días y los que le siguieron en mi cabeza. Nunca lo convertí en escritura, a pesar de que algunos pasajes los llegué a conocer casi de memoria tras reescribirlos mentalmente decenas de veces durante las madrugadas en vela ydurante los días mientras el Conejo Blanco me permitía concentrarme. Me prometí a mi mismo escribir el cuento en cuanto pudiera volver a sentarme ante el teclado del PC. Pero luego rompí mi promesa. Cambié de idea. Se como acaban los relatos nacidos del amor, del mío me refiero, como grotescos cadáveres momificados en forma de letra yerma. "Sirenas varadas en archipiélagos de luz", al igual que los cuarente sonetos, los escribí para Susana y ella jamás llegó a leerlos, a saber siquiera de su existencia. "La niña y el oso" lo escribí para Ruth y ahora ella ni siquiera quiere dirigirme la palabra, mucho menos aunn leer mis escritos. Tal es el rechazo que mi persona le causa. Escribir desde el amor es un callejón sin salida. No quería que "La cicatriz", que tal es el nombre que iba a darle, se convirtiese en otro feto deforme en el interior de un frasco con formol en el laboratorio de un taratólogo. Si al menos supiese escribir...



Mientras hago fotos sobre la pasarela peatonal que cruza La Castellana noto como el tablero vibra al paso de los vehículos. ¿O tal vez sean los trenes del subsuelo? El efecto es como si el tablero se pandease en un movimiento casi circular. Sigue habiendo contaminación. Las Torres Kio se perfilan claramente en mitad de la bruma de smog, mejor que otro días. Cuando se construyó este tramo de la La Castellana, que en su momento se denominó Avenida del Generalísimo, hacia las décadas de los 60s y 70s, se pobló de bloques de viviendas a uno y otro lado de la calle, edificios solitarios que no formaban manzanas, la mayoría de ladrillo visto, construidos sin alardes, parecidos a los que pueden contemplarse en cualquier ciudad dormitorio, con alturas entre los 7 u 8 pisos y los 15 en algunos casos. Poco a poco, con el cambio de siglo, se ha ido adecentando el tramo, reconstruyendo algunos de los edificios, unos pocos, que lucen fachadas más pulcras y modernas, añadiendo algunos de diseño. Sin embargo, el contraste con el tramo que cruza Chamberí sigue siendo notable. Los nuevos rascacielos, los de AZCA, los de la Plaza de Castilla, los más recientes de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y los que se prevén en la Operación Chamartín, justifican esteticamente este segmento de la avenida.

Pero la amargura vino mucho después. En aquellos días de hospital era feliz porque solo la necesitaba a ella y la sentía a mí lado. Lo más peligroso de la esperanza es la facilidad con la que prende. Es una planta rupícola, capaz de crecer entre las piedras, apenas necesita sustrato para echar raíces. Es una rosa del desierto que se nutre de la misma arena que la cubre. El de las creencias es un territorio que nos devuelve al país de la infancia. Nada suena más pueril que alguien confesando aquello en lo que cree cuando esas creencias nos son ajenas. Es algo que aprendí hace mucho, cuando era niño, en el colegio, en una clase de religión. Impartía la asignatura un antiguo cura que había dejado los hábitos para casarse, decían lso chismosos. Una tarde nos animó a que explicásemos cada uno ante nuestros compañeros aquello en lo que creíamos. Después de escuchar diversas variantes de la fé católica, todas mal explicadas y con voces y razonamientos infantiles, me animé a tratar de explicarme. Se trataba más bien de ideas inconexas más que de una teoría elaborada, ya que en estos asuntos creo que hay una total carencia de certezas. Para mi sorpresa, al cabo de unos minutos de empezar a hablar empecé a escuchar risitas. A algunos de mis amigos les parecían un mero hatajo de tontunas lo que estaban escuchando. Me sentí más avergonzado que dolido. El profesor, supongo que para echarme un capote, me preguntó al acabar si había oido hablar alguna vez de Teilhard de Chardin. Yo dije que no, entonces él me aclaró que lo que acababa de exponer de forma tan vacilante, por momentos con balbuceos, se parecía mucho a la teoría sobre el Alfa y el Omega del clérigo francés. Ojalá. Aquello era mucho trillar la paja pensando que puede haber grano. En realidad donde mejor he visto plasmadas mis ideas fue en la novela "Legión" de William Peter Blatty, la continuación del bestseller "El exhorcista". Imagino que no es la mejor de las credenciales. En todo caso mucho menos prestigiosa que la del filósofo jesuíta. Una de las ideas, también pueril, que expone Blatty en esa misma novela, en realidad su protagonista, un teniente de policía encrgado de investigar unos asesinatos con componentes sobrenaturales, es que el purgatorio es un lugar donde las almas, que por sus heridas no pueden alcanzar el cielo, son tratadas de sus dolencias para que sanen, como si fuesen los pacientes de un gran hospital donde los cuidadores son ángeles. Así percibía yo la UCI, un parada en el purgatorio en mi tránsito tal vez hacia otro lugar desconocido. Una etación intermdia en la que percibía presencias angelicales, algunas de carne y hueso y otras spectrales, como la de mi golondrina. En "Sirenas varadas en archipiélagos de luz" hice uan vez un intento de exponer mis pueriles creencias, las que hicieron reir a mis compañeros de clase. Lo convertí en relato que presenté a un concurso literarario de la Universidad Politéncia, en el que fue premiado con un segundo puesto. La verdad solo la sabremos cuando muramos, y por eso puedo afirmaro estuve a punto de conocer el secreto.

Aunque el plan que me he fijado es recorrer la calle Sinesio Delgado desde su cruce con La castellana hasta cerca de La Vaguada para buscar un lugar desde donde poder fotografiar las cuatro torres, al final desisto y me contento con encontrar una ubicación que me permita obtener una buena imagen de la que me falta por capturar: La Torre PWC. Ha sido recordr a la golondrina y empeara  arrastrar lso pies de forma cansina. Aunque las fachadas son de vidrio, el aspecto de la torre por la coloración le hace parecer fabricada con material plástico. Si fuera así el nombre estría bien traído, aunque sea meramente comercial y antes se llamara Torre Sacyr-Vallermoso por sus anteriores dueños. La sección del edificio es la de un triángulo aproximadamente equilatero pero con los lados curvos. En el reflejo en la piel de la Torre de Cristal, que parece un tatuaje, si silueta es mucho más estilizada. El solar vallado que aparece en primer término de la imagen es donde estaba previsto construir el nuevo palacio de congresos de la ciudad. En la vuelta a casa sigo de cerca una chica mulata que camina muy despacio para no tropezar, ya que es incapaz de soltar el móvil, cuya pantalla parece su único mundo. Siento la tentación de pedirle que me deje hacerle una foto pero la timidez me lo impide. Este album contiene muy poco paisaje humano. Echo de menos a Patricia. Todas las muejeres de piel oscura me remiten a su recuerdo. Son 115 minutos de paseo. Siento que mi viaje a La Paz está concluido, que no debo insistir en la ruta norte por el momento.

 

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