Una reliquia de santo en la portería
Julián Ruiz
El Mundo - 26/08/2014 - Madrid
Como en los tiempos frágiles, a diez minutos del final, Carvajal perdía tiempo ante el arrebato cordobés. Se jugaba contra un equipo que es escasamente el ocho por ciento del presupuesto despilfarrador del Madrid. Así que el publico empezó a pitar, porque se había cansado de pasar miedo con las apariciones de Casillas y el terror que provoca en todos los córners. Invito a un familiar suyo que acuda a las gradas y palpe en vivo o sea consciente del pánico que produce cualquier salida horrible, como en el primer tiempo o con un despeje al centro, que acabó en gol anulado, mientras Chamartín soplaba porque se acabalaba el pánico. Es verdad. Es verdad. Como me decía un amigo, es como si en la meta del Madrid hubieran colocado un relicario, que naturalmente contiene la reliquia del santo Casillas.
Uno duda de cual es la auténtica postura del Ancelotti. Puede que realmente esté representando una ópera bufa. De otra manera no logro entender que su prestigio no baje hasta al infierno por dejar que le traspasen a su meta titular para que pueda estar el "relicario" en la meta blanca. Es no sólo una ignominia sino además un caso insólito en la historia de un equipo grande.
Ya digo que le esté provocando a Pérez, porque sabe infinitamente bien que James no puede ser el Di María en su 4-3-3. ¿Quiere demostrar que se han tirado 80 millones para vender unos miles de camisetas? James ha venido con peso de más y con tantos metros por delante parece tan malo como Isco. ¿Qué quiere demostrar Ancelotti? Probablemente, que el destino no puede ser bueno, como si se representará la "muerte de un campeón". Mientras, se concreta la purga de "jugadores" que trajo Mourinho, como si aquella época hubiera sido la invasión de los hunos.
Lo que descompone a la grada es que, además, el equipo no tiene carisma. No tiene gancho. Ni ilusiona ni enamora, ni siquiera a la luz de la luna. El Madrid es como un mausoleo frío como el mármol, con la reliquia en la portería. Ni siquiera el portentoso Kroos puede salvar la desidia, la asfixia por el calor, la depresión por la pérdida de un título. Malos tiempos para la belleza del fútbol en el Real Madrid.
Que me perdone el ataque cordobés, que no recree hasta los cielos su insolencia, su vergüenza cordobesa, su magnífico partido, tan sólo con un pellizco de dinero de lo que se gasta el Madrid. Pero el fútbol iguala los presupuestos cuando hay una atención a la honestidad.
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Por un casual este mismo domingo estuve en El Escorial. Tarde agradable de calor muy moderado en la sierra madrileña, de cielos azules ligeramente vetados de blanco y carreteras casi igual de despejadas. Procedentes de la otra vertiente del Guadarrama, de tierras serranas abulenses, acabamos curioseando por el entorno del monasterio y acabamos entrando en la basílica y los claustros, sin mayor motivo, solo porque nos pillaba más o menos de camino y había ganas de viajar en el tiempo, más que por la geografía, de demorarse un poco en el pasado antes de acceder a Madrid, el acuciante ahora, el vértice final del viaje, de este y del de casi todos. Madrid siempre ha sido el último capítulo en toda mi narrativa en tránsito.
Allí, en aquella imponente iglesia de dimensiones ciclópeas y techos pintados, había un apartado dedicado a la colección de reliquias, imagino que en su mayoría de Felipe II, que fue un ávido coleccionista de las mismas. En ambas naves laterales de la basílica había sendas estanterías que llegaban hasta el techo repletas de relicarios y restos de santos, encerrados cada uno de aquellos trozos sagrados en auténticas piezas maestras de orfebrería. El oro y la sangre, la plata y el hueso, se mezclaban de suelo a techo, del solado de mármol a la bóveda pintada, en un alarde de religiosidad y superchería solo al alcance de reyes traumatizados por el peso de púrpura. Dicen que en su muerte, tan agónica, Felipe II quiso rodearse de todas sus reliquias para tratar de expiar sus culpas antes de marcharse de este mundo. Era consciente de que su sufrimiento era merecido. Su cuerpo de pudría, literalmente, y hasta a sus más allegados -pocos ya, porque los sobrevivió a todos; ese fue otro de los castigos que hubo de soportar aun en vida en pago por sus pecados- les costaba mantenerse en la misma habitación en que agonizaba. El rey creía en el poder milagroso de las reliquias hasta un nivel lindante con lo pagano, y si es verdad que no se le escuchó ni una sola queja, nos lo cuenta Henry Kamen en su biografía del monarca, también lo es que quiso aliviar su dolor, más espiritual que corporal, con el efecto placebo de las miasmas de los santos que le precedieron en el tránsito hacia los cielos. Si es que ese era su destino. El enfermo quería creer que sí.
Estoy al tanto del poder de los símiles, los uso demasiado a menudo cuando escribo de fútbol como para no estar al tanto, pero su poder evocador a veces excede con mucho las que fueron las intenciones iniciales cuando se decidió su uso. Una casualidad, una carambola geográfica en la víspera del partido, me ha permitido entender bien el significado de la que propone Julián Ruíz en su artículo. Porque el suprime uno de los aspectos principales del mismo, sino el más importante: La fé. En estos tiempos descreídos, en lo religioso y en lo profano, en que ya casi nadie cree en Dios, aun menos en su equipo de fútbol, el significado de las reliquias se ha perdido y se han convertido en algo bufo, en el mejor de los casos, cuando no en algo directamente desagradable. Mi acompañante en la visita al monasterio no quería acercarse a las estanterías, ni siquiera tentado por el morbo. Detestaba hasta el mismo concepto de reliquia. Lo mismo que Julián Ruíz, que evidencia su desdén y su desprecio por aquello en lo que se ha convertido Casillas. Tan solo una caricatura de si mismo, un pedazo de lo que antes fuera un todo glorioso, santificado, desgajado del resto, amortajado y encerrado en ese estuche de oro, digno del mejor orfebre, que es la portería madridista.
La broma de Julián Ruíz ha tenido algún recorrido, al menos en Twitter, porque estamos rodeados de descreídos. Desprovistos de la dimensión sacra de las cosas, convertido el fútbol en un mero asunto de venta de camisetas, ampliación de contratos a la alza y traspasos millonarios, con crónicas de los encuentros en las que ya parece casi obligado aludir a la desproporción en los presupuestos de los equipos -sobre todo si uno de ellos es el Real Madrid-, con esta irrupción en tromba del factor dinero, a lo Tío Gilito, poco espacio dejan las monedas y los billetes en la caja fuerte piscina para la lírica, la memoria y lo emotivo: Elementos en los que antes nadábamos tan ricamente. Ya sólo emociona el balance de resultados y ser citados en primer lugar en los informes de la revista Forbes. Lo material ha usurpado por completo su espacio a lo espiritual, y nada más material que el dinero, del que solo sabemos gozar si nos abulta la billetera y hace que notemos claramente su peso en el bolsillo, hasta hacernos parecer que el hueco es demasiado chico. "Pecunia non olet" -"El dinero no huele"-, le decía el suegro de Isabel La Católica a su hijo Fernando, parafraseando al emperador Vespasiano, para convencerle de que aumentara la carga de los impuestos a sus súbditos -quien dice impuestos bien puede decir entradas-. Y cuanto más es el dinero menos olor tiene. Sirva como ejemplo el traspaso de Di Maria, en el que la mágica cantidad de 75 millones de euros ha servido como potente ambientador para disipar los aromas cargados que se venían padeciendo en torno al jugador argentino. Menos de esa cantidad nos habría obligado a abrir las ventanas y fumigar el vestuario. La promesa difusa de esa frase inconcreta que últimamente tanto se escucha de "más objetivos", y que viene a significar algo así como "y algunos milloncejos más por añadidura, si es que la cifra inicial no es lo suficientemente obscena", parece como palabrería convertida en aroma de incienso o de madera de sándalo con los que disipar el aroma a podrido, aunque los objetivos, si se cumplen, vayan a ser los del Manchester United y no los nuestros. "Verba volant, scripta manent". Las palabras se las lleva el viento, son solo aire, pero la escritura permanece, porque es un contrato al que se obliga el que subscribe. Ya de nada valen la intención de las partes, su voluntad de acuerdo, y el apretón de manos, porque hemos perdido la dimensión sacra de las cosas. Ya hasta ofende la comunión entre equipo y grada, que tanto más significado tienen, más necesaria es, cuando los jugadores flaquean. El hacer constantemente tanto hincapié en lo que cobran estos señores es cierto que no es algo que huela, que deba ofendr, pero lo mismo no solo le ha quitado el olor al fútbol, también su sabor y su tacto. Esto es, su roce, que es lo que hace el cariño. O eso es al menos lo que dicen.
Convertido el Bernabéu para muchos en un mausoleo, cuadra esa imagen de la reliquia ikeriana en la portería que nos propone Julián Ruíz. Cuadra el reírse de los que creen, de los que titubean cuando se les exigen datos o argumentos para apoyar sus opiniones -opiniones que les surgen del corazón y no de la cabeza, y por eso cuesta tanto defenderlas-, de los que perciben el fútbol como un algo que les supera y a lo que les cuesta enfrentarse cuando el embite es importante, como ocurrió en Lisboa. Cuadra el reírse de las lágrimas de los que sufrieron por la agonía de Iker tras el gol de Godín. Casillas es como una reliquia en la nave lateral del monasterio madridista, al que solo le faltan los chapiteles piramidales terminados en punta sobre la cubierta diseñada por Lamela para erguir un porte herreriano junto a La Castellana lo suficientemente convincente, porque las hileras de arbolado en los bulevares de la avenida son un remedo muy acertado del verdor que ofrece la ladera del monte Abantos como telón de fondo al edificio escurialense.
Lo curioso de todo esto es lo rápido que vuelven a percibir los descreídos la dimensión sacra de las cosas cuando les mientan lo suyo. Por ejemplo, a Arbeloa. Entonces entramos en el territorio de las pocas bromas, en el proceloso mar de los sentimientos -en este caso los suyos y, por tanto, mucho menos risibles-, en el que zozobran meritocracias y el bien colectivo, en los que el escudo deja de estar por encima de todas las circunstancias personales para verse cubierto por el oleaje hasta media canilla. Si Casillas debía aceptar sin rechistar su suplencia a favor de Adán o Diego López, la titularidad de Carvajal se convierte en anatema. No digamos ya que salte al campo para suplir a un desarbolado Arbeloa -y a esto así, lo que indico con esta separación entre el dedo índice y el pulgar, me he quedado de hacer el juego de palabras-. Entonces ya no está bien visto intentar amarrar una victoria que se ve peligrar ante un modesto Córdoba, apuntalando las vías de agua en defensa que todo el mundo detecta, todos los feligreses que han acudido al monasterio, sean descreídos o no. Sean creyente de un dogma o del contrario. Crean en las reliquias del santo o en las del barbudo eremita. La soledad del que para muchos es el Capitán virtual del Real Madrid, por aquello de que es más relevante en Twitter que en el terreno de juego tal vez, hace que su imagen empiece parecerse a la de un san Jerónimo pintado por Jusepe Ribera, con al misma expresión ascética en el rostro incluida.
Dice José Luis Sánchez que Arbeloa está harto de las bromitas, de que le señale Ancelotti, que medita por esa causa marcharse. Pues suerte ha tenido con el entrenador que le ha tocado en sus horas más bajas, que no se chotea ni hace escarnio de sus propios jugadores en rueda de prensa, como sí hacía Mou cuando se sentía acorralado por los resultados. También tiene suerte con la parte de la afición que le toca. Porque la otra, la que no le traga, no tiene ni la milésima parte de chispa o de mala leche a la hora de hacer chistes con los que hacer sangre, astillas de hueso para relicario, ni las mismas ganas de perpetuar la juerga hasta el infinito. Si hay más beligerancia en la grada mourinhista hacia sus contrarios que en la casillista creo que es porque cuando flaquea la fe en las propias creencias algo nos impele a intentar socavar los cimientos de las de los demás, que pueden llegar a ofendernos más por su aparente firmeza que por su naturaleza. La mujer de Di María animaba a quienes no entendieran sus reacciones, las de ella y su marido, a calzarse sus zapatos. Solo calzado con ellos uno entiende donde le aprieta el cuero o martiriza al propietario la chinita que se ha colado dentro. El caso es que tengo la firme convicción de que Arbeloa no aguantaría ni 10 pasos calzando las deportivas de Casillas. En ese caso, en vez de transitar por las bromas sobre la flotabilidad de un yate, que ni siquiera era el suyo, tendría que haber transitado por las relativas a la flotabilidad de su hijo. 5 minutos con Mou como rival en el trabajo no creo que convaliden ni con todo una vida con Ancelotti como encarnizado enemigo.
La gota que colmó el vaso de Casillas, que en Arbeloa ha resultado ser su sustitución por Carvajal, hace mucho tiempo que fue vertida. Ni siquiera creo que sume ahora la más que llamativa traición de Roberto Morales, una entre otras muchas de sus amistades peligrosas en la prensa de antaño. Es una gota que directamente vierte fuera de tiesto. Si cuando le doraba la píldora y arremetía contra Arbeloa era pecata minuta su comentario al lado del de otros periodistas casillistas, ahora que hace justamente lo contrario resulta ser menos que cero. Irrelevante. Porque ya ni credibilidad tiene. Ni la proximidad anímica a Iker que antes le ponía a tiro de piedra de la confidencia y la delación interesada en horario de máxima audiencia. Los periodistas tampoco creen en las reliquias, aunque sean de aquellos que se han pasado años tildando como amigos. Roberto Morales ha resultado ser más amigo del trabajo que de Casillas. Que esté tranquilo que ya hemos quedado en que el dinero no huele.
Mal comienzo tuvimos de Liga este lunes, pero no tan desastroso como el de la pasada temporada, en la que un gol de Isco, cuando ya expiraba el tiempo, nos salvó del desastre absoluto. Entre aquel Real Madrid y este hay dos diferencias sustanciales: Pepe y Carvajal, que ahora mismo son quienes dan carácter al equipo. Si el brasileño hubiera jugado la Supercopa nadie me quita de la cabeza que hubiéramos logrado el trofeo. No sólo es que sea de largo el central más en forma de los cuatro, es que además hace sustancialmente mejor a aquel que le acompaña. Si Carvajal hubiera estado de inicio frente al Córdoba no hubiéramos pasado apuros en la segunda parte. Ambos jugadores son como reliquias de lugares sagrados en la Lusitania. Pepe, incluso sin haber jugado aquel partido, provoca en mí más fervor y tranquilidad de espíritu que aquella medallita de la Virgen de Fátima que me regalara mi padre junto a la de la Virgen de la Soledad, patrona del lugar donde nació. Ojalá hubiera más fé en la basílica merengue y menos fervor por los números, tan maleables, tan faltos de calidez. No me parece mal que le hayan puesto coros y que a la escolanía -antes la juventud era un requisito ineludible que se suponía para poder acceder a ella- le hayan llamado con un nombre que suena a reliquia sonora, atemporal: "(minuto) 93". Tempus fugit. ¿Lo escribo solo por seguir trufando esto de latinajos o porque procede? Contra el paso irremisible del tiempo no hay mejor antídoto que un gol de Ramos de cabeza, utilizando la sien como superficie de contacto para perder la noción de las cosas, incluso el avanzar de las mancillas del reloj. Bien están los nuevos coros, como decía antes. Y no estaría tampoco de más incluso un órgano como el que luce en la Basílica de El Escorial en vez del bombo y el megáfono en manos del más lanzado. Aunque me han dicho que cuando Casillas encajó el gol de Raúl García algunos de los escolapios corearon el nombre de Diego López. Otra gota que cae sobre el vaso colmado de Iker Casillas pero que ya no suma calado.
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