viernes, 11 de marzo de 2011

Tus ojos (III)

Escribí las dos primeras estrofas de este poema en el reverso de las tapa frontal de un ejemplar de las obras completas de Miguel Hernández. Que sacrilegio y que inconsciencia. Allí quedaron como un juego de palabras, como un acertijo para quien pudiera leer el libro, hasta que un año después decidí rematarlo, con 3 estrofas más que solo torpemente completan la faena.

Ya no me acuerdo bien, pero diría que esos primeros versos se inspiraron en aquellos ojos verdes que me tuvieron soñando el primer trimestre de mi primer curso de carrera. Mujer calmada, hermosa, de cabellos negros, siempre segura de sí. La tristeza de la que hablo en los versos está claro que la aporte yo, porque nada había en aquella mirada que no fuera calmo y puro, que no resonara como el cristal, como reflejara la luz y la mejorara. Dejé de perseguirla después de darme a conocer ante ella de la forma más ridícula posible. Por algún lugar del blog se lo explico alguien. Mi primera declaración de amor a la que las palabras le dieron plantón y llegaron tarde a la cita. Mudo me quedé ante ella. Tiempo después escribí los versos como un segundo turno de palabra. Aunque sin público.

El tiempo borra las sensaciones, pero la huella queda, su relieve en la memoria, el hueco de los anhelos que hubo, de los deseos que alabearon el corazón por dentro y le dieron su forma definitiva. Pandean las columnas del pasado, pero jamás colapsan, y lo que fuimos se sostiene aunque sea en precario sobre sus cimientos. Y un día, ojeando una libreta azul de espiral, tamaño folio, encuentras, como la rama seca de un herbario dentro de un pliego de papel estraza, un poema desecado y que permanecerá para siempre.

Tus ojos (III)

Tus ojos,
triste aluvión de colores,
llamas traídas
de hogueras caídas
en tibias estrella menores.

Tus ojos,
pálidas lunas gemelas,
luz sumergida
en agua encendida
de soles que nunca desvelas.

Tus ojos,
aurora que luce en retorno,
tiempos trazados
en mundos soñados
que habitan en todo mi entorno.

Tus ojos, nocturnos que el cielo derrama,
se abren medrosos
sellando fogosos,
pasados que mi alma reclama.

Será, ¡lejos verdad!,
un largo reguero extendido
en un destello de azules y rojos
siempre prendido a tus ojos
como un mar de mirar contenido.

Octubre de 1983 - Febrero de 1984

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