martes, 8 de diciembre de 2015

Album de fotos (22)




4 de diciembre de 2015

Hasta el último momento he sentido la tentación de hacer novillos. Es viernes y me da tanta pereza salir a la calle. Además, tengo que ir hasta la Plaza de Colón, lo he prometido, y eso son dos horas de paseo como mínimo. Ya no estoy para hacer marchas olímpicas. Juro que ha sido el mohín de reproche de mi miga, que me he imaginado de una forma totalmente convincente en mi cabeza, casi de forma hiperrealista, como un cuadro de Vicente López, lo que me levantado del sofá y me ha hecho salir por la puerta de casa. Eso sí, casi media hora tarde. Porque ha sido una pelea titánica conmigo mismo. Pero tirán más dos pecas que dos carretas, como reza el sabio refrán. Además, es demasiado pronto para rendirme en mi pulso contra la apatía. Para compensar el retraso he caminado como alma que lleva el diablo, como el Correcaminos perseguido por el Coyote, bip-bip, hasta llegar a la Plaza de Emilio Castelar. Ahí he saldado la otra deuda que tenía pendiente: Fotografiar el monumento de Mariano Benlliure por sus cuatro costado. He dejado este flanco para el final porque es el que menos entiendo de los cuatro. Hay un artillero disparando un cañón y debajo un friso con muchos personajes. Los dos de la derecha son una pareja que parecen desnudos, como un Adán y Eva en pleno ataque decorativo. La postura de ella, apollada en el hombro de su hoombre, sinuosa como la serpiente del árbol del bien y el mal, casi te hace olvidar a la verdad desnuda del otro lado del monumento. ¿Serán la misma persona, la misma modelo, quiero decir? la verdad nos hara libres si no nos parte por la mitad y nos arroja del Paraíso. Hay cinco señoras en cueros en el monumento de Benlliure, si contamos las tres gracias de la cúspide. ¿Don Mariano es un poco pillín o lo eran los viandantes en su época, que buscaban emociones fuertes? Mejor preguntado: ¿Lo soy yo que reparo en estos asuntos intrascendentes desde un punto de vista moral aunque no artístico? En mi defensa diré que una señora desnuda nunca me ha parcido un asunto sin importancia desde cualquier punto de vista desde el que se trate.

Leí ayer en la "Guía de Madrid. Siglo XIX", de Ramón Guerra de la vega, y luego curioseando en internet, que el nombre de la avenida que ahora recorro procede del monumento que antes ocupaba la rotonda central de la Plaza de Emilio Castelar, la denominada como fuente de La Castellana. Desde antiguo en este punto existía una fuente rudimentaria que recogía las aguas de un arroyo natural, alimentado por una surgencia de los manantiales subterráneos que recorren el subsuelo de la zona y que llamaban de esa forma: Arroyo de La Castellana. En 1830 Fernando VII mandó eregir un monumento para conmemorar el nacimiento de Isabel II. Se quería sustituir la tosca fuente tradicional por otra más artística y acorde con la calle, que empezaba a cobrar empaque como una de las principales de la capital. Se encargó el proyecto al arquitecto Francisco Javier de Miriátegui, que se demoró tres años en completarlo, por lo que la fuente solo pudo ser inaugurada coincidiendo con la celebración del tercer cumpleaños de la princesa. La colosal fuente constaba de un enorme pila flanqueada por esfinges, con un pedestal en el centro sobre el que se alzaba una columna de fuste estriado. La fuente fue mutilada en 1869, eliminándose el pila para el agua y las esfinges, que fueron trasladadas al estanque del Retiro, quedando el monumento central rodeado de zonas ajardinadas. En 1906 el grupo escultótico central fue desmontado, la vegetación desbrozada y ambos reemplazados o por el actual monumento a Emilio Castelar. Hasta 1914 no se le encontró nueva ubicación al monumento de Mirátegui, por lo que tuvo que permanecer hasta entonces en los almacenes municipales. El nuevo emplazamiento elegido fue la Plaza de Manuel Becerra, o Plaza de Roma, que por este nombre también se la conoce, donde volvió a convertirse en fuente, recuperando una pila de agua y las esfinges originales. Una remodelación urbana del Barrio de Salamanca obligó a volver a trasladar la Fuente de La Castellana, que ahora luce en el Parque de la Arganzuela, su emplazamiento definitivo pro ahora,  en el denominado Madrid Río, aunque con las esfinges y el monumento central desperdigados por el lugar y en dique seco.

La "Sirena Varada" de Chillida está hermosa cuando paso junto a ella. Como al monumento de Miriátegui en Arganzuela, le falta una pila de agua para poder bañar su elegante desnudez. La luz del atardecer invernal favorece su tersa piel de hormigón armado. Son seis mil kilos de femineidad que atraen a los viadantes hacia las rocas con su canto de sombras y luces. Una Big Mother, como dirían los anglosajones, pero de carnes muy pietras, del material más duro y resistente que existe. Si se me permitieran más de tres imágens por hoja del album le haría otra foto. Repetir motivos es un lujo que no me puedo permitir. En el tramo entre el paso superior de Eduardo Dato y la Plaza de Colón presto especial atención al edificio de las oficinas centrales del Banco de Santander, en el 24 y 26 del Paseo de La Castellana. Me parece fascinante por su regularidad. Tiene cuatro hileras de balcones de 17 unidades cada una, todos aparentemente iguales. No me he podido resistir a contarlos. Es un número impar y eso por alguna razón me incomoda. Es además un número primo, por si a alguien le sirve el dato para desentrañar alguna teoría de la conspiración con ramificaciones de carácter global. El color verde musgo de la fronda de los plátanos, casi de tonalidad verde pistacho donde las hojas se han agostado un tanto, combina elegantemente con el color de tonalidades pastel de la fachada. Bien pensado, es sorprendente que los plátanos aun conserven la hoja. Doblemente sorprendente. Buena y mala noticia al tiempo. Los ecologistas dirán que es un síntoma del cambio climático, que siempre se entiende como una catástrofe, a pesar de que el impacto del meteorito en la Península del Yucatán hace 68 millons de años trajera un invierno nuclear y, a la postre, la proliferación y evolución de los mamíferos, súbitamente liberados de la tiranía de los reptiles. Un ingeniero de montes, como yo, dirá que es un síntoma de buena salud en el arbolado. Cuando yo estudiaba la carrera hizo acto de aparición en España una terrible plaga para los plátanos, que amenazaba su supervivencia. Por de pronto, la especie predilecta para las plantaciones lineales en las aceras de las calles de Madrid se convirtió en una proscrita. ¿Para qué plantar árboles deshauciados? Desde el cambio de siglo aproximadamente se usan otras especies. Originario de Australia, el plátano había dejado en su tierra natal la terrible enfermedad de la antracnosis, causada por un hongo, que infecta los vasos de savia de las hojas y los rompe, causando la muerte y caída de éstas. El hongo necesita un vector para poder propagarse, tiene ls patas muy cortas. Su cómplice es una chinche, conocida vulgarmente como "el tigre del plátano", la Carythuca ciliata, que se alimenta de la savia de los árboles. El insecto, fascinantemente bello si se mira a travás de una lupa -la muerte a menudo lo es si se la mira de cerca y con detenimiento-, porta el hongo en su organismo y lo inocula a la planta cuando inserta su órgano chupador en un nervio de las hoja. Los estragos de la enfermedad son fáciles de observar en Madrid todos los veranos. Basta con coger una hoja que haya caído de forma prematura a los pocos días de la foliación y observar los nervios, que aparecerán como subrayados con un rotulador marrón, síntoma de que han reventado, como en si el ramillo hubiera sufrido una embolia. Un día el tigre del plátano, que estaba a buen recaudo en Australia, empezó a migrar y a expandir su área de distribución hacia otros países con presencia del árbol que le procura el alimento. Con el correr de lo años ocurrió lo inevitable: que fue visto por primnera vez en España. En pocos veranos la enfermedad arrasó las plantaciones ornamentales de todas las ciudades españolas, ayudado por el hecho de que los depredadores de la chinche no le habían seguido en su viaje. Pero desde hace un lustroa proximadamente cada vez cae menos hojas, que duran hasta el invierno en muchos ejemplares. Es como si los árboles se hubieran vuelto más resistentes o sus enemigos menos pujantes. Quizás los plátanos tengan esperanza después de todo. Auqnue es poco probable que vuelvana utilizarse como especies ornamentales, pro la sencilla rzón de que sus frondas enfermas les restan belleza. Vale, estoy divagando. Mi psicóloga me acusa de hacerlo constantemente, de aprovechar esa tendencia para acabar dejando sus preguntas sin contestar.



Cuando llego a Colón han pasado unos cincuenta y tantos minutos desde mi salida de casa. Hacia la izquierda, es decir, hacia el este, se extiende el territorio de Aicha. Subiendo por Goya se llega al que era su piso, el que yo le ayudé a alquilar haciéndome pasar por su pareja. Un poco más arriba, en Conde de Peñalver, hay un Kentuchy Fried Chicken al que solía ir con Patricia, a cenar normalmente. Era una yonqui de extra-crujiente. Y supongo que no habrá variado su dieta. Me cambiaba con descaro mis trozos de pechuga por sus muslos. Dicho así hasta puede que suene provechoso. Pero es que lo hacía sin pedirme permiso, con una sonrisa pícara en la cara en la que se podía leer: "Sé que eres incapaz de negarme algo". Y desde luego que tenía razón. Era como los niños, cogía las cosas que se le antojaban sin rendir cuentas a nadie. Si había reproches simplemente te deja con la palabra en la boca. Si eran por teléfono te colgaba sin más. Con ella me convertía en un pagafantas. En realidad me ocurre con todas, aunque cone ella más, porque hacía de mi debilidad un arte.

A la sombra de la estatua del almirante, que se estira hacia la acera que ocupo, se me agolpan los recuerdos de una y de otra y opto por la solución más fácil, torcer hacia la derecha, hacia el oeste y subir por la Calle Génova. Los cobardes que se baten en retirada son los que al final de la batalla sobreviven para contarlo, aunque sea en un blog. Bueno, en realidad no es así: prevalecen sobre el campo de batalla aquellos ejércitos que logran mantener su cohesión. Tras el sálvese quien pueda con el que se desmoronan las líneas no puede salvarse nadie. Pero ya seré valiente la semana que viene. Al llegar a la calle Zurbano inicio el retorno hacia el norte, hacia casa. Me llevo media docena de fotos de las Torres de Jerez en la mochila. No es lo más hermoso de la plaza pero si lo más conspicuo. En el camino de vuelta Zurbano resulta ser un filón de edificios interesantes, y se convierte en la ruta para días venideros. Aunque antes quiero explorar mi radio de alcanbce hacia el norte, hasta donde soy capaz de llegar si sobrepaso la Plaa de Castilla. Le debo una visita al Hospital de La Paz. Al final logro batir el record de duración de un paseo, como estaba cantado: 110 minutos. Habrá que ir pensando en redondear a las dos horas.


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