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Que sorpresa descubrir
que tu cuerpo también gravita,
que no se acaba la luz
donde la materia comienza,
que desear es también una forma
de comprender tu venida.
Allí estaba yo,
una velada impaciencia
de carne manifiesta,
de sangre crucificada
Quererte era mirarte
entre la fronda de la noche,
unir los dos pedazos
de lo que fuera un origen,
ahora y siempre.
Y la marcha,
la marcha absurda
de lo que recién llega.
Lavar tu cabellera
con la espuma negra
de una penumbra cultivada
y mojar mis manos
en un solo recorrido;
solo uno.
No existen direcciones
donde todo es oscuridad
y ladran las formas
sus siluetas adormecidas.
Que sorpresa recibir
el don de la mañana
y recibirlo despierto,
asistir al comienzo
de lo que nunca se acaba
Tú cuerpo también gravita
sobre las sábanas selvas
y, allí, donde habla
la voz de la corriente
es el agua más bicolor,
más para nunca y más durante
de esos dos milenios
que nos abrazan.
Para lograr la unidad
trazar la línea imaginaria
de un quebrado
si es que es lo de abajo
igual a lo de arriba,
porque siempre es primavera
en algún lugar de tu cuerpo
y todo lo que asciende,
cuando llega su otoño,
tendrá al fin su caída.
Qué sorpresa entender
el lenguaje de los signos,
que cada sí es una senda,
que cada beso es un cautivo,
que cada roce demora más la partida,
que pereceré víctima
del puñal de tu memoria
y ya para siempre seré
arena viva de tu recuerdo.
Maldigo la fuerza
mientras me siento arrastrar
por la furia del huracán,
y aun la noche,
y aun el vacío,
y aun el silencio,
me vuelvo a llenar de ti,
porque nuestros pensamientos son
como vasos comunicantes.
Que sorpresa verte
y oír como la luz
roza nuestros cuerpos
donde siempre es medianoche,
donde la noche verdea
como hojas de mediodía.
Que sorpresa descubrirte
y tenerte y amarte
y seguirte
y la realidad y tú
una misma cosa.
10 de noviembre de 1985
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