Los duelistas - The Duellist - Ridley Scott - 1977
Los duelistas es el relato de una anécdota histórica, aunque se prolonga a lo largo de 16 años, una de esas anécdotas de guerra tan sugerentes que están pidiendo a gritos servir de semilla para un guión cinematográfico. Como aquella, tan similar a esta, del duelo de francotiradores ocurrido en la batalla de Stalingrado, y que tras esperar años a que alguien se atreviera a narrarla en imágenes sirviera de base para la película de Jean-Jacques Annaud "Enemigo a las puertas", bastante decepcionante porque cayo en el maniqueísmo del bueno y del malo y en el territorio del suspense con giro final inesperado, que a mi modo de ver no encaja con lo que se narra.
En este caso los contendientes son dos oficiales de la caballería napoleónica, D'Hubert (Keith carradine) y Feraud (Harvey Keitel), que se ven enredados en un asunto de honor. El segundo ha tenido un duelo aquella mañana por exigir a alguien, una persona de cierta importancia local en la ciudad donde tiene su sede temporal la unidad de caballería en la que sirve, que se retracte de un supuesto insulto al emperador. El general de su regimiento, el Séptimo de Húsares, pregunta en la sala de oficiales quien de los presentes conoce a Feraud. D'Hubert hace saber que el le conoce de haberlo visto un par de veces. Recibe de su superior la orden de ir a donde se encuentre y arrestarlo. Cuando D'Hubert notifica a Feraud, con toda la cortesía y discreción que la situación permite, su situación de arrestado se establece entre ellos un diálogo de sordos. Feraud se siente afrentado por el compañero que ha ido arrestarlo, al que tilda de lacayo del general. La discusión se prolonga durante el tiempo en que D'Hubert y Feraud discurren por las calles de Lübeck entre el lugar del primer encuentro y la casa del segundo. D'Hubert trata de mantenerla dentro de los cauces de lo razonable, pero es consciente que, como militar, obligado a mantener su reputación, no puede dejarse amedrentar ni avasallar. Al final todo acaba en los aposentos del irracional Feraud en un reto a duelo que D'Hubert se ve imposibilitado de esquivar.
No hay una razón para el duelo, que se prolongará a lo largo de 16 años, con encuentros en distintos escenarios de la Europa en guerra contra el corso. El honor de D'Hubert le impide explicar a terceros la causa de la desavenencia. Pide que el asunto sea investigado, pero sus superiores no quieren entrar de oficio en el problema. Tras ese primer duelo a las puertas de la casa de Feraud, y que termina con el ataque de su amante al contrincante, al que marca la cara con sus uñas cuando ve a su hombre en el suelo inconsciente e indefenso, D'Hubert es enviado a otro regimiento de caballería para poner tierra de por medio entre ambos tenientes. Dos duelos más se suceden al primero. En el primero D'Hubert cae malherido con una estocada en el pecho. El segundo queda en tablas tras desollarse el uno al otro con los filos de sus sables hasta quedar sin resuello.
Los duelistas - Duelo con el que se inicia la película entre Armand Feraud y un personaje local
Tras esta vorágine inicial la película toma un respiro para tratar de centrarse en D'Hubert, quien marca el punto de vista de la narración a lo largo de toda la película. Descubrimos a un hombre que acepta los códigos de honor aunque no sea fanático de los mismos. Está a una distancia sideral de Feraud, al que es verdad que no llegamos a conocer, siquiera en aproximación, y que se muestra a lo largo del film como una figura iracunda, irracional y enigmática, parapetada tras un silencio de razones, que intuimos que en realidad no oculta nada, solo una mente obsesionada con la violencia, la ira a los contrarios y una sed de venganza sin causa aparente, y que se puede saciar con cualquiera que se cruce en su camino. Feraud tiene amigos, leales a lo largo de los 16 años que abarca la historia, luego hemos de suponer que es algo más que el esbozo que se nos muestra. Pero toda la descripción psicológica que se realiza es la de su contrincante. Es difícil pues hacer un juicio justo de Feraud, pero su postura raya la locura homicida. Sus propios compañeros tratan tímidamente de hacerle entrar en razón, pero no sabemos si por miedo o por cierto entendimiento no insisten demasiado.
D'Hubert tiene una amante, que al final lo abandona porque ambos sospechan que la situación solo tiene un desenlace posible, la muerte del oficial a manos de Feraud, quien le persigue con saña por toda Europa buscando poder retarle a un nuevo duelo. Sencillamente notable es la escena en que la amante de D'Hubert (Diana Quick) va a conocer a Feraud a su cuartel para ver que tipo de hombre es y éste acepta el desafío de la mujer sin ningún asomo de vergüenza. En el oficial de húsares no se atisba ni un solo momento de duda, al menos no se nos narra si ocurre. Es una mente cerril que ha edificado una falsa causa ante sus conocidos para justificar el duelo y que no está dispuesto a ceder. La mujer entra en la tienda y afronta la mirada airada del oficial de húsares. Uno no puede sino sentir envidia por D'Hubert, capaz de inspirar amor en una mujer tan brava y de personalidad tan férrea.
D'Hubert es ascendido a mayor para imposibilitar más duelos, ya que éstos están estrictamente prohibidos entre oficiales de distinto rango. Pero años después los dos regimientos coinciden en una ciudad contando ambos con la misma graduación militar. Esta vez el ejército exige un desagravio ante el espectáculo que los dos oficiales llevan organizando desde hace años. Se ordena que el nuevo asalto se efectúe a caballo en un homenaje al cuerpo de caballería. D'Hubert encuentra ridícula la situación, que el ejército quiera ser el destinatario de un homenaje simbólico y pomposo, que llevará a la muerte a uno de los contendientes, sin un motivo real que lo respalde, pero no esté dispuesto a hacer justicia y averiguar la raíz del problema. Entiende que el honor ha de tener un sustrato, ser algo más que un huero artificio para rellenar la nada de una supuesta dignidad. Pero se siente atrapado. Va a este cuarto encuentro con el convencimiento de que no logrará superarlo con vida. No es un loco ni un temerario, le aterra la muerte. Aunque sepa afrontarla en la medida en que tal cosa es posible.
Este duelo a caballo es sin duda el mejor momento de la película. Filmado en una plantación de chopos, tendrá como lugar para el choque una de las calles del arbolado, formada por dos hileras de álamos. Los oficiales amigos de Feraud esperan a Hubert en medio de la ordenada arboleda, con fuegos que levantan humo en la gélida mañana y la dotan de misterio.Murmuran acerca de que pasará si aquel no se presenta. Pero al fin lo hace y cada duelista se posiciona en uno de los extremos de la calle. El duelo es un prodigio de narración fílmica, con un montaje lleno de virtuosismo. Lo contemplamos en tres momentos narrativos distintos:
1) Planos laterales de D'Hubert en el momento previo a que el juez del duelo marque la salida. Lo vemos temblar de miedo. Su mano apenas es capaz de sostener el sable cuando lo desenvaina. ha de templar sus ánimos para ser capaz de agarrar su empuñadura. Se nos ofrecen también primeros planes de la punta de su bigote, que se mueve de forma cómica por culpa de sus temblores;
2) Planos intercalados a los anteriores en que se nos muestra a ambos contendientes dirigiéndose a galope tendido el uno hacia el otro. Son demasiado rápidos y a veces no distinguimos quien es quien. Aunque tampoco importa, ya que en ese momento los dos son lo mismo, furia ciega que solo busca la destrucción del oponente;
3) Planos en cortas y rápidas ráfagas con flashbacks, aprovechando escenas anteriores de la película, y que tratan de explicar toda esta sin razón. El origen del duelo y sus consecuencias hasta ese momento, el momento previo al duelo y el asalto, estos tres momentos se mezclan y se diluyen en un solo momento narrativo de gran tensión dramática y gran belleza visual.
Todo acaba abruptamente, sin que apenas podamos vislumbrarlo, entender como ha ocurrido en la confusión de imágenes. De repente vemos a Feraud postrado en el suelo, con un tajo en la cabeza, y escuchamos como uno de sus compañeros informa a D'Hubert de que está imposibilitado para seguir. En ese momento nuestro alivio se transmite al personaje protagonista, que experimenta un momento de euforia en su camino de regreso. Ve un carro de heno atravesado en la senda por la que transcurre y obliga a su montura a saltarlo. Es su forma de expresar la alegría de seguir vivo. Toda la tensión dramática vivida a lo largo de la película hasta ese momento se libera mientras vemos a jinete y caballo trazar un arco juntos, a cámara lenta, sobre la carreta. Inmediatamente después de tomar contacto con el suelo iniciará un brioso galope, dedicando un gesto despectivo sin siquiera volverse a los campesinos que protestan por su chiquillada sin sentido. la muerte del otro, que se supone por la sangre que mana de la herida, se convierte en la celebración de la vida propia.
A partir de este momento la película se bifurca en varios senderos divergentes. Se añaden al relato nuevos elementos y aspectos narrativos para poder armar un argumento que justifique una película. Pero el film no dejará de ser en ningún momento la historia de una simple anécdota. Una segunda relación amorosa se abre paso. A D'Hubert se le plantea la posibilidad de un enlace ventajoso con una joven (Cristina Raines), de mucha menos edad que él, y de la que al final se enamora. Opone cierta resistencia, diríase que más simbólica que real, al matrimonio pactado por su hermana por juzgarlo desventajoso para la muchacha. Pero al final accede. También se nos ofrecen algunos apuntes de la situación política y de como D'Hubert es capaz de medrar en el gobierno que toma el relevo en el poder a Napoleón gracias a la intervención de su suegro. Pero todo es un pausado discurrir, unos momentos para tomar aliento, antes de enfrentarnos al quinto y definitivo asalto. En él D'Hubert logra al fin despertar de su pesadilla. Ayudado por esos pomposos códigos de honor que han amargado su vida durante tantos años, que la han convertido en un infierno de angustia latente, obliga a su contrincante, al que perdona la vida, ya desarmado, a conducirse como un fantasma, como un ser sin vida, porque ésta a partir de ese momento pertenece a D'Hubert. Y veremos vagar en las escenas finales a Feraud como un espectro por campos y paisajes, por senderos entre los bosques, como un cuerpo sin alma, sin propósito, sin un ejército al que servir, ya que el emperador está preso en Santa Elena, y sin un honor que resarcir, ya que ha perdido el asalto definitivo en su disputa prolongada a lo largo de 16 años.
Hay que decir que en el relato en el que se basa el guión, una novela corta de Joseph Conrad, el escritor no oculta sus simpatías por quien a la postre resulta el perdedor del duelo. No hay que olvidar que el honor es un asunto capital en la obra de Conrad, que es el eje alrededor del cual gira toda la trama de una de sus novelas más importantes: "Lor Jim". La restitución de su honor perdido en un momento de vacilación, de flaqueza, es el motor que mueve a su protagonista a lo largo de la obra, para descubrir al final de su lucha que el honor no puede ser restituido una vez se pierde. El personaje interpretado por Peter O'Toole para la película del director Richard Brooks, habrá de ofrecer su propia vida en sacrificio para recuperar la calma en su conciencia. Hay pues cierta discrepancia en la forma de abordar el relato entre film y novela. Feraud no deja de ser un esbozode personaje, muy poco matizado además, en ningún momento de la obra de Ridley Scott. Al final, perdida su alma, se convierte en algo así como la parodia de Napoleón, al que parece imitar en sus forma de vestir y sus gestos. En el último plano le vemos contemplar el ocaso desde lo alto de un promontorio que se asoma aun río, crecido, de cauce tan ancho y con tanto arbolado en mitad del lecho que se adivina la proximidad de una presa aguas abajo. Para Feraud el discurrir del tiempo se ha detenido, como las aguas del río, y ya solo existe el pasado, que carece de sentido por el presente que ha engendrado. De espaldas a nosotros, mantiene los brazos atrás, en un gesto muy característico del general corso.
Para D'Hubert existe cierta misericordia. Su postura es razonable. Su querer desentenderse de las aventuras napoleónicas también. Ha servido en la caballería durante más de una década y ha participado en muchas de las campañas del emperador. Y todo ello sin verse correspondido en su lealtad por el cuerpo al que sirve. Es también lógico que no quiera participar en la última aventura de Napoleón tras escapar de la Isla de Elba, aunque el personaje interpretado por un Edward Fox, casi irreconocible tras el maquillaje, se lo recrimine agriamente. El no se defenderá porque en él el código de honor adquiere sentido. Ha tomado una decisión y ha de aceptar las opiniones de los demás, aunque sean erróneas o excesivas. Si por él hubiera sido nunca se habría producido siquiera el primer asalto del eterno duelo. El si que es un individuo apegado a la vida, que sabe conceder importancia a las cosas que en realidad la tienen: la propia vida, el amor, el bienestar económico, el éxito profesional. Cuando se le ofrece un gran puesto en el nuevo gobierno nuevamente parece oponerse, pero su resistencia es tan inconsistente como la que ejerce al enlace con la joven Adele. Tampoco encontramos ninguna razón para que lo rechace. Es hombre idóneo y tiene derecho a aceptarlo.
Los duelistas - Tema de la película - Howard Blake
Quizás lo más sorpendente de la película es que se trata de la opera prima de su director, Ridley Scott, hoy en día uno de los directores de cine más famosos, uno de esos pocos que el gran público sabe citar por su nombre, reconociendo algunas de sus obras. Debut feliz que le valió el galardón de mejor opera prima en el Festival de Cannes de 1977. El montaje prima sobre el guión, a veces trepidante, confuso, demasiado abrupto en algunos cortes entre escenas, aunque muy efectista en algunas escenas. El tratamiento visual y el diseño de producción son algunas de las mejores cualidades del film. La ambientación, la localización de exteriores tan lograda, con algunos aciertos notables, como la ya mencionada plantación de chopos para el duelo a caballo, el bosque con ruinas de castillos donde tiene lugar el duelo final, o los paisajes por los que deambula Feraud en los últimos minutos del metraje. No se desdeña tampoco la filmación en plato. Las escenas que tienen lugar en el frente de Rusia son convincentes en este sentido, y se mezclan bien los planos rodados en interiores con los captados en exteriores, lo que constituye para mi uno de los más felices misterios de la película, como un travelling que se inicia en un plato puede acabar en un bello paisaje montañoso real. La música se limita a un tema que se aprovecha con ligeras variaciones para los títulos de crédito que abren y cierran la película. La mayor parte del metraje se desarrolla con sonido ambiente, sin el subrayado emocional que proporciona la música. El tema principal de la película, de gran belleza, fue compuesto por Howard Blake.
La novela de Conrad se basa en un hecho real: la disputa entre los generales Dupont y Fournier, prolongada a lo largo de 19 años y que supuso la friolera de 30 encuentros a caballo con sable, florete y espada. La disputa tuvo la misma raíz que en la historia que narran novela y película, un mensaje desagradable transmitido a Fournier, apodado la bestia, que provocó su ira, que en su simpleza descargó en el mensajero. El duelo tuvo su último asalto en un mano a mano con pistola, en el que al fin Dupont pudo superar a su oponente y hacerle prometer que no volvería a molestarle, como así ocurrió. Hasta donde puede llegar la sinrazón humana es realmente sorprendente.
Général François Fournier Sarvoleze, "La Bestia", personaje real en el que se basa el de Feraud
Antes de finalizar esta reseña quiero mencionar esa magnifica escena en la que D'Hubert solicita el indulto de Feraud, quien ha sido condenado a muerte tras la última intentona fracasada de Napoleón por reverdecer sus tiempos de gloria. A pesar de que su ajusticiamiento supondría el fin del contencioso entre ambos y despertar de la pesadilla que le atenaza desde hace tanto tiempo que ya ni recuerda, su particular sentido del honor le impide que sean las circunstancias las que resuelvan su problema particular. Además, aquel hombre es un camarada. En puridad él debería hallarse en la misma situación. Su negativa a secundar el canto del cisne del corso le pesa probablemente. No puede permitir que teniendo la oportunidad por su proximidad a la cúpula del poder de lograr su indulto no agote esa posibilidad. La escena ayuda a comprender el personaje, al que habremos de analizar por nuestra cuenta y riesgo, porque el nunca se explica a si mismo, nunca ofrece una razón para justificar sus actos. Porque se somete a la locura de Feraud, porque declina la oferta del emperador o, en este caso, intercede por su enemigo. Quien atiende su petición es nada menos que Fouché, personaje al que muchos equiparan en importancia, carisma y singularidad al propio napoleón, al que sirvió como jefe de policía y ministro del interior durante su época en el poder, y al que tuvo la sabiduría política de sobrevivir. Es una figura que fascinaba a mi padre. Algún día, si vuelvo a leer con la misma asiduidad que antaño, caerá entre mis manos su biografía de Stephen Zweig.
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