jueves, 29 de enero de 2015

El Fútbol y sus aledaños (177) - Ingrata cenicienta


Ingrata cenicienta

Decía anoche Quim Doménech en "El Chiringuito de Neox" que jamás había visto a un jugador de fútbol arrojándole una bota a un lineer, que era para él una imagen inédita, y que semejante acción no hubiera acarreado más que una tarjeta amarilla le causaba auténtico pasmo. No puedo más que coincidir con estas palabras, por más que el denunciante, un barcelonista, y el agredido, un juez, puedan serme sumamente antipáticos. Tengo esa fobia tan española hacia quienes se dedican a impartir justicia, y que además lo hacen por vocación, no porque las circunstancias se lo impongan. -¿Quien quiere ser juez en un tribunal, en este caso uno alfombrado de verde césped? Los tiranos, nos contestamos enseguida los españolitos de a pie. ¿Alguno de vosotros quiso serlo en el patio del recreo cuando jugábamos al fútbol? En nuestra infancia nunca hubo árbitros-, y esa otra fobia, heredada por mis mayores madridistas, hacia todo lo que huela o asemeje a culé. El caso es que ayer a las doce, cuando comenzaron los programas radiofónicos y televisivos deportivos, el cholismo se convirtió en calabaza y su pequeño auriga, pequeño en lo futbolístico, en ratón con látigo de juguete en la mano. Se acabó el encantamiento. Y ya es de ser ingrata, que la Cenicienta le arrojase el zapatito de cristal a su hada madrina arbitral, la que le ha permitido asistir estos años al baile de los títulos.

Este sortilegio ya lo habíamos visto esfumarse en parte con el mourinhismo, pero había más argumentos futbolísticos con los que sostenerlo en su caso. Argumentos reales, aparte que ese que eufemísticamente se ha venido a denominar como intensidad para vestir la violencia desnuda con bellos ropajes lingúisticos. Tenía al equipo de Mourinho al mejor jugador del mundo. O, al menos, al segundo mejor, si tenemos la intención de seguir confiando en el criterio de Doménech, que ya aclaro que va a ser por poco rato. También una plantilla hecha a la medida de su entrenador, con sus Khediras y sus Carbahlos, y la de su presidente, con sus Di Marias y sus Öziles. Pero este atlético se queda en porretas en cuanto se le desviste de intensidad, y su desnudez solo cabría camuflarla como un desfile de Victoria's Secret si no fuese porque se trata de un deporte supuestamente practicado por hombres, aunque cada vez sea más mirado por mujeres. Como los pases de lencería, por cierto. Es lícito, ya lo dije hace algunos años, suplir lo que te falta en calidad con esfuerzo. Así se logró ganar la Séptima. La más esperada, porque las cinco primeras llegaron enseguida, en un suspiro, y la Sexta tampoco se demoró tanto. Sino de qué. Como se habría podido superar si no hubiera aido así a un equipo que reunía en su once inicial nombres como los de Del Piero, Zidane, Deschamps y Davids. Los tres últimos componían la media de moda entonces, no solo en el ámbito de las competiciones de clubs sino también en las nacionales, con medio medular francesa más el refuerzo corajudo del pequeño halandés de las gafas psicodélicas y el pelo a los rastafari. No siempre gana el mejor, no siempre lo merece al menos, porque si no fuera así los enfrentamientos se resolverían en gabinete por un grupo de peritos y evaluadores. Vamos, el paraíso de los columnistas de la prensa deportiva.

Aquel Real Madrid de Morinho, lo siento si alguien se ofende, aunque también lo entiendo, alcanzaba a mirarle a los ojos a su misma altura a aquel Barça de Guardiola cuando se ponía de puntillas, pero un detalle de Benzemá, entonces muy poco valorado, o de Özil, servía para ponerle alzas a nuestra fantasía, para hacernos soñar con acudir a palacio para asistir al baile de los títulos. Y no, no fue tan bondadosa con nosotros el hada madrina arbitral. A Mourinho se le expulsó en su último partido oficial en la liga española, aquella final de copa, por hacer bastante menos de lo que en todos los encuentros hace Simeone. Si ayer Arda Turan le arrojó a un lineer una bota, hay que recordar que el Cholo le arrojó un balón a Varane hacia el minuto noventa y tantos de la final de Lisboa. El caso es arrojar cosas, lo que se tenga más a mano. O más bien al pie. Porque este Atlético piensa con los pies cuando se le calienta la cabeza y le deja de carburar. Es ser muy ingrata Cenicienta tal actitud. Esa cara tiznada de los chicos de la orilla del Manzanares ha embelesado la imaginación de la prensa estos tres últimos años y se ha convertido en la protagonista del cuento Disney. En la final de Champions del año pasado casi hubo beso del prínicipe Platini, que la veía con mucho mejores ojos que a su fea prima madrileña, que no sabía lavar y planchar también -aquella final fue un fetival de plantillazos-. Beso y copa. Anda que no le dolió al asiduo al Ritz cada vez que viene a Madrid -sabe la realeza regalarse la vida- no poder marcarse un baile en el palco con la Cenicienta atlética. "¿Who is that gilr?", se preguntaba media Europa, sin acordarse mucho del precedente del Bayern. Un gol de churro de Godin, que tampoco difería mucho del que marcara Mijatovic en el Amsterdam Arena -y establezco equivalencias solo en cuanto a significado dentro del partido, porque había bastante más estética en los pasos de ballet del balcánico que en el salto de hip-hop del urugayo-, y bien poco más. La victoria del Real Madrid solo pudo sorprender a quienes aun creen en Walt Disney, cuya perseverencia en la fe elogio sin reservas. Un Walt Disney que me barrunto si no sería ese señor -o al menos su espíritu frigorizado-, que se agachaba tras el lineer para que el zapatito de cristal no se le incrustara en la cara por el tacón de aguja. Frustrada se queda la Cenicienta atlética cada vez que no le llega invitación para el baile, ayer Arda Turan, aquel día en la Lusitania Simeone, hasta llegar al berriche cuando hay cambio en el argumento del cuento. Y siempre la toma con su hada madrina o un gentil paje- Rafael es probablemente el central más limpio que hayamos visto-, sin caer en la cuenta de que la culpa sería en todo caso de otro, llámese la divina providencia, Dios padre o guinista de la Disney. El cuento no puede acabar siempre igual, máxime si se trata de un desenlace inverosimil, porque sino no sería tan creíble lo increíble y nunca podríamos volver a convertir en carroza ninguna otra calabaza futbolera. Solo me queda esperar, aunque se que también me adentro en el terreno de la fantasía, que se aplique el mismo rigor en el juicio moral, al menos uno parecido, a Turan por tratar de agredir que a CR7 por simplemente hacer la colada en seco.

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