jueves, 5 de enero de 2012

Cine y TV (40) / My Blueberry Nights - Wong Kar-Wai - 2007



My Blueberry Nights - Wong Kar-Wai - 2007

¿De qué trata My Blueberry Nights? Del amor de pareja, claro está. ¿Pero de que aspecto del mismo? Su director, Wong Kar-Wai, asegura que su obra es una exploración de la distancia que separa a las personas cuando algún tipo de nexo comienza a formarse entre ellas. Cuando la proximidad física disfraza la enorme distancia que supone no haberse expresado aun esos sentimientos y cada palabra implica riesgo y duda. Y tiene sentido. La escena más impactante del film, llena de originalidad y lírica, es además la que mejor ejemplifica esta propuesta. Jeremy observa a Lizzy con la ternura del que comienza a amar el misterio que precede a la persona. Ella duerme con la cara reposando en la barra del bar que él regenta. No es la primera vez que Liz pasa la madrugada allí. En su desesperación, después de romper con el que cree el amor de su vida, más bien tras ser abandonada por él por otra mujer, parece buscar en las luces encendidas del bar un salvoconducto para poder atravesar la noche sana y salva. Ella duerme con la mejilla apoyada en el linoleo de la barra y él la observa atento a todos los detalles de su rostro. Tiene rastros de helado en los labios, unas gotas que el intenta limpiar con el pulgar, con sumo cuidado para no despertarla. Pero se detiene en mitad del gesto, tal vez por miedo a romper su sueño y el hechizo de la situación. Entonces su cabeza ocupa todo el encuadre hasta oscurecer la pantalla mientras acerca su rostro al de ella. Cuando se incorpora un primer plano nos muestra los labios sonrosados y limpios de Beth. No estamos seguros de si le ha robado un beso, aunque lo suponemos. Retrocede para poder mirarla, y mientras lo hace ella mueve la boca en un gesto inequívoco de saborear algo que ha tenido en los labios y luego sonríe sin abrir los ojos. Es un leve esbozo de sonrisa tan solo, el simple aleteo de la comisura de sus labios, pero sabemos que hemos sido testigos de un momento de felicidad. De un recuerdo tal vez. De un anhelo cumplido en el territorio de los sueños, y que aunque inducido por la transgresión de Jeremy alude en realidad a otra persona. También comprendemos que la distancia entre ambos es infinita, porque ella no está soñando con él y no hay nada más ajeno que los sueños de la persona amada si no los habitamos. A escasos metros de ella, esa distancia corta que permite contemplarla hasta los más mínimos y dolorosos detalles, ha comprendido que la distancia que los separa es infinita, absurda para cifrarla. Una mujer enamorada de otro hombre es como un planeta orbitando una estrella distante, como los mares secos que se extienden por la cara oculta de la Luna, una geografía que solo puede explorarse con la imaginación, con el riesgo de que quizás nunca regresemos a la calma y a la cordura. Pero todo eso da igual, porque aunque se trate de una distancia insalvable, sabemos que Jeremy ha comenzado a caminarla, sabemos con seguridad que se ha enamorado, que en ese instante acaba de ser consciente de ello. Momento mágico sin duda, y también singular, porque pocas veces hemos contemplado en una película de forma tan bien explicada, de forma tan visual, porque se trata de cine y no hay más remedio, la primera chispa del amor, de forma tan elegante además, tan contenida. Este asunto que generalmente se trata desde el punto de vista de la pasión, mostrándonos a dos personajes cuyas continuas disputas nos indican que les une una tensión sexual insoportable, se nos narra aquí en solo unos planos, como quien atrapa una mariposa al vuelo con las manos sin destrozar sus alas.

Safetysuit - Find A Way

La escena relatada, de inquietante belleza, tendrá una posterior casi gemela, hacia el final de la historia, más difícil de interpretar, y que ya no se mueve en el territorio de la melancolía. Pero ya llegaremos a eso. Procedamos primero a sentar las bases del relato, sus líneas de referencia. Este transcurre mayoritariamente en el terreno de la noche, en ámbitos cerrados. Apenas atiende a la figuración y solo se centra en los personajes principales aunque, a cambio, en la descripción de éstos sea minucioso. Los demás, nos dice la película, son como trenes que cruzan ante nosotros a toda velocidad, apenas hay tiempo para otra cosa que no sea verlos llegar y marchar raudos, por un sendero trazado en los raíles y que no es el nuestro. Elizabeth llama al bar primero y después se persona en el mismo para preguntar por alguien, su novio, el que cree el hombre de su vida, que como un tren escapó rumbo a otra estación. Ella también está de paso, camino de otro lugar, y si para un puñado de noches en el bar, cuando la madrugada ha limpiado las calles de persona ses porque,  perdida la esperanza de un reencuentro, necesita explicarse a alguien, a cualquiera, ser escuchada, aliviar su tormento. Ha contemplado a su hombre besando a otra mujer, desde la calle, a través de las ventanas de la casa en la que compartiera un tiempo con él. Ahora quiere deshacerse de las llaves del apartamento en que pensó que residía su felicidad, que era su estación de destino. Jeremy escucha y, si bien no parece compartir la forma en que Lizzie encara lo que le sucede, le ofrece consuelo mientras llora, y comida cuando su angustia le da un momento de tregua lo suficientemente prolongado como para recordar que tiene hambre. Jeremy es calmado y hay en su actitud un poso de resignación. Lizzie es puro nervio y es incapaz de no rebelarse ante lo que le ocurre si lo juzga injusto e innecesariamente doloroso. Él es ternura y ella pasión. Y solo cuando ella duerme sus fronteras se acercan para trazar una geografía común. Aunque sean como países que no confluyen, porque entre ambos está la realidad de un amor roto que reclama su tiempo de duelo.

Lizzy parece coger uno de esos trenes rápidos que traspasan la noche de parte a parte. Tras un amago de ir a ver nuevamente a Jeramy, será en el mismo umbral de la puerta del local, a punto de agarrar el pomo de la puerta que da a la calle, donde decida marcharse lo más lejos que pueda. Quienes hayan viajado solos alguna vez tal lo hayan hecho por alguno de los motivos habituales. Para desafiar la distancia y tantear lo más lejos que se puede llegar sin que el deseo de volver muera con la distancia. Para reducir los problemas de la vida a su común divisor: uno mismo, en soledad, sin más agravantes al sentimiento de culpa y más carga que la nostalgia por los demás. En justa reciprocidad también para sentirse añorados, reclamados por quienes no parecían querernos junto a sí. Pero, sea cual sea el motivo del viaje, solo en lugares ajenos a nuestro entorno habitual podemos aprender de los demás. Primero en Memphis y después en en Las Vegas, Lizzie es espectadora de dos amores desesperados, terminales, llenos de veneno. En la ciudad de Tennesse asiste en primera fila al despliegue de dolor de Arnie (David Strathairn), desesperadamente enamorado de quien no quiere ser amada, Sue (Rachel Weisz), la perfecta sirena, que reclama amor para arrojar y destrozar contra las rocas de su indiferencia a quien acuda a la llamada. Todo lo que Lizzie vea se lo narrará a Jeremy en postales que le enviará sin remite. En Nevada conocerá a Leslie (Natalie Portman), que trata de deshacerse de un cariño que solo le ha procurado soledad, el de su padre. Ambos episodios, en realidad completamente independientes del que nos narra la relación entre Jeremy y Beth, y que vemos a través de los ojos de ésta última para articular la película en una sola pieza  narrativa, cuyo significado sería el aprendizaje de lo que es el amor por la chica, acaban con la muerte de uno de sus protagonista, más allá de todo arreglo, si es que este era posible. Supongo que más que nada para darles un final que parezca definitivo. Me reconozco más atento durante ambos, quizá no tanto en el segundo que tiene mucho más ritmo y algún que otro truco narrativo divertido, a las reflexiones de Beth que a lo que se me contaba sobre estos otros personajes. Rachel Weisz compone su personaje de femme fatale con cierta dignidad, aunque no me acaba de encajar su mirada inocente en los ojos de quien se supone una áspid. La labor de David Strathairn es excelente, aunque su papel apenas tiene registros. Ha de componer un policía consumido por el amor y el alcohol, siempre con un vaso de whisky en la mano y una esperanza vana en el corazón. Natalie Portman está tan adorable y divertida como suele, en este caso en la piel de una jugadora de póker despiadada y maestra en el arte del engaño. A tal punto llega su maestría que logra engañarnos hasta a nosotros, los espectadores. Eso sí, secundada por una elipsis narrativa tramposa. Un engaño del que es víctima también Lizzie, y que puede suponer tanto una estafa como una forma retorcida de mostrar su aprecio por ella.

BSO de My Blueberry Nights - Cat Power - The Greatest

En realidad hay un cuarto episodio en la película. Muy breve. Lo protagonizan Jeremy y su antigua novia, a la que en el momento de producirse el encuentro habrá aludido de pasada alguna vez. La secuencia está teñida de dulce nostalgia, la de un sentimiento que se fue, aunque parezca flotar entre los dos y envolverlos. Jeremy afronta la situación de ver a su antigua novia, que se marchará tras unos instantes de charla solo, con la misma tranquila resignación con la que le hemos visto afrontar la insalvable proximidad con Beth. No hay amargura en él, el hombre que todos los días cocina una tarta de arándanos por si esa noche Lizzie aparece por la puerta del bar, hambrienta y con ganas de charlar con alguien. Katya apenas dejará un eco de si cuando se marche que en nada cambiará el sentimiento de Jeremy por Lizzie. Es un fantasma del pasado que se manifiesta y se desvanece en la noche y que al amanecer parecerá solo un sueño. El personaje está interpretado por la cantante Cat Power, nombre artístico de Charlyn Marie Marshall, compositora de dos de los temas de la película, uno de ellos el sensacional The Gratest, que atrapa desde el primer acorde y obliga a más de una audición, y que también casa con el tono del film, con esa sensación de inquietud y tal vez tristeza con la que se afrontan las primeras horas de la noche cuando se repasa lo que fue el día.

Norah Jones pide un párrafo aparte. Su actuación en My Blue Berry Nights supuso su debut en el cine, al que ignoro si le sucedieron más experiencias, aunque creo que no. No sabría decir si es buena actriz. Más bien diría que no. Pero la intensidad de su mirada, la forma en que recita sus diálogos, casi como enojada, el doble subrayado de sus ojos negros y sus labios oscuros, su presencia en definitiva, su belleza inclasificable, compensan cualquier deficiencia interpretativa. ¿Quien no querría limpiar con sus labios las gotas de helado que hay en los suyos? Hasta con un algodón en la nariz para tapar una hemorragia se la ve hermosa, con el pelo alborotado y la mirada extraviada. Es amor a primera vista que se confirma cuando se tiene noticia de su talento. En alguna entrevista confesó que The Story, el tema principal de la banda sonora, lo compuso viendo amanecer en Nueva York tras un día de rodaje. De un tirón, dejándose inspirar por lo que veía y los sentimientos que le provocaba. Mujer morena, un resplandor oscuro que envuelve su físico y su música, repleta de notas agudas de piano que recuerdan el repiquetear de la lluvia, y que también casan con las notas del bajo y su voz grave y cálida, que raspa donde la piel del corazón es menos gruesa. Maravillas esas notas finales de la canción mientras el sonido del piano se funde poco a poco con el silencio.

BSO de My Blueberry Nights - Norah Jones - The Story

360 tartas de arándanos cocinará Jeremy hasta ver aparecer de nuevo a Lizzie en su establecimiento. Es otra persona distinta después de mudar de piel y de nombre en dos lugares diferentes. Y ahora de vuelta nuevamente. Los trenes vuelven a cruzarse en la noche. La misma pero diferente. Sin fuego en la mirada. Solo ceniza. Una mujer que viene de muy lejos en busca del mimo del destinatario de sus postales sin remite. En busca de un refugio para pasar la noche. Y volverá a dormirse con la mejilla apoyada sobre la barra del bar. Y Jeremy volverá a robarle un beso, esta vez con un encuadre diferente, que nos permitirá intuir no solo el beso sino ver el rostro de ambos. Y veremos como ella lo devuelve y se recrea en los labios de él. Pero hay algo que me inquieta en este repetir el ritual, pero con variante, supuestamente para mutar su significado. Durante el beso ella no abrirá los ojos. Y eso me hace pensar que tal vez esté dormida y esa pequeña distancia insalvable aun permanezca. O tal vez, por el contrario, que se nos quiere decir que él es ahora el protagonista de sus sueños. La noche tiene recovecos, ángulos muertos, lugares donde la luz se extravía y sobran las explicaciones porque ni hacen falta ni puede haberlas. Final ambiguo, desde mi punto de vista, porque de la posible pasión de ella no tenemos aun ninguna prueba, salvo un beso más soñado que vivido. Pero cuanta belleza en esa duda. Historia sin moralejas, que a muchos críticos parece haberles desilusionado por considerarla un hermoso envoltorio sin nada dentro. Quizás esta que apunto: Si la vida te da tarta de arándanos cómete una ración doble, acompañada con helado de nata.

2 comentarios:

  1. Los apuntes que tomé ayer (si, apuntes) después de ver la pelicula en el movil no me sirven de nada tras leerte a ti...ver la película a través de tus ojos es fascinante...

    El dolor de la chica...lo valiente que es yéndose sola para olvidar...cuando Natalie Portman le recrimina que sea tan confiada con todo el mundo...él esperando con sus tartas...el trabar confianza con alguien a través de las palabras (aquí postales)...el que la huida sirva para madurar, pero terminar volviendo al mismo punto de partida...todo eso...ah, y la frase "a veces usamos a las personas como espejo, para ver como somos"...

    Para verla de nuevo...

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  2. No se, creo que es un comienzo. Quizás todavía no quiera abrir los ojos. Más que nada, la moraleja que saco de ambas historias contempladas por Beth es que el amor es un tren que no tiene trayecto de regreso, que el tiempo en que dejas de amar no lo recuperas nunca. Sue-Rachel Weisz rechaza el amor de su marido porque no cree merecerlo. En cambio, en el caso de Leslie-Natalie Portman, quien piensa que no merece ser amado es su padre. Al final de ambas historias no hay posibilidad de rectificación. Beth regresa al lugar de partida. El vela sus sueños y no se si hay algo más intimo, aunque no los pueble. Ella devuelve el beso porque ahora no puede ser indiferente a su amor. Quizás al cabo de un tiempo le mire al fin y no necesite otro salvoconducto para salvar la noche que compartir con él la madrugada y el día. Ahora quien necesita un plan para vadear la oscuridad soy yo. me está subiendo la fiebre.

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